Capitán Meteoro Cap. 2: Solo ante el Desmembrador (Partes 1 y 2, de 3)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes


Capitán Meteoro, Archivos 2


Notas previas:


Título:
Solo ante el Desmembrador” Partes 1 y 2 (de 3).

En el año 1955 Vincent F. Martin, adelantándose a su tiempo y a lo que sería tónica general en las editoriales de mayor tirada en años posteriores, reunió a varios de sus personajes más conocido para contar una historia épica en la que la mayoría de los héroes de su universo y algunos de los villanos más importantes, tendrían que luchar, muy lejos del planeta Tierra, por salvar a toda la raza humana. Se llamó a aquella gran saga “La Diáspora” y abarcó los números comprendidos entre el trescientos once y el trescientos veintitrés de la colección del Capitán. En los márgenes de las páginas mecanografiadas en las que apuntaba las ideas principales de aquella aventura, Martin escribió también, a mano, una serie de notas en las que relataba, sus ideas sobre el transcurso de la vida en nuestro mundo en ausencia de héroes… Son, estas breves indicaciones, las que ha servido de base para el relato de esta semana.

Según parece, en 1965, tras abandonar National Periodicals, donde se dedicó durante ocho años a la realización de historias románticas, y antes de regresar de nuevo a Marvel, el maestro John Romita Sr., llegó a dibujar bocetos e incluso una portada (se dice que hasta unas cuantas páginas de prueba), que luego presentó a Martin, y que ilustrarían esta historia. Finalmente no se encontró hueco para un relato así en la periodicidad de la serie, lo que provocó el regreso de Romita a su antigua editorial. De nuevo en “la Casa de las Ideas” ilustró algunos números de Los vengadores y Daredevil, antes de encargarse de “The Amazing Spider-man”, la colección que lo hizo mundialmente famoso.

“El valor espera…”

Las Increíbles aventuras de Conan Wild nº 297. Texto puesto en boca del propio Conan.

Acto primero:

Vuelo rápido, puedo rozar la velocidad de la luz si me lo propongo… No suelo hacerlo por miedo a las consecuencias, al menos dentro de la atmósfera. Fuera sí, me dejo llevar por la marea cuántica y me catapulto de planeta a planeta como un rayo, pero aquí no. Aquí, en la Tierra, subo como mucho al Match cinco o al seis, pero sólo para desplazamientos largos… Para moverme por la ciudad esas velocidades dejan de ser útiles porque te impiden ver lo que ocurre a tu alrededor…

Aún así, habría llegado hasta Daniken Falls en menos de un minuto si no me hubiera entretenido. Tuve que detenerme un momento; de camino me encontré con un viejo amigo, el Abejorro, que salía del banco de hacer unas transacciones… Nunca fue demasiado madrugador, y por eso, el encontrármelo por allí a esas horas, me resultó… no sé como definirlo… ¿demasiado sospechoso…? No pude pasar sin saludarle…

-¿A dónde te crees que vas con eso, Louie? ¿Te ha tocado la lotería…?

Inmediatamente el Abejorro accionó un dispositivo de su cinturón y su tamaño se redujo hasta casi desaparecer. Un gordo panzón y bigotudo con una camiseta a rayas negras y amarillas, que flotaba a dos metros del suelo colgando de un par de alas ridículas, se transformó en un insecto de poco más de un par de centímetros… Era su forma de actuar normal y, aunque pueda parecer ridícula, le ha valido para ganarse la vida durante más de quince años. En realidad Louie Hansen, alias el Abejorro, es un genio sin igual. Ganó un premio Nóbel de física y estuvo un par de veces nominado para el de química, de joven se decía de él que era la máxima autoridad mundial en entomología, y terminó las carreras de violín y piano antes de cumplir los veinte años… Era muy, muy listo, no es de extrañar que tardara poco tiempo en darse cuenta de que nunca podría llegar hasta donde quería si seguía los caminos habituales…Tomó un atajo peligroso. Comenzó inventando un dispositivo de levitación que a pesar de lo ruidoso, no ha podido ser superado hasta hoy por su simplicidad y eficacia. Luego creó un campo de fuerza imposible de atravesar por nadie que yo conozca, y terminó desarrollando el dispositivo Hansen, ese que le permite reducir y aumentar su tamaño y densidad a conciencia… Aplicó el principio mecánico de ese mismo mecanismo a una pistola, se pintó una camiseta a rayas, se compró un casco amarillo, y comenzó su carrera como apandador, subvencionándose así sus siguientes experimentos y algún que otro capricho. Se dice que en estos años ha robado cientos de millones de dólares, y nunca hemos podido echarle el guante… Bueno, en realidad muy pocas veces lo hemos intentado con suficiente entusiasmo. Para ser justos, hemos de decir que, a parte de su afición por el dinero ajeno, Louie nunca ha cometido otro delito grave: nunca ha matado a nadie y cuando ha tenido una pelea, jamás se ha ensañado en demasía con el derrotado. Se ríe siempre de nosotros y nos insulta casi sin que nos demos cuenta, pero no tiene malicia… además, si bien es cierto que ha robado toda esa pasta, no lo es menos que ha donado a la ciudad patentes que habrían valido diez veces lo saqueado… En realidad creo que hizo lo correcto. De no haberse dado al mal camino, seguiría en un laboratorio de Louisiana, mendigando subvenciones, bajo la supervisión de algún idiota sin seso y sin visión, y nadie habría inventado el condensador Hansen, ni el reactor Hansen, ni el motor Hansen, ni, por supuesto, el ascensor antigravitacional Hansen, el grifo refrigerador Hansen o el robot-mayordomo Hansen…

-¡Joder Meteoro, qué susto me has dao…!

-Sabes que no puedo dejarte ir con eso, ¿verdad?

-Venga, anda, no vamos a empezar como siempre… necesito la pasta. Estoy trabajando en algo grande…

-Sí, me suena esa historia… Anda, deja las bolsas en el suelo y no perdamos tiempo. Hay una alarma en Daniken Falls y me estoy retrasando…

-Mira, vamos a hacer una cosa –el abejorro se rascó el bigote, y como si negociara con un tratante de caballos, me hizo su oferta-. Sabes que si no cobro hoy cobraré mañana. Al final me llevaré la pasta y no podréis hacer nada para impedirlo. Te propongo un trato… Necesito el dinero para comprar un condensador de taquiones Gontariano en el mercado negro. Si me obligas a dejarla me retrasaré en el proyecto y no tengo tiempo para tonterías: he reservado un barquichuelo para celebrar mi cumpleaños y he contratado a Elvis para que cante y a una tal Raquel Welch, una chica muy mona, para que nos haga un striptease… Además ya he mandado las invitaciones…

-Louie…

-Bueno, bueno, escucha primero. Te entrego los diseños de un sillón masajeador que he perfeccionado, los de un frigorífico de bajo consumo energético y el de un exprimidor que triplica en velocidad y limpieza a cualquiera de los que hay en el mercado y que, además, aprovecha la pulpa sobrante para fabricar melaza. Además te ofrezco una vacuna contra la estomatosis cíclica crónica, basada en la jalea real de la abeja común… Mañana entregas la información en la sede central del banco y en un mes habrán ganado diez veces lo que me llevo… Ellos ganan y yo gano. No reñimos, nada de chichones, y te vas sin perder más tiempo a Daniken Falls ¿Qué me dices…?

Por supuesto acepté. La mayoría de las veces era así. Solo terminábamos peleándonos cuando nos aburríamos o cuando no había tiempo para muchas explicaciones… Además, me invitó al cumpleaños.

-Me debes una, Louie…

De camino al lugar del crimen, reflexioné sobre la vida del Abejorro. Estoy seguro de que si hubiera montado una empresa y hubiera vendido sus diseños a los bancos habría ganado mucho más dinero, pero creo que disfrutaba de la vida que llevaba. Necesitaba verse en los periódicos de vez en cuando y le gustaba ese rol de forajido excéntrico que tan bien representaba. A la mañana siguiente su rostro aparecería en todos los diarios y se hablaría del último gran robo del siglo en todos lados. ¿Y qué? Dicen que el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón…

Cuando llegué, la lluvia fina de antes se había convertido ya en un aguacero impertinente bastante molesto. Desde la altura pude ver la casa, lo que quedaba de ella al menos, y supe que ya era demasiado tarde. Los vecinos esperaban a los agentes de la autoridad en el jardín, mirando incrédulos el gran boquete de la pared y cuchicheando entre ellos. Entrando por arriba, tuve todavía tiempo de echar un ojo a la escena del crimen antes de que las paredes se tiñeran de rojo y azul, y las sirenas avisaran de la llegada de la policía.

El caso era sencillo: alguien armado con un cañón muy potente, seguramente un desintegrador de plasma o un turboláser, se había metido allí y se había cepillado al dueño de la casa. Sin embargo, aunque había disparado, el hueco en la fachada lo hacía evidente, la víctima no había fallecido a causa de ese disparo… Había demasiada sangre por todas partes y un arma así cauteriza los tejidos inmediatamente… No tuve tiempo de indagar mucho más. Estaba arrodillado junto al cadáver del hombre cuando escuché pasos en la escalera. Era James Stoddard, capitán de policía de la comisaría central, encargado de asuntos metahumanos. Subía cojeando, como siempre, dando grandes zancadas por la escalera, y ladrando órdenes a sus hombres como si fueran perros mal entrenados…

Tuve tiempo de cruzarme de brazos y de elevarme unos centímetros sobre el suelo quemado para recibirlo en una actitud mucho más teatral. Me he acostumbrado con los años a representar un papel, como el Abejorro, y ya me sale de manera natural. Doy lo que la gente espera de mí, o al menos lo que yo creo que esperan, aunque no sea necesario, y ya en demasiadas ocasiones lo hago sin pretenderlo. A veces dudo de si esa pose fingida no será, en realidad, la manifestación de mi propio yo, y mi forma de actuar normal, la más distante del personaje de cómic, la más alejada del Meteoro, la manera de Jerome T. Gold, no será más que la manifestación inconsciente e irreal de un deseo de normalidad tan falso como un dólar de chocolate. Es entonces cuando me pregunto a qué lado de mi propia leyenda quedará la máscara, y en cuál el rostro real.

-¡Hombre, el Capitán Meteoro! –Stoddard me hablaba con un desdén que yo creía fingido, pero que muchas veces parecía demasiado real-. Veo que llegas tarde, como de costumbre. Intenta no tocar nada. Aunque uses guantes, sigues estando en la escena de un crimen…

-Hola Stoddard. He venido para ver si os podía echar una mano. ¿Cómo vas…?

-Bien, gracias… Cojo, tuerto, sin un puto dólar, con una hija adolescente, una suegra que me odia por tirarme a su hija, y sin parar de trabajar desde los doce años… ¿Cómo voy a ir…? –Terminó la frase con un gruñido, lo hacía casi siempre, se mordió el labio y miró al cielo, como rogando paciencia. Luego sonrió-.Vamos a lo nuestro, anda…

-Está muerto, pero creo que no ha sido por el disparo…

Apenas miró la habitación ni al cadáver. Los ignoró como si nada le importara lo que a ese pobre desgraciado le hubiera ocurrido y se dio media vuelta para volver a salir casi inmediatamente. Tenía prisa. Justo en ese momento varios agentes de paisano entraron chocándose con él.

-Escucha, chicarrón. Ya no podemos hacer mucho por éste. Está bien muerto, como dices –desde el otro lado del umbral de la puerta me habló a voces, señalándome como si fuera su hijo pequeño-. Volveremos luego si te apetece meter las narices, pero ahora tengo una alarma en el muelle doce, y allí sí que hay gente viva. Si quieres ser útil de verdad, ven conmigo…

Dejé a los agentes arrodillados, examinando el lugar en busca de huellas y salí detrás de Stoddard encaminándome escaleras abajo. Él iba hablando sin parar, y yo lo seguía sin decir nada, como en tantas otras ocasiones, acobardado como un niño el primer día de colegio… Y entonces ocurrió. De la misma manera que una plaga, el silencio comenzó a extenderse entre los presentes. Primero susurros, como preludio a un drama que vendría luego, y seguidamente un mutismo absoluto… Cuando llegamos abajo todos se miraban asustados y nadie se atrevía a despegar el pico salvo Stoddard, que ajeno a todo cuanto ocurría fuera de su cabeza, continuaba con su letanía de ladridos y mandamientos.

-¿Qué cojones pasa? –gritó impaciente-. ¿A santo de qué, tanto misterio? ¿Se ha muerto mi madre…?

¡Que alguien me diga algo, joder….!

-No, señor –uno de los agentes más veteranos, se atrevió a hablar. Lo hizo con timidez, muy serio, mirando a Stoddadrd como si hubiera cometido un delito terrible y al fin se hubiera decidido a confesarlo-. Es que nos acaban de comunicar quienes son los del muelle…

-Bueno, ¿y qué…? –a esas alturas Stoddard ya sospechaba casi con toda seguridad lo que le contestarían. Ya no preguntó con tanta vehemencia.

-Pues que el Desmembrador está con ellos, señor…

Acto segundo:

No sé si fue por hacer honor a su apellido, porque no tenía familia, era joven y había visto demasiadas películas de John Wayne, por un ataque de loco orgullo, porque estaba borracho, o simplemente porque estaba loco… Quizás por una mezcla de todas esas cosas. El caso es que James Stoddard, un hombre tan normal como cualquier otro, un detective de la policía novato, estudiante de leyes, se plantó una tarde frente al Desmenbrador y, con dos cojones como dos melones de temporada, hizo lo que muy pocos en la ciudad se habían atrevido a hacer hasta entonces: le hizo cara, le hizo saber que ya estaba bien, y le enseñó una lección que ese bastardo camorrista y psicótico nunca ha llegado a olvidar.

Así dicho, el asunto no parece tener demasiado mérito. El Desmenbrador no es uno de los grandes. Juega en segunda. Es cierto que en alguna ocasión ha puesto en apuros a alguno de los buenos, incluso recuerdo alguna pelea conmigo en la que la cosa pudo habérseme complicado… pero al final, lo cierto es que siempre terminaba mordiendo el polvo. Le faltaba clase. Sin embargo, para un hombre de la calle, el Desmenbrador es un enemigo imposible. Con sus tres metros y medio de puro músculo, sus doscientos y pico kilos, esos puños enormes y mala leche de sobra como para sacar de los nervios a Mahatma Gandhi, el tío se sale de los estándares normales. Un agente bien entrenado le duraría dos asaltos, un campeón olímpico quizás uno más, y se llevaría por delante a cualquiera de los novatos que conozco en un máximo de seis o siete… Le he visto matar hombres de un solo manotazo y hundir edificios de varias plantas, de una patada… Y sin embargo, ya digo, James Stoddard se colocó en su camino y se atrevió, una tarde, a echarle el alto y a enfrentarse a él. Le dijo “hasta aquí…” y aún sabiendo que eso podía costarle la vida, se plantó en medio de la calle y aguantó el tipo como un campeón. Como uno de los grandes…

Fue durante la Diáspora, cuando la Tierra se quedó sin héroes. Hace ya casi quince años de aquello, aunque parece que fue ayer. No hace falta que lo explique, se ha contado muchas veces… está en los libros de historia. Nos marchamos todos a luchar a la otra punta de la realidad en una cruzada en la que el destino del planeta entero estaba en juego, y dejamos nuestra casa abandonada durante un año que a muchos nos pareció eterno. Entre tanto, las calles quedaron libres para que gentuza como el Desmembrador campara a sus anchas. Sólo los ignorantes o los descerebrados o mindundis egoístas como él, se quedaron aquí, haciendo oídos sordos a la llamada del deber. Casi todos los villanos importantes acudieron, muchos tramando planes para sacar ventaja incluso de un asunto así, es cierto, pero la mayoría conscientes de que el tema era lo suficientemente serio como para apartar viejos rencores: Para ser justo diré que muchos se dejaron la piel allí. Lucharon como héroes… como cualquiera de nosotros. Aún recuerdo el valor del Barón Draken… Durante años fuimos enemigos y, sin embargo, entendió perfectamente que allí nada de lo pasado valía. Su sacrificio nos ayudó a tomar ventaja en un momento decisivo. Dio su vida por todos nosotros y todavía recuerdo su rostro orgulloso, cómo nos miraba desde lo alto de aquella colina forrada de ónice, bajo la que finalmente lo enterramos.

Mientras, en la Tierra, bandas de pequeños cobardes fueron haciéndose con parcelas de poder cada vez mayores. Todo el mundo lo recuerda: Lord Nayard declarando independiente Florida, o el Quark Rojo autoproclamándose Zar del Nuevo Imperio de Rusia… Y aquí la cosa no fue muy diferente: una locura. Los hombres de uno y otro clan, enfrentándose como perros salvajes en los barrios, casi a la vuelta de cada esquina, y la policía, la guardia nacional y el ejército, desarmados ante tal caos, dejándose la piel por mantener un orden que nunca llegó a conseguirse del todo.

Fue en medio de ese lodazal donde Stoddard forjó su leyenda. Hoy es capitán de policía, pero entonces no era más que un teniente bisoño recién licenciado, un mocoso con pecas en la cara, pinta de empollón y unas convicciones tan firmes como peligrosas… Me contaron que, con mucho esfuerzo, movilizando a la población y gastando hasta el último gramo de esperanza, la lucha fue, poco a poco decantándose hacia el lado de la civilización. Tras meses de refriega, los hombres de la comisaría central consiguieron atrapar a Odo “Perro Rabiso” Crepax, el padre, y meterlo en una celda. Dicen que fue una batalla en toda regla, como las de las películas, y la cosa debió ser más o menos así. A juzgar por el número de bajas anotadas en cada bando no exageran. Murieron ese día ocho agentes, aunque la mayoría de los que participaron en la operación afirman que el pago, por caro que pareciera entonces, mereció la pena. Ese cerdo representaba el desdén más absoluto por la ley, el poder de la fuerza bruta y la ausencia total de respeto por la vida humana. Era un gangster sin escrúpulos, y de haberse salido con la suya, todo el esfuerzo de los hombres que en años pasados ayudaron, con su sacrificio, a hacer de este mundo un lugar más justo, habría sido en vano. Crepax estaba a punto de hacerse con el control de toda la zona, se había convertido casi en soberano absoluto de la mitad de la ciudad.

Sin embargo, para bastante gente, ese tío era más que un rey, para algunos había llegado a convertirse casi en un Dios. Hasta el mismísimo diablo tiene una legión de adeptos, ¿no la iba a tener él? Muchos se habían enriquecido a su costa y los que no lo habían hecho, le temían tanto que preferían estar de su lado que en su contra. No tardaron en urdir un plan para liberarlo. Sería la manera de reparar el daño causado a la organización: a la vez que le hacían saber a la gente quién mandaba, se acababa de un golpe con la moral del ejército contrario… Para eso contrataron al Desmembrador. Cuando se supo que es pedazo de carne había fichado por la organización de Crepax y que, además, tenía intención de darse un paseo, esa misma noche, hasta la comisaría para sacarlo de allí, cundió el pánico. Era normal. El ejército del gangster ya contaba con la colaboración de varios asesinos muy capaces, pero el fichaje de ese monstruo era demasiado… Acaban de enterrar a sus compañeros, y los pocos policías que podían mantenerse en pié, sabían que no tendrían ninguna posibilidad contra él. Aunque, como he dicho, la mayoría de nosotros lo consideramos un segundón, en la memoria de la gente permanecía todavía la imagen de su última batalla contra la Libélula. Todos vieron como quedó la pobre muchacha, porque el encuentro fue retransmitido, casi al completo, por una cadena de televisión local. Le partió un brazo y la mandíbula, antes de que Conan Wild y el Hombre de Ceniza acudieran en su ayuda.

Así que todos se rajaron…. menos Stoddard. Cuando, pasado el tiempo, he vuelto a hablar con él de aquello, y le he preguntado, nunca ha llegado a darme una respuesta convincente. Se ha reído, pero nunca ha terminado de explicarme bien porqué lo hizo. Se limita siempre a contestarme que estaba harto de todo, de recibir golpes, y que decidió hacer lo correcto, aunque esa fuera la última cosa que hiciera. Me dice siempre que por aquel entonces estaba de muy mala leche, porque una novia suya lo había dejado por un futbolista y se lo comían las deudas… Bueno, si el lo dice, tendremos que creerle, aunque yo siempre he pensado otra cosa. Yo sospecho que lo que le pasaba era que veía como el mundo en el que creía se iba por el desagüe, y se sentía cansado y abandonado, sin fuerzas para luchar más. Puede parecer una paradoja, pero así lo creo. Pienso que decidió abandonar a lo grande, dejar la lucha luchando, en plan vikingo, con la espada en la mano. Entonces no se sabía a dónde habíamos ido a parar, sólo que habíamos desaparecido sin dar explicaciones, y mucha gente se sintió traicionada.

El caso es que, cuando se enteró de que el desmembrador iba para allá, en vez de esconderse, se acercó al depósito de armas y se preparó para esperarlo a la puerta de la comisaría. Habían detenido, unas horas antes, a un loco que se había fabricado unos guantes hidráulicos –un equipo parecido al del Conmocionador, aunque mucho más sencillo-, y que tenía por hobby robar cajas fuertes abriéndolas a golpes. Se había puesto hasta nombre de batalla el tío: se hacía llamar Martillo Pilón. La verdad es que era un buen instrumental, todavía se guarda en el Museo de las Maravillas, pero de poco le valió a aquel fulano. El veterano que fue a detenerlo era un fulano sin muchos complejos que estaba a dos semanas de jubilarse, y antes casi de echarle el alto, ya le había pegado un tiro en cada rodilla, por si acaso… Se le quitaron de golpe las ganas de jugar a hacerse el supervillano y ahí acabó la carrera del Martillo Pilón… No le costó demasiado a Stoddard convencer al sargento de guardia para que le dejara coger prestados un momento los guantes del Martillo, y con eso, un chaleco antibalas azul, un puñado de granadas y una máscara antidisturbios, salió a esperarlo a la calle.

Dicen los que se atrevieron a mirar por la ventana que el pequeño Stoddard peleó como un león, pero después de perder la ventaja de la sorpresa, la pelea se decantó, como era de esperar, por el púgil más dotado. No ocurrió como en la Biblia. Aquella vez David no mató a Goliat. Es cierto que el Desmembrador recibió primero, que se tragó el primer puñetazo, pero no lo es menos, que apenas lo notó… Una vez recuperado del susto, cargó hacia Stoddard limpiándose la sangre del labio, rabioso, decidido a no dejarse sorprender de nuevo. Stoddard había gastado ya toda su munición. Siempre que se emborracha y se deja convencer para contarlo, dice lo mismo: cuenta lo rápidamente que se arrepintió de la locura que estaba cometiendo, pero reconoce que ya era demasiado tarde para salir corriendo. Describe los golpes como debieron ser, cada uno conteniendo toda la furia del infierno, y los compara siempre con el ruido de una bomba que explotara junto a tu oído. Yo los he recibido en un par de ocasiones y he de admitir que el Desmembrador tiene una buena derecha y una mejor izquierda. Puede que sólo tenga eso, pero ya es suficiente. Debió ser un espectáculo digno de ver. Esa mole furibunda, golpeando sin dar tregua, cada vez más enloquecido, y el pequeño Stoddard, aguantando, a su sombra, cruzando los guantes sobre su cabeza para tratar de protegerse. Casi puedo ver las chispas, saltando tras cada encontronazo, y me imagino los zapatos del policía, hundiéndose en el barro bajo la presión de los golpes…

Sin embargo, la pelea no duró demasiado. Los huesos de Stoddard aguantaron heroicamente, pero no eran más que eso, huesos humanos; calcio, fosfato, sodio, potasio y magnesio que poco podía contra el poder atómico contenido en las células del Desmembrador. No estaban preparados para recibir aquel castigo. Dice que primero notó como se rompían sus brazos, los dos, y que a partir de ahí, se abandonó esperando una muerte segura que no tardaría en llegar, sin dejar de mirar a los ojos de su verdugo; vencido, pero sin capitular del todo. Stoddard no es un fanfarrón y casi nunca habla de aquello, por eso yo me creo cada palabra cuando finalmente hace memoria. Dice que le escupió a la cara y que se rió de él, que lo llamó cobarde y luego cuenta siempre cómo el Desmembrador lo agarró por la cabeza, tal si cogiera un juguete roto, cómo lo levantó y lo arrojó contra la pared de enfrente, sin atreverse a contestarle. Debió de ser entonces cuando perdió el ojo, no lo sé… El caso es que, no contento con eso, el gigante, se acercó despacio hasta donde había caído Stoddard, quizás para darle tiempo a recuperar la conciencia, y siguió golpeándolo sin piedad hasta que dejó de moverse… En el informe médico, sorprendido, el doctor hace referencia a más de once fracturas: las antes mencionados de los brazos, las de los huesos propios de la cara, cinco en las costillas y varias en una pierna… Por romperle, le rompió hasta uno de los huesos del oído interno… el yunque, si mal no recuerdo. Stoddard no oye bien por ese oído desde aquel día.

Fue sólo entonces cuando el primer policía abrió fuego, y tras él, un segundo y luego otro más… Una lluvia de balas cayó sobre el Desmembrador procedente de las ventanas de la comisaría. Desde allí, los pocos agentes que no habían escapado a sus casas, parapetados, intentaban impedir que el monstruo acabara con la vida de su compañero… Quizás al verlo tirado en la acera, sobre un charco de sangre y barro, comprendieron que su destino no sería muy distinto y trataron, movidos por la desesperación, de hacer algo al respecto. Estoy seguro de que Stoddard, allí tendido, les enseñó una lección. A los hombres nos cuesta reconocerlo muchas veces, pero sabemos cuando alguien hace algo como debe ser. Llaman a eso conciencia…

Ya digo, para el Desmenbrador fue sólo como sentir la lluvia en el rostro. Hace falta algo más potente que una bala de pistola para hacerle retroceder. Se habría reído de ellos si tras ese insignificante y desesperado aguacero, no hubiera llegado la tormenta para él. Primero un trueno, el cielo desgarrándose, y luego, la llegada de los hijos pródigos… justo en el momento adecuado.
Imagino como debió sentirse ese bastardo al escuchar el estallido. Lo recuerdo mirando hacia arriba con cara de bobo, deslumbrado por la luz del sol, apenas intuyendo las sombra de lo que se venía encima… Esta parte de la historia sí que la conozco, porque fui protagonista. Fui yo el primero en llegar; vuelo rápido, puedo rozar la velocidad de la luz si me lo propongo, y esa vez, os aseguro que lo intenté… Las frecuencias de radio son para mí colores, fáciles de desentrañar y comprender… La de la policía también. Mientras atravesaba la atmósfera rogando a Dios que le permitiera a ese hombre aguantar un poco más, escuchaba la narración desesperada de un agente pidiendo refuerzos y me maldecía por no ser más veloz.

Golpee con todas mis fuerzas. Caí en picado sobre su cabeza, dejándome llevar, apenas conteniéndome, y esa vez, los huesos que crujieron fueron los del Desmembrador. Su mandíbula golpeó contra la acera con violencia, formando un cráter, y pude ver como sus dientes salían disparados, mezclados con babas y sangre, para incrustarse en la fachada de la comisaría. Algunos permanecen todavía allí como advertencia, rodeados por un cerco de tiza que el sargento de guardia se encarga de repasar de cuando en cuando, y a su lado, el mismo letrero que escribiera algún filósofo anónimo días después de aquello. Las palabras de Hemingway, como una estatua levantada en honor de Stoddard y de todos los hombres valientes como él, resumiendo lo ocurrido aquella mañana: «Algunos hombres pueden ser destruidos pero no derrumbados”. No pudo concedérsele distinción mejor a ese policía que aquellas palabras garabateadas en un muro. Fue un homenaje sencillo, pero surgido del reconocimiento anónimo, del agradecimiento y posiblemente del arrepentimiento, de todos sus vecinos. Cada vez que Stoddard pasa por allí, finge ignorarlo, pero cuando cree estar seguro de que no lo mira nadie, sonríe y lo mira por el rabillo del ojo. Estoy seguro de que cuando se jubile levará allí a sus nietos y les contará esta misma historia que estoy contando y yo ahora…

De nuevo, en esta pelea, Goliat venció, sólo que, para el segundo acto, los papeles se habían cambiado. Medio mareado, el Desmembrador intentó contraatacar, se revolvió, y casi a ciegas, hizo ademán de devolverme el puñetazo. Suelo reprimir mi fuerza cuando me enfrento a gente como él, pero aquel día no lo hice, lo reconozco. Su golpe fue lento y descoordinado, lo esquivé con facilidad. Dejé bajar la izquierda, y otra vez la derecha, y cada uno de mis directos resonó como un cañonazo al golpear contra su cara. Cayó boca abajo, como muerto, y la gente comenzó a celebrar su derrota con vítores, casi antes de que se desplomara del todo sobre el pavimento. Fue como si, de repente, alguien hubiera invocado un contrahechizo y una maldición que pesara sobre el mundo hubiera sido conjurada. Rápidamente, el miedo desapareció. Los del interior de la comisaría tardaron apenas unos segundos en entender, tras lo cual comenzaron a salir, muy despacio, tímidamente, mirando al cielo tal si acabaran de despertar de un sueño horrible, en busca de la nueva luz de un nuevo día. Se dieron cuenta de que habían regresado los héroes, de que todos nosotros estábamos aquí de vuelta, y pensaron que con eso sería suficiente para borrar de sus vidas lo ocurrido durante el último año… Hubiese sido así de no seguir el cuerpo de Stoddard todavía tendido a unos metros, recordándoles las penurias pasadas, obligándoles a mirar hacia lo más oscuro de sus almas…

-Tratad de que no muera –les dije-. Voy a traer una ambulancia…

No se atrevieron a contestar. Bajaron la vista y fingieron atarearse junto al cuerpo de su compañero. Ninguno fue capaz de sostenerme la mirada… Quizás fuera muy severo al juzgarlos -no puede, desde luego, exigírsele a ningún hombre que se comporte como un héroe-, pero la verdad es que en ese momento me parecieron todos despreciables… De haber sido Dios, hubiese salvado al mundo sólo por Stoddard. No hallé otro justo…

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Raúl López
Admin
17 septiembre, 2008 8:13

Pues me reservo el lujo de ser el primero en dejar un comentario, privilegios que tiene el que lo maqueta 😉 el caso es que aprovecho para reclamar que Jose Antonio nos cuente la historia de la Diáspora!! Y se que está feo que yo lo diga pero que jodidamente bueno es el segundo acto, el primero muy bueno también pero es que la segunda parte es sencillamente sublime.

José Torralba
17 septiembre, 2008 10:03

Acojonantemente bueno el relato… muchísimo mejor que el primero (y mira que ése también me gustó, pero de otra manera). Y sí, la historia de la Diáspora tiene interés, pero sinceramente lo que más me ha gustado del capítulo ha sido El Abejorro. Y la historia de Stoddard, claro. 😉

Baynes
Baynes
17 septiembre, 2008 12:14

Jopeta, me ha encantado. Iba todo muy bien, pero el momento que me ha acongojado (que no acojonado, eh) ha sido el de «El Barón Draken», a partir de ahí se me han puesto los pelillos de punta y así han seguido hasta el final.

José Antonio Fideu
José Antonio Fideu
17 septiembre, 2008 14:11

Hola compañeros: Tanto Vicente como yo queríamos dar las gracias a toda la gente que se ha animado a leer los dos primeros capítulos, y algo más que las gracias a los que se han molestado en escribirnos sus impresiones. Ese contacto es enriquecedor y altamente gratificante… Mil gracias.
Como veréis, la serie tomará derroteros muy diferentes cada semana, y aunque el personaje del Capitán será el hilo conductor de la misma, poco a poco, comprobareis que no es más que una excusa para mostrar a otros secundarios y hablar de situaciones y épocas muy distintas…
Un fuerte abrazo. Nos leemos.

David Fernández
17 septiembre, 2008 16:04

Gracias a tí y a Vicente por regalarnos estas historias, José Antonio. Todo un lujazo para Zona Negativa!

Un saludo y enhorabuena por el excelente trabajo que estáis haciendo!

José Torralba
17 septiembre, 2008 16:41

Maravillas de la web: tenemos a dos autores como la copa de un pino publicando relatos en nuestra página y, además, podemos charlar con ellos y enriquecernos mutuamente. Todo ello además, abierto y libre para todo el que quiera. Para que luego digan que el mundo no ha cambiado y que la humanidad no avanza.

¡Un saludo y enhorabuena también por mi parte!

PD. Dile a Vicente que cuando Raúl el otro día me mandó la ilustración para esta entrega pregunté «¿Esto es para El Capitán Meteoro? ¿Esto es para nosotros?». Cuando me dijo que sí sólo acerté a decir un «Joderr». Claro que cuando hoy he leído el relato pensé que era lógico: tenía que llevar un dibujo a la altura o no llevar ninguno.

Raúl López
Admin
17 septiembre, 2008 16:44

Pues si, es todo un honor para nosotros como web hacer de escaparate de la colosal labor que van a llevar a cabo… eso si, reitero que esto solo ha hecho que comenzar alucinareis con las siguientes entregas 🙂

Argggh..!!
Argggh..!!
17 septiembre, 2008 19:59

Me ha gustado y mucho.

El capitulo del abejorro bueno pero la historia de Stoddard, lo q más me ha gustado. Este personaje me recuerda a un marino creo q vasco q también era cojo, tuerto y manco.

Deseando leer la próxima entrega… esto promete.

mag_jonas
mag_jonas
18 septiembre, 2008 12:48

Eres un crack!!!

Rogelia
Rogelia
18 septiembre, 2008 18:59

Esta parte me ha gustado aún más que la anterior, y ya es decir!!! Estoy deseando ver cómo termina. Me encantaría ver a Meteoro en el cine…

koxgüorz
koxgüorz
18 septiembre, 2008 21:22

Impresionante. No se qué se podría mejorar. Me parece un relato acojonantemente bueno.

mag_jonas
mag_jonas
19 septiembre, 2008 9:24

Mucho ánimo… Esto merece la pena!!! Vaya que si la merece!!!

cortes
cortes
19 septiembre, 2008 11:46

hola, pues a mi la verdad que me gusto mas el primer capitulo,pero no quiero decir que est no me guste, si que me ha gustado. aunk lo que mas me gusta de leer estos capitulos son algunas frases que hace que tu mismo recapacites…. tenemos al nuevo garcia marquez…. jajajjaa… ala pues ya sabes en tus ratitos libres a seguir con el tercero jajajaja… byeeee.

Agus
Agus
22 septiembre, 2008 11:36

Increible! Solo puedo decir Increible! Llevaba tiempo sin leer algo tan bueno. Sigue con ello y deleitanos.

Ziggy
Ziggy
24 septiembre, 2008 20:05

Aunque tarde el relato me gusta, tengo una duda: los tiempos del relato. ¿Estamos hablando tiempo presente o más en la decada de los 60s o 70s? Lo pregunto porque la referencia a Ghandi me descoloco por un momento. Es que como icono cultural me parece que Ghandi era más famoso en los 70s.

José Antonio Fideu
José Antonio Fideu
25 septiembre, 2008 17:26

Hola Ziggy: Los relatos están, en teoría, narrados por el propio Capitán en tiempo más o menos contemporáneo, aunque hablen de sus experiencias vividas en el pasado (en este caso, años sesenta…). Verás que en la serie los saltos temporales son más o menos frecuentes, pero al estar escritos en una época cercana a la nuestra (años ochenta o noventa, por ejemplo, todavía no lo he definido claramente porque no creo que sea importante…), todas esas referencias culturales pasadas son posibles… Muchas gracias por leer el relato. Espero tu coementario del siguiente.

potajacion
potajacion
25 septiembre, 2008 22:00

Magistral, hacía tiempo que no me enganchaba a un relato con tanta ansia. No sé si lo he dicho ya pero NECESITAMOS el comic book del Capitan Meteoro y todos sus amiguitos. ¡A seguir con los relatos!