Providence 3: Lo Innombrable

Reseña de Providence 3: Lo Innombrable, tercer y último tomo publicado por Panini Comics sobre la serie creada por Alan Moore y Jacen Burrows para Avatar Press.

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Aviso de Spoilers: El artículo que sigue a continuación contiene algunos spoilers sobre todo el trayecto de la serie Providence.

Zomoz palabraz en un papiro de hace mil añoz

 
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Edición original: Avatar Press
Edición nacional/ España: Panini Cómics
Guión: Alan Moore
Dibujo: Jacen Burrows
Entintado: Jacen Burrows
Color: Juan Rodríguez
Formato: Cartoné 168 páginas
Precio: 18,95€

 

Tercer volumen editado por Panini Cómics recopilando los cuatro últimos números de la colección Providence que el guionista Alan Moore y el dibujante Jacen Burrows han ideada bajo el amparo de la editorial independiente Avatar Press. Este tomo titulado Providence 3: Lo Innombrable abarca los números de 9 al 12 de la serie ofreciendo la culminación del trayecto físico y vital del escritor amateur Robert Black que durante 1919 le llevó desde New York hasta la ciudad que da título a la obra, ejerciendo esta como hogar y centro neurálgico de la personalidad que funciona como núcleo central del relato, el novelista H.P. Lovecraft al que se rinde peculiar tributo y con el que el protagonista por fin pudo encontrarse en persona durante el último número incluido en el anterior volumen, Providence 2: El Abismo del Tiempo. Suponiendo así su aparición un punto de inflexión desde el punto de vista argumental y conceptual, algo a lo que volveremos un poco después para extendernos sobre dicho recurso narrativo por parte del autor de Promethea o V de Vendetta y que eleva este clímax final de Providence por encima de cualquier otro cómic actual gracias al talento inabarcable de Alan Moore.

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Para afrontar de manera totalmente satisfactoria la lectura de este tercer tomo de Providence el lector debe previamente haber hecho los deberes y no lo decimos sólo en lo referente a ser un profundo conocedor de la carrera literaria de H.P. Lovecraft, algo no del todo exigido ya que la historia que narra la colección puede disfrutarse a distintos niveles sin ser un experto en la prosa del autor de En las Montañas de la Locura. Antes de sumergirnos en las últimas páginas de la obra de Alan Moore y Jacen Burrows debemos no sólo haber leído o releído los dos anteriores entregas de la serie, sino tener reciente en la memoria tanto The Courtyard como Neonomicon, las dos miniseries que funcionan como germen de todo esta enorme odisea en viñetas que nació en 2003 como un proyecto diseñado por puro interés económico por parte del guionista de Northampton y que ha acabado convirtiéndose en una de los mejores experimentos dentro del noveno arte a la hora de diseccionar el legado de uno de los literatos que revolucionó el género de terror a principios del siglo XX para dejar en el mismo una profunda huella llegando hasta nuestros días y que podemos ver en medios como el cine, los videojuegos, el rol o, por supuesto, los cómics.

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Después de sólo atisbar el terror al que más tarde se enfrentaría, Robert Black comenzó a introducirse en ese submundo sobrenatural cuyo origen proviene del libro “Kitab al Hikmah al Najmiyya” de Khalid Yazid y el culto creado a su alrededor llamado la Stella Sapiente que oculta detrás de sus preceptos supuestamente inofensivos una hermandad cuyo génesis es más antiguo que el mismo hombre, extendiéndose como una alargada sombra por todo Estados Unidos. El arranque de este tercer tomo nos confirma lo que en el cierre del anterior parecía una ruptura, una brecha que resquebrajaba la realidad planteada en el relato para mimetizarse con una dimensión que escapa al ojo humano, pero diiscurriendo paralela a la nuestra como nos confirman las peculiares gafas de Henry Anesley, personaje que no deja de ser un sosias del Crawford Tillinghast del relato Desde el Más Allá (que Stuart Gordon llevó a la pantalla grande en 1986 con la demencial y muy recuperable From Beyond) suponiendo nuestro primer contacto más o menos directo con esa irrealidad que poco a poco irá tomando forma ante la atónita mirada de un Robert Black todavía convencido de que todos los hechos por él vividos de primera mano no son más que visiones o ensoñaciones producidas por algún tipo de inexplicable estado alucinatorio, intentando en todo momento no asumir la pesadilla en la que se está viendo envuelto con la excusa de escribir la gran novela que le convierta en un autor de éxito.

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Esta materialización cada vez más pronunciada de un plano dimensional que escapa al entendimiento humano habitado por monstruosidades arcanas que nos controlan desde las sombras sirve a Alan Moore para sumergir cada vez más en la locura a su personaje convirtiéndolo en un engranaje más de la conspiración cósmica en la que se ha visto implicado por culpa de su ambición, su debilidad como ser humano y su carácter decididamente naif a la hora de afrontar unos hechos terribles ante los que hizo oídos sordos por seguir recabando información para diseñar su opus magna. Pero como había sucedido en el resto de la serie hasta el momento, y suele ser habitual en su impronta, para el bardo esta idea conceptual no es suficiente de modo que su intencionalidad a la hora de finiquitar Providence se amparará en retorcer hasta límites casi insospechados la metaficción elevando la obra de Lovecraft al nivel de un evangelio corrupto que sobrevuela todo el siglo XX como si de un virus se tratase. La creación de Robert Black y su desquiciada aventura llevándolo hasta Rhode Island es un eslabón más, el aportado por el propio Alan Moore, en la cadena que representa la prosa del autor de Providence, adoptada por innumerables personalidades de la cultura pop, convirtiéndola casi en una marca comercial para, de este modo, los Primigenios someter bajo su yugo a una humanidad que no entiende que, dentro del microcosmos de la obra, el autor de Dagon o La Sombra Sobre Innsmouth sólo era el profeta, el heraldo de un mal de proporciones incalculables del que ni él mismo tenía constancia.

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En este sentido el capítulo número XI, Lo Innombrable, no sólo es una perfecta síntesis de las ideas que acabamos de plantear, sino una muestra más de que Alan Moore, con la inestimable ayuda de un Jacen Burrows al que volveremos más tarde, es un narrador fuera de serie dentro del mundo del cómic, elevándose por encima del resto de sus coétaneos. La entrega en la que por fin Robert Black toma consciencia de la realidad comprendiendo hasta dónde ha llegado por culpa de su megalomanía disfrazada de falsa modestia e ingenuidad, y utilizando como atípico leit motiv la canción Yo Made Me Love You, de Al Jolson, sirve a Moore y su cómplice a los lápices para amalgamar la secuencialidad propia del medio con unas prodigiosas elipsis temporales para hacer un recorrido por todo el siglo XX y parte del XXI por medio de las personalidades y los hechos históricos estrechamente vinculados con los relatos de H.P. Lovecraft y la estela que su impronta dejó a lo largo de esos años. Acabando el trayecto justo en el contexto espaciotemporal en el que acontecieron los hechos de The Courtyard y Neonomicon retomando los personajes que protagonizaron dichas miniseries, apelando a una progresión circular que reniega de cualquier tipo de ortodoxia narrativa con respecto a la estructura intoducción/nudo/desenlace con la intención de rendir tributo a la obra de un autor literario al que el escritor de La Broma Asesina admira profundamente, asumiendo también sus ideas retrógradas sobre xenofobia, homosexualidad y clasismo que ya se ha ido ocupando de dinamitar en el trayecto previo de Providence.

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Pero no sólo en el mencionado alarde técnico del episodio XI (que no es nuevo para él, recordemos que llegó a cotas de mayor paroxismo utilizándolo en Watchmen con el mítico capítulo Maestro Relojero, centrado en el Doctor Manhattan) decide Moore coquetear con la metarreferencialidad y la intertextualidad. El ya famoso cuaderno de apuntes de Robert Black, del que cada número de la serie nos regala un puñado de páginas, vuelve a funcionar por un lado como reflejo de las ideas más íntimas del protagonista dándonos una perspectiva diferente a la que hemos visto en el cómic, y por otro como terreno fértil para que el británico siga retorciendo la narrativa tradicional mediante paralelismos entre el relato al que comienza a dar forma Robert Black con los hechos que él mismo está experimentando y en otro sentido enfatizar cuán vital para la evolución del género de terror fue Lovecraft hace cien años con esa comparativa en la que el personaje principal empieza a disertar sobre cómo los relatos de terror necesitaban a principios del siglo XX una revolución con respecto a temática y tono en la que el autor de Rhode Island podría ser una pieza clave, dando una naturaleza inexplicable a su microcosmos y las criaturas que lo poblaran. Sumergiendo así en la demencia y la locura a aquellos seres humanos que mantuvieran contacto con ellos realizando una curiosa ejemplificación con el Drácula de Bram Stoker, adherido a una vertiente genérica más clásica, mostrando unos conocimientos literarios tan impresionantes como reconocibles para los que seguimos su obra desde hace años.

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El ejercicio de narrativa ya citado anteriormente que podemos encontrar en el número XI sirve a Alan Moore como antesala del último episodio, El Libro, en el que Providence ha mutado gradualmente en «Neonomicon 2» con un clímax final en el que los autores de la obra vuelven a coquetear con los límites de la ficcionalidad (la presencia de S.T. Joshi como un personaje más de la extensa galería que puebla la historia) para aunar cristianismo y paganismo con un particular «alumbramiento» sirviendo tanto de final para la obra en viñetas como de inicio a una nueva era en la Tierra de naturaleza cíclica que seguirá ejecutándose en un bucle temporal infinito independientemente de si Moore y Burrows deciden dar continuación a la historia. Ambos autores vuelven al presente permitiéndose el capricho de que los agentes que investigaron en Neonomicon el caso en el que el detective Aldo Sax perdió la cordura durante The Courtyard se sirvan del cuaderno de notas de Robert Black en Providence para intentar descifrar el enorme enigma al que se enfrentan y que ya se ha amalgamado totalmente con nuestra realidad, haciéndola poblar por criaturas interdimensionales que paradójicamente siempre habían estado entre nosotros. El inicio del fin toma forma en las últimas páginas y las tres últimas viñetas confirman que el universo ideado por Alan Moore y Jacen Burrows es el uróboros, un ciclo eterno condenado a repetirse en dicho microcosmos desde una perspectiva ficcional y en nuestra realidad desde una artística y cultural cada vez que un lector abra uno de estos cómics para revisarlo o descubrirlo por primera vez.

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Hay una abismo considerable entre el Jacen Burrows anterior y posterior a Providence. El autor estadounidense desarrolló la mayor parte de su carrera dentro de Avatar Press con obras escritas por Garth Ennis como Crossed o Las Crónicas de Wormwood y Warren Ellis ya sean Dark Blue o Bad World. Pero fue su primera colaboración con Alan Moore en 2002 con Alan Moore’s: Magic Words la que supondría el primera paso para su evolución como ilustrador. The Courtyard y Neonomicon ya aventuraban a un artista que trataba de superarse así mismo para estar a la altura de la narrativa de un titán como el creador de Lost Girls o Top 10. Pero sería a partir de los primeros números de Providence cuando encontrásemos al mejor Jacen Burrows. Aquel dibujante mediocre de fluidez narrativa muy limitada fue viéndose desafiado por un Alan Moore que se entregó en cuerpo y alma para exprimir hasta lo indecente a su colaborador y si en los dos primeros tomos de la colección que ya asistimos a una notable mejoría de su trazo, en estos cuatro últimos números de Providence recopilados en el tercer volumen encontramos el culmen de la carrera de Burrows, ensamblando su estilo de línea clara cada vez más minucioso y elegante con la morbidez de la prosa enfermiza del británico, dando a luz a un nuevo artista que ya ha demostrado en obras más mainstream como la actual etapa de Caballero Luna en Marvel Comics que haberse cruzado profesionalmente con Alan Moore es lo mejor que le ha podido pasar en toda su carrera.

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Lo más aterrador con respecto a Providence, que se disfruta a muchos más niveles leyéndola de manera continuada y sin interrupciones para captar toda su enorme dimensionalidad como historia, es que, a pesar de ser un prodigio de técnica y estructura o la mejor pieza salida de toda la vida editorial de Avatar Press, está lejos de las más importantes obras maestras de Alan Moore, algo que nos permite calibrar cuán impresionante e inabarcable es su talento como narrador de historias. Estas doce entregas que funcionan como un complejo y sólido todo son la más exquisita carta de amor que se ha escrito a H.P. Lovecraft y su legado como novelista maarcando un antes y un después en la literatura de género. Una obra repleta de miedos atávicos, criaturas de nombres impronunciables, lugares de pesadilla y atmósferas irrespirables que no dejan de ser un reflejo deformado del lado más oscuro de la mente humana y nuestros demonios internos, expuestos por medio del wza-y’ei de un genio que nunca llegó a ser consciente del yr nhhhngr indeleble que su originalidad iba a dejar a lo largo del dho-nah y del que personalidades relevantes del lloigor y la cultura iban a tomar como inspiración Iä! Iä! Shub-Niggurath! shhaggai humuk dho.hna g’yll-gnaii ygg yr nhhhngr shoggot, hrr yll’ngngr nyarlathotep, gh’ll mhhggthaa tekeli-li y’golonacrrrthnaa…

Aviso de Spoilers: El artículo que sigue a continuación contiene algunos spoilers sobre todo el trayecto de la serie Providence. Zomoz palabraz en un papiro de hace mil añoz   Edición original: Avatar Press Edición nacional/ España: Panini Cómics Guión: Alan Moore Dibujo: Jacen Burrows Entintado: Jacen Burrows Color: Juan…
Guión - 10
Dibujo - 9
Interés - 9.5

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Jose Maria Vicente
Autor
13 febrero, 2018 11:16

Completamente de acuerdo. Aunque no me enteré de nada al final (es lo que tiene estar aún en proceso de iniciación al universo de Lovecraft), el dominio de la narrativa de Moores es apabullante y Burrows va a mejor. Francamente, no se me ocurre mejor dibujante para el tramo final; solo cambiaba el coloreado, que, sin ánimo de ofender al de Providence, queda claro en Caballero Luna que Burrows gana mucho con colores más llamativos y con más texturas.

scarlet spider
scarlet spider
Lector
En respuesta a  Jose Maria Vicente
13 febrero, 2018 12:53

Avatar Press debería mirarse muy seriamente su contratación de coloristas. Todos sus productos lucen pobres en ese aspecto y le restan mucha fuerza a sus dibujantes,que sin ser unos virtuosos, se ven peor por ese tipo de coloreado rancio y sin ninguna intención narrativa. Es algo en lo que chocan muchos coloristas, a veces no es tan importante rellenar cada elemnto que aparece en escena como en salientar los verdaderamente importantes y ayudar a crear atmósfera. Ver cielos con nubes realistas en alta definición cuando el dibujo es plano y de linea clara, poco ayuda y es de nivel recién graduado de photoshop. Se puede crear atmósfera terrorífica sin tener que hacerlo todo gris. Para mi el peor punto de esta inmensa obra de Moore y Burrows y que conste que el color es de lo mejor que he visto en Avatar.

Knopfler
Knopfler
Lector
13 febrero, 2018 16:10

Estas doce entregas que funcionan como un complejo y sólido todo son la más exquisita carta de amor que se ha escrito a H.P. Lovecraft y su legado como novelista que marcó un antes y un después en la literatura de género.

Juan Luis, te felicito por tu tercera y última reseña de Providence. Como ya comentábamos en las reseñas anteriores, Providence pintaba a obra maestra y a una referencia de aquí al futuro para quien se quisiera aproximar a H. P. Lovecraft. Y este tercer volumen ha confirmado… y multiplicado mis expectativas. Tu párrafo que cito te lo firmo debajo. Magistral, asombroso, genial… me faltaron adjetivos (sobre todo cuando acabé de leer el número 11, con la música de Al Jonson, claro…). Y el número 12 ¿cierra, abre? el círculo de una forma tan perfecta, que se te cae la mandíbula al suelo al ver cómo une las historias de The Courtyard y Neonomicon y todo pasa a ser uno… y nace… quien debería seguir soñando por siempre…

Por cosas como éstas, Alan Moore es el número 1 y siempre lo será.

La verdad es que no sé cómo se habrá percibido por ojos inexpertos en la obra de HPL, pero me parece que debe ser difícil; y de verdad creo que cuanto más se haya profundizado en la obra del de Providence más se disfrutarán estas tres obras (que ahora ya sabemos que forman un todo), y más se apreciarán los ¡cientos! de guiños que hay entre sus páginas. Ya no sólo porque cada capítulo hacía referencia a una o varias obras de HPL, o porque todos los personajes que Blake va encontrando en su odisea son sosias de personajes de sus relatos, sino, por ejemplo, porque en el número 11, en la elipsis temporal aparecen caras relacionadas con el círculo de Lovecraft como August Derleth, Donald Wandrei o Robert Bloch, que ya es nivel cultista.

El papel que tienen reservados los propios Lovecraft y Blake, o el detalle de que S. T. Joshi, el principal biógrafo y divulgador de la obra de HPL ejerza al final de guía a los personajes y al propio lector, es sencillamente genial…

En definitiva, estamos ante una obra maestra. Por eso tengo que disentir contigo en una sola cosa: que esta obra no pase a ser considerada una de las Grandes del bardo de Northampton. Para mí se sube al podio junto con Watchmen y V de Vendetta. Pero quizás no soy objetivo porque Lovecraft es una de mis grandes pasiones…

Lo dicho, muchas gracias, Juan Luis por haberme traído de nuevo a la memoria esta obra magistral del cómic.

Un abrazo.

Nippur
Nippur
Lector
17 febrero, 2018 15:41

¿Es posible resistirse a leer la obra después de estas alucinantes tres reseñas? Gracias por tan ferviente recomendación