La leyenda de Kujaku 2

Segundo y último tomo de la espectacular epopeya clásica y esotérica de Koike y Kojima.

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Edición original: Kujaku oh denki JP, Koubunsha 1997.
Edición nacional/ España: ECC Ediciones 2017.
Guión: Kazuo Koike.
Dibujo: Goseki Kojima.
Traducción: Olinda Cordukes Salleras.
Formato: Tomo manga rústica con sobrecubierta, 352 páginas.
Precio: 13,95€.

 

Kazuo Koike y Goseki Kojima son dos de los mangakas más representativos del manga histórico, de esa parcela del cómic costumbrista nipón totalmente plagado de samuráis, ninjas, conflictos de palacio, aventura e intriga política. Juntos han dado algunas de las obras más celebradas dentro de esa temática y han engrandecido grandes figuras clásicas japonesas. Igualmente, Koike y Gojima también han sido dos artistas muy dados a elaborar relatos con un fundamento mucho más fabuloso, con fantasía, partiendo de leyendas y dogmas espiritualistas asiáticos. En La leyenda de Kujaku se mezclan de manera brillante estas dos vertientes, la realidad y la mística, consiguiendo un estupendo díptico en el que los problemas sucesorios del shôgunato en la época Enpô se entremezclan con un magnífico y esotérico relato que nos hace conocer la composición de una sociedad budista, espiritual y atada a sus costumbres. En este segundo tomo de La leyenda de Kujaku la trama abandona de una vez por todas, y salvo por algunas pinceladas, el conflicto político y el ambiente militar clásico de rônins y samuráis y se rinde a la aventura, la epopeya y la leyenda, en una de las mejores narraciones clásicas del manga que nuevamente se presente repleta de originalidad y un apartado gráfico apabullante.

La leyenda de Kujaku, en su primer tomo, nos contaba la difícil situación política que se había presentado en Japón a finales de la era Enpô a la muerte del Ietsuna Tokuwaga, el cuarto shôgun. Debido a las sempiternas luchas de poder que se suceden en la sombra en todas las cortes y en todos los ambientes políticas sea la era y el lugar que sea, numerosas fuerzas partidarias de uno otro bando comenzaron a pugnar y a maquinar en secreto para que su candidato fuese el que accediese al shôgunato. Hasta aquí todo normal, si no fuese por la aparición de Ashurabasu, una malvada deidad budista que pretendía influir en nuestro mundo a través del control del nuevo shôgun y su corte. Por medio de una serie de amuletos que aparentaban propiedades curativas sobre una epidemia que se desata en el país, Ashurabasu consiguió controlar mentalmente buena parte del aparato político y militar de la zona. Ante esta situación aparece las figuras de nuestros protagonistas, Kurando Sahai y su mujer Kai, un rônin y una médium con un gran dominio de los poderes místicos, que parecen ser la única barrera que se interpone entre las fuerzas del mal y nuestro mundo.

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Kurando y Kai se dan cuenta de la triquiñuela de Ashurabasu con los amuletos y, utilizando dos halcones bendecidos con los poderes de los dioses, consiguen liberar al nuevo shôgun del influjo de la dakini-ten y además revelan su posición. Kurando trata de enfrentarse en combate singular a la diosa que, ante su superioridad espiritual, utiliza la tentación carnal que Kurando posee como hombre para dominarle, poseerle y maldecirle, no solo a él, sino también a Kai. La mujer pierde su juventud y vitalidad y se convierte en una copia marchita de sí misma, mientras que Kurando se ve obligado a penar todos los días de su vida con los resultados de sus pecados y su falta de autocontrol hasta que Ashurabasu tenga a bien presentarse ante él y liberarle cuando esté a punto de morir. Con este panorama, a Kurando y Kai no les queda más remedio que intentar seguir con sus vidas y cumplir su misión: proteger al nuevo shôgun hasta el momento en que sea coronado.

Pero pese a que la influencia de los dioses parece haberse superado, las fuerzas del mal no son las únicas que quieren hacerse con el control del país, y entre los humanos hay maldad más que de sobra como para intentar arrebatarlo por la fuerza. De ese modo una de las damas de la corte, Matsugi, intentar asesinar al nuevo shogun enviando un sicario y un par de serpientes. Kurando logra evitar que el atentado sea exitoso y viaja junto a su mujer a la residencia de Matsugi, donde la confronta. Al parecer Matsugi está dotada también de cierto poder espiritual y trata de sobornar a Kurando ofreciendo la recuperación del estado de Kai a cambio de que permita que el complot siga su curso. Pero Kurando es demasiado noble e integro para aceptarlo y no solo rechaza y combate la maldad de Matsugi, sino que llega a dejarse cortar la cabeza por ella antes que caer en sus redes. Lo que parece el fin de Kurando sin embargo se pospone, ya que Ashurabasu interviene para salvarle la vida al rônin, ya que se ha enamorado de él. A partir de ese momento el tono cambia y descubrimos una verdad que nadie esperaba: Kurando y Matsugi ya se conocían desde niños.

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Kurando no siempre se llamó así, hubo una época en la que su nombre era Chôtomaru y pasó su infancia junto a Matsugi. Ambos niños, conocidos como la niña ying y el niño yang, estaban destinados a estar juntos y casarse, pero la aparición de un sennin, un ermitaño con poderes mágicos, revela que la pequeña es una especie de encarnación del mal que asesinara a Chôtomaru en cuanto contraigan matrimonio. Para salvar al muchacho el sennin lo rapta y huye con él a la montaña, donde asombrado descubre que no solo está dotado de sobra para enfrentarse a la niña yang, sino que parece que de algún modo está tocado por la fuerza divina de los dioses y destinado a traer el bien a este mundo. A partir de entonces conoceremos las aventuras y desventuras de Chôtomaru para aprender el camino que el sennin le marca para ser fuerte, poderoso e íntegro, y se desencadenan una serie de acontecimientos que llevan al joven a cruzar el río Sanzu (la versión budista del Estigia occidental) y superar una serie de pruebas en el inframundo para dotarse de todo lo necesario para ser bendecido por el dios Kujaku y renacer como Kurando Sahai.

Una vez sabido esto, Kurando se enfrenta a Matsugi, que al verse superada trata de seguir la misma técnica de Ashurabasu basada en la tentación, primero por su propio cuerpo y luego tomando posesión de Kai a la que vuelve joven y bella de nuevo. Kurando sacrifica a su esposa con tal de acabar con la maldad de Matsugi y, desolado pero resuelto, decide continuar con su voluntad de proteger al shôgun hasta su coronación. Una vez cumplida esta misión los años pasan y Kurando trata de poner fin a su vida para atraer de nuevo a Ashurabasu y cumplir su profecía e intentar, de algún modo, usar el malsano amor de esta hacia él para traer de vuelta a Kai.

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En este segundo tomo, Koike y Kojima, pese a mantener el telón de fondo del conflicto político, definitivamente abandonan todo costumbrismo social para meternos de lleno el el costumbrismo religioso a través de un relato que tiene mucho de tragedia griega, de fábula y de epopeya clásica. Lo fundamental en este segundo tomo es que la espiritualidad y lo místico impregnan todo y, como si de un capítulo de la literatura griega se tratase, conocemos de una vez por todas la verdadera figura de Kurando Sahai, un personaje atado a la tragedia y al estoicismo que, como un Hércules o un Aquiles occidental, es preso de su destino desde el momento de su nacimiento, obligado a enfrentarse a todos los obstáculos que la vida y los dioses le ponen por delante. Sin embargo, dentro de lo mágico que tienen todos estos eventos, no se nos puede escapar la racionalidad oriental en este tipo de temática, ya que explican de una manera lógica esta profecía a la que está atado Kurando. De este modo, el guión usa los preceptos budistas para explicarnos que la maldad y la bondad del ser humano viene determinada por el trato y el respeto que este tiene por la naturaleza, de ahí el gran número de ofrendas y rituales que se realizan hacia ella. De este modo Kurando es desde pequeño un aliado de todo lo natural, y esa es una de las cosas que hace que el sennin se fije en él y le enseñe el camino del Shingon, del budismo esotérico.

Al convertirse en un experto en el Shingon, Kurando es una representación en la Tierra de la bondad, de la luz y de los dioses, pero, al igual que en la física, toda acción trae consigo una reacción, y en este caso la presencia de un dios y del bien provoca la necesidad de un demonio y del mal para que el mundo mantenga su equilibrio. Kurando es de esta manera uno de las causas de que el mal que le persigue exista (de ahí que Ashurabasu se enamore de él) y a la vez es el único capaz de vencerlo. Como vemos, pese al esoterismo de la trama, todo tiene que ver con una religiosidad arcaica en la que se intentan explicar los fenómenos del mundo de alguna manera, como ocurre también en la tradición occidental clásica. Y es que son muchos los elementos que se vinculan, como digo, con lo clásico, ya sea de una manera literal (el río Sanzo, el Inframundo, la lucha del humano contra la divinidad, las serpientes como encarnación del mal y la tentación…) o mediante reminiscencias más simbólicas (hay un paralelismo evidente con ciertas fábulas occidentales, como puede ser la de Salomé).

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En ese sentido podemos hablar de que la obra tiene cierto carácter misógino, ya que perpetúa en cierto sentido esa imagen de la figura femenina como fuente del mal, del pecado y de la tentación. Sin embargo, al mismo tiempo y poniendo en práctica esa necesidad de equilibrio de lo oriental, a través de la figura de Kai también propone a la mujer como el origen de la fuerza del hombre, de su capacidad de sacrificio, de ser la causante de que un hombre quiera abrazar el camino de la rectitud. Por desgracia, pese a dar una de cal y otra de arena en este sentido, es una lástima ver como el personaje de Kai pierde fuerza e individualidad respecto al primer tomo, quedando relegada a un gran segundo plano y actuando como la figura femenina suele hacerlo en este tipo de fábulas. Algo que ocurre igual con Kurando, que pierde algo de esa originalidad para convertirse en un héroe trágico al 100%, y que pese a mostrar ciertos grises y matices en algunos momentos, al final es el caballero blanco que todos esperan. Por el contrario, gracias a este enfoque ganamos algunos personajes espectaculares e inolvidables, como son el sennin y Matsugi, además de indagar un poco más en la figura enigmática de Ashurabasu.

Y es que La leyenda de Kujaku se permite coquetear mucho más y mucho mejor con la temática mitológica y religiosa en este volumen, y se libera de cualquier tipo de atadura que el costumbrismo provocaba en el primer tomo. Aquí, desde el momento en que Kurando se enfrenta a Ashurabasu y, sobre todo, desde el inicio de la leyenda de Chôtomaru, asistimos a un carrusel de magia y figuras que, como en una tragedia griega, traen consigo el drama, la heroicidad, la tentación, el deseo… Un deseo muy bien reflejado a través del sexo, que no se nos presenta como un recurso barato o morboso, sino como uno de los pilares fundamentales en la construcción moral del ser humano, siendo a su vez una fuerza irresistible, un elemento de vinculación, una representación del poder o una manifestación del terror, dando un sentido más profundo a esta práctica más allá de la mera unión.

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El abandono de la temática política trae consigo en este segundo tomo que la narrativa mejore enormemente. La estructura y composición de la trama que nos brinda Koike es sublime, encauzando todos los caminos que abrió en el primer volumen para poco a poco irnos introduciendo en una historia que es pura magia. Mención especial a la genial narración de la parte en que Kurando es niño y va creciendo hasta ganarse un nombre y un estatus, con un tratamiento del ritmo narrativo y una capacidad tremenda para atrapar. En este sentido, pese a que por momentos sigue siendo un manga algo denso y complejo de leer por la cantidad de información que nos lanza, el segundo tomo de La leyenda de Kujaku tiene una trama mucho más fluida, mucho mejor encajada en el contexto general de la obra y que engancha más. Además, Koike consigue una comunión con el dibujo de Kojima como pocas veces se ha visto, dejando en muchas ocasiones que sea el propio dibujante el que nos vaya narrando de manera visual lo que ocurre. De hecho hay temáticas, como el humor, el terror o el sexo, que son llevadas en su totalidad por el dibujo de Kojima, que expresa como nunca gracias a la fuerza de sus líneas y a su dominio de la técnica.

El dibujo de Kojima, principal protagonista en el primer tomo, alcanza aquí cotas inimaginables, en la que es una de las mejores demostraciones de calidad del autor. En este caso se torna mucho más oscuro, por momentos terrorífico, abrazando por completo el misticismo pero manteniendo la realidad dentro de la magia. Es un dibujo que nos habla, que nos dice cosas, que entra en comunión total con la historia y resulta inseparable de esta para lograr captar todos los matices y tonos que los mangakas pretenden ofrecernos. Es un apartado artístico original y rompedor, que abusa de la tinta y del rayado para conseguir efectos visuales de gran calidad. Los diseños son espectaculares (utilizando una mayor presencia del elemento folclórico a partir de la narración de Chôtomaru) y unidos a las escenas y composiciones logran generar sentimientos en el lector sin apenas esfuerzos, todo ello con un alto grado de detalle. Las escenas de acción están aun más logradas que en el anterior tomo, siendo mucho más espectaculares por la inclusión de elementos más esotéricos, plasmados con un dinamismo y una precisión difícilmente alcanzables por otros autores. Y todo ello siempre puesto al servicio de la narrativa, sin que por ello se resienta su capacidad poética y su belleza. Una lírica visual muy bien llevada gracias a las geniales transiciones entre tonos y planos.

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Es difícil leer este segundo tomo de La leyenda de Kujaku y no caer hechizado por el dibujo de Kojima y la maravillosa epopeya trágica que Koike se saca de la chistera. Tengo la sensación de que esta obra no es solo una de las más sólidas de la dupla de autores, sino que es uno de los grandes exponentes del manga clásico, que hará las delicias de los aficionados a lo histórico. La leyenda de Kujaku nos sumerge de lleno en una espectacular fábula mitológica que en este segundo volumen alcanza su punto más álgido, con una fantástica representación del budismo esotérico, la religiosidad y el pensamiento oriental y que entronca directamente con muchos elementos a los que los occidentales estamos habituados. Recomiendo encarecidamente la lectura de este manga que posee todos y cada uno de los elementos que se pueden utilizar en este medio y además los expone de manera sobresaliente en una historia que mete de lleno en el mundo místico y mitológico de Japón.

  Edición original: Kujaku oh denki JP, Koubunsha 1997. Edición nacional/ España: ECC Ediciones 2017. Guión: Kazuo Koike. Dibujo: Goseki Kojima. Traducción: Olinda Cordukes Salleras. Formato: Tomo manga rústica con sobrecubierta, 352 páginas. Precio: 13,95€.   Kazuo Koike y Goseki Kojima son dos de los mangakas más representativos del manga…

Valoración Final

Guión - 8.5
Dibujo - 9
Interés - 8.5

8.7

Una de las mejores epopeyas orientales que he tenido el gusto de leer. La capacidad de Koike para hilar los elementos de la tragedia y el misticismo de la leyenda es asombrosa y sería lo mejor de la obra sino existiese el trabajo de Kojima a los lápices, para crear entre ambos una de las mejores experiencias narrativas. Una obra algo densa a primera vista, pero que se convierte en un relato imprescindible sobre la espiritualidad y los héroes orientales.

Vosotros puntuáis: 8.9 ( 1 votos)
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LECTOR FURIOSO
LECTOR FURIOSO
Lector
16 noviembre, 2017 12:42

Totalmente de acuerdo. Yo estoy actualmente terminando de leer «Shingen Takeda, el tigre de Kai» y es igualmente admirable… y radicalmente diferente. Una obra épica con momentos tan emocionantes como aquel en el que Shingen rompe a llorar al ver a un pescador con su hijo y piensa que tal vez su vida hubiera sido más feliz de haber nacido campesino.

Ya vi por aquí también una estupenda reseña de «Historia de una geisha», de Kazuo Kamimura. Ojalá que reseñéis en breve «El club del divorcio». La tengo en casa, pendiente de leer, pero parece igualmente sensacional. Un diez para los de ECC.