Nuestro verdadero nombre, sin arte ni hartura

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Durán/Sins EntidoLos cómics de Luis Durán son como las bolas de peyote, los conciertos de Pink Floyd o los ejercicios de meditación religiosa. Encapsulados detonantes susceptibles de provocar en nosotros un algo de peak experience. De modificar hasta cierto punto nuestro estado de conciencia para generar experiencias de inspiración y ruptura de los límites. Salvando las distancias, por supuesto. Pero cada trabajo suyo tiene un poco de eso, un atisbo de algo.
Asistimos, en cada una de sus obras, a retazos de imágenes, sucesos y sentimientos que conforman un todo caleidoscópico. “Todos esos flecos que deja sin atar, las cosas que no cuenta o que cuenta a medias”, traspasan el intelecto consciente para que sea en el subconsciente donde todo se encaje. Dejándonos con esa sensación extraña de entender sin entender. “Donde todo se va aprehendiendo tangencialmente con las sucesivas lecturas, suscitando sensaciones que se van agrandando con el paso del tiempo,” con esa luz que no aporta la simple razón.
Su peculiar estilo de dibujo. La musicalidad de sus secuenciaciones narrativas. Esos textos de apoyo bellísimos, hipnóticos y sugerentes. Los géneros, arquetipos y símbolos que emplea. Lo que cuenta. Todo se pone al servicio de una intuición que quiere transmitirse. De un algo que Durán siente y presiente y que se arriesga a compartir aún sin saber con certeza de qué se trata. Esperando que sus interlocutores sepan empatizar con él e, incluso, ayudarle a entenderse.

Durán/Variación sobre la portada original de Edicions de Ponent realizada por Álvaro PonsY, cómo no, Nuestro verdadero nombre, último relato suyo, publicado esta vez por Edicions de Ponent, también tiene un poco y un mucho de todo lo que hasta ahora hemos dicho.
Un poco porque, en esta ocasión, la narración es más lineal que otras veces y, aunque se desarrolla en dos tiempos, estos se entrecruzan mucho menos que en su anterior trabajo, Caballero de Espadas. La penetración de lo onírico y lo simbólico, que en otras historias suyas viene de la mano de los textos de apoyo y de ciertas secuencias, se acomoda aquí entre diálogos e imágenes y viñetas concretas. Lo que se explica es sencillo, casi anecdótico, si no fuese por la lectura que de todo ello hacen los personajes. Interpretación totalmente condicionada por lo que aconteció en el pasado. Como antaño, han varado en la playa de un pueblecito inglés un sinfín de calamares gigantes. Y, sus habitantes esperan que, como antaño, la venida de esos animales casi-mitológicos les traiga otra vez tesoros y riquezas.
Y un mucho, por lo esquivo y ambivalente de la cuestión que acomete. “En todo laberinto siempre hay un monstruo… y siempre hay un tesoro”, explica uno de los personajes tal como luego se reproduce en la contraportada. ¿Pero qué tiene eso que ver con Nuestro verdadero nombre? Dice Joan E. Jarque, en su traducción para Les fins derniers del teólogo alemán Romano Guardini, “El hombre moderno no puede vivir con normalidad si no está documentado por las administraciones diversas en las cuales está inscrito. Le cuesta, pues, pensarse como un ser en gestación. Sería interesante – tarea apasionante para un sociopsicología comparativa a través de la historia – averiguar hasta qué punto este hecho administrativo ha llegado a marcar la conciencia de la personalidad propia del individuo, identidad hoy inseparable del DNI. La identidad administrativa – foto carnet, nombres y apellidos, fecha y lugar de nacimiento y, sobretodo, el número millonario precisamente por su facilidad, a pesar de todo, y por su superficialidad, eclipsa el verdadero rostro, aquello que de verás es personal e intransferible.” En el libro de Durán, la narración se pone al servicio de esa realidad personal e intransferible, definiéndola como un todo complejo que gira alrededor de los dos polos del laberinto: lo valioso y lo aterrador.
No entraré en más detalles. A cada cual le pertenece el derecho de descubrir sus respuestas. Hundiéndose en los ojos apenados del Kraken, que así llamaban los antiguos a estos calamares de tamaño familiar. Enjuiciando las acciones del señor Powers. Poniéndose también, precisamente, en el lugar del mismo Powers para contemplar la evolución que sufre Angélica a lo largo de la trama… A cada cual le pertenece ese derecho, sabiendo que, como se dice en el libro, no encuentra nada quien nada necesita. Y esa busqueda la tendremos que hacer conscientes de que todo pasa dos veces, incluso más, puesto que el ayer se completa en el hoy y el hoy en el ayer. Puesto que en las cosas y en nosotros existe una balanza que tiende al equilibrio.

Durán/ de Ponent

Baste, para acabar, prestar atención al apellido de uno de los personajes, Matheson. Aunque todos los nombres de esta historia parecen tener un trasfondo, éste resulta especialmente relevante. Matheson, como Richard Matheson, autor de la celebre novela de género fantástico “Soy leyenda”. En ella asistimos a la titánica lucha del último hombre en un mundo de sanguinarios vampiros. Y al acabar, después de la profunda identificación que se ha producido entre nosotros y el protagonista, descubrimos que, para los vampiros, él es el monstruo.

Nota 1: Parte de esta reseña surgió en mitad de una conversación de Messenger con Rafa Tenorio, articulista en la web de Planeta. Algunas de sus frases me parecieron tan acertadas que decidí incorporarlas aquí con su consentimiento. Son las que van en negrita y cursiva. Gracias Rafa!

Nota 2: Tarde he descubierto, como para intervenir in situ, la polémica que el dibujo de Luis Durán ha suscitado entre dos blogs de marcado contraste: Con C de Arte (post uno, dos, tres) y Tu Harte me Harta (post uno, dos, tres) . Algo habría que decir, pero lo dejamos para mañana… o pasado.

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