
Edición original: Marvel Comics – marzo 1994 – marzo 1995
Edición España: Comics Forum – marzo – agosto 1995
Guión: Mark Gruenwald
Dibujo: Dave Hoover, Dario Carrasco Jr.
Entintado: Danny Bulanadi
Color: George Roussos
Portada: Dave Hoover
Precio: 325 pesetas / 395 pesetas (primer número) / 475 pesetas (último número) (serie limitada de seis números de cuarenta ocho páginas cada uno, salvo el primer número -de sesenta y cuatro- y el último -de ochenta-).
A mediados de la década de los noventa del siglo pasado, los tebeos del género súper-heroico en general y los de Marvel, en particular, pasaban por un período convulso. Los engañosos días de vino, rosas y ventas millonarias eran cosa de un pasado que era, a la vez, reciente y remoto. La estrategia de ahogar a los adversarios -clásicos o modernos- por medio de inundar el mercado de cabeceras, había dejado paso a un proceso de implosión, el cual se llevó por delante buena parte de las nuevas series, al tiempo que amenazaba la continuidad de algunas de las antiguas. Las propuestas creativas contenidas en las colecciones tendían peligrosamente a la vuelta de tuerca y el salto de todo tipo de inverosímiles tiburones, al tiempo que su ejecución rara vez pasaba de correcta. A veces, el problema era coyuntural (una buena idea, una mala aplicación) y, a veces, estructural (la premisa tenía problemas de inicio). A todo ello había que sumar los cambios de último momento, las imposiciones editoriales y la sensación generalizada de que aquello se iba al garete. El rumor de que la casa de las ideas iba a ser vendida por piezas se hizo más fuerte, cuando Tom DeFalco fue sustituido en su puesto de editor en jefe por nadie. En su lugar, aparecieron varios departamentos, en los que las franquicias marvelianas se distribuyeron. El anuncio del «regreso» de los hijos pródigos Jim Lee y Rob Liefeld -bajo las condiciones establecidas para Heroes Reborn- parecía incidir en esa misma dirección. No pasaría mucho tiempo, antes de que Bob Harras fuera elegido para ocupar el recuperado puesto de editor en jefe, en tanto que la experiencia Lee-Liefeld duró únicamente un año. La ausencia de los Cuatro Fantásticos y los Vengadores sirvió para que viéramos propuestas tan interesantes como las protagonizadas por Masacre, Ka-Zar o los Thunderbolts y, como se decía en el prólogo de Pesadilla de verano, el género súper-heroico abandonaría la oscuridad para retornar a la luz. Sin embargo, cuando los tebeos de los que toca hablar son publicados en Estados Unidos, aún estamos en 1994 y todavía se piensa que la crisis es algo pasajero.
En estos momentos, la colección del Capitán América aún está escrita por Mark Gruenwald. El guionista y editor, célebre por su enciclopédico conocimiento de universo Marvel, lleva exactamente diez años contando las andanzas del centinela de la libertad. De su mano han salido aventuras tan memorables como la saga del Capitán. Suya ha sido la recuperación y actualización del Cráneo Rojo, que ha pasado de reliquia estrafalaria de los tiempos de Jack Kirby a representación del lado oscuro del sueño americano. Su capacidad para atraer el interés sobre un personaje tan apegado a la primera potencia mundial, le permitió que la colección tuviera el premio de tener cadencia veraniega quincenal, brindándonos aventuras como Calles envenenadas. Sin embargo, el balance general de la etapa es el de que el son los primeros cuatro años -los que van desde la llegada de Gruenwald hasta la recuperación de la identidad del Capitán América por parte de Steve Rogers- los que verdaderamente merecen la pena. Durante cuarenta y cinco números, el escritor somete al personaje a un proceso de deconstrucción, en el que va despojándole de todos aquellos elementos aledaños que equipos precedentes habían ido añadiendo. En el tomo Se ha hecho justicia se cuenta la primera parte de esta evolución, pero aún habrá más. Cuando don Mark termine de amueblar el apartamento, tendremos a un Steve Rogers que vive en cuerpo y alma para ser el Capitán América. Sin embargo, a partir de ahí la serie será una sucesión de aventuras en las que no se aprecian cambios sustanciales para el personaje o su entorno. En un correo de finales de los noventa, el profesor Loki definió la etapa como de lenta decadencia y, quizá, no le faltaba razón. Para mí, constituye un conjunto sólido y coherente, pero en el que la mejor parte se concentra en la primera mitad. Cuando el guionista cumple su décimo aniversario en la colección y esta llega a su cuadragésimo vigésimo quinto número, los signos de agotamiento son más que evidentes y, quizá por eso, Gruenwald decidió contar una historia en la que Steve Rogers se viera en la tesitura de abandonar su misión, al encontrarse con problemas físicos.
En España, la colección del abanderado no pasaba por su mejor momento y, desde hacía varios años, sobrevivía en el formato Grandes Sagas Marvel y en mini-series de todo tipo, en las que se intentaba cubrir el creciente desfase entre las ediciones estadounidense e hispánica. El mejor ejemplo de esta situación viene en el hecho de que el número trescientos cincuenta -punto culminante de la etapa Gruenwald- se publicara en España en septiembre de 1993, en tanto que el cuatrocientos veinticinco -primero de los recogidos en el primer número de

La primera entrega de la miniserie viene con la noticia para el Capi -y su público- de que el suero del súper-soldado que corre por sus venas está empezando a afectar a su organismo. No es la primera vez que ese componente químico trae consigo algún problema -el guionista ya había echado mano de este recurso en Calles envenenadas- pero aquí se plantea como el anuncio de que el organismo de Steve Rogers va a fallarle y que, si no abandona su ritmo de trabajo, su vida se verá en algo más que serio peligro. Dado que la premisa de la colección y de esta etapa es que hay una comunión plena entre el hombre y el héroe, ya se puede anticipar que el Capi va a hacer caso omino de las recomendaciones de su equipo médico, lo que le situará en una espiral descendente que terminará con el anuncio de un desenlace fatal.
Fiel a su visión del personaje, el escritor no presenta a un Capitán América que siga las fases habituales de asunción de una enfermedad crónica o el duelo. Habrá momentos de negación (cuando el abanderado quiera seguir haciendo sus labores, pese a las advertencias); de enfado (cuando su cuerpo le falle en los momentos menos oportunos); de negociación (cuando pida ayuda a su ayudante Fabian Stankowicz, a Henry Pym o a Tony Stark, para encontrar una forma de seguir peleando); de depresión (aunque sea en una escena onírica) y, finalmente, de aceptación (pero habrá que esperar un poco para ello). En el camino, Gruenwald hará buena la máxima de que quien bien te quiere te hará sufrir, y hará pasar por unos cuantos reveses al bueno del Capitán. Para empezar, su apoyo más cercano, su pareja, se verá envuelta en una historia que la obligará a alejarse de Rogers. Rachel Leighton, Iguana, sigue siendo percibida por las amistades del abanderado como alguien que no es merecedor de la confianza ni el amor de su amigo. Como la propia aludida expresa, tienen al Capitán América en un pedestal tan alto que nadie, y menos una antigua criminal, estará nunca a la altura. Para seguir, su amigo Arnie Roth, al que conocemos desde los días de DeMatteis y Zeck, le anuncia que tiene un cáncer óseo terminal. Una vez que el pilar central de la vida de Rogers empieza a fallar, parece que el resto del edificio empieza a colapsarse. Sin embargo, la vida sigue su curso y no va a dar al atribulado vengador un momento de respiro.
Gruenwald tira de enciclopedia y empieza a rescatar a un nutrido elenco de enemigos del Capitán América. El denominador común de todos ellos es que, presuntamente, estaban criando malvas. Esto nunca ha sido problema para un género caracterizado por las resurrecciones más o menos chapuceras y los olvidos o el pasotismo. Sin embargo, aquí se utiliza como recurso para exponer un misterio en el que también se traen a colación conceptos y personajes de la historia de la colección. En su misión de despojar a Rogers de apoyos, se empleará a uno de sus antiguos amigos y vecinos, para convertirle en la nueva identidad del Súper-Patriota, aquel abanderado que ejemplificaba el espíritu «reaganiano» y que aquí es una máscara utilizada para una venganza dirigida contra la imagen pública del Capi. No es el primer complot de esta guisa a la que Rogers ha de enfrentarse, pero aquí quedan patentes su debilidad y su cansancio. En estos números, es inevitable percibir una cierta simetría con los comienzos de la etapa Gru: vuelve el Súper-Patriota y retorna también Bernie Rosenthal, ya convertida en abogada y dispuesta a echar una mano a una atribulada Iguana, por un posible cargo de homicidio. Bernadette ya había asomado su nariz de jurista previamente, pero poco o nada tiene que ver con la alegre y bohemia artista que nos presentaran Stern y Byrne quince años antes.
Sin el apoyo de Iguana, el Capitán América intentará seguir adelante con su trabajo, solo para asumir, muy a su pesar, que las cosas ya no son como eran. De la mano de Stankowicz, se hará con un estrafalario arnés de accesorios, más propio del Inspector Gadget que de un individuo que se las valía únicamente con un escudo. Una ayuda para su labor, pero en modo alguno una solución para su deterioro físico. Sus debilidades parecen resaltar el carácter anacrónico de un héroe que no mata, en un mundo en el que los valores de los noventa -y el modelo anti-heroico y gris de una influencia mal comprendida y mal digerida de los trabajos de Frank Miller o Alan Moore- se imponen sobre los arquetipos clásicos. La presentación de un personaje como el Americop -un justiciero que tiene en su identidad civil un guiño al Castigador del 2099– parece remarcar el desfase del Capi. Sin embargo, así como la mini-serie las da de cal, también las da de arena: el vengador abanderado tiene ocasión de inspirar y reclutar a dos nuevos discípulos: Espíritu Libre y Jack Bandera o, como los definirá Nick Furia poco después, Buquito y Buquita.
En los distintos capítulos de la miniserie -que abarca un año de la colección original- veremos a un buen puñado de los personajes empleados por Gruenwald a lo largo de la década: por supuesto, a la Sociedad Serpiente -bajo la dirección de Cobra-, al Barón Zemo -que aún está por disfrutar de su momento de gloria en Thunderbolts- a Superia… pero todas estas presencias tienen un regusto de amargura. El Capi no es capaz de hacerles frente por sí mismo, pero aún cuenta con aliados dispuestos a ayudarle, como sus antiguos amigos de Fuerza de Choque o sus jóvenes discípulos. Su cuerpo será quien le falle definitivamente, pero eso no será en modo alguno el fin. Queda un puñado de números -recopilados aquí en dos tomos y de los que se hablará a su debido tiempo- en los que se narraría lo que nunca vi ni esperé ver, a un Capitán América volar.

Último combate es un arco argumental en el que la sensación de término es, prácticamente, palpable. El progresivo deterioro del Capitán América, el abandono por parte de sus apoyos más cercanos (aunque fuera por causas de fuerza mayor), el imperativo de tener que pasar el testigo a otra generación… todo ello parece reflejar la situación del guionista en la colección. Han pasado más de diez años desde que Mark Gruenwald se hiciera con la serie. Durante todo ese tiempo, ha hecho un poco lo que le ha dado la gana, en parte por su posición dentro de la editorial y, en buena medida, por su capacidad para aprovechar lo que otras personas dejaban de lado, ya fueran personajes, ideas o tramas. Sin embargo, en los últimos años la serie no ha terminado de ir realmente a ningún sitio, por lo que, poco a poco, va preparando su despedida. Aún no toca pero, por de pronto, quien sí se despide aquí es el veterano colorista George Roussos, que había estado presente en buena parte de las apariciones del Capitán América, desde su rescate para la edad de plata. Él completa el equipo gráfico, compuesto por el dibujante Dave Hoover y el entintador Danny Bulanadi. El primero es una presencia habitual en la Marvel de esos años, y tiene un estilo en el que menudean los cuerpos musculados y los rictus «lee-fieldianos». No es mal narrador, pero tiene muchas carencias que lastran el resultado final. Las tintas de Bulanadi y el coloreado de Roussos no son suficientes para cubrir las deficiencias de unos bocetos que son demasiado marcados como para poder ser ocultados. Don George dice adiós, después de tres décadas, pero Hoover y Bulanadi aún permanecerán hasta el final de la etapa Gruenwald. De ella tocará hablar un poco más adelante, cuando las publicaciones de Forum se aceleren, con el fin de conseguir la sincronización total de todas las cabeceras marvelianas y dar paso a una nueva época en las aventuras del Capi pero, como imaginarán, esa será ya otra historia.
