Capitán Meteoro Cap. 10: Secuelas de guerra (Parte 2, de 5)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes

Adaptación de José Antonio Fideu (con permiso de los herederos) de un guión para cómic, escrito en 1973 por Vincent F. Martin. Sería publicado, con ciertas modificaciones, dos años más tarde, ilustrado por Joe Kubert.

«Las guerras son el espanto de las madres (Bella detestata matribus)».
Cicerón.

Al día siguiente de mi encuentro con Berit Köller hablé con el presidente Huet y le pedí que la recibiera. Esperé a la hora de la comida, que se postergó hasta muy tarde a causa de otra maratoniana sesión de reproches, vacía de entendimiento, entre nuestro líder y el del bloque comunista, y me acerqué hasta la suite del hotel que hacía las veces de despacho presidencial para hablar con él. Toqué con los nudillos en la puerta y los dos agentes que hacían guardia a los lados, apenas se atrevieron a mirarme de reojo.

-Soy yo, el Capitán Meteoro, Señor presidente. ¿Puedo pasar?

-Claro. Adelante Capitán, pasa -John Huet no me decepcionó, sabía que no lo haría, cuidaría de mí… cualquier cuatrero cuida de su revolver. Sin embargo, había aprendido también, mucho tiempo antes, cuál era su mayor virtud: te negaba las cosas y parecía que te las concedía; con una sonrisa sincera te traicionaba y tú nunca te dabas cuenta. Le vendías tu alma y al terminar de firmar le dabas las gracias por el trato… Era un buen político, un zorro astuto…

Al entrar lo encontré sentado en una mesa de despacho de madera de roble, en mangas de camisa, con la corbata aflojada y comiendo con desgana, seccionando un filete como un cirujano que amputara un tumor. Había apartado el flexo, el teléfono rojo y varios montones de papeles para hacer sitio a la cubertería, improvisando un comedor sin demasiado gusto. La escena me desconcertó. El hombre más poderoso del mundo almorzaba, a deshora, apresurado, en una suite de hotel, como un mendigo, y en vez de ocupar una mesa del salón había decidido hacerlo allí… Lo comprendí todo al observar la ubicación del mobiliario y la distribución de las habitaciones de la suite. El comedor era una estancia mucho más luminosa, toda la pared sur era un gran ventanal, las montañas nevadas y un bosque cercano se dibujaban de fondo tras el cristal, por contra, el pequeño despacho había quedado marginado a un rincón de la entrada, la luz se colaba en él por una modesta ventana alejada del escritorio varios metros. Era un lugar mucho más seguro. Entendí aquella soledad como otro de los sacrificios que ese hombre tuvo que hacer por el bien de nuestro país.

-Necesito que me haga un favor, John –le dije-. Es una cosa sencilla, una tontería. Sé lo ocupado que está usted, pero le agradecería que me concediera esta petición. Servirá para que mi conciencia duerma mejor por las noches…

-¿De qué se trata?

-Necesito que reciba a una persona… Una anciana. Se llama Berit Köller -El nombre causó una impresión inmediata en él. Abandonándose a una sorpresa espontánea, en un movimiento casi reflejo, John Huet bajó el cuchillo y el tenedor, dejó de masticar, y a la vez, alzó la vista y me miró fijamente-. Es la madre de End Panzer… Ya sabe, el nazi del cañón…

-Sí, ya me acuerdo de él… Un fantasma del pasado. Murió en las Ardenas, ¿no? –preguntó limpiándose con la servilleta sin apartar la mirada de mi cara-. Cayó enfrentándose a vuestro grupo… Parece que lo estuviera viendo ahora mismo. Era un jodido bastardo cabezota muy fuerte. Una vez me peleé con él. Me rompió una pierna de un manotazo…

-Sí. Cayó allí. Dicen que yo lo maté…

-¿Qué quiere esa mujer?

-Sólo saber dónde está su hijo.

-¿Cree que yo lo sé? Estará en alguna fosa común, enterrado en medio de cualquier lugar, como tantos otros muchachos de los que lucharon en aquel infierno…

-Yo fui el último en pelear contra él. Cuando lo dejé estaba todavía vivo…

-Tus puños pueden hacer mucho daño, Capitán. Hay lesiones internas que retrasan la muerte de un hombre durante días, semanas… Siento hablarte así –de repente, Huet comprendió que la sinceridad excesiva podía perjudicarle. No deseaba entrar en una confrontación conmigo y trazó, con otro gesto y nuevas palabras, un atajo mucho más cómodo, que nos condujera a ambos a un punto de entendimiento-. Bueno, en el improbable caso de que sobreviviera a todo aquello, a las heridas, a las enfermedades, al hambre y al frío, suponiendo que sobreviviera a la guerra y a lo que vino después, ¿por qué nadie ha vuelto a saber de él? Era bastante conocido, incluso entre los nuestros, y tenía un aspecto que no le permitiría pasar desapercibido… Bien, vamos a creer que logró sobreponerse a todos estos problemas y que encontró a una cariñosa viuda belga que lo acogió y le hizo olvidar su pasado… Si eso es así, ahora End Panzer ya no será End Panzer, seguramente tenga ya un nuevo nombre y puede que hasta una nueva cara. Será un hombre muy diferente al que conocimos… Además, y esto es muy importante, si estuviera vivo, ¿no crees que habría hecho algún esfuerzo más por ver a su madre, por encontrarse con ella? –afirmó esto último sonriendo, pero al darse cuenta de que a mí no me hacía ninguna gracia, fintó de nuevo y volvió de la ironía al tono preocupado y paternal de las ocasiones serias-. ¿De verdad cree esa pobre mujer que yo sé dónde está? No hemos vuelto a saber de él y me alegro. Yo creo sinceramente que está muerto. Ningún cazador judío, ni siquiera ese sabueso fanático de Wiesenthal, se ha acordado de él… Seguramente ya sólo ella se acuerda. Hasta tú y yo lo habíamos borrado de nuestra memoria…

-Si usted la recibiera, y le enseñara algún informe de inteligencia… si le indicara un lugar, una tumba… No hace falta que sea el lugar exacto en el que Panzer murió… cualquier cementerio de por allí valdría. Ella descansaría, dejaría de buscar…

-Ya entiendo, amigo mío… Bien, no hay problema. Que venga esta noche. Habla con el agente especial Clarke. Él lo preparará todo. La recibiré antes de irme a la cama… Y por favor, Capitán, intenta ser discreto… Hago esto por el afecto que te tengo, pero me sobran los problemas diplomáticos…

Así fue. A eso de las diez, Berit Köller entró en esa misma sala, y a las diez y media, más o menos, la abandonó con la mirada perdida, muda… No sé exactamente lo que ella le preguntó al presidente ni cuales fueron las respuestas de Huet. Yo esperé fuera a que el encuentro terminase y cuando la mujer salió de allí, no supe interpretar bien su expresión. Entendí su abatimiento como el resultado lógico de la llegada a la meta. Después de tantos años de búsqueda, de tanto esfuerzo, al obtener finalmente las respuestas que esperaba, el peso de los años, retenido por la urgencia y la desesperación durante tanto tiempo, había terminado de caer sobre la espalda de la señora Köller…

-Gracias, Capitán –me dijo-. De verdad eres un buen hombre… Nada de esto es culpa tuya.

Luego se marchó. La seguí sin que se diera cuenta hasta la recepción del hotel y salí afuera tras ella, espiándola a la distancia suficiente para que no notara que la seguía. La vi difuminarse calle abajo, entre sombras y bruma, y me pareció estar viendo un espectro que hubiera cumplido su condena, de camino al olvido… Sentí pena por Berit Köller y deseé haber tenido la fuerza de ánimo suficiente como para acercarme a consolarla. Sentí estar obrando mal al negarle el relato de mi último combate contra End Panzer. Quizás debí haber corrido hasta ella para contarle lo valiente que era su hijo y cómo dio su vida por su país. Aún no teniendo la certeza total de ello, debí haberle dicho que yo lo maté, y debí haberle pedido perdón… Con sólo ese acto de valentía, un simple gesto, todo habría sido más sencillo… Ella habría llorado y se habría alejado tranquila de allí, del mundo en realidad, para no regresar jamás. Sin embargo no pude moverme… Los ojos de una madre son armas mucho más aterradoras que cualquier bomba. Pocos enemigos, en todos estos años, me han intimidado tanto…

Por la noche soñé con ella y con su hijo. Soñé también con mi familia y, en algunos momentos del sueño, nuestras almas se confundieron: yo era End Panzer y Berit Köller no era ella, se transfiguraba en mi propia madre y lloraba por la muerte de su pequeño Jerome, su querido hijo, caído a manos de un fanático vestido con una capa roja en un bosque nevado de Bélgica… En sueños volví de nuevo a la guerra.

Recuerdo Las Ardenas como la mayor carnicería a la que yo asistí jamás. Era el invierno de mil novecientos cuarenta y cuatro. El varapalo sufrido en Arhem hizo que todo el avance efectuado por nuestras tropas tras la batalla de Normandía se detuviera en seco. El frente europeo quedó convertido en un cenagal en el que los soldados de uno y otro bando tuvieron que esperar durante meses, sin llegar a observar ningún tipo de variación destacable en una u otra dirección. Al estabilizarse la situación, el alto mando alemán obtuvo el tiempo suficiente para tomarse un respiro que le permitiera reorganizar y rearmar a sus castigadas fuerzas. Sin embargo, la locura de Adolf Hitler iba más allá de las medidas meramente defensivas que recomendaban sus generales, y su mente empezó a forjar una entelequia de renacimiento en la que, a través de un potente ataque sorpresa, volvería a ganar la iniciativa perdida en la guerra. Esperaba, quizás, presentarse ante los aliados con nuevas cartas que le permitieran, si no ganar la partida, sí, al menos, conseguir unas tablas honrosas, lograr un armisticio para poder concentrar toda su fuerza en detener la imparable ofensiva soviética que le consumía en el Este.

El plan de Hitler era, en cierto modo, una reedición de la Blitzkrieg del cuarenta, un avance rápido que borró del mapa a los ejércitos franceses y aisló a los británicos obligándoles a abandonar el continente. El punto principal del ataque sería el mismo: el castigado bosque de las Ardenas. Partiendo de allí, las fuerzas alemanas, basándose en la supuesta superioridad de sus divisiones Panzer y cobijadas de los ataques de la aviación aliada bajo la niebla invernal, llegarían hasta la ciudad portuaria de Amberes, creando un corredor que aislaría de nuevo a los británicos en el Norte… Esperaban que esta soledad les hiciese cuestionarse su continuidad en la guerra… no conocía bien a los ingleses Hitler, si pensaba así…

El caso es que, sea como fuere, al principio nos pillaron en bragas… Cuando llegamos a la zona, el avance de los tanques alemanes era todavía firme y los soldados americanos se batían en retirada, corriendo con poco criterio, como gallinas sin cabeza. Nos reunimos en una vieja casona que había servido de almacén al ejército durante los últimos meses, y alrededor de una hoguera discutimos cuál sería el siguiente paso a dar. Éramos cinco: La Antorcha de la Libertad, Conan Wild, Ronnie Metralla, Espíritu de Águila, el amigo apache de Cornelius, y yo. Con los años habíamos aprendido a trabajar junto al ejército, pero no dentro del ejército. Los superhéroes formamos grupos de milicias, cada uno tendría unos cuatro o cinco miembros; reuníamos toda la información posible sobre la marcha de las operaciones militares, pero no nos integrábamos ya en las filas de la armada salvo en ocasiones contadas en las que éramos reclamados directamente para algún cometido específico. Al contrario que los héroes alemanes, nosotros decidimos pronto ir por libre y, aunque parezca increíble, alejados de la inteligencia militar, nos fue mucho mejor…

Conan había recibido informes de los chicos del O.S.S. que informaban de la presencia de metahumanos en la vanguardia del ataque alemán. Por supuesto, a la par de las divisiones Panzer avanzaba Garin Köller con su cañón al hombro, y era previsible que ese bastardo enano de Gesichtsverband, no andara lejos. Los papeles del servicio secreto hablaban también del volador, su nombre en clave era Coronel V-3, un prusiano que había desarrollado un generador basado en nuevas fuentes de energía, tan avanzado y eficiente, que distaba años luz de los más alocados diseños americanos de la época. Un día creó una versión en miniatura del reactor, le añadió alerones y unos estabilizadores, lo colocó en un arnés y con todo eso como mochila a la espalda, se lanzó a surcar el cielo. Cubrió la distancia entre Berlín y Viena en menos de un cuarto de hora, estableciendo un récord que tardaría en ser superado… Según se decía, había seguido experimentando luego con nuevas utilidades de su ingenioso aparato. Construyó también unos guantes capaces de desviar parte de la energía que generaba el arnés, consiguiendo así un poder ofensivo aterrador. Lanzaba rayos de plasma que habrían podido fundir los muros del infierno… Muchos de sus diseños fueron utilizados, años después, por los científicos americanos en su lucha por vencer la carrera espacial, e incluso se dice que Oppenheimer resolvió el problema del detonador de su tristemente famosa bomba atómica, aplicando tecnología robada a las fuerzas del eje. Esa tecnología tenía su base en los trabajos del Coronel; él firmó la mayoría de los diseños. Soy científico y he hablado de este tema muchas veces con compañeros, hombres de distintas nacionalidades, ideas políticas y creencias. Todos coincidimos en señalar a este nazi visionario como uno de los grandes genios de nuestro tiempo y damos gracias de que naciera en una familia de pilotos. Hay una reproducción de su ingenio volador que ocupa un lugar destacado en la sala de las Amenazas del Museo de las Maravillas. Allí se exponen cartas en las que su padre, un autentico as de la aviación hijo de otro as, le reprocha su desvinculación con el ejército y la tradición marcial de la familia… Por suerte, al final, el Coronel cedió a las presiones. Sus tres hermanos, también aviadores, fueron abatidos, y él dedicó su ingenio, a partir de entonces, a convertirse en el más grande dominador del cielo que diera nunca Alemania. Lo logró. Fue una suerte, de haber dedicado su cerebro a otra cosa, como por ejemplo a diseñar un misil, puede que hoy se contara la guerra de una manera muy distinta.

Junto a ellos, se decía, andaba también Ciclón-B, otro científico que, por causas desconocidas, había sublimado su propio cuerpo quedando transformado en una nube de gas venenoso con conciencia. Para mantener la cohesión de sus átomos, el maldito desgraciado, tenía que andar dentro de un contenedor mecánico, una especie de robot-pecera, que le servía de refugio, y del que sólo escapaba, en situaciones de gran necesidad, para rodear a los enemigos con su esencia vital, ahogándolos en pocos segundos, antes de regresar de nuevo a la seguridad de su cuerpo huésped. Se le responsabilizaba de la muerte de más de quinientos sesenta soldados, incluida la tripulación entera del submarino USS Nautilus… También, según se supo más tarde, asesinó al Primer Patriota envenenándolo en su odio ponzoñoso. Formó una nube de gas alrededor de la cabeza del muchacho y le impidió respirar sin que el pobre pudiera librarse a tiempo… Me contaron que cayó al suelo, lanzando espumarajos por la boca, con el rostro amoratado, y que murió lenta y dolorosamente…

Se nos informaba en aquellas páginas, además, de la presencia de Steinchslag, una Venus rubia de inigualable belleza, tan dura, fría y hermosa como el diamante, de Blitz el velocista y de Reich, el super-ario, que seguramente fuera quien dirigiera las operaciones, un nazi convencido con el que me he enfrentado en muchas ocasiones desde entonces. Condecorado varias veces, lucía siempre orgulloso su cruz de hierro con hojas de roble, espadas y brillantes. Me igualaba en fuerza, velocidad y resistencia, y me superaba en disciplina, fanatismo, rencor y determinación. Podría decirse de él que es mi Némesis, un calco mío sobre papel negro… La manifestación externa de lo que esconde la cabeza de Gesichtsverband.

Decidimos, ante tal nivel de poder ario, intentar estrategias alejadas de la pura heroicidad habitual del combate a pecho descubierto, y actuar antes de que lo hicieran ellos. Sabíamos por un espía dónde tenían su cuartel general y Conan sugirió hacerles una visita. El plan parecía una locura, entrar de noche, pillarlos en la cama y darles un toquecillo antes de que se dieran cuenta, pero lo había diseñado Cornelius Wild, seguro que funcionaría.

Así que al atardecer volamos con discreción hasta los alrededores de Losheim y esperamos en un bosquecillo cercano. Conan se alejó de allí saludándonos con una sonrisa como hacía siempre, incluso en las peores ocasiones. Iba a jugarse la vida y parecía que saliera de picnic… Le había añadido al casco, en su parte interior, unos chismes que él llamaba bobinas de inducción de campo Tesla, con las que esperaba poder pasar desapercibido ante los poderes de presciencia de Gesichtsverband. El aparato funcionaba gracias a la energía que transmitía una batería que llevaba en el cinturón, junto a la cartuchera. De manera atropellada, antes de marcharse, me explicó el funcionamiento básico de aquel cacharro y he de reconocer que, a pesar de todos mis años de formación científica, no me enteré de nada. Conan explicaba las cosas más inverosímiles como recetas de cocina, esperando que los oyentes comprendieran siempre como si fueran tan lúcidos como él. Creo que el invento basaba su funcionamiento en la producción de unos campos magnéticos que interfirieran las ondas cerebrales, de manera que el pequeño monstruo, en vez de notar pensamientos, escuchara una especie de ruido blanco, más parecido a las reflexiones de una piedra que a las de un ser vivo…

Amparado por la oscuridad se llegó hasta el hotel que los nazis utilizaban como base central de operaciones y, con una facilidad insultante, se coló dentro. De camino había ido atando hilos de un metal muy fino y resistente a distintas alturas, uniendo árboles de un lado y otro de la carretera. No esperaba que nadie pasara por allí a esa hora, tenía muy claros los horarios de llegada de los camiones de suministros, y lo hizo sin prisa, asegurándose de que los cables quedaran perfectamente tensados. Eran filamentos apenas visibles pero haría falta un soplete de acetileno para cortarlos. Si alguien tenía la desgracia de avanzar por ese camino, precisamente esa noche, iba a llevarse una sorpresa muy desagradable. Dependiendo de si bajaba al pueblo o de si subía de él, perdería las piernas o la cabeza…

Los soldados que hacían guardia a esas horas apenas pudieron darse cuenta de que Wild caminaba entre ellos. Llegó al viejo caserón, lo miró un momento desde lejos para comprobar las posibilidades y, tras asegurarse de que sus intenciones eran compatibles con la realidad, tras situar a los centinelas y calcular sus recorridos, localizar las zonas de barrido de los reflectores y sopesar la presencia de otros elementos de riesgo, entró. Así de sencillo: no necesitó siquiera romper un cristal. Dejó sin sentido, de un golpe, a uno de los soldados que guardaban el perímetro, no uno cualquiera, uno que usaba su misma talla, y luego, vestido con su uniforme, se coló por la entrada principal. Saludó al portero con un perfecto alemán, se fumó un cigarro con él, y siguió con su misión dejando en la recepción a un nuevo amigo. Conan es, aparentemente, un hombre normal, no tiene poderes, no vuela ni lanza rayos, ni se transforma en seta, no figura en las listas de metahumanos, y sin embargo, cualquiera que lo haya visto actuar notará algo especial en su forma de moverse, de hablar y de pensar. Es una especie de halo, un don difícil de catalogar que lo convierte siempre en el centro de las conversaciones, en el jugador más valioso de los partidos o en el amante más deseado… Es listo, más listo que nadie, es agudo, simpático, culto, constante en el trabajo, un atleta increíble, preciso en sus movimientos y que siempre opta por la mejor alternativa a la hora de elegir… Puede que eso no sean superpoderes, hay muchos hombres que disfrutan de algunas de esas cualidades, lo difícil el aglutinarlas todas en una sola persona… Se necesitarían cien vidas para llegar a ser la mitad de bueno de lo que era Cornelius Wild.

Sin prisas subió las escaleras hasta el primer piso. El plano de toda la instalación estaba perfectamente dibujado en su cabeza. Giró un par de pasillos, abrió un par de puertas, incapacitó a unos cuantos soldados más y se coló en el cuarto en el que descansaba Ciclón-B. No sé muy bien qué criterio eligió a la hora de atacar a sus víctimas, quizás lo hiciera simplemente atendiendo a la situación de las habitaciones, aunque, conociéndolo, no lo creo. El hombre de gas se relajaba en una sala forrada de acero y perfectamente sellada en la que podía dejar que sus átomos se expandieran sin peligro a descomponerse del todo. Mantener la cohesión de las partículas que formaban su cuerpo era una tarea agotadora y estos periodos de descanso eran fundamentales para preservar una cordura que se le escapaba de las manos día a día. Conan miró a través de una pequeña rendija acristalada y no pudo ver más que una difusa nube de humo verdoso que cubría la parte alta de la cámara acorazada. Fuera, a unos metros, el esqueleto mecánico de Ciclón esperaba, muerto, a que el alma vaporosa regresara y le diera vida. El aparato, una suerte de probeta gigante con brazos y piernas, descansaba sobre unos ganchos, como una marioneta entre función y función, esperando a que la válvula de su espalda se abriera y el movimiento regresara. Un largo tubo de goma, a modo de cordón umbilical, unía la habitación acorazada en la que descansaba Ciclón con el armazón vacío. Por él se conduciría el hombre de gas a la hora de llegar del dormitorio al interior de la armadura cuando hubiera que actuar…

Conan abrió el pequeño bolso de cuero que llevada colgado del cinturón y sacó del interior sus útiles de trabajo: un frasco de cristal y una jeringa de grandes dimensiones. De la misma manera en que habría obrado un practicante de pueblo a punto de jubilarse, agitó el vial a la altura de los ojos, y tras pinchar la tapa con diligencia, pasó el contenido, un fluido de apariencia sanguínea, al interior de la jeringuilla. Antes de proceder a ejecutar, se aseguró de que las válvulas que conectaban el cubil de Ciclón con el traje anfitrión estuvieran abiertas. Una rendija bastaría. Con cuidado, no quería despertar a su enemigo, hizo girar una de las llaves y, sin más dilación, clavó la aguja en el tubo y apretó hasta que el émbolo de cristal llegó a su tope. Al contacto con el aire, el medicamento se evaporó formando una sombra rúbea que avanzó por la manguera, penetrando de manera sibilina en el dormitorio de Ciclón-B. Antes de salir volvió la mirada atrás. Efectivamente, ambos fluidos, el medicamento y el nazi, habían comenzado ya a mezclarse…

Actuó de manera muy parecida con Blizt. Conan lo conocía del pasado, era ya entonces un hombre peligroso y todavía no había adquirido la velocidad del rayo. Infalible con el cuchillo, su destreza con la mayoría de armas conocidas era extraordinaria. Tenía una habilidad para matar y para sobrevivir que era legendaria. Por eso, trató de ser todavía más cuidadoso con él. Sabía que desde su transformación tenía que dormir en una especie de ataúd de metal y muy sedado. Las vibraciones, de las que nunca estando despierto se libraba, hacían imposible que descansara en ningún otro lugar, y aún en estas circunstancias, casi dormido y tendido en un catre tan especial, si te acercabas lo suficiente, podías escuchar un zumbido que nunca cesaba. La parte inferior del sarcófago había sido diseñada uniendo amortiguadores de camión, más de cuarenta contó Conan, y sin embargo, las vibraciones llegaban a través del suelo, igualmente, hasta sus pies…

De nuevo sacó las herramientas. Esta vez el vial contenía líquido añil, pero por lo demás, el procedimiento fue idéntico. Utilizó un tubo por el que un ruidoso compresor introducía aire renovado en la capsula. Allí pinchó. Terminado el trabajo, se iba ya, reparó en algo que le llamó la atención. Sobre una silla de madera, colocado de manera metódica, el uniforme de Blitz esperaba. Una idea genial brotó en su cerebro. Antes de abandonar la habitación se detuvo un momento con las botas del velocista. Ciertamente se trataba de un calzado muy especial: en apariencia botas altas de oficial, miradas al detalle, un milagro de diseño y funcionalidad, flexibles, cómodas y muy fiables. Con la punta de su navaja, fue haciendo pequeños cortes en las costuras de la suela; una obra de zapatero saboteador perfecta. Quien se las pusiera, sobre todo si se calzaba con prisas, apenas notaría los desperfectos… al menos al principio. Otra cosa sería al rato de iniciar con ellas una carrera a supervelocidad.

Al Coronel V-3 le tocó en tercer lugar. En su caso Conan se limitó a fotografiar el reactor y cortar algunos cables que le parecieron importantes. Por suerte, el genio volador dormía en una austera celda y guardaba, cuando no estaba de servicio, su invento, en una cámara acorazada contigua que le servía también de laboratorio y taller. Una combinación de sólo seis dígitos y un sistema de alarma sorprendentemente vulgar, impedían que alguien entrara allí sin permiso… Sólo seis dígitos. Insultante.

Fuera del plan quedaban los pesos pesados. No había aguja capaz de traspasar la piel de Panzer, y menos aún la de Reich. Ellos y Steinchslag serían para nosotros. Pasó por delante de sus habitaciones sigilosamente; el tanque humano dormía solo, pero en la puerta del dormitorio del super-ario escuchó ruido. Esto es un cotilleo, lo sé, y quizás no debiera contarlo aquí, pero lo cierto es que Cornelius, al relatar su aventura, afirmaba siempre haberse sentido muy reconfortado al saber del cariño que se profesaban el jefe del operativo alemán y la mujer de hierro. Mientras se dedicaran a esas faenas, estarían poco atentos a ruidos exteriores… En realidad, aunque Conan no lo supiera entonces, había mucho amor allí en aquella época. Reich y Steinchslag acostumbraban a dormir acompañados, siempre, de varios soldados de la guarnición… Eran personalmente elegidos por ella entre los miembros femeninos más aptos que la raza podía proporcionar. En las noches más oscuras, cuando había que descargar rabia o cobrar algún fracaso, las invitadas al lecho eran judías. Entonces los gritos eran de otra naturaleza… Otro cotilleo, lo sé. Pido perdón de nuevo.

Finalmente Cornelius Wild llegó a los aposentos del pequeño telépata. De camino había tenido que quitar de en medio a otros tres o cuatro soldados, no creo que matara a ninguno. Gesichtsverband dormía, según los informes, una o dos horas al día en períodos nunca superiores a los diez minutos. Seguramente lo estuviera esperando despierto y en una confrontación directa era un enemigo muy peligroso, mal cliente. Además de telépata era telequinético, capaz de mover grandes objetos con la voluntad de su mente. Por eso, en su caso, Cornelius se limitó a introducir el gas por la rendija de la parte inferior de la puerta. Sabía que, de los tres métodos, éste era el más burdo, el que más posibilidades tenía de fracasar, pero aún así, decidió no arriesgarse más. Luego salió afuera dejando cargas explosivas en tres o cuatro de los puntos clave del edificio. Saludó a Blaz, el guarda de la puerta, y se escabulló de vuelta a la oscuridad. Antes de alejarse del todo, colocó otro regalito junto a los depósitos de combustible, unas barritas de color rojo con un letrero: TNT decía. Escondido en el bosque, al abrigo de las sombras, las hizo explotar. Estaba ya por entonces a una distancia prudencial, muy cerca de la carretera, casi junto a nosotros.

Inmediatamente comenzó la fiesta. Mientras Conan corría como un poseso en nuestra dirección (había memorizado cada piedra del camino en su viaje de ida para asegurarse un regreso más rápido), los alemanes hacían sonar sus alarmas y se preparaban para enfrentarse al enemigo. Lógicamente los superhombres reaccionaron antes… al menos algunos de ellos. Blizt estuvo preparado antes que ninguno, en un segundo se había vestido y corría al exterior convertido en un borrón gris. A pesar de que notaba una sensación extraña, le dolía la cabeza y no terminaba de ver del todo bien, emprendió la marcha todo lo rápido que pudo, armado con su cuchillo y hambriento de venganza. Pensó que tardaría menos de diez minutos en peinar toda la zona circundante y decidió, para su desgracia, comenzar la búsqueda por la carretera sin esperar a sus camaradas. Un reflejo providencial le permitió ver el primer cable. “No será un problema”, pensó, “tendré tiempo de cambiar el rumbo…”. Lo que no esperaba Blitz, desde luego, era que en ese preciso momento algo fallara bajo sus pies y le hiciera perder el equilibrio. ¡Las botas! Le costó mucho más de lo que él pensaba trazar una nueva ruta y cuando lo hizo no era ya él quien dirigía su propio movimiento. Sin poder hacer nada para impedirlo, cayó, girando, perdido el control, a una velocidad de trescientos kilómetros por hora… Tuvo suerte, su cabeza pasó a un par de milímetros del filamento tendido por Wild y sólo perdió una mano, la izquierda…

Ciclón-B estaba tan borracho que apenas escuchó las explosiones. No pudo parar de reír en días y aunque lo intentó, le fue imposible adquirir un mínimo de integridad molecular con la que actuar. El Coronel tampoco apareció. Al parecer, en el momento de accionar el interruptor principal de sus cohetes, éstos comenzaron a arder de manera violentísima. De repente se encontró con un volcán a la espalda imposible de apagar, sufrió graves quemaduras y a punto estuvo de morir. Un joven soldado le ayudó de manera providencial a quitarse el arnés pagando con su vida tal acto de camaradería.

De Gesichtsverband nunca se supo nada. Puede ser que el gas narcótico de Conan terminara afectándole o quizás los informes estaban equivocados y el maldito enano nunca estuvo allí. Finalmente, sólo End Panzer, Steinchslag y Reich se presentaron al combate en condiciones de luchar. Apenas salieron fuera se encontraron con el caos y tardaron todavía unos segundos en sobreponerse y comenzar a dar órdenes. El plan de Conan Wild había funcionado a la perfección, había conseguido eliminar a la mitad del equipo contrario y había sembrado tal desconcierto en las filas enemigas, que les sería muy difícil reponerse. El hotel ardía, los edificios más cercanos habían volado por los aires con el depósito de combustible y los soldados gritaban pidiendo auxilio y buscando alguien que pudiera poner algo de cordura en aquella noche de locos. Desde luego, no esperaban un ataque así, y mucho menos vernos a nosotros aparecer.

No voy a contar el combate entero, no fue más que otra reyerta entre tipos con poderes, tiene poco interés. Por algún motivo que desconozco, el destino quiso que mis compañeros se repartieran a los amantes. La Antorcha y Ronnie Metralla se encargaron de Steinchslag, no pudieron con ella pero la entretuvieron lo suficiente, y Conan y Espíritu de Águila, se dieron de leches con Reich. Yo quedé frente a frente, de nuevo, con End Panzer. Peleamos durante más de una hora… Recuerdo que en un momento del combate, ellos tomaron ventaja. La Antorcha cayó, Ronnie apenas podía contener la furia salvaje de Steinchslag y Reich demostró pronto que era demasiado, incluso para el poder combinado del piel roja y de Conan. Quizás habrían acabado con nosotros de perseverar en la lucha, y sin embargo, algo les hizo pensar que nunca podían vencer. Peleaban para sobrevivir, tratando de sacudirse de encima nuestra presa para escapar; no luchaban con la intención de conseguir una victoria… al menos algunos de ellos. En vez de rematarnos, en el momento en que se vieron algo más liberados de presión, el super-ario y su amante decidieron emprender el vuelo rumbo a Berlín, dejando atrás a Panzer y al resto del ejercito de su país… Quizás no terminaron de sobreponerse a la impresión de haber perdido de golpe a la mitad de su equipo, una superioridad tan aplastante… Con ellos volaron las esperanzas de triunfo del ejército alemán. Se dijo después que Hitler quiso fusilarlos a ambos por retirarse, lógicamente no encontró arma con la que hacerlo ni valiente que la empuñara…

Durante un momento nos detuvimos. End Panzer miró al cielo mientras Reich y Steinchslag se convertían en pequeñas manchas que pronto fueron devoradas por la oscuridad del firmamento… Respirando como un búfalo, se limpió el sudor de la frente y maldijo a los traidores. Por unos segundos albergué la esperanza de que se rindiera, de que bajara los brazos y pudiéramos dejarlo allí; con los tres o cuatro primeros golpes mi odio hacia él y mis ganas de revancha habían desaparecido. Los soldados, desamparados, habían tirado las armas y formando un círculo alrededor nuestro esperaban en silencio observando la lucha con los ojos desorbitados. Habían volcado toda esperanza de victoria en Panzer. De nada les valdría luchar si él caía…

Hice una señal a Conan para que nadie se moviera, para que no intervinieran, y seguí esperando. End Panzer miró a su alrededor y comprendió que sus puños contenían toda la fe que quedaba por allí. Gritó en alemán un viva a la patria y se lanzó de nuevo contra mí. No habría tregua. No podía haberla.

Los golpes volvieron a sonar. Cada vez que mis puños, o los suyos, explotaban en el cuerpo del otro, campanadas de violencia anunciaban la llegada del Apocalipsis. Él me pegaba en la cara y en el abdomen y yo trataba de cubrirme y de devolverle el daño multiplicado. Por mucha fuerza que empleábamos, ninguno llegaba nunca a dar un golpe definitivo. Un directo, y otro, y luego contraatacaba él. Apenas se cubría y me golpeaba con un gancho al hígado y luego una izquierda. Ponía todo lo que tenía en cada puñetazo, y los impactaos eran tan fuertes que saltaban chispas y nuestros pies se hundían en la tierra, reblandecida al haberse fundido la nieve. Otro golpe… y otro… y otro… Nos separábamos al recibir el castigo y volvíamos a cargar inmediatamente en busca de más. Al hígado, al estómago, a la cara… Por un momento pensé que aquella pelea nunca terminaría… Y entonces me di cuenta de que End Panzer había roto a llorar. Sangraba por la nariz y por la ceja derecha, tenía un ojo tan cerrado por la inflamación que apenas se le veía. Entre golpe y golpe, todavía tuve tiempo de bajar la mirada: me di cuenta de que los rayos de mi pecho habían desaparecido. Una mancha roja pardusca los había borrado: era sangre, y no mía. Los nudillos del tanque, pelados de carne, dejaban entrever el hueso de debajo, eran llagas sanguinolentas, y las manos, hinchadas como globos y amoratadas, se asemejaban ya más a muñones de carne muerta que a lo que debían ser… Retrocedí dos pasos y le rogué que lo dejara. Yo estaba roto también, pero tenía sobre mí un universo de energía infinita que me respaldaría mientras quisiera seguir en la brega. No tenía más que elevarme y recargar. Volvería con las baterías llenas, casi totalmente curado, dispuesto a dar guerra durante otra hora, y podía repetir el proceso casi eternamente… End Panzer estaba perdido y lo sabía, pero no dejó de combatir. Gritando y escupiendo sangre, se lanzó de nuevo contra mí. Como un niño enfadado bajó la cabeza y, volcando toda su frustración en el ataque, comenzó a golpear mi estómago con furia… Aguanté como pude la embestida protegiéndome con los brazos y empleé la mayor parte de la fuerza que me restaba en un último gancho a la mandíbula que terminara con aquello. Quizás rogándome que acabara con su sufrimiento, Panzer había bajado la guardia, ofreciéndome su cabeza en bandeja… Mi puño impactó de lleno en el rostro de Garin Köller y pude escuchar el sonido horrible de sus huesos fracturándose… Cayó al suelo, rendido y moribundo…

Los soldados alemanes se sometieron de inmediato y yo no pude decir nada, apenas pude moverme más. Me miré de nuevo y sentí asco de mí mismo. El olor de la sangre se me hizo de repente insoportable; naturalmente, había estado presente allí casi desde el principio, pero yo sólo fui consciente de él cuando todo acabó… Era el hedor de la barbarie… Conan corrió rápidamente a atender al alemán, estaba tirado en el suelo, bocabajo, tan roto como el espíritu de su pueblo. La cara de mi enemigo, una máscara horriblemente deformada, se reflejaba en un charco de sangre, mirándome con ojos vacíos sin concederme la absolución. Wild me dijo luego que cuando salieron de allí seguía vivo, que había curado algunas de sus heridas y que ayudó a los sanitarios a estabilizarlo. Me aseguró que un camión de la Cruz Roja cargó con él para trasladarlo a un hospital de campaña cercano… Cuando dejé de jadear, Ronnie Metralla se acercó a mí. Era un chico alegre de buen corazón y mente sencilla, no dudo de que lo hizo con la mejor intención, para darme ánimos o felicitarme por el combate… Fui grosero con él, levanté la palma de la mano, interpuse mi brazo entre nosotros y negando con la cabeza le rogué que no avanzara más. Me asqueaba el contacto humano. Quizás para diluir mi pecado, repartí la culpa de lo que allí pasó entre todos nosotros, entre todos los hombres…

-No –la vergüenza me impedía mirarlo directamente a la cara-, déjame… No digas nada, chico. Mejor no digas nada…

Me alejé volando. Esa noche, no fue Garin Köller el único que lloró.

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Ailegorr
Ailegorr
12 noviembre, 2008 19:37

!Qué capítulo mas chulo! Me encantan los nuevos personajes alemanes y por supuesto, también Conan Wild. Quizás sea una de mis historias favoritas… por ahora, aunque me gustan todas mucho. La manera en que Conan se introduce en el cuartel alemán me parece genial… estaría muy bien ver esto llevado a la gran pantalla. Aquí seguiré fiel el próximo miércoles. Estoy deseosa de ver el final…
Saludos a los amigos de Zona Negativa.

Jorgenexo
Jorgenexo
13 noviembre, 2008 9:27

Buen trabajo. Sólo una pega, de carácter ortográfico: es «llaga», no «yaga».

Némesis
Némesis
13 noviembre, 2008 10:06

Las reflexiones sobre el odio de las madres y su poder destructivo son muy acertadas.

La descripción del genio táctico de Conan Wild, reconvertido a comando infiltrado, es simplemente fabulosa.

Seguid así!!!

José Torralba
13 noviembre, 2008 12:52

Felicidades como siempre. Y genial la parte de la infiltración.

En otro orden de cosas… que sepas que quiero ver lo que me pasaste por correo publicado… ya sabes a qué me refiero 😉 

Fideu
Fideu
13 noviembre, 2008 17:10

Bueno, negahombres:  aquí va, aunque tarde, una nueva entrega… Espero que os guste… Es una de mis favoritas…
Por cierto Jorgenexo, muchas gracias por la corrección ortográfica… Estás muy atento y eso me gusta… Podría decir que el fallo ha sido del Word, o de mi correctora (mi mujer), pero me estaría comportando como el peor de los supervillanos. Mentiría como un bellaco… Toda la culpa ha sido mía. La ortografía no fue nunca mi fuerte. De cualquier manera si Batman tiene a Robin para sacarlo de apuros, el Capitán Meteoro y yo os tenemos a vosotros, los lectores fieles, para echarnos una mano…
Y Jorge, la semana que viene verás tus deseos cumplidos… Nemesis y Ailegor, os estais ganando el aparecer como personajes en la serie por vuestra fidelidad.
Un abrazo y mil gracias…. Khabooom!!!

Agus
Agus
13 noviembre, 2008 17:36

Hola!!!

Esta entrega se ha hecho de rogar. Menos mal que al final podemos leerla. Cada vez me gustan mas las historias y no me cansare de decirlo, y eso con las primeras ya lo pensaba.

Un saludo y seguir asi.

kosgüorz
kosgüorz
15 noviembre, 2008 18:45

Muy buena. No sé si decir la mejor escrita de las publicadas hasta ahora, porque ha habido varias, pero sin duda de las mejores. Un abrazo

mag_jonas
mag_jonas
18 noviembre, 2008 13:35

Bueno… parece que me he despistado y con eso de que la entrega no estuviera colgada en su día han tenido que pasar casi una semana hasta que he podido leerla…

Magnífico Conan el Infiltrador y Magnífico J.A.F.

José Torralba
18 noviembre, 2008 13:37

Sentimos el retraso y todos los problemas ocasionados al respecto. La entrega de mañana está ya programada y será puntual… y agarráos con las imágenes que ha preparado José Antonio.

potajacion
potajacion
30 diciembre, 2008 18:09

Bueno, aquí se han resalcido un poco los aliados, ya me extrañaba a mí. Hay que ver el Conan Wild ese es la caña, y no sé por qué, el John Huet me dá MUY MALA ESPINA…
¡Qué gran relato, cómo he disfrutado mientras lo leía! Esperamos que todo esto salga publicado en su formato de libro ilustrado como Dios manda.