Concurso Criminal: Nínive, por Pedro Antonio Aragonés

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Cuando escuché su nombre, arrastrado amargamente por el viento, mi mente perdió por momentos la sensación de ser quien fui. Nínive. Su mera pronunciación podía templar la noche más fría. Su presencia disipaba el humo y el olor a alcantarilla. Nínive. Cómo olvidar aquella noche…

Me asfixiaba al volante de mi viejo Ford amarillo, arrastrado por las luces rojas de un barrio muerto en vida. A ambos lados de la carretera se agolpaban jóvenes imberbes, vendiéndose a cambio de placeres vacíos. Ancianos tullidos de lata en mano pregonaban a viva voz su gloriosa victoria en territorio amarillo. La luna rediviva engrandecía siluetas felinas sobre techos de cartón. Los restos de lluvia brillaban sobre el empedrado, aportando alegría falaz al panorama. Y entonces lo escuché:

• ¡NÍNIVE! ¡VUELVE AQUÍ, MALDITA ZORRA!

Frené en seco el taxi y me asomé rápidamente por la ventanilla con una mano en el tirador. Ella salía apresuradamente de una limusina blanca, con los tacones en la mano, llorando rímel y carmín. El tiempo se paró a mirar.

Se dirigía, de modo titubeante, hacia lo que parecía una pensión de mala muerte. Stella’s. Tras ella, un espagueti de manual, con su Armani, sus tirantes y sombrero a juego, le dedicaba aquellos piropos, al tiempo que intentaba agarrarla del brazo.

• ¡Nínive! ¡No puedes hacerme esto! Nínive, nena, vuelve al coche con el señor Danescu… ¡QUE VUELVAS AL COCHE, JODER!

En ese momento, el tipo consiguió rodear su cintura. Mi corazón se aceleró. Acto seguido, le propinó un bofetón que silenció hasta el murmullo más ligero. Ya no había gatos desafiando a la luna. Ya no tintineaban las latas de los veteranos. Mi corazón se detuvo.

De manera inconsciente abrí la puerta del coche… pero no tuve el valor de salir. Y, ¿sabe una cosa? En ese momento me sentí un componente más de aquel barrio muerto en vida. Muerto en vida, porque me miró. Y no fui hombre suficiente para evitarlo. Cerré la puerta y arranqué a toda prisa, para no ver cómo ese malnacido la llevaba de vuelta a la limusina.

Pero no fue tan fácil, ¿sabe? No fui capaz de pensar en otra cosa aquella noche. Pensaba en la cara de ese bastardo, y en la mía avergonzada. En el brillo macabro del suelo, y en su mirada apagada.

Llegué a casa y, como un zombi, colgué el abrigo, encendí la radio y fui a enterrarme en ginebra y escay. Spanish flea sonaba en la emisora. Era como si Dios o el Diablo quisieran burlarse de mí añadiendo una sarcástica banda sonora a mi vida. Las cucarachas, en cambio, me dieron una tregua.

Cerraba los ojos y veía los suyos. Los abría y me encontraba impotente en mi taxi. Me cubrí con dos mantas, pero aún así tenía frio. La verdad, yo… no sabía muy bien qué hacer. Hasta que, al amanecer, mis fantasmas se encerraron en el armario junto al resto de botellas Blue Riband y mis vinilos de Willie Dixon. Decidí que todavía tenía una oportunidad de redimirme, o al menos creí creérmelo. La situación no podía seguir así, sobre todo para ella. Me levanté del sofá, agarré el abrigo, y me fui a ver a Sal.

Sal era un buen tipo. Vivía con su madre. ¿Qué tipo que viva con su madre pasados los cuarenta puede ser malo? Sin embargo, precisamente por ser legal, tenía muchos contactos. Siempre estaba haciendo favores. Y esta vez me iba a hacer uno a mí. Al fin y al cabo me los debía, pues más de una vez hice de chófer para algunos de esos contactos, y sin hacer ni una puta pregunta.

• ¡¿Qué has dicho que quieres?!

No pareció entender que un tío como yo, que hacía tiempo que no se metía en problemas, pudiera querer, de la noche a la mañana y sin motivo aparente, un revólver del .38 sin registrar.

• ¿Pero para qué lo quieres? Si tienes algún problema, o le quieres ajustar las cuentas a alguien dímelo. Veré lo que puedo hacer. Pero si no sueltas prenda… lo siento, pero no quiero que me salpique tu mierda.

Me despedí de él “cordialmente” y me largué. ¿Qué iba a hacer, explicarle que iba a rastrear por toda la ciudad al ser más bello que jamás había visto? De todos modos, no tenía previsto cargarme a nadie, simplemente quería sentirme seguro. Nunca se sabe. De todos modos, pensé que a mi primera parada no necesitaba presentarme armado. Iría a hacerle una visita a Stella.

A simple vista parecía que el tiempo no había pasado para ellos. Allí seguían los chaperos, los viejos tullidos, la luna, los gatos. Solo un observador atento podía notar la diferencia. Todo estaba mucho más triste. O igual simplemente era mi imaginación, pero desde luego ese día no había llovido.

Para su edad, era una mujer guapa. De joven, desde luego, debía haberlo sido. Y aún a día de hoy podría haber encandilado alguna que otra joven alma. Stella pasaba de largo el medio siglo, al igual que el antro que regentaba.

Estaba sentada al otro lado de un mostrador carcomido de roble. La iluminación resultaba harto escasa, aunque parecía un efecto deseado.

Se limaba las uñas con fruición, pero al notar mi presencia me dirigió una sonrisa:

• ¿Qué desea, caballero? –me dijo mientras se ajustaba el sostén descaradamente.
• Hola, buenas noches. Estaba buscando a una chica que, creo, se hospeda aquí. Su nombre es Nínive.
• Aquí no hay registrada ninguna Nínive –frunció el ceño, aunque se le podía intuir una suerte de amago de sonrisa-. Pero claro, ya se sabe… estas fulanas cambian de nombre más que de bragas. Aunque eso tampoco es muy difícil, ¿eh? ¡JAAAJAJAJAA!

Su amago se tornó risotada. Risotada que, de manera premeditada, hacía botar su busto prominente. No me fue muy difícil atar los cabos suficientes para ver cuáles eran los servicios que aquella pensión proporcionaba, y decidí al instante que Nínive, mi Nínive, no podía hospedarse allí.

Apesadumbrado, me di la vuelta y emprendí el regreso a la realidad, tras habérseme esfumado un sueño:

• Gracias de todos modos. Me he debido confundir.

Desde detrás del mostrador volvió a sonar su voz:

• ¿Amas a esa chica, verdad? –su rostro se volvió rígido y blanquecino, como el mármol de un panteón olvidado.

Frené en seco, y sin duda alguna contesté al girar:

• Por encima de cualquier otra cosa en el mundo.

Me dijo que su nombre auténtico era Julia, y que era propiedad del Calabrés, un tipo peligroso. No era italiano, pero le pusieron ese mote porque su manera de actuar recordaba a la Camorra. También me dijo que, si quería seguir con vida, mejor sería que me olvidase de la chica. Era todo un filón para él. Sobre todo porque ese cabrón iba a cerrar un trato importante con un narco rumano gracias a ella. “¿Qué trato?”, le inquirí. Me miró con el alma en los pies y, casi sin voz, esputó una frase: “Se la va a vender”.

Traian Danescu pasó a recoger al Calabrés a las 23:30 del día siguiente a mi visita a la pensión. Le pregunté a Stella cómo podía ella saber dónde vivía el macarroni. ¿Su respuesta?

• Hijo, en este negocio tenemos que protegernos unas a otras, o de lo contrario nuestra esperanza de vida sería mucho más corta.

Estuve montando guardia en la puerta de ese hijo de puta hasta que apareció el rumano. Sabía que no podía tardar. Si esa mujer fuera mía, no le dejaría volar muy lejos. Ni siquiera hasta otra jaula.

Nínive no iba en el coche. Supuse que, durante el cierre de la operación, lo más seguro y preferible para ambos sería que la chica se quedase en territorio neutral. ¿La pensión? Probablemente, pero tampoco había tiempo. Ya me preocuparía después.

Les estuve siguiendo durante al menos media hora. Al parecer se dirigían a los barracones abandonados de las afueras, donde nadie podría presenciar sus negociaciones. En el Mercedes, además del chófer, Danescu y el Calabrés, iban dos gorilas de dimensiones abrumadoras. Y debían ser buenos porque, sospechando que les perseguía, aceleraron hasta perderme de vista tomando un desvío. Todo estaba saliendo bien.

Por muy duros o peligrosos que fueran esos tipos, tenían una gran desventaja frente a mí: no conocían la ciudad tan bien como yo. El resto fue fácil. Su nueva ruta improvisada les obligaba a atravesar un paso a nivel bastante mal iluminado… Y lo vieron, ¿eh? Lo cual, todo sea dicho de paso, me sorprendió gratamente. Seguramente, si un viejo Ford amarillo no les hubiera embestido de repente por detrás, habrían esperado tranquilamente a que pasara el Cercanías.

¿Que qué hice después? Llegué hasta los barracones y me aseguré de que no quedase nada de mi viejo amigo. Mi piel ardía al ver arder su piel; mi estómago sublimado atravesaba las grietas del capó… Pero era la única manera de evitar ser el objetivo de dos mafias.

Después corrí como jamás había corrido. Stella me esperaba con una sonrisa a la entrada de la pensión. No era ella la que se encontraba en ese momento al otro lado del mostrador carcomido de roble. Era Nínive. Mi Nínive.

En un principio me quedé bloqueado, hasta que la buena mujer me agarró por el hombro y, al oído, me susurró:

• Ve a por ella, valiente. Ya se lo he contado todo…

Y aunque parecía contenta, pude saborear un matiz amargo en sus palabras. Pero ya no me importaba, porque había cumplido mi sueño.

De la mano llegamos corriendo hasta mi casa. De una patada abrí la puerta. Nuestra ropa en el suelo, la radio apagada. Ni Dios ni el Diablo estropearían aquella noche. Las cucarachas se encerraron junto a Willie Dixon y mis Blue Riband. El tiempo se paró a mirar.

Se paró a mirarnos a Nínive y a mí, juntos. Unidos al fin en un ritual mágico de furia y sudor; de piel y tensión; de fuerza, dolor y… Nínive.

En el Libro de Jonás se la describe como una ciudad “grande sobremanera”, ¿lo sabía? Pero no se puede hacer a la idea de cuánto… Toda la grandeza de Asiria empequeñecida por una sola noche con esa mujer. Y… ¿qué pasó al alba?

Entreabrí los ojos y le vi abrocharse la cremallera del pantalón, retocarse el pelo y el color de los labios… Se marchaba.

• Nínive, ¿dónde vas, cielo? –le dije al tiempo que notaba mis pulmones vacíos y mis venas dilatadas.

No supo cómo responderme.

• Yo… Mira, no quiero que te confundas –era incapaz de mirarme a los ojos-. Me caes bien, y desde luego esta noche no la voy a olvidar fácilmente… Pero no ha sido más que un agradecimiento por todo lo que has hecho por mí. La única recompensa que puedo ofrecerte.

Ante mi rostro, pálido y desencajado, persistió en su intento de contentarme:

• Entiéndelo, yo… No te conozco de nada. Y tú a mí tampoco. Seguro que este “enamoramiento” se te pasa en unos días. Si quieres, te doy mi teléfono. Podemos quedar de vez en cuando para tomar café, y a lo mejor, con el tiempo…
• ¡¡NO!!

¡¡NO!! Tiempo es lo que me faltaba. Tiempo es lo que necesitaba pasar junto a ella. Tiempo… es el que perdí ayudándola. No se puede hacer ni la más mínima idea de lo que sentí en ese momento. Tristeza, asco, pesar y rabia, amén de un agridulce deseo de reír.

Mi cabeza estuvo a punto de estallar. ¡¡ELLA DEBÍA PASAR CONMIGO EL RESTO DE SU VIDA!! Y lo iba a hacer… Lo hizo.

Y, tumbado en un charco color pasión, lloré como un niño. Como un niño muerto en vida. Muerto en vida, porque me miró. Y no fui hombre suficiente para evitarlo.

Aquel día, señor comisario, mi mente quedó estancada… en el brillo macabro del suelo, y en su mirada apagada.

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Paquillo
Paquillo
1 mayo, 2009 10:14

Quien es la preciosidad que aparece en la foto adjunta al post?

Pedro A. Aragonés
Pedro A. Aragonés
1 mayo, 2009 10:52

Genial fotografía, muchas gracias.

Paquillo, se trata del animal más bello del mundo. La gran Ava Gardner.

¡Saludos a todos!

Roberto Corroto
1 mayo, 2009 12:11

Me gusta. Tan solo un apunte, la Camorra es Napolitana no de Calabria, de donde es la Ndrangheta.
Un saludo

Iván Martínez Hulin
1 mayo, 2009 13:16

Felicidades por la distinción.

Un saludo.

Dr. Mabuse
Dr. Mabuse
1 mayo, 2009 13:58

Un gran relato FELICIDADES

Pedro A. Aragonés
Pedro A. Aragonés
1 mayo, 2009 15:07

Ups, muchas gracias por el apunte, Roberto. Tomo nota.

Me alegro de que os haya gustado.

Un saludo.

curioso
curioso
Lector
1 mayo, 2009 16:03

ostras, ya está aqui el primer relato. como me quedan solo un par de minutos de internet, lo copio y lo leo en casa.  el lunes opino, pero seguro que está muy bien. felicidades al autor.

Raúl López
Admin
1 mayo, 2009 16:09

De hecho es el segundo relato que el primero ya lo publicamos ayer 😉

Diego Matos
1 mayo, 2009 16:52

Muy bueno Pedro, la verdad. Me gusta mucho el toque de la interpelación al lector, que se pone en el punto de vista del propio Comisario, como un espectador de toda la trama (inteligentemente narrada en forma de confesión). Si tú te imaginabas el mío en tricomía, yo me imagino éste tuyo en tonos sepias, del color de las viejas películas de Bogart.
Podemos jugar aquí también a pensar en actores que se pusieran en los diferentes papeles, ¿qué os parece?
Nos leemos.
D.

Diego Matos
1 mayo, 2009 16:54

Como dice Raúl, es el segundo. El primero, el que firma mi propia pluma, está un poquito más abajo… XD.
Espero que os guste tanto como éste.
Nos leemos.
D.

José Torralba
1 mayo, 2009 17:20

La muchacha es Ava Gardner en Forajidos; añadido cortesía de un servidor 😉 

Pedro A. Aragonés
Pedro A. Aragonés
1 mayo, 2009 21:57

¿Sabes Diego? La verdad es que yo veía en el protagonista masculino a un tipo normal, de la calle. Por eso es taxista, en lugar de detective. Y le puse cara de un Spencer Tracy tardío. Pero ahora que lo dices, Bogart tampoco lo habría hecho mal.

Para el papel femenino, aunque me encanta Ava Gardner, prefiero no dar un nombre. Mi intención es que cada uno le ponga el rostro de su propia Nínive.

Un saludo.