En 1990, un John Byrne que había vuelto a Marvel por todo lo alto haciéndose con los destinos de, entre otras cosas, las colecciones de los Vengadores, asumía un nuevo reto: la primera colección de Namor en solitario en dos décadas. Los primeros 18 números de la colección forman parte del Marvel Limited Edition: Namor de John Byrne, reseñado por mi compañero Arturo hace tiempo ya. Byrne presentaba en aquellos cómics un nuevo entorno para el hombre submarino en el que se convertía en CEO de una empresa. Las historias se centraban en rivalidades empresariales con los hermanos Marrs, un nada disimulado mensaje ecologista y un tímido desarrollo de personajes a pesar de la gran cantidad de diálogos.
Superada la breve introducción del tomo, nos metemos en la parte principal de la reseña, en la que hay mucho que contar. El tomo se divide en tres segmentos claramente diferenciados. De los #19 a 25, Byrne continúa como autor completo de la colección. Los #26-33 se inician con Byrne a los guiones y el jovencísimo Jae Lee al dibujo y terminará con Bob Harras a los mandos de la parte escrita. Por último, del #34 al 40, Harras y Lee (con ayuda de otros autores que mencionaremos después) dan por finalizado el tomo y suponemos esta recopilación de la colección noventera de Namor.
Ya a partir de la última saga incluida en el primer tomo publicado por Panini y SD, nos empezábamos a dar cuenta de que John Byrne se estaba dedicando más a “arreglar” problemas de continuidad o retconear cosas que a él le apetecían; dejando de lado la creación y construcción de historias con peso y personalidad propias. Si en el final del tomo anterior, Byrne parecía necesitar explicar qué había pasado con el Super Skrull, al inicio de este el escritor británico-canadiense decide todavía hay muchas cosas que “arreglar”. Los dos primeros números del volumen están dedicados a explicar cómo la resucitada Lady Dorma no es sino un clon defectuoso. Peor aún, Byrne decide que Namorita, la prima de Namor que se estaba labrando una reputación con los Nuevos Guerreros, es también un clon, en este caso de Namora. Byrne insiste en que los híbridos como Namor y Namora son estériles y no pueden tener descendencia, algo que Marvel olvidará convenientemente en el futuro.
Si convertir a Namorita en un clon era algo que ningún lector reclamaba, la siguiente idea de Byrne sí que era algo que muchos fans pedían: resucitar a Danny Rand, Puño de Hierro. Sí, jóvenes no adictos a la continuidad marvelita, Danny Rand murió en Power Man & Iron Fist #125 de 1986 por obra y gracia de Christopher Priest (por aquel entonces todavía James C. Owsley) y Mark D. Bright. La muerte del héroe no tendría nada de heroísmo ni épica. Bobby Wright es un niño enfermo de cáncer pero capaz de transformarse en una especie de superhombre llamado Capitán Héroe. Danny entra en una especie de coma/meditación para intentar ralentizar la enfermedad de Bobby, quien retomando la consciencia como Capitán Héroe, intenta despertar a Danny a golpes acabando por provocar la muerte del Puño de Hierro. Una muerte, como decimos, poco memorable -e inédita en España-.
Necesitaríamos varias páginas para explicar la enrevesada trama de los Namor #21-25 pero, por resumir, el Doctor Extraño envía a Namor, Collen Wing y Misty Knight a K’un-Lun donde descubren que toda la población de la ciudad mística, incluido Randy, han sido encerrados en crisálidas por una raza de alienígenas vegetales llamados H’ylthri. ¿Cómo explicar la “muerte” de Randy? Byrne presenta un razonamiento rocambolesco, un plan del Maestro Khan aliado con los H’ylthri que retconea buena parte del último año de la colección de Priest y Bright con Puño de Hierro. Al parecer, durante un buen puñado de números de aquella colección, convivían nada menos que TRES impostores: Tyrone King era el Maestro Khan; el pequeño Bobby (Capitán Héroe) era, atención, el Super Skrull; y Puño de Hierro era en realidad un H’ylthri random. Tanto Priest como Roger Stern -recordemos que, en 1986, Stern intentó sin éxito hacer que Luke Cage se uniera a los Vengadores- habían pensado formas más digamos normales de resucitar a Danny pero sería Byrne quien impusiera su voluntad y su relato.
No hay nada demasiado heróico tampoco en la resolución de esta historia. Los héroes salvan a Randy, sí, pero dejan pudrirse en las crisálidas al resto de habitantes de K’un-Lun. Para compensar, imaginamos, a continuación Namor marchará a investigar un portal entre nuestra tierra y K’un-Lun, y se enfrentará al Maestro Khan y a un Lobezno controlado mentalmente (y mayormente desnudo). La etapa de John Byrne como autor completo en Namor finaliza con el Maestro Khan borrando la memoria del hijo vengador, permitiendo, a partir del #26 un soft reboot aprovechando la llegada del nuevo dibujante, Jae Lee.
El #26 supone un cambio de estatus total en la colección. Y no solo por la llegada del nuevo dibujante. La acción se sitúa 6 meses después del último número, con un Namor amnésico vagando por los EE.UU. La trama es tan insustancial que podría interpretarse como la dejadez de los últimos meses de Byrne en el título. El Namor amnésico lucha contra unos leñadores que parecen contar con tecnología alienígena o algo así porque vaya robots que utilizan para talar árboles; Namor lucha contra Namorita, Namor cae al océano y es rescatado por la princesa Fen (supuestamente muerta), Namor y Fen son a su vez “pescados” por un barco controlado por ¿el Doctor Muerte? El lector sabe que las cosas se están empezando a salir de madre cuando el plan de Muerte es hacerse con el control de la pesca mundial, el plan de Muerte menos Muerte que yo haya leído.
Esta última ¿saga? de Byrne en el título ni siquiera la finalizaría él mismo sino su sustituto, Bob Harras. El convertido en antagonista principal del Hombre Submarino, Maestro Khan, se hace pasar por Namor para descapitalizar la empresa del héroe. El gran enfrentamiento entre ambos será básicamente un intercambio de monólogos que terminará con Namor arrancándole la cabeza a Khan. Y así se da por finiquitada la estancia de Byrne en la serie.
Bob Harras será el escritor entre los #34 y 40, dando otro volantazo a la serie y apostando por el entorno submarino de Atlantis y por un tono más parecido al de la fantasía heroica. Harras recupera a personajes desaparecidos desde los años 70 como los Sin Rostro, el guerrero Seth o la alienígena acuática Tamara Rahn (y algún texto explicativo más sobre ellos no hubiera venido mal). Todo el tema de espada y brujería junto con lo de bucear en conceptos y personajes remotos de la continuidad Marvel son cosas que no pegan con la idea que tiene un aficionado moderno de Harras, especialmente los que leyeron su etapa en Los Vengadores, pero no se puede negar que el guionista conoce el material con el que trabaja. Los números de Harras son entretenidos pero pecan de sufrir los efectos de la alargada sombra de los dibujantes de la generación Image: rediseños radicales como el de Tiger Shark, armadura molona para Namor, sexualización flagrante (lo de Fen es de traca) y, en general, un tono que grita “molonismo” en casi cada página.
Hablamos de historias de aventura pura y dura, más asimilables a cómics de Conan el Bárbaro que a los de superhéroes. Tenemos el villano semi-sobrenatural (Suma-Ket, el señor de los muertos), dioses que intervienen en el mundo mortal (Neptuno), princesas queriendo recuperar el trono, etc. Cero subtramas -a partir del #34 se abandonan TODAS las que enlazaban con la etapa Byrne– y casi nulo desarrollo de personajes. Eso sí, al final Namor recuperará sus tobillos alados, lo que debía permitirle volver a volar.
Lo que más llama la atención que diferencia este segundo tomo con respecto al primero es el evidente y progresivo desinterés de Byrne en la serie que él mismo lanzó ni dos años antes. Él mismo se deshace de elementos fundamentales en el primer año de la serie sin ningún miramiento. El gran rival de Namor en el entorno empresarial, Desmond Marrs, se suicida delante del Castigador; el triángulo amoroso entre Namor, Carry Alexander y Phoebe Marrs se evapora de la noche a la mañana; todo el conflicto entre compañías es reducido al mínimo tras el salto 6 meses en el futuro. Lo peor es comprobar cómo las historias cada vez más son utilizadas como un medio para “arreglar” aspectos de la continuidad de Marvel, más que como fines en sí mismos (piezas de entretenimiento). Byrne falla estrepitosamente en el desarrollo de personajes pero, peor aún, a la hora de crear una galería de villanos para Namor. En cuanto al dibujo, también se percibe la desgana de Byrne con un uso recurrente de menos viñetas por página, muchos primeros planos y un abandono progresivo del trabajo en los fondos.
El sustituto de Byrne, Jae Lee, supone un cambio radical de estilo para la serie. Hay que ser conscientes, a la hora de juzgar su trabajo en Namor, que Lee tenía solo 19 años cuando aceptó el encargo. Su impronta es muy personal pero, claro, todavía un work-in-progress. Sus trabajos más conocidos antes de Namor habían sido en el Anual #16 de La Patrulla X y en un serial de la Bestia en Marvel Comics Presents. Hay un punto de gótico, incluso siniestro, en el trazo de Lee que no acaba de funcionar en un personaje como Namor. Lee es capaz de dibujar viñetas (sobre todo splash-pages) de gran fuerza pero, a la vez, demasiado estáticas; su storytelling es muy flojo y la narración se resiente por ello. En 1993 se anunció que Lee sería el dibujante de una nueva serie para el resucitado Iron Fist, serie que nunca llegó a ver la luz aunque no me cuesta imaginar que los #41-43 de Spiderman, publicados en ese mismo 1993 y dibujados por el mismo Lee, deberían haber sido la saga de inicio para aquella colección abortada.
Como detalle anecdótico, la edición de Panini y SD ha respetado el original americano e incluye como dibujante del #39 a Howard Rourke. Rourke, años después se supo por confesión vía redes sociales del implicado, era un sobrenombre que escondía la identidad de Bill Sienkiewicz, cuyo estilo intenta asemejarse más al de Lee que al suyo propio.
La primera mitad de los años 90 fueron un espejismo dentro de la industria del cómic. La realidad era que el mercado estaba saturado y la calidad de la mayoría de las series dejaba mucho que desear. Namor perdió más de la mitad de sus lectores desde el #19 al #40, de más de 200.000 a menos de 100.000. Byrne intentó, sin ganas, reflotar las ventas haciendo uso de trucos de marketing como incluir a Lobezno y el Castigador, añadiendo más acción y, en definitiva, dándole un giro oscuro (aunque solo fuera por el estilo a lo Mignola de Lee) a la serie. Marvel Limited Edition. Namor de John Byrne: Semilla de Maldad es un tomo con muchos altibajos, que sirve sobre todo para leer uno de los últimos momentos de (breve) esplendor de Byrne como autor y apreciar el inicio de la carrera de un joven Jae Lee que tendría que esperar unos años para entregar trabajos más logrados y maduros. La serie de Namor, sin Byrne ni Lee aguantaría casi dos años más en el mercado (a cargo de Glen Herdling y Geof Isherwood) pero no apostaría a que Panini y SD vayan a recuperar esos cómics.
Jaja ese Namor hipernovenchotisimo con armadura es de Sienkewicz camuflado??
Jae Lee
Mira que a mi me choco en su día «el plan de Muerte menos Muerte que yo haya leído», pero porque pense que por fin veia al tio dedicarse a sus asuntos de estado. Recordemos que su «plan de dominación de pesca mundial» viene motivado porque al ser Latveria una nación interior, las naciones con salida al mar le cobran tasas abusivas de atraque a su flota pesquera. Tal táctica usurera lógicamente provoca el hinchamiento de pelotas del buen monarca que preocupado por el precio del consumo de pescado del latveriano medio traza su plan de contrataque.
Aisss, que gran dirigente hemos perdido. Un seňor así si que nos llenaria a sus fieles vasallos de orgullo y satisfacción.
Por cierto me mola aún el Muerte de Jae Lee, daba miedo.
En fin, el canto de cisne de John Byrne.
Salaverga ese era Jae Lee
Igual ni tan mal el diseño de la armadura.
Hey y la nota al dibujo?
Jae Lee otro misterio de la vida.