Historia de una rata mala

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Edición original: The tale of one bad rat (Dark Horse, 1995).
Edición nacional/ España: Historia de una rata mala (Planeta, 1999).
Autor: Bryan Talbot.
Formato: Tomo.
Precio: 1.695 pts.

 

En las tertulias que frecuentemente mantenemos los aficionados veteranos (esos que ya hemos dejado atrás el «¿Quién es más fuerte? ¿Hulk o La Cosa?») hay un tema que siempre acaba saliendo, de un modo u otro: ¿por qué no es más conocido este tío? Cada uno pone su granito, queriendo hacer montaña. La lista puede ser muy extensa; los autores, variados. Pero lo que subyace es: este tío es un maestro, ¿por qué nadie más se da cuenta? A veces es sólo cuestión de tiempo o de un trabajo afortunado que les brinde la popularidad. Otras, sin embargo, las opciones elegidas los distancian del aplauso masivo, por muchas virtudes que encierre su obra.

El palmarés de Bryan Talbot habla por sí sólo. Premios y candidaturas, para aburrir. ¿Quieren saber el nombre de algunos de sus avalistas? La audaz Las aventuras de Luther Arkwright se alzó con cuatro premios Eagle, un premio Mekon y está considerada la primera novela gráfica británica. Su brillante continuación, El Corazón del Imperio, arrancó encendidos elogios a gente tan variopinta como Michael Moorcock, Garth Ennis o Jeff Smith, además de un Haxtur en 2003. Alan Moore lo reconoce como una de sus fuentes de inspiración y en La Cosa del Pantano homenajeó a su personaje Chester P. Hackenbush (creado para la publicación underground Brainstorm), americanizándolo como Chester Williams. Posee un Doctorado Honorífico en Arte por la Universidad de Sunderland (el primer artista de cómic en conseguirlo) y ha dejado también su huella en Batman, Sandman, Hellblazer, Nemesis the Warlock o el Juez Dredd. Pero su mejor trabajo, a mi juicio, es un tierno relato de abusos en la infancia y superación personal titulado Historia de una rata mala.

Historia de una rata mala es uno de los tebeos más serenamente bellos y consistentemente hermosos que he leído. Una pieza sobria en cuanto a sentimientos y exuberante en cuanto a elecciones narrativas, revestido de la aparente sencillez que sólo se consigue tras depurar la técnica hasta la esencia. Es, en cierta forma, una historia “de tesis”, en el sentido de que busca abarcar los puntos trascendentes del problema y darles consistencia paradigmática. Algún diálogo se le va de la mano en este sentido en una conversación catártica. Pero lo que prima es una sensibilidad casi dolorosa. Y una autenticidad de testimonio. La narración fluye a su propio ritmo, que puede ser violento o contemplativo, pero nunca brusco o gratuitamente sorprendente. El relato queda dividido en tres partes (La ciudad, El camino, En el campo). Parte de un viaje, sí, pero evitando el tópico del “descenso a los infiernos”, tal vez porque Helen, la protagonista, lleva en sí el peor de los infiernos posibles. Talbot, delicadamente, esquiva la sordidez. Prefiere centrarse en la esperanza. El camino es duro, pero merece la pena. La figura de Beatrix Potter, escritora de cuentos infantiles de simpáticos animalitos antropomórficos, sirve de faro en la niebla. También la compañía de una amigable rata rescatada in extremis de una clase de disección.



El autor equilibra binomios como realidad y fantasía o introspección y naturaleza gracias a un dibujo obsesivamente detallista, que no distingue entre una atestada estación de Metro o el avieso rostro de zorro en que muta un peligroso depredador humano (que resultará ser, para más inri, un político reconocido). Hay mucha documentación, desde fotografías y apuntes del natural para personajes y paisajes a la lectura compulsiva de textos sobre las patologías más importantes a tratar. “Las localizaciones las hice a lo largo de un par de años”, confiesa el autor. “Leí una docena de libros sobre abusos sexuales a niños y los efectos que tienen en su desarrollo psicológico”, añade. Del maníaco apego a los detalles da fe que llegara a consultar a un peluquero sobre el ritmo de crecimiento del cabello de Helen. O que buscara entre estudiantes y amigos modelos fotográficos para los personajes principales, a los que roba fisonomías y expresiones que congela en el tiempo.

El trabajo, esta dedicación minuciosa, se nota en cada página, mas no apabulla, no asfixia la narración. Talbot aborda la tarea con una disciplina singular. Para lograr la seriedad que, sin duda, el tema merece, divide la hoja en segmentos proporcionales. Sin embargo, apenas repite composición y elude las simetrías más evidentes, pues la unidad que obtiene es mucho más pequeña que una viñeta estándar. Así, efectúa las divisiones sobre una cuadrícula mucho más detallada que el habitual 3×3, tal vez un 6×6, a lo que habría que sumar el juego con los márgenes. La distribución es tan concienzuda y original que prácticamente habría que ir página por página para desentrañarla. Algunos ejemplos: cuando Helen es perseguida por la policía entre el tráfico de la ciudad, las viñetas se escalonan y se “pisan” siguiendo pautas concretas más no evidentes al ojo, que resulta confundido adrede, creando una sensación de riesgo en el lector. La conversación entre Helen y Ben, el cantante en ciernes de un grupo indie, se abre con una página “watchmeniana” de 3×3, que deriva en una opresiva distribución de siete estrechas filas de viñetas, compatibles con un zoom. La charla sigue su curso sin propiciar una sola composición idéntica. Un trazo inusualmente grueso enmarca los paneles, pero también hay ilustraciones que desbordan los márgenes (lo que no hay es personajes o cosas que rebasen las viñetas).

No es claro que se busque una intención “métrica” con el tamaño de las viñetas, aunque este recurso también se conoce (véase el robo en el parque). Las ensoñaciones no se distinguen de la realidad por su tratamiento gráfico… y, sin embargo, también recurre a los efectos pesadillescos al menos en una ocasión, produciendo una inquietante sensación de zozobra. A lo que debemos sumar el color, también pendiente de sus propios efectos y sugerencias: colores primarios degradados para interiores poco iluminados, evocador y optimista en los espacios abiertos naturales. En definitiva, Talbot encara cada página con vocación de originalidad, sin vulnerar el principio de sobriedad subyacente a sus intenciones, buscando un ritmo propio que convierta el relato en una experiencia única. Y a fe mía que lo consigue.



Historia de una rata mala obtuvo el premio a la mejor serie concedido por el Comic Creators’ Guild, así como el UK Comic Art a la mejor nueva publicación, el Haxtur a la Mejor Historia Larga y un Eisner a la mejor reimpresión. Pero probablemente el Sr. Talbot estará mucho más orgulloso de que su obra se emplee en algunos centros de ayuda a la infancia tanto en Gran Bretaña como en EE.UU. A España llegó en 1999 gracias a la edición en tomo de Planeta DeAgostini, ya descatalogada, pero Astiberri, que se ha encargado de traer Grandville (la última obra de Talbot), ha anunciado ya una imprescindible reedición para este 2013.

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Sputnik
Sputnik
Lector
3 junio, 2013 11:10

«Alan Moore lo reconoce como una de sus fuentes de inspiración y en La Cosa del Pantano homenajeó a su personaje Chester P. Hackenbush (creado para la publicación underground Brainstorm), americanizándolo como Chester Williams.»

¡Y se creó una cerveza con el nombre del personaje de Talbot! Eso sí que es molar, y no ganar una mierda de premio Eisner.

Lo dicho en anteriores casos sobre este tío (¿estáis haciendo un monográfico o algo? Si es así moláis un montón), que sí, que es un puto genio. Como viene a decir el artículo, cojonudo por cierto, hablamos de un autor «de culto». Aunque ya podría ser un poco menos «de culto» y que sus obras no tuviesen que andar reeditándose de pascuas en ramos.

Historia de una Rata Mala es el tebeo más «personal» que yo le haya leído a este hombre (o, dicho de otra manera, el menos friki y más centrado en la transmisión de emociones complejas), pero creo que es también su obra más accesible, esa que puede tocar las fibras de más gente. No solo por la temática, sino incluso desde el punto de vista estético: el tipo altera su estilo de dibujo habitual para conseguir unas ilustraciones y composiciones de página más claras, sencillas (que no simples) y fáciles de seguir incluso por alguien que no lee cómics. Que, en buena medida, era su público objetivo al hacer un tebeo sobre abusos a menores.

Y tú, que no sabes si pillarte este tebeo porque pasas de historias moralistas sobre temas duros: No estás solo, pero Talbot es de esos tíos que no se olvidan de que la cosa va de contar una buena historia y nunca de echar un sermón. Go for it. Es mucho mejor que la coca y cunde más de lo que cuesta.

«Astiberri, que se ha encargado de traer Grandville (la última obra de Talbot), ha anunciado ya una imprescindible reedición para este 2013.»
Esta vez no voy a repetir que a ver cuando coño reeditan todo Luther Arkwright. Pero vaya, que a ver cuando coño reeditan todo Luther Arkwright.

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
3 junio, 2013 12:06

Qué tebeo tan bueno. De los que hay que leer sí o sí, al menos una vez.

zape
Lector
3 junio, 2013 14:17

Obra maestra en mi opinión.Síntesisi de sencillez externa y complejidad interna.

Tiegel
Tiegel
Lector
3 junio, 2013 22:39

Puto amo

daniserran0
Lector
5 junio, 2013 10:32

Y a mí que me aburrió un poco…

Toni Boix
Autor
5 junio, 2013 21:38

Como siempre, Javier, una elección excelente y una reseña magistral. Además, esta vez, reivindicando una obra que siempre debería estar en catálogo en las librerías por ese rigor, sobriedad y esperanza con los que trata una cuestión que, durante parte de su vida, muchas personas suelen sufrir en la más absoluta soledad.

Talbot es soberbio, sí, como bien lo atestigua El corazón del Imperio. La obra es exquisita, y claramente lo demuestra tu reseña. Y el tema de los abusos en la infancia en el contexto familiar es tan relevante que todos los altavoces de denuncia son pocos.

Gracias!

Warrior v
Warrior v
Lector
6 junio, 2013 17:05

muy buen articulo, y me ha dejado con muchísimas ganas de leerlo, ni sabia de el, se conseguirá por algún lado?, saludos!