Capitán Meteoro Cap. 3: Solo ante el Desmembrador (Parte 3, de 3)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes


Capitán Meteoro, Archivos 2


Notas previas:


Título:
Solo ante el Desmembrador” Parte 3 (de 3).

– Tenía casi contratado al bueno De Johnny. Le pedí que me propusiera cosas, porque siempre pensé que es mejor aprovechar la propia energía creativa de los dibujantes, ponerlos a trabajar en proyectos que les motiven. Me ha ido siempre bien así, siguiendo esa política…. En tres o cuatro días apareció cargado de ideas. Recuerdo que estábamos en un café de Greenwich Village al que solíamos ir mucho por entonces. Sacó su carpeta y me mostró bocetos y un par de páginas que me sorprendieron. Su entusiasmo era contagioso y su arte sorprendente. La primera historia, la que rechazamos, contaba las peripecias de James Stoddard, un policía sin superpoderes, secundario hasta entonces en la colección del Capitán, sobre el que yo había apuntado unas notas cuando escribí el guión de la Diáspora […] No sé como aquellos apuntes llegaron hasta él, siempre he pensado que debió ser mi sobrino el que se los pasó, pero el caso es que dibujó parte de la lucha del policía contra el villano de turno, y lo hizo tan bien, que tuve claro que aquel muchacho trabajaría para mi compañía. Esa historia no era viable, claro está, habían pasado demasiados años desde que publicamos aquella saga y no encontramos manera de introducirla en la continuidad de la serie… El otro proyecto que nos propuso fue una colección propia para la Exclamación. Era el dibujante perfecto, nos presentó las páginas más dinámicas que yo haya visto nunca… Pensé que esa sería su serie y que ambos, la Exclamación y él, caminarían juntos hasta el estrellato. Recuerdo perfectamente que sentí no llevar un contrato encima: lo habría firmado allí mismo. Esa noche, me encontré con Stanley en una cena del sindicato de guionistas de Nueva York y hablamos de él. Cometí el error de alabarlo demasiado… A la mañana siguiente lo llamé, pero me dijo que acababa de firmar con Marvel. El pirata de Lee se me había adelantado… Fue una pena, nunca dibujó la serie de la Exclamación y viendo su trabajo en Spiderman, estoy seguro de que habría transformado a nuestro héroe en todo un fenómeno de masas… De cualquier manera, di el sacrificio por bueno al ver por primera vez la cara de su Mary Jane en aquellas viñetas de la competencia. El mundo del cómic no hubiera sido igual si John Romita no hubiera dibujado a aquella chica de la que todos nos enamoramos…

“El padre del Capitán Meteoro: conversaciones con Vincent F. Martin” de Wallace Earle Stegner. Edit. KWA Books 1975

Acto tercero:

James Stoddard es tuerto, cojo y tiene muy mala leche. Regruñe sin parar, exige demasiado de los que trabajan con él, viste sin mucho gusto, sigue pelándose en la misma peluquería desde hace veinte años y pidiendo el mismo corte, fuma demasiado, trabaja demasiado, es demasiado terco y demasiado sincero… Lo lógico sería pensar que no tuviera un solo amigo en toda la ciudad, y sin embargo, si preguntas por ahí, difícilmente encontrarás a alguien capaz de decir algo malo de él. Yo, hablando así, estoy siendo, quizás, la excepción que confirma la regla…

La verdad es que es casi una leyenda urbana entre los suyos. Si escuchas después de que haya pasado junto a un grupo de jóvenes detectives, podrás enterarte de la gran cantidad de cosas que se dicen sobre él. Se le atribuyen frases gloriosas que quizás nunca haya dicho y detenciones que nunca realizó. Se tiene de él una imagen estereotipada de tío honrado y justo, bastante ajustada con la realidad, por cierto, pero basada más en rumores o en retransmisiones de televisión, que en sus acciones reales. No hay persona en la ciudad, quizás en el país entero, que no viera varias veces las imágenes de Stoddard siendo subido a la ambulancia, con el cuerpo derrumbado del Desmembrador en segundo plano. Eso, más la narración apasionada de todos los entrevistados aquel día por los muchos periodistas que acudieron al lugar, ha sido base suficiente como para levantar, en estos años, una leyenda alrededor de la persona de un hombre sencillo.

El tiempo ha pasado muy deprisa desde entonces. No soy amigo de la venganza, es más, la desprecio, y sin embargo cuento siempre orgulloso un hecho que ocurrió dieciséis años después de aquella famosa primera pelea entre Stoddard y el Desmembrador. Lo hago divertido, quitándole hierro al asunto, como quién cuenta una aventurilla de la adolescencia, aunque en el fondo, me siento contento de haber estado presente y de haber auspiciado, de alguna manera, el suceso. Nada de aquello fue para tomárselo a broma y, a veces, incluso llego a sentirme un poco culpable de lo que hice, pero si he de ser sincero, he de decir que ese sentimiento de culpa me abandona pronto… En ocasiones no soy todo lo racional que debiera… soy humano, y me alegro de ello.

James Stoddard se presentó por segunda vez ante el Desmembrador, el diecinueve de julio de mil novecientos sesenta y seis. Era ya entrada la madrugada, y por eso ya no hacía tanto calor… Había llovido mucho, pero al pasar la tormenta, la luna quedó de nuevo al descubierto y el mundo volvió a cubrirse con una fina capa de claridad, una suerte de atardecer de plata, en el que todo permanecía visible, aunque una parte de todo siguiera oculta. La primera vez que pelearon, James se presentó solo a la justa… esta segunda vez le acompañaba su sombra y nosotros mirábamos desde arriba, medio escondidos; atentos, pero apartados.

Stoddard y yo nos habíamos separado en Daniken Falls un poco antes. Él tomó su coche y se encaminó hacia el puerto, sin compañía, tras haber repartido un buen puñado de órdenes precisas a sus hombres sobre lo que esperaba de cada uno de ellos. Les indicó claramente a dónde debían acudir y cuándo, y luego condujo en dirección contraria para alejarse de posibles interferencias.

Antes de que doblara la esquina, yo me encontraba ya de vuelta en la azotea del Sieguel-Shuster. Discutiendo allí, algunos de los héroes de la ciudad, me esperaban todavía. A la tertulia del martes se había unido alguno más: La Exclamación, creo recordar, y Dragón Sombra, el maestro de las artes marciales, todavía por entonces un recién llegado al negocio. Notaron en mi cara que algo importante estaba a punto de ocurrir porque al verme llegar, todos se pusieron en pie y esperaron, como si hubieran sido entrenados para ello, a que diera las explicaciones y les indicara sus cometidos.

-Se trata del Desmembrador -advertí-. Está en el puerto y no va sólo. Le acompañan, al menos, otros tres. Hay informes de policías que afirman haber visto por allí también a Krakatoa y a Víbora… Intentaban rescatar al Doctor Faust, que iba a ser transportado a Nevada, al área cincuenta y dos. Parece ser que la cosa se les ha complicado un poco y ahora el puerto es un gran campo de batalla… Tenemos que actuar rápido, James Stoddard va para allá. A ver que os parece esto que se me ha ocurrido…

Cinco minutos después la azotea estaba vacía, yo volaba hacia el puerto, y el resto de los que habían conversado hasta hacía bien poco allí conmigo, superhombres todos, se encaminaban hacia el combate. Sonrieron al unísono cuando les hice mi propuesta, y se prestaron sin muchos reparos a participar en mi plan. Se dirigirían hacia allí a echar una mano, se encargarían de Faust, de Krakatoa, de Víbora y de quienquiera que les acompañase. Les darían una buena paliza, y luego, me ayudarían a llevar al Desmembrador hasta Stoddard, empujándolo, fingiendo entablar combate, pero sin presentar verdadera lucha, hasta que ambos se encontraran cara a cara en un muelle desierto al sur…

Más o menos así ocurrió. Un cuarto de hora después, el Desmembrador corría por una calle solitaria del puerto, cerca del astillero, huyendo de la derrota. Se olvidó rápidamente de sus compañeros al darse cuenta de que jamás podrían superar la potencia a la que se enfrentaban, y trató de escapar lo más sigilosamente que pudo. La desmoralización por el fracaso y el miedo, fueron sustituidos muy pronto, en su cabeza, por un sentimiento de orgullo y satisfacción al comprobar lo fácilmente que nos había burlado a todos. Cuando, pasado un rato, dejó de correr y se detuvo un momento para recuperar el resuello, a penas pudo reprimir la risa…

-Vaya unos gilipollas. ¡Pero qué listos, la leche…! –se volvió para comprobar que nadie le siguiera, y tras asegurarse, sonrió orgulloso. Luego, recordó que el mundo tiene una parte llamada cielo, y que muchos de nosotros circulamos por él con bastante soltura. Entonces la cosa perdió la gracia por un instante. Encima justo de su cabeza podía encontrarme en ese momento yo, por decir un nombre, y el Desmembrador sabía de sobra lo doloroso que puede resultar eso… Asustado elevó la mirada, y al comprobar que todo estaba como debía estar por allí también, que ningún héroe entrometido lo había seguido desde las alturas, ya totalmente seguro de haberse escabullido, volvió a verle la gracia al tema… De nuevo rió, esta vez a carcajadas-. ¡Qué panda de gilipollas…!

Mientras, aunque la pelea había terminado ya, el Hombre de Cuarzo, la Exclamación y Mike Rata, seguían armando escándalo detrás de él con la intención de conducirlo hasta el lugar convenido. El Desmembrador es fuerte, muy fuerte si aplicamos las medidas humanas, pero es también bastante tonto, apliquemos la medida que apliquemos. Lo que tiene de malo y peligroso, lo tiene de ignorante, y fue incapaz de distinguir el ruido de cristales rotos, las explosiones de fogueo, los golpes contra cubos de basura y los gritos de opereta, del fragor de una batalla real. Corrió como un ratón de laboratorio por un laberinto, directo a la trampa, sin darse cuenta de que lo hacía siguiendo el itinerario que una panda de gilipollas con antifaces, máscaras y capas, le había trazado.

Llegó al muelle veinte casi caminado y se detuvo de golpe al darse cuenta de que alguien lo esperaba al otro lado, fumando en la penumbra. Una pequeña ascua al fondo, se encendía y apagaba rítmicamente, retándolo… Un hombre en apariencia menudo y vulgar puede ser un enemigo terrible. Eso, al menos sí que lo sabía el Desmembrador, y por eso esperó, muy quieto, a que su oponente se mostrara más a las claras.

-Hola, bastardo –dijo por fin Stoddard saliendo a la luz-. ¿Te acuerdas de mí, verdad?

El Desmembrador apenas podía creérselo. Recordaba a Stoddard de sobra de aquella pelea que no le habían dejado terminar, y sabía que seguía vivo, que se encargaba de asuntos metahumanos en la comisaría central, pero le parecía tan increíble que hubiera vuelto a ponerse delante de él, después de tantos años, que casi le pareció estar viendo un fantasma del pasado más que un hombre de carne y hueso.…

– Stoddard, canijo hijo de puta –gritó con furia, al darse cuenta de que había sido engañado. No podía verlos, pero estaba seguro de que detrás del policía, escondidos por todos los lados, habrían cientos de agentes, y sospechó que nosotros no andaríamos muy lejos-. ¿Qué cojones quieres…? ¿No habrás venido para que terminemos aquella pelea…? ¿Es que no tuviste bastante…?

Sin dejar de mirar a los lados, el Desmembrador empezó a caminar hacia el policía. Escrutaba el terreno en busca de posibles parapetos, ojeando la basura que pudiera ser arrojada, buscando un destello delator que le diera pistas de dónde se habían escondido los francotiradores, localizando los lugares de huída y, sobre todo, examinando al propio Stoddard, no fuera que debajo de la gabardina escondiera un desintegrador o algún cacharro por el estilo. A nadie le extrañaría que hubiera esperado todo este tiempo para cobrarse venganza por lo de su pelea durante la Diáspora, en plan vaquero de película…

-He venido a darte una oportunidad, Desmembrador –exclamó Stoddard.

-¿Una oportunidad…? ¿Para qué…?

-Una oportunidad de rendirte, por supuesto… Ya sé que no te la mereces, pero, ya ves, yo soy así… Soy hombre de paz.

-¿Estás de broma, no? – el Desmembrador volvió a reír, pero esta era ya una risa forzada, no era la risa triunfante de antes.

-Si me conocieras sabrías que no –contestó Stoddard-. No me gustan mucho las tonterías. Ríndete, hinca la rodilla, baja la cabeza y pídeme perdón, y yo no haré más que detenerte y llevarte a comisaría para que te juzgue un juez… No es mal trato para un mierda como tú.

-¿Detenerme? –el Desmembrador siguió avanzando con cautela-. ¿Vas a detenerme…? Sabes que para eso un hombre solo no es suficiente, y menos un enano de tu talla…

-¿Entonces no vas a entregarte…? Vas a acabar muy mal si no me haces caso… Te aviso de que eso me va a doler, pero te aseguro que te va a doler mucho más a ti…

-Diles que salgan, anda –se encontraba ya a unos cien metros de Stoddard, cada vez más sorprendido por el silencio, por la soledad. No era posible-. ¿Dónde cojones tienes escondidos a tus perros…?

-He venido solo… como aquel día. Estamos solos tú y yo, nadie más… como a ti te gusta…

Al principio, evidentemente, el Desmembrador no lo creyó. Comenzó a darse cuenta de su suerte infinita un poco después. Tuvo una idea genial; mejor, incluso, que la mayoría de sus ideas más geniales. Con un movimiento rápido, intentando sorprender a sus enemigos ocultos, agarró un enorme cubo de basura cercano y lo arrojó con toda su fuerza sobre el muro que quedaba a su derecha. Los ladrillos se derrumbaron con el impacto y el hueco le mostró parte de la verdad. Allí detrás no había nadie. Luego, sorprendido, repitió la operación contra la pared de una vieja nave industrial que limitaba su movimiento por el lado contrario. El resultado fue muy similar. Nada. Ni siquiera un susurro en la oscuridad….

-¿Llevas un desintegrador, verdad? –rugió-. Sé que os han dado unos cuantos a probar. Lo he oído… Si no, no te habrías atrevido a ponerte otra vez en mi camino…

-No llevo un desintegrador ni nada que se le parezca. Llevo sólo un revolver reglamentario y no lo pienso usar… Si no te entregas, te voy a dar de leches, y voy a usar únicamente mis puños…

-No llevas guantes –rió el Desmembrador cada vez más seguro-. Ya viste lo que te hice la otra vez… y llevabas aquellos guantes…

-Bueno, como quieras… Pero luego no digas que no te avisé… -Stoddard se detuvo un momento y luego continuó.

– Andrew Massey, alias el Desmembrador…
El gigante comenzó a correr hacia Stoddard liberada ya la bestia sedienta de sangre que habitara en su interior.

– Quedas detenido en nombre de la Ley…

Y siguió haciéndolo, mientras el pequeño policía permanecía quieto, esperándolo, al otro lado del muelle. Ya antes de llegar a su altura, el Desmembrador se vio agarrando ese frágil cuello de idiota y estrujándolo. No lo mataría de un golpe, quería disfrutarlo. Se contendría al principio, para que el muy hijo de puta supiera quien iba a ser su verdugo. Jugaría con él y, luego, cuando el desgraciado ya no se enterara, lo machacaría sin piedad… Lo estrujaría… Si el destino le había puesto aquel regalo enfrente, no era culpa suya. Lo tomaría y se divertiría. Había soñado mil veces con algo como aquello, pero nunca sospechó que Stoddard estuviera tan loco… daba igual: loco o no, lo reventaría y se mearía sobre su cadáver….

Y de repente, algo extraño ocurrió: el Desmembrador no dejó de correr en ningún momento, ni bajó el ritmo, pero se dio cuenta de que, misteriosamente, la distancia entre él y Stoddard, lejos de acortarse, parecía aumentar. El suelo que los separara seguía siendo igual, el mismo asfalto gris, húmedo y desgastado, pero sin embargo le pareció de goma y notó como si se estirase. Se sintió extraño, mareado y, poco a poco, fue dándose cuenta también de que la figura de su adversario había comenzado, lentamente, a aumentar de tamaño… En realidad, el universo entero a su alrededor comenzó a crecer. Se detuvo y miró a uno y otro lado asustado, sin entender bien. Cuando el veterano policía se colocó a su altura, con los brazos en jarras, todavía no se había dado cuenta de que no era el mundo el que había crecido, si no que había sido él, el que había disminuido… Estaba sufriendo un caso grave de reducción aguda, y eso podía costarle muy caro en una situación como aquella…

-Te avisé… –dijo Stoddard, y todavía sin acabar la frase, lanzó una derecha que en aquel momento me pareció digna del mismísimo Muhammad Ali. El Desmembrador, entonces poco más que un niño de aspecto extraño, en realidad sólo un enano hipertrofiado sin demasiada gracia, recibió el impacto tan sorprendido que apenas tuvo tiempo de prepararse. Al decrecer su masa y su densidad molecular, el gigante quedó reducido a la más quebradiza humanidad. Me costó reprimir un grito de entusiasmo… Salió catapultado hacia atrás, volando varios metros, y fue a chocar contra uno de los contenedores de basura. A modo de justicia divina, casi como si Dios se hubiera decidido a jugar a las metáforas con su desgracia, el recipiente volcó ruidosamente, desparramando su contenido sobre el cuerpo derrotado del Desmembrador. Apenas podía creérselo. Se vio allí, tirado, sin saber muy bien qué decir, y casi ni tuvo tiempo para pedir clemencia. Recibió el segundo puñetazo mientras, con las manos sobre la cara, rogaba todavía que no le pegaran más… Creo que de verdad pensaba que el policía no dejaría de pegarle hasta verlo muerto en el suelo.

Nunca, hasta entonces, la advertencia de Miranda le había parecido a Stoddard un discurso tan dulce. Shakespeare le habría sonado más agrio-. Tienes el derecho a guardar silencio –sacó sus esposas y lo terminó de detener-. Cualquier cosa que digas puede y será usada en tu contra en un tribunal de justicia. Tienes el derecho de hablar con un abogado. Si no puedes pagar un abogado, te será proveído uno a costas del Estado…

Al cuarto golpe, el Desmembrador perdió el conocimiento. De nuevo, como era de esperar, Goliat acabó con David…

-Muchas gracias, Louie –dije ofreciéndole mi mano al Abejorro-. Estamos en paz… Gran invento ese rayo reductor tuyo.

-Dispositivo de escalación molecular Hansen, por favor.

-Como quieras amigo, pero ni se te ocurra intentar usarlo nunca contra mí…

-Sabes que sería incapaz. Te espero el día de la fiesta… no faltes.

Y se alejó de allí haciendo zurrir sus alas entre las nubes y diciéndome adiós con la mano. Empezaba a amanecer, y todavía suspendido a la altura de los tejados, pude ver cómo Stoddard metía al Desmembrador en un furgón enorme. Tras comprobar que su detenido se encontraba bien amarrado y que no daría ningún problema, llamó por radio, y media unidad apareció armando escándalo, derrapando con los coches y haciendo sonar las sirenas. El Desmembrador recuperó pronto su talla normal pero, para cuando lo hizo, ya llevaba puestas un par de esposas nulificadoras que lo convertían en un individuo casi tan inofensivo como un mono de peluche.

La mayoría de los policías miraron la escena sin entender mucho. No era posible… Stoddard tenía dos cojones como dos melones de temporada, todo el mundo lo sabía, pero detener al Desmembrador, a pelo, era demasiado incluso para alguien como él. Ya lo había intentado una vez y casi le había costado la vida… Muchos pensaron que habíamos sido nosotros los responsables de poner bajo custodia a aquel malnacido, y muy pocos tuvieron fe suficiente como para sospechar la verdad.

Cuando llegó a la puerta de la comisaría y bajó del furgón llevándolo amarrado, una multitud lo esperaba a la puerta. La noticia había corrido, misteriosamente, de boca en boca, más rápidamente que los coches patrulla. La gente se agolpaba a la entrada del viejo edificio sin terminar de creerlo, esperando ver lo insólito. Los periodistas habían plantado sus cámaras en la acera ansiosos por grabar las imágenes: el Desmembrador, un gigante de tres metros, era escoltado por un grupo de agentes especiales, y seguía a Stoddard con la cabeza gacha, sin atreverse siquiera a protestar. Llevaba un ojo amoratado y la cara hinchada… Todos aplaudieron. Yo, desde las alturas, también…

A las doce del mediodía el capitán Stoddard salió por fin, cansado, en dirección a su casa. Había terminado el papeleo y la rueda de prensa habitual. Yo lo había esperado durante más de media hora a la puerta de la comisaría con la intención de decirle algo, pero finalmente no me atreví a bajar. Permanecí flotando entre los tejados, mientras él se alejaba cojeando, calle arriba… A veces me cuesta encontrar las palabras…

A la noche siguiente, regresé a la puerta de la comisaría. Esperé a estar solo y cuando nadie me veía, me acerque a la pared en la que hace años escribieron aquella frase en honor a Stoddard. La repasé con el dedo, haciendo brotar de él un rayo de energía roja que fundió la piedra. Era perfecta, no tenía nada más que añadir a ella. Nada mejor podía decírsele a Stoddard. Nada mejor podría decirse sobre él.

«Algunos hombres pueden ser destruidos… pero no derrumbados”.

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micifú
micifú
24 septiembre, 2008 9:11

me gustó mucho la segunda parte, más q la primera entrega y ahora leeré esta que seguro las supera
ánimo y sigue escribiendo así de bien

José Torralba
24 septiembre, 2008 10:59

Me ha encantado… sencillamente genial. Después del brillante ejercicio de la segunda entrega –que por poner una mínima pega, era algo dispersa en cuanto a motivos de la acción– en esta Fideu nos ofrece una historia mucho más compacta y deslumbrante. Me la he leído de un tirón y casi sin pestañear… Magnífico –y merecido– ajuste de cuentas el de Stoddard.

Y por lo que más quieras, Jose Antonio, cuando tengas un rato haznos un buen spin-off de El Abejorro.

Ailegor
Ailegor
24 septiembre, 2008 13:50

Qué final!!! Me ha encantado, espero seguir leyendo los próximos capítulos y que sean así de chulos. Gran personaje el capitán de policía, aunque el Abejorro no se le queda atrás. Me parecen unas historias super originales.

Ziggy
24 septiembre, 2008 22:52

Por cierto lo del abejorro. Que manera tan original de coimear a un superheroe.

kosgüorz
kosgüorz
24 septiembre, 2008 23:54

Muy bueno el enlace al favor del Abejorro. La tercera parte no desmerece el nivel de la segunda, que me parece insuperable. Habéis pensado en ponerle más ilustraciones?

Baynes
Baynes
26 septiembre, 2008 12:54

Poco más se puede decir, simplemente que es genial y que enhorabuena.

potajacion
potajacion
27 septiembre, 2008 19:54

¡Vaya tela lo del Abejorro, quién lo iba a decir! Cojonudo, me parece buenísimo. Ya estamos ansiosos de que salga la cuarta entrega de esta magnífica serie de relatos superheróicos en grado ´in mundi´. ¡¡Vamos Capitán!!

mag_jonas
mag_jonas
28 septiembre, 2008 14:41

Simplemente Genial… Este capítulo me ha enganchado desde el principio… el capitán Stoddard es un personaje con mucho jugo…

¿¿Veremos algún boceto del Abejorro?? Puede que forme parte de los archivos de Vincent F. Martin y nos podamos dar el gustazo…

Mucha Fuerza y Animo!!!

Cortes.
Cortes.
1 octubre, 2008 0:51

hola la verdad es que siempre t elo digo y es cierto que a mi el tipo de lectura de superheroes se me hace un poco pesada no es el genero que me gusta, pero vamossss me ha gustado un monton, esk que la forma de redactarlo te atrapa y te sumerge en un mund oscuro, policiaco, a lo sin city, pufff me ha gustado mucho yo me creo que soy una espectadora que mira todo desde la sombra mientras un callejon me cobija de la lluvia… me ha gustado mucho y apoyo al chico o chica que ha escrito vamos capitan, pk vamos el personaje que mas me recuerda a ti es el prota claro jajajaj pk sera eh??? te has kedado con el mejor jajajaj….

siento por si os ha molestado que no me gusta este genero de lectura, pero es una opinion y no quiero decir que no me guste sino que quiza me decanto por otros jejeje…. de todas formas pido perdon jejeje… byeeeeee…