Capitán Meteoro Cap. 15: El Museo de las Maravillas (Parte 2, de 2)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes

El Hombre de Cuarzo no es un héroe, desde luego… El Hombre de Cuarzo tiene poderes y trata de ayudar, pero sería muy sencillo hacerle caer en la tentación. No es un héroe… El diablo lo tendría fácil con él. No tendría más que ofrecerle aquella última Navidad de su niñez, rodeado de los suyos, cuando todavía podía sentir el calor de la chimenea acariciando su piel, para tenerlo a su servicio. Lo daría todo por regresar allí, al tiempo en el que su alma no era todavía un diamante duro, plagado de aristas…

Texto puesto en boca del propio Hombre de Cuarzo, en el especial de Navidad del Capitán Meteoro del año 1978, titulado “Recuerdos de Cristal”.

Y llegó el mes de diciembre… Y lo hizo, como cada año, cargado de buenas intenciones, de aromas caseros, de luces de colores, de bolas brillantes, de cálida nieve y de regalos… A un observador poco atento habría podido parecerle otro mes de diciembre más, otro mágicamente vulgar mes de diciembre, pero en realidad no lo era, ni por asomo… al menos para Balthasar Britt no debió serlo… No, para Balthasar Britt no lo fue.

He hablado algunas veces de este asunto con él en los últimos tiempos, de la soledad profundísima y la tristeza que la cercanía de las Navidades le provocaba. Me recuerda siempre que todo cambió para él aquel año, al mes y pico de haber conocido a Louie en el Museo de las Maravillas. Cuando me habla de aquella Navidad, no puedo hacer otra cosa más que sonreír, y me acuerdo de todos aquellos que dudaron de la verdadera naturaleza del Abejorro, los que lo llamaron delincuente y villano y mil cosas peores, sin saber realmente de lo que hablaban, sin haberse parado ni un momento a pensar por ellos mismos…

No se lo había dicho a nadie, era un niño tímido, pero desde que lo llevaron al orfanato, todo había cambiado para Balthasar. Es cierto que todos en aquel lugar se esmeraban para que tuvieran una feliz Nochebuena, para que el día de Navidad fuera especial cada vez. Me consta que recibían regalos y que la comida era siempre excepcional… Todo era cariño por aquellas fechas allí, y las monjas los trataban con un mimo y un esmero que quizás, madres auténticas no hubiesen demostrado… y, sin embargo, él habría arrancado para siempre aquellos días del calendario… los villancicos le dolían en el alma, los dulces le sabían amargos, le escocían las caricias y los buenos deseos… Las películas navideñas, que le mostraban un mundo familiar perfecto en su redondez, un mundo que siempre le sería ajeno, eran tragedias para Balthasar; no vio una que no le hiciera llorar amargamente, que no sembrara en su pecho una sensación de angustia y enfado que no le durara días… Hasta aquel año, ya digo.

Imaginaos la escena: un día antes de navidad, toda la ciudad nevada, torres de vapor manando por los huecos de las alcantarillas, gente corriendo de aquí para allá para ultimar sus compras, luces de colores sobre nuestras cabezas, escaparates llamativos colmados de renos y de duendes, árboles engalanados como princesas, hombres disfrazados, más de los habituales, vestidos de rojo y con barba postiza, haciendo sonar sus campanas sin parar… y al pequeño Balthasar, avanzando con dificultad en medio de aquel pandemonium de felicidad obligatoria, no entendiendo muy bien por qué el milagro que se obraba con la mayoría de las personas con las que se cruzaba, no se había obrado también con él… Imagináoslo llegando al museo, el único lugar en el que lograba ser casi totalmente feliz por un rato, saludando como cada tarde y colándose hasta la última sala del fondo. Imaginaos que fueseis él, y que vuestra única alegría consistiera en encontraros allí, cada miércoles, con vuestro amigo el Abejorro, el terrible ladrón que aparece en los periódicos y que acude semanalmente a su cita, disfrazado de persona normal, para trataros como a cualquier otro de sus colegas… Imaginaos que la Navidad, en vez de ser un tiempo, una fecha, fuera un lugar, y que ese lugar fuera, para vosotros, el Museo de las Maravillas…

La gran sala de exposiciones estaría desierta. Yo estaba fuera, no pude verlo, pero estoy seguro de que se dibujó un gesto de decepción en el rostro de Balthasar al verse solo, y puede que hasta pensara que Loie se había olvidado de él… De cualquier manera, aunque cabe pensar que tal idea pasara por la cabeza del pequeño de manera fugaz, finalmente venció su fe. Sé que lo esperó allí como cada tarde… Hizo bien.

No llevaba el chico en aquel lugar más de un cuarto de hora, cuando la función empezó. Primero le llegó un rumor poco habitual, al rumor le siguieron los gritos y casi inmediatamente después escuchó las explosiones. El suelo tembló, y el sonido claro de una batalla en el exterior se coló hasta lo más profundo del museo… Algunas vitrinas llegaron a reventar y unos segundos más tarde sonaron todas las alarmas. Algo gordo ocurría fuera… Al principio sintió miedo, pero luego, cuando sus oídos se acostumbraron al jaleo de la pelea, decidió que tenía que salir… No se trataba de un tiroteo normal, ni de un robo a un banco: sonaba a batalla campal entre superhombres, y eso no se lo podía perder… Temblando de emoción hizo girar su silla y se encaminó hacia la salida.

Antes de llegar al vestíbulo ya supo que no se había equivocado. Destellos de luz de mil colores entraban desde fuera iluminándolo todo, tiñendo por un momento la recepción de rojo o de azul o de verde, según quien fuera el que disparase. El estruendo terminó de dejarlo claro: era ruido de batalla. No había visto nunca una de verdad, pero supo sin lugar a dudas que la guerra debía sonar así… y además pudo ver hombres en el cielo, borrones que se movían a gran velocidad, dando órdenes, gritando, esquivando y atacando… Vio al Capitán Meteoro.

Con mucha cautela acercó la silla hasta la puerta. Sabía que había peligro, no era tonto, pero estaba dispuesto a arriesgarse para verlo todo de cerca, con sus propios ojos. Sin embargo avanzó poco. Apenas había empezado a empujar las ruedas, cuando un ruido violentísimo y muy cercano se sobrepuso al escándalo de fuera. Instintivamente giró la cara hacia su derecha y se protegió con los brazos. La cristalera que había junto al mostrador explotó en mil pedazos al ser atravesada por el cuerpo de un hombre, vestido de amarillo y negro, que pasó volando sobre su cabeza. Era el Abejorro, que descendía en línea recta, sin ningún control, directo hacia el suelo. Ícaro vencido por la luz del sol. Terminó cayendo justo al otro lado de la habitación, destrozando en su camino una mesita de roble y un par de lámparas, y yendo a aterrizar tras un sillón de orejas centenario, justo a los pies de una gran estantería. Algunos volúmenes se desplomaron sobre el cuerpo vencido de Louie, subrayando su derrota. Balthasar observó los dos primeros intentos de levantarse de su amigo, ambos vanos, sin encontrar palabras que decir… De nuevo, volvió a sentir miedo entonces…

-Louie –preguntó excitadísimo cuando por fin pudo articular palabra-, ¿Qué pasa Louie…? ¿Qué es lo que ocurre?

-Perdóname Ciclotrasto –dijo conmocionado el Abejorro antes de haberse puesto en pie-. No he podido llegar a tiempo, pero como ves ha sido por algo importante –parecía mareado, sangraba por la nariz y apenas tenía fuerzas para incorporarse-. Sabes que no habría faltado a nuestro encuentro de no ser por algo muy gordo…

-¿Qué pasa? –preguntó nuevamente el muchacho dirigiéndose, todo lo rápido que pudo, a ayudar a su amigo.

-Es un tipo nuevo… Tiene muy mala leche… creo que se hace llamar Némesis, va vestido con una armadura alada muy llamativa… No sé cómo lo ha hecho, pero varios de los héroes están de su lado. El propio Capitán Meteoro lo defiende como si le fuera la vida en ello –Louie hablaba con dificultad y se detenía cada dos o tres palabras. El dolor, que afloraba en su rostro a través de gestos evidentes, le impedía mantener un discurso mucho más fluido-. Es increíble, se presentó esta mañana en la base de la Guardia Solar y les dio una paliza de muerte… El Capi fue a detenerlo y salió de allí pegado a su espalda, como si fueran mellizos, obedeciendo sus órdenes ciegamente… He intentado hablar con él pero no me ha hecho ni caso. Némesis ha llamado al presidente, dice que debe arrodillarse a sus pies y rendirle pleitesía, y que, por cada hora que le haga esperar, borrará una ciudad del mapa… va a empezar por ésta…

-Anda, levanta –dijo el muchacho ofreciéndole la poca ayuda que alguien como él podía ofrecer a un metahumano de ciento treinta kilos-. Debe tratarse de algún controlador mental, un telépata…

-Sí, eso he pensado… pero nos está dando una buena paliza… Lo primero que ha hecho es dejar fuera de combate a nuestros tíos listos. Ha poseído al Cuentacuentos, al Maestro Juguetero, a Ultracórtex y al profesor Svintus… a todos los que tienen poderes mentales.

-Claro –observó sin lugar a dudas Balthasar-, con el poder combinado de las mentes más poderosas a su servicio, ha creado una red telepática con la que controla a los más potentes físicamente…

-Necesitamos ayuda, amigo –Louie, que es un maestro, cuando quiere, de las escenas dramáticas, agarró al chico de la pechera y con un gesto decidido le obligó a mirarlo directamente a los ojos-. Es el momento de los héroes, hijo… tienes que ayudarnos–. Y tras decir esta última frase se derrumbó a los pies de Balthasar…

El muchacho se sintió aterrado por un momento. Luego, la furia fue creciendo en su interior, lentamente, hasta convertirse en una fuerza irresistible que le animó a moverse, enterrando en lo más profundo de su alma el temor o la duda. Allí tirado, a su lado, se encontraba Louie Hansen, el Abejorro, su amigo… Podía estar muerto, puede que hubiera escuchado sus últimas palabras… El odio vino acompañado de lágrimas. Balthasar pensó en todos los que se habían dedicado a difamarlo, se acordó de los periodistas que lo llamaban ladrón, de los policías que lo persiguieron sin tregua, de los que lo señalaron con el dedo, los que se rieron de él. Le dolió que nadie hubiera llegado a entender realmente a aquel hombre, pero sobre todo, le dolió pensar que el asesino de su amigo pudiera salirse con la suya, que su sacrificio no valiera realmente para nada…

-Si alguna vez tienes problemas –recordó-, si ves que la cosa se pone fea de verdad y necesitas ayuda, hay dos o tres objetos aquí que podrían serte útiles. Te lo digo porque sé que no los usarás a la ligera. Mira, el casco del Amo funciona, podrías controlar con él a cualquiera, pero una persona con sentido común no lo usaría más de una vez o dos… También puedes usar mi primer levitador, es pequeño y fácil de manejar. Lo doné hace años, cuando desarrollé la segunda versión. Incluye un campo de fuerza.

Balthasar Britt empujó su silla de nuevo hasta la última sala del museo, las Sala de las Amenazas. Fuera seguía la batalla, seguían las explosiones y los gritos. El suelo, al estremecerse, advertía de la violencia de la confrontación, zarandeando al mundo que descansaba sobre él. Antes de llegar a su destino, el muchacho echó mano a su cartera para comprobar que lo que necesitaba seguía en su sitio. En realidad no habría hecho falta, estaba seguro de que así sería. Desde que se la hubiera regalado el Abejorro, no se había separado de aquella bolsa ni para ir al baño. Cinco cargas adhesivas pintadas con rayitas amarillas y negras en las que se encontraba la salvación del mundo, cinco cargas que representaban la confianza sin límites que su amigo había puesto en él… Fue directamente hacia la vitrina dedicada a los ingenios voladores; saludó de paso, con respeto reverencial, al arnés de Medbúho, y deseó que el cazador nocturno se encontrara junto a él para darle ánimo en aquellas circunstancias. Sin perder un momento colocó el pequeño insecto explosivo sobre el cristal reforzado. Estaba nervioso y le costó un poco al principio. Tras lograrlo por fin, escuchó un clic y supo que era el momento de alejarse… Un minuto después la bomba había hecho su trabajo. Detonando de manera no demasiado violenta, una esfera de energía fundió la vitrina y un hueco de casi un metro de diámetro se abrió en el vidrio, ofreciéndole en bandeja el contenido intacto: el primer arnés levitador del Abejorro, con sus dos alitas metálicas, su motor de ondas y sus cinchas, como nuevo, tal si ni siquiera lo hubieran estrenado… Se lo colocó con cuidado, ajustando bien las correas de la cintura, cerrando las hebillas de las muñequeras y, siguiendo las indicaciones de su amigo, apretó el botón del pecho… y voló. De repente dejó de ser un inválido, dejó de pesar… lentamente su cuerpo se elevó unos metros, y la silla quedó a sus pies, como un recuerdo de una vida pasada a la que nunca debería regresar. El aparato le pareció inestable al principio, pero sólo durante uno o dos minutos. Luego comprendió que no existiría nunca un ingenio con el que moverse por el espacio fuera algo tan fácil. Notaba un ligero zumbido a la altura de los omóplatos que no le llegó nunca a parecer demasiado molesto, y al verse reflejado en un espejo, se dio cuenta de que la vibración era el resultado del rápido movimiento de las alitas metálicas que ahora nacían de sus hombros. Dobló ligeramente la espalda hacia su derecha y todo su cuerpo de desplazó hacia ese lado… después probó con la izquierda y le fue igual de fácil. Avanzar, retroceder, subir… movimientos muy sencillos comparados con la penosa tarea de arrastrase por el mundo pegado a una silla de ruedas…

No le costó nada llegar hasta el lugar en el que se guardaba el casco de control mental del Amo. Repitió el procedimiento, otra abejita explosiva le permitió hacerse con él y ponérselo en la cabeza… le estaba un poco grande, pero de nuevo una correa bien ajustada solucionó el problema. También aprovechó y cogió de allí una cápsula regeneradora y una pistola de rayos que esperaba no tener que usar.

Su plan era sencillo, volaría sin hacer mucho ruido hasta un lugar desde el que pudiera ver al villano y encendería el casco. Intentaría controlarlo durante un par de segundos, todo el tiempo que pudiera… Sabía que, en el momento en el que los demás héroes se vieran libres del dominio de Némesis, actuarían con celeridad atacándole… esperaba que fuera suficiente, esperaba estar a la altura.

Antes de salir se detuvo un momento junto al cuerpo de su amigo. Gastó la ampolla regeneradora con él. Descendió hasta el suelo, le abrió la boca y vertió el contenido del pequeño vial en su garganta… Tras comprobar que seguía vivo y asegurarse de que había tragado, ascendió un par de metros y se dirigió raudo al exterior.

La escena que se encontró al salir lo dejó paralizado por un momento. Era todo cuanto había podido soñar, una épica batalla de superhombres sobre su cabeza, en la que el fuego y el hielo, el viento y la tierra, el músculo y la mente, la velocidad y la fuerza, la técnica y la magia, el hierro y la carne viva, se enfrentaban en un sinfín de duelos sin parangón. Todos los héroes de la ciudad se habían reunido para combatir precisamente allí, en la Plaza de las Maravillas. Desde el suelo, agarrados a las paredes, en vuelo rasante o colgados de las nubes, usaban sus poderes sobrehumanos para imponerse sobre los contrincantes, unos a la defensa del bien, del orden y de la vida, y otros movidos por el odio, el egoísmo y el caos. En un principio le sorprendió ver a campeones que antes habían sido amigos, más que eso, hermanos, peleándose con tal rabia, e inmediatamente después recordó las palabras del Abejorro y todo cobró sentido…

Yo volaba sobre las azoteas, por esa zona los edificios son más bajos, de manera que, desde allí me era posible ver la plaza entera, todas y cada una de las pequeñas batallas particulares en las que se dividía nuestra guerra. Nada más verlo salir a la calle me fijé en él, en cómo nos miraba, en cómo iba con la vista de uno a otro, observando las evoluciones erráticas de la Exclamación, atento a los golpes mortales de Dragón Sombra, a los saltos de Mike Rata, y rogué a Dios para que se hubiera acordado de activar el campo de fuerza protector de Louie. Luego, un golpe brusco me alejó del mundo de las ideas y me recordó que debía seguir con mi lucha. Desde el suelo, Mekániko me saludó lanzándome un coche, y recordé que, en ese momento, yo era un esclavo más del malvado Némesis y volví a la carga. Un rayo de energía carmesí brotó casi instintivamente de mis manos desviando la trayectoria del proyectil. El vehículo, convertido en un amasijo informe de hierro fundido, cayó a mi derecha sobre unos árboles, arrancándolos de cuajo con gran estruendo, arañando el suelo, y dibujando sobre el césped una cicatriz de tierra desnuda. El Cazador Escarlata reaccionó con una velocidad felina, y esquivó el envío por los pelos. Me señaló con el dedo, asegurándome con un gesto que se tomaría justa venganza por aquel movimiento mío tan feo. Desde mi posición, elevado sobre el combate, a casi cincuenta metros del suelo, situado justo al lado de mi amo y señor, observé cómo Cornelius Wild corría a colocarse junto al muchacho y me sentí mucho mas tranquilo. Conan seguía en el bando de los buenos, donde estuvo siempre y de donde, ni siquiera un villano como Némesis, pudo moverlo.

-Tienes que salir de aquí chaval –le gritó Wild agarrándolo de la manga de la chaqueta-. Esto se está poniendo feo. El Capitán Meteoro está con ellos y por si eso no fuera suficiente, media Guardia del Sol también…

-Pero –Balthasar admiraba a Wild desde hacía años, durante mucho tiempo fue su favorito, y le halagó que se preocupara por su seguridad, pero no estaba dispuesto a que lo sacaran de allí… ni siquiera él. Tenía que intentarlo… Por el Abejorro, por su amigo Louie.

-Nada de “peros”, hijo, esto va en serio… No creo que pueda protegerte por mucho tiempo –una explosión de energía hizo volar por los aires una de las estatuas que flanqueaban la escalinata. El héroe de piedra explotó en mil pedazos y los cascotes llegaron hasta ellos. Por suerte, el escudo de energía funcionó perfectamente y los escombros cayeron frente al muchacho, detenidos bruscamente por un muro invisible. Conan tuvo que esquivarlos…

-No necesito que me proteja, señor Wild –dijo el muchacho zafándose de la presa de Conan y lanzándose hacia el cielo-. He venido aquí a protegerlos yo a ustedes –le pareció increíble lo que acababa de decir, lo que le acababa de contestar al mismísimo Conan Wild, pero no tuvo tiempo entonces de recapacitar sobre sus palabras. Tenía miedo. A pesar de lo que decía, a pesar de lo que estaba a punto de hacer, estaba aterrado. Se movía casi por instinto, como si no hubiera otra manera de actuar más que aquella. Miles de estímulos llegaban a su cerebro advirtiéndole de que debía proceder rápido o correría un gran peligro. Aquellos hombres curtidos estaban muy asustados, no sería por nada… Sabía que si no tenía cuidado y una dosis enorme de buena suerte terminaría muerto sobre la acera, y por eso se decidió a moverse lo más rápidamente que pudo. Fijó su mirada en el cielo, sobre el hombre alado que se encontraba al lado del Capitán Meteoro, y rogó por que el alcance del casco fuera suficiente.

-Ése es el casco del Amo, ¿verdad? –le preguntó el Halcón de Hierro colocándose a su altura-. Buena idea chico… Avanza un poco más, desde aquí la potencia de las ondas mentales podría no ser suficiente… Yo te cubro, ponte a mi espalda.

Inmediatamente las toberas de los motores dorsales del Halcón se abrieron, escupiendo fuego azul, y el héroe comenzó a progresar hacia sus enemigos en línea recta, sin parar de disparar al frente, a uno y otro lado, con todo lo que tenía. Sus alas se configuraron para el combate, parcialmente plegadas hacia atrás, y un rugido violentísimo, el rugido de un motor a toda potencia, advirtió de que se disponía a atacar. Como pudo, Balthasar se colocó a su estela y lo siguió, avanzando tras él, medio oculto por el humo que iba dejando a su paso. En ese momento, justo al empezar el vuelo, el muchacho pudo ver, por fin, aquello que más había temido ver desde que entrara en el combate: me vio a mí, yendo hacia ellos directamente, cargando con toda la fuerza del universo hacia su posición.

-Es el Capitán Meteoro –gritó-. Viene a por nosotros. ¡Estamos perdidos…!

-No desesperes chaval –contestó el Halcón volviendo la cabeza-. Lo entretendré un momento… Mientras, tú haz tu trabajo… Si consigues anular los poderes de Némesis durante un minuto, habremos…

No le dio tiempo a terminar la frase. Recuerdo cómo lo agarré de un ala y cómo, sin el menor esfuerzo, lo lancé hacia abajo. Apenas consiguió variar la trayectoria un par de metros antes de dar con sus huesos en el suelo. Forzando las turbinas de su espalda al máximo, se detuvo sobre las cabezas de los que peleaban en tierra, enredándolos en una nube de humo gris. Una vez repuesto, miró a su derecha y comprobó que le sería casi imposible mantener el vuelo con el ala tan destrozada. Pudo ver las marcas de mis dedos dibujadas en el metal, y bajo ellas, chispas que afloraban del interior del mecanismo volador, arruinado por mi acción, amenazando con convertirse en llamas a la menor oportunidad… No le quedaba más opción: intentó un último ataque desesperado. Apuntando en mi dirección, concentró todo el poder de sus rayos de pulsos en mi persona… Hizo un buen disparo, utilizó una honda ancha, y aunque traté de esquivarla, terminó alcanzándome… El impacto me alejó de Balthasar Britt lo suficiente… El muchacho, que ya se protegía con el brazo dispuesto a recibir mi carga mortal, reaccionó rápidamente al verme caer y accionó el dispositivo del casco, el mecanismo de sumisión mental del Amo, dirigiendo toda su atención hacia el cerebro del pérfido Némesis.

No notó nada, si le hubieran preguntado habría dicho que el aparato no había funcionado y, sin embargo, algo cambió… Hizo toda la fuerza que pudo, entornó los ojos y apretó los dientes deseando que su voluntad fuera más fuerte que la del adversario, deseando que ocurriera un milagro que hiciera que él, un niño, fuera capaz de imponerse al poder mental del monstruo que había conseguido doblegar a los más poderosos héroes del mundo. Lo consiguió. De repente, la sensatez pareció regresar al bando de las marionetas. El primero en mostrarse cuerdo fui yo, y a mi señal, los héroes de uno y otro bando cesaron el combate. Se detuvieron en seco, como si de golpe alguien hubiera invocado un contrahechizo y el conjuro que pesara sobre los campeones de la ciudad se hubiera esfumado.

-Gracias muchacho –le dije, y a la velocidad del rayo me lancé sobre Némesis.

Así acabó la batalla. El villano no era rival para mí en combate cuerpo a cuerpo y lo despaché con un par de golpes. Fue rebotando de mí al Halcón, del Halcón de Hierro a la Guardiana Lunar, de la Guardiana a la Exclamación, y de él al suelo… Allí Conan Wild, el Hombre de Cuarzo, el Íncubo y los demás, terminaron el trabajo. Némesis quedó tendido sobre la acera, sin sentido, con las manos atadas a la espalda y un nulificador pegado a la frente, por si se le ocurría despertar y le asaltaban malas tentaciones.

Después, todos los héroes se volvieron hacia Balthasar, sonriendo, aplaudiendo, haciéndole saber que había hecho un buen trabajo. Él apenas podía creerlo. Se vio rodeado de leyendas, vitoreado por la gente que no tardó en acudir en masa a la plaza, alentado por los agentes de policía y los bomberos, y le pareció estar viviendo en un sueño… La satisfacción fue total al ver aparecer por la puerta del museo al Abejorro. Salió caminando con dificultad, renqueando, y lo saludó desde el suelo orgulloso… Mientras Balthasar Britt se convertía en otra maravilla más, la cápsula regeneradora había hecho su trabajo a la perfección.

-Buen trabajo, Ciclotrasto.

Una maravilla más: el chico volador, el chaval que había vencido a Némesis, salvando la ciudad…

Nos dedicamos durante gran parte de la tarde a limpiar la plaza de escombros, a reparar, en la medida de lo posible, el daño causado. Los que eran capaces de controlar las plantas hicieron brotar nuevos árboles donde habían sido arrancados otros, los que sólo teníamos fuerza bruta para aportar a la reconstrucción, nos dedicamos a mover rocas, a recolocar estatuas y a hacer montones con los hierros que antes habían sido vehículos, bancos, buzones o contenedores de basura. Los que tenían mejor fama, como Cornelius, se encargaron de tomar nota de los nombres de los damnificados, mientras los telépatas, los de verdad, tranquilizaban a la gente. Los voladores ayudaron a recolocar antenas, a reponer el cableado telefónico, y los que tenían conocimientos de electrónica o de ingeniería o de cualquier otra cosa, pusieron también su grano de arena, echando una mano aquí y allá. Luego, cuando todo estuvo más o menos adecentado, cuando el espíritu de la Navidad, con su paz y su tranquilidad regresó de nuevo a la plaza, más calmados, nos reunimos, como habíamos convenido, en el cuartel de la Guardia del Sol…

-Muchas gracias chicos –dijo Louie hablando desde lo alto de una escalinata que le servía de púlpito. La Tierra, a su espalda, aparecía dibujada al fondo, observando atenta la increíble escena-. Lo habéis hecho muy bien… más que bien. Y aunque sé que lo de hoy no se puede pagar con dinero, quiero que aceptéis esto como pago –el Abejorro dejó de hablar y bajó la mirada avergonzado. Nadie allí se atrevió a despegar el pico-. Bueno, quizás pago no sea la palabra adecuada… Es, más bien, un regalo que me gustaría intercambiar con vosotros, con la ciudad, para agradeceros el que me habéis hecho a mí hoy. Es un número, un número de una cuenta en suiza. Contiene pasta suficiente para dejar la plaza como nueva y os sobrará bastante para hacer un par de hospitales, dos o tres colegios o unas canchas de baloncesto y algún asilo… no sé, lo que se os ocurra.

-Mirad quien llega por ahí –dije señalando al fondo de la estancia-. Si es el malvado Némesis…

-Eres un bestia Meteoro –dijo el villano quitándose el casco-. Y vosotros tampoco os habéis quedado cortos… Algunos golpes los he notado de verdad…

-Anda, Jonás, no seas quejica, que no ha sido para tanto –refunfuño Conan…

-¿Qué no ha sido para tanto? Tengo el culo morado – el rostro serio y arrugado del villano fue lentamente cambiando hasta convertirse en el de un muchacho pelirrojo de pelo anillado-. La próxima vez que toque hacer la función, el papel de malo malísimo lo vas a interpretar tú. ¿Qué te parece Wild? Y yo te pateo el trasero…

-Lo siento hijo, pero en mi tarjeta dice Cornelius Wild filántropo, como mucho puede que ponga aventurero, pero, desde luego, no dice Cornelius Wild polimorfo tonto, ni Cornelius Wild transformista loco…

Todos los superhéroes de la ciudad nos echamos a reír… y luego brindamos por Balthasar Britt.

Dos cosas mas quedan por contar de esta historia. La primera, el pequeño Balthasar jamás regresó al hospicio. Recomendado por Louie, por mí y por otros veintitantos padrinos, el muchacho obtuvo una plaza en la escuela del doctor Kosgüorz, un centro para niños especiales, una especie de internado, en el que él era el único alumno sin superpoderes… y en el que no tardó nada en ganarse una justa reputación de héroe. Fue elegido delegado de clase nada más llegar… Celebró la navidad de aquel año allí.

-¿Qué nombre en clave te vas a poner? –le preguntó un muchacho muy delgado de piel verde nada más verlo llegar. Ambos esperaban al final de una larga cola.

-¿Es para siempre?

-No, hombre, me imagino que te lo podrás cambiar cuando te hagas mayor si no te gusta. Es sólo para el tiempo que pases en la escuela. Aquí todo el mundo tiene uno. Los profesores dicen que es mejor usarlos porque eso nos hace iguales, es como usar un uniforme… hay que elegirlo antes de entrar.

-Ah, bueno, pues entonces ya lo tengo…

-Yo soy el Chico Esmeralda –dijo orgulloso el muchacho ofreciéndole la mano-. ¿No me pegarás, verdad?

-No, no te pegaré…

-Bueno, ¿Y tu nombre…? ¿Cuál es?

-Yo soy Ciclotrasto…

A partir de aquel año, los villancicos ya no volvieron a dolerle en el alma, los dulces dejaron de saberle amargos, y ya, nunca jamás, le escocieron las caricias o los buenos deseos…

Una segunda cosa: muchos años después de aquel día de Navidad, llegó a la Tierra Ker Dayack, el guardián de la oscuridad. Llegó moribundo, muy cansado tras tantos años de lucha, deseoso de entregar su pesada carga a otro ser… deseando librarse, por fin de la tediosa tarea que le había sido encomendada hacía tanto tiempo. Ker Dayack buscaba a uno entre miles de millones, un ser digno de custodiar la Llave del Fin, el instrumento que fundiéndose con su cuerpo, le había proporcionado un poder casi infinito… No le fue fácil. La llave, más antigua casi el propio universo, podía ser utilizada para el bien, pero también podía dar entrada, a nuestra realidad, del peor mal… por eso, Ker buscó tanto…. Por eso se esmeró hasta encontrar al más justo de los nacidos, al campeón de la vida y de la justicia…

De entre todos los hombres, de entre todos los seres del universo, Ker Dayack, eligió a Balthasar Britt…

Ocurrió una tarde de verano. Aquel día visité a Louie Hansen, el Abejorro, en un hospital en el que se recuperaba de su tercer infarto. Los dos habíamos envejecido mucho, el Capitán Meteoro, no. Vimos la llegada de Ker Dayack, el Guardián, por la tele y nos asombramos, como casi todos, por que hubiera elegido a un hombre para sustituirle…

-¿Cómo lo supiste? –le pregunté.

-¿Cómo supe, qué?

-¿Cómo supiste que aquel muchacho era un héroe? ¿Cómo te diste cuenta…?

-Pues verás, yo iba al museo casi todas las semanas a coger algo… ya sabes –me sonrió-, y él estaba siempre allí, mirando embobado las vitrinas. Me llamó la atención y pregunté. No me costó mucho averiguarlo… enterarme de que era un héroe…

-Anda, venga, no te hagas el misterioso Louie. Cuenta…

-Es una historia sencilla, una de esas que se repiten a diario cientos de veces. Balthasar Britt era hijo de Joe Britt y de Angélica Ford, Angélica Britt tras casarse. Vivian en la calle Le Guin, en el trece. De los dos, sólo la mujer era buena. El padre era un hijo de puta enfermo que no entendía el mundo que le rodeaba y que pagaba su rabia y su ignorancia con su mujer y su hijo. Era un vicioso, un gandul y un putero que apenas ganaba dinero para mantenerlos… Les daba unas palizas de muerte. Una noche, llegó contento, y decidió celebrar una fiesta con su familia: empezó la disputa como siempre, y poco a poco, la cosa se le fue yendo de madre. Al final, cuando la pobre mujer dijo que se iba, que ya no aguantaba más, el malnacido cogió un bate de béisbol y la emprendió a palos con ella. Balthasar tenía sólo nueve años, pero le hizo cara, se puso en medio para evitarle la paliza a su madre… La recibió él. El bastardo no paró de golpearlo hasta que lo creyó muerto, y luego terminó con ella y se tiró por la ventana. El crío se salvó por los pelos, ya ves cómo quedó, no volvió a caminar y se estuvo meando encima hasta los doce años… Ella murió.

-Eres único Louie –dije orgulloso…

-Sí –pensó en voz alta el Abejorro sin apartar la vista de la pantalla-. Balthasar Britt ya era un héroe entonces, sólo hacía falta que alguien se lo recordara…

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mag_jonas
mag_jonas
17 diciembre, 2008 9:35

Quiero un una miniatura articulada del «Abejorro»!!! (Con más de 32 posiciones distintas… al menos)

Gracias por este final!!!

Nos vemos en el Segundo Volumen…

Excelsior!!!

José Torralba
17 diciembre, 2008 10:11

Una conclusión excelente para el primer volumen con una historia preciosa y sensible, pero no sensiblera. Y genial ese epílogo… cierra sin cerrar (gracias también en parte a la magnífica ilustración de Vicente), dejando abierta la puerta para más historias pero habiéndonos revelado el final de Meteoro. Magnífico como siempre José Antonio.

Némesis
Némesis
17 diciembre, 2008 10:20

Sólo puedo empezar diciendo lo siguiente: Mil gracias Fideu!!! Gracias por habernos regalado tus fantásticas historias del Capitán Meteoro y su mundo, y gracias por haberme inmortalizado como un ¿villano/héroe? que ayuda a un joven soñador a encontrar la felicidad propia de estas fechas.

La historia supone un colofón espectacular a un proyecto que nos ha tenido pegados al ordenador cada miércoles por la mañana. Podéis sentiros orgullosos.

Esta preciosa historia navideña pone un punto y aparte para la mitología que se ha construido sobre el personaje. Espero que tenga continuación más pronto que tarde. Porque quince entregas saben a poco, a muy poco. Necesitamos más.

Ailegor
Ailegor
17 diciembre, 2008 18:53

Esta desde luego es mi historia favorita. Me he llegado a emocionar. Cuando estaba terminando de leerla, cuando el Abejorro le dice a Meteoro por qué sabe que Balthasar es un héroe, casi lloro. Me ha gustado una barbaridad. ¿A qué niñ@ con algún problema familiar, de salud, … no le gustaría sentirse protagonista por un día? A mí sí y ya no soy una niña. Bueno, espero que Fideu nos siga regalando relatos como éstos muy pronto, sobre todo si sale la princesa Ailegor claro.
Feliz Navidad y próspero año 2009 para todos!!!

Fideu
Fideu
17 diciembre, 2008 19:58

Un nuevo cambio de registro en las historias. Me pedía el cuerpo una en plan navideño, en plan «qué bello es vivir», y ahí está… Espero que os haya gustado también, aún siendo tan diferente a las demás… En realiadad, como dice José, se trata de una mera excusa para hablar de aquellos temas que me interesan y, de paso, para darme un paseo por las nubes junto a mis héroes favoritos…
Nos vemos pronto… y a ver si conseguimos también lo de las figuras articuladas. Me gusta la idea. Yo quiero una de Conan Wild con todos sus complementos… Incluido el coche: La Maravilla wild…

kosgüorz
kosgüorz
18 diciembre, 2008 13:02

Una preciosa historia que conecta con la heroicidad o la honestidad más cotidiana. Me ha encantado.
Os deseo un feliz año. Saludos,

Jorgenexo
Jorgenexo
18 diciembre, 2008 14:29

¿George Nexus, el Doctor Nexo? Cojonudo, me siento como Saramago leyendo Limpieza de Sangre (¿o era El Oro del Rey?). Hacía tres semanas que por A o por B no había podido leer las historias, pero al final he podido disfrutar de las historias de Meteoro y compañía. La pena es que habrá que esperar un tiempo para volver a leelas, pero aquí nos tendrás a muchos esperándote, al pie del cañón: aún no conocemos de forma detallada los orígenes del Capitán Meteoro, Conan Wild y cia.

Jorgenexo
Jorgenexo
18 diciembre, 2008 14:54

Y por ser fiel a anteriores intervenciones, Fideu, se escribe «rayitas», no «rallitas».

Fideu
Fideu
18 diciembre, 2008 17:59

Tomo nota Doctor Nexo y procedo a la corrección… Al final voy a tener que pagarte como corrector oficial… mil gracias. Espero que sigas ahí a la vuelta del Capitán, ayudándome con la ortografía…

potajacion
potajacion
30 diciembre, 2008 21:05

Maravilloso colofón para esta primera entrega de las aventuras del Capitán. Otro relato emocionante que nos gustaría ver publicado físicamente. ¡Qué cantidad de spin-offs fabulosos nos pueden deparar todas estas aventuras! Gracias Jose Antonio, y no tardes mucho en preparar el segundo volumen. ¡Felices Fiestas!

Cortes.
Cortes.
5 enero, 2009 3:09

Puffffff!!!!!!!!!!!! emocionante cuando el abejorro dice que siempre ha sido un heroe el niño…. puffff magnifico, super bonito, esa frase da fuerzas a todo el mundo pk en parte todos somos capaces de cualquier cosa lo que pasa nos lo tiene que recordar…

marginifcoooo….. y que guay…. por una vez en mi vida tengo un poderrrrr mental jajajajajajja…. pero anda que mi nombre te lo has currado poco, pero creo que es el mejor superheore de todos jajajajjajajjaja… es broma….

bueno espero que regreses pronto, que sigas escribiendo esas frases que hace que nos den un subidon de energia y que volvamos a ser protagonistas y recordarnos de que somos heroes…..

que guayyy que guayyy que guayyyy!!!!!!!!!!!!!!!…..

aunk ya te comentare, cuando logre conocerte, las teorias que he sacado de este relato…. byeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…..

Goku_Junior
26 enero, 2009 13:00

Expectacular y emotivo final para esta primera temporada de las aventuras del Capitán Meteoro.

Cuando el abejorro cuenta la historia del niño me he emocionado…al final el pobre chaval si tubo su feliz navidad :).

Espero que no se haga mucho de rogar la segunda temporada ;).

Fideu
Fideu
2 febrero, 2009 21:24

Hola Goku:
Muchas gracias por tus palabras y tu comentario. Tú, como lector fiel, también te mereces aparecer como personaje en esta historia, pero lo de Goku es difícil de usar ya que tengo entendido que hay un personaje de manga que se llama de manera parecida… Es asi, ¿no?Trataré de buscar una fórmula en nuevos capítulos…
Ya estoy con el volumen dos…