Pesadillas de cenas indigestas

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Edición original: Dream of the Rarebit Fiend (New York Evening Telegram, 1904-1911).
Edición nacional/ España: Pesadillas de cenas indigestas (Laertes, 1984).
Guión y Dibujo: Winsor McCay.
Color: B/N.
Formato: Tomo rústica 64 págs.
Precio: 9€.

 

Es decir Winsor McCay y evocar Little Nemo in Slumberland, obra maestra temprana de los cómics de prensa. Cada plancha de Little Nemo despliega imaginación a borbotones en un extraordinario maridaje entre la libertad argumental del onirismo (anticipándose al movimiento surrealista) y la inagotable experimentación formal con los ladrillos de la historieta, esto es, la composición de la página y los recursos gráficos de la viñeta. La dominical mantuvo su magisterio desde su nacimiento el 15 de octubre de 1905 hasta su deceso -cambio de nombre y de cabecera incluido- el 26 de julio de 1914. Pero McCay no se levantó una mañana (perdón por el chascarrillo) con los deberes hechos, presto a asombrar al mundo. Tuvo que andar el camino que le llevó a la cima de su arte. Tras iniciar su carrera como ilustrador a fines del siglo XIX, debutó en las tiras de prensa con A Tale of the Jungle Imps, by Felix Fiddle el 9 de enero de 1903 y, al año siguiente, podía presumir de sus primeros éxitos en los diarios. Conviene recordar que McCay, dibujante inquieto y dotadísimo, contaba entonces 37 años, según los registros más fiables. En 1904 trabajos como Little Sammy sneeze (1904-1906) para el New York Herald o Pesadillas de cenas indigestas (1904-1911) para el Evening Telegram (donde firmaba con el seudónimo de Silas) prefiguran elementos y fraguan estilemas que, destilados y potenciados, se pondrán en seguida al servicio del pequeño Nemo con todo su vigor. Son por tanto, aparte de sus valores intrínsecos, jalones para la consagración de un autor irrepetible.

La que hoy nos ocupa, Pesadillas de cenas indigestas (en su versión original: Dream of the Rarebit Fiend) duró casi siete años, entre el 10 de septiembre de 1904 y el 25 de junio de 1911. Sobre un esquema sencillo y repetitivo (la ingesta de platos con abundante queso fundido alimenta atroces pesadillas en los comensales), cada plancha constituye una vivencia autónoma que arranca con un desvarío -sin que sepamos que lo es- hasta que, en su apoteosis, el soñador atribulado despierta quejándose de la indigestión. No hay personaje fijo. Cada semana se presenta uno nuevo para vivir una aventura exclusiva circunscrita a una página (en el caso de las dominicales; también se publicaron ocasionales tiras diarias).

Resulta que este condicionante primitivo, anterior a la hegemonía del personaje principal o actor protagonista (repárese en que -a excepción de Popeye, Snoopy y algún otro- las grandes tiras de prensa titulan con el nombre de su héroe: Flash Gordon, Tarzán, Príncipe Valiente, Mandrake, Dick Tracy, El Hombre Enmascarado, Terry y los piratas, Rip Kirby… incluso el mismo Nemo, citado ya), este condicionante singular, digo, preserva la modernidad de la tira y, más que un sabor clásico, rescatado del pasado, la lectura de Pesadillas de cenas indigestas asombra por la sensibilidad contemporánea (casi -me atrevo a decir- rupturista) con que refleja miedos y ansiedades cotidianos. ¿Creen que exagero? Una plancha describe el sueño de un hombre que, al pretender cruzar una calle, es progresivamente desmembrado por las ruedas de los carruajes, mientras el mutilado porfía y amenaza con ataques y demandas a sus agresores. Una escena que sin mucho esfuerzo podría emparentarse con los Monty Python (Los caballeros de la Mesa Cuadrada y sus locos seguidores, 1975). Y es solo una muestra.

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McCay parece encontrarse cómodo con la disposición de 8 viñetas en cuatro filas y dos columnas, lo que favorece unos encuadres muy cinematográficos… solo que el cine, en 1904, poco tenía que ver con lo que hoy día entendemos como cine, pues pivotaba sobre planos y escenarios únicos, a la manera del teatro; pero también emplea las tres filas y tres columnas que más tarde asociaremos con las creaciones de Steve Ditko y, más tarde aún, con Watchmen o con Fell. En una entrega llega a probar un reparto en 4×4 (pág. 33, tira de 17-11-1904). Casi sin excepción, las viñetas no varían de proporciones en la misma plancha, lo que aporta un aspecto visual sólido, como de muro, que transmite seriedad y permite concentrarse en lo narrado. Sin embargo, lo más interesante de la gramática de McCay en esta obra reside en el punto de vista escogido o, si se prefiere, en la toma, volviendo al símil cinematográfico. Abunda el plano general que enmarca por completo la figura del soñador, con fondos más o menos imprecisos según convenga. Entonces, de súbito, llegan las audacias, como sostener el plano medio en una cena durante un discurso que se trunca poco a poco, concentrando la mirada del lector en la gestualidad de los participantes, en la página de 5 de febrero de 1905; o la inaudita cámara subjetiva de un hombre que fallece, anticipándose décadas al cine (La dama del lago; La senda tenebrosa) o al Eisner de The Spirit, en la página publicada el 25 de febrero de 1905.

Temáticamente, McCay es un pionero. En la plancha de 28 de septiembre de 1904 (pág.11) el sucesivo desdoblamiento de un individuo masifica el espíritu del doppelgänger, en sintonía con exploraciones futuras de la ciencia ficción (la clonación, el problema de la identidad al estilo Philip K. Dick, o la replicación al estilo Matrix); en la plancha de 1 de marzo de 1905 (pág.39) presenta una sociedad donde los viejos y enfermos son exterminados en cámaras llamadas “Cloroformatorios” (escalofriante, ¿verdad?); para mi sorpresa, en la plancha de 15 de diciembre de 1904 (pág.19) una mujer detiene un tren con su cuerpo para salvar a su mascota de ser arrollada, al uso de Superman, quien no sería concebido por Jerry Siegel y Joe Shuster hasta tres décadas después. Por supuesto, ya lo dijimos, avanza elementos consagrados luego en Nemo: la cama voladora de la tira de 28-01-1905 (pág.13), por ejemplo; o el hombre que cambia de dimensiones a cada viñeta en la tira de 22-03-1905 (pág.27); o las carreteras que se retuercen psicodélicamente en la tira de 19-04-1905 (pág.07). Etc. En los albores del siglo XX se presumía que las historietas eran leídas por cualquiera que comprase el diario, y no solo por los críos, de ahí que el humor de Pesadillas de cenas indigestas esconda venenosas cargas de profundidad y se burle de la codicia, el miedo a envejecer (o a engordar), los códigos de las logias secretas o la poligamia. Tal no es óbice, empero, para que algunos chistes aborden tópicos de canciones o cuentos infantiles, como el elefante en una cuerda de equilibrista (tira de 14-01-1905; pág.09) o el hombre que sale a la calle sin pantalones (tira de 26-12-1904; pág.30).

dream-of-the-rarebit-fiend_25-02-1905

En 1984 Ediciones Laertes publicó una escueta selección de Pesadillas de cenas indigestas, centrándose en la primera época de las dominicales; sería redistribuida en 2010, por lo que se encuentran ejemplares con relativa facilidad. Es la única (e insuficiente) edición en nuestro idioma. En Norteamérica han reunido el material que se conserva en un volumen de más de 700 páginas. ¿Llegará alguna vez a nuestro país?

Pesadillas de cenas indigestas arrastra el sambenito de “obra menor”, injustificadamente. En logros y propósitos es enorme, no cabe duda al respecto.

  Edición original: Dream of the Rarebit Fiend (New York Evening Telegram, 1904-1911). Edición nacional/ España: Pesadillas de cenas indigestas (Laertes, 1984). Guión y Dibujo: Winsor McCay. Color: B/N. Formato: Tomo rústica 64 págs. Precio: 9€.   Es decir Winsor McCay y evocar Little Nemo in Slumberland, obra maestra temprana…
Guion - 9
Dibujo - 9
Interés - 10

9.3

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batlander
batlander
Lector
22 junio, 2015 13:18

A mi lo unico que me falla de esta obra es la falta de color y fondos. Por sus argumentos variados y originales la pondria por encima de Little Sammy Sneeze pero ves las paginas de este ultimo y dejan en pañales a las de Pesadillas… Luego Little Nemo supera a ambas en todos los aspectos.

No obstante es muy recoemdable y por los 9 eurillos que cuesta merece la pena comprarlo. Sigue siendo mejor que otras muchas cosas.