Dracula: A symphony in moonlight and nightmares

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Edición original: Dracula: A symphony in moonlight and nightmares (Marvel Comics, 1986).
Guión: Jon J Muth; Bram Stoker, Hamilton Deane (adaptación).
Dibujo y Color: Jon J Muth.
Formato: Tomo rústica 80 págs.
Precio: $6’95.

 

En los tiempos que corren, el éxito de un personaje no se mide, como antaño, en la calidad o repercusión de su nacimiento cultural, cualquiera que sea el medio (cine, cómic, literatura) que viera el feliz alumbramiento. A día de hoy la cualidad transmediática -que podríamos definir como la capacidad de invadir cualquier mercado conservando unos mínimos reconocibles, como una marca- es la cúspide de la pirámide evolutiva de la diversión. Paridos como vehículos de historias, los personajes han sido depurados hasta sus rasgos esenciales, o más llamativos, convertidos en buques insignia de la industria del entretenimiento, casi en sellos que estampar sobre cualquier producto concebible. En esta competitiva liga, Drácula y sus hermanos vampiros son un equipo fiable. La creación del irlandés Bram Stoker ha encabezado cualquier objeto susceptible de ser franquiciado, desde novelas y películas a camisetas o helados. Aún hoy, más de un siglo después de su concepción, su estereotipo sigue siendo mundialmente reconocible, gracias -sobre todo- a esta habilidad adaptativa.

El señor de los no muertos ha visitado la historieta con asiduidad, y con bastante acierto. Para quien esto escribe, el maestro italiano Guido Crepax firmó una versión insuperable del mito en Conde Drácula. Autores como Gene Colan, Mike Mignola, Alberto Breccia, Osamu Tezuka, Fernando Fernández o Néstor Redondo han visto su nombre asociado a la criatura. En 1986 el ilustrador Jon J Muth (Ohio, 1960), aprovechando las facilidades de la línea Epic de Marvel Comics y el sello de Novelas Gráficas recién creado, abordó una onírica versión del príncipe transilvano, en un experimento que ya desde su título se inclina por la poesía, la oscuridad y la muerte.

Muth había sorprendido un año antes con sus pinturas para Moonshadows, proyecto personal del escritor J.M. DeMatteis para el sello Epic. Más tarde trabajaría con el matrimonio Simonson en Havok & Wolverine, con Grant Morrison en Mistery Play o con Neil Gaiman en The Sandman, entre otros reputados escritores, antes de concentrar su carrera en ilustrar libros para niños, donde ha obtenido numerosos reconocimientos, como la medalla de oro de la Sociedad de Ilustradores en 1999 por su participación en Come On, Rain! de Karen Hesse. Su Drácula, versión libérrima -incluso irrespetuosa- del original de Stoker, está emparentado con el Frankenstein de Berni Wrightson (sobre la obra de Mary Shelley) o el The stars, my destination de Howard Chaykin (sobre la obra de Alfred Bester). Se trata, pues, de una propuesta más cercana al libro ilustrado que al tebeo, por mucho que la albergara el sello de Novelas Gráficas de Marvel Comics en su nº 26. Marvel Comics -también su competidora, DC Comics– se había lanzado a mediados de los ’70 a la búsqueda de nuevos formatos, influida tanto por el underground como por el éxito de las propuestas de Warren y los nuevos vientos que llegaban de Francia vía los Humanoides Asociados. A este respecto, el enfoque de la compañía, salvo excepción, consistía en adaptar al mercado USA el típico álbum europeo de 48 o 64 páginas, ofreciendo historias de mayor extensión y con requisitos de impresión (color, papel, encuadernación, etc.) superiores a las revistas y los comic-books habituales, pero no conceptualmente más ambiciosos: pensemos en La muerte del Capitán Marvel, de Jim Starlin, en 1982, con la que se inaugura la línea, o en Dios ama, el Hombre mata, de Chris Claremont y Brent Anderson, publicada en 1983. Excelentes historias, ¿qué duda cabe?, pero consecuentes con la tradición y las convenciones narrativas de su género (los superhéroes). El precepto antedicho llevaría a este sello a cobijar propuestas tan mediocres como Dazzler: The movie (1984), conservadora y narrativamente inane producción de Jim Shooter, Frank Springer y Vince Colletta que deslucía las alharacas del formato escogido. No es el caso de Jon J Muth, cuyo proyecto no podría ser aceptado en otro lugar, dadas sus motivaciones y características.

Luz y oscuridad, sensualidad y muerte, en la paleta pletórica de Jon J Muth
Luz y oscuridad, sensualidad y muerte, en la paleta pletórica de Jon J Muth

El autor apuesta fuerte, incluso demasiado, con pretensiones que exceden su habilidad real como historietista: cita a Schopenhauer, Ovidio o Baudelaire; se deleita en el barroquismo de la página, con adornos de inspiración gótica, repetición de motivos iconográficos (murciélagos) y símbolos (círculos); mezcla el estilo epistolar de la novela de Stoker con la acotación teatral, también soluciones gráficas del libro ilustrado y del cómic, hibridando técnicas narrativas con resultados dispares, casi siempre confusos (Por ejemplo: el encuentro entre Renfield y Drácula, o el duelo con Van Helsing). En el apartado literario, repleto de fallidas intenciones líricas, la condensación en pocas páginas del texto -más cercano a la versión teatral del también irlandés Hamilton Deane, estrenada en Londres en 1924 con la autorización de la viuda de Stoker (y revisada por John L. Balderston en 1927 para su puesta de largo en Broadway), que a la célebre novela de 1897- vuelve la historia casi incomprensible para quien se acerque a ella por primera vez. Yerra, además, eliminando los fragmentos más poderosos del libro: la estancia de Jonathan Harker en los enigmáticos Cárpatos, bajo la hospitalidad del conde y sus acólitas. La prosa, caprichosa, un tanto cursi, a veces, ignora la caracterización y la progresión dramática. En cierta forma, Muth relega el texto a la misma función que sus imágenes: ilustrar pasajes concretos, sin verdadera concatenación secuencial.

Si se juzga como historieta, entonces, cunde la impresión de debacle. Porque Dracula: A symphony in moonlight and nightmares no es un libro para ser leído sino para ser mirado. Es probable que aquí se reúnan las mejores ilustraciones jamás publicadas por su autor. Sobre todo para quienes disfruten con las acuarelas atmosféricas y sensuales. El nosferatu, un ser oscuro y pesadillesco, la animalidad a flor de piel, mancilla desde las sombras la blanca carne de las damas de la alta sociedad. La acuarela se presta bien a la bruma, la indefinición, el sueño. Muth ofrece también guiños para el aficionado al fantástico, como el parecido de Renfield con el Peter Lorre de M, el vampiro de Düsseldorf (F. Lang, 1931), o el aspecto retro general, con mujeres muy del gusto del cine de los años ’20 y ’30.

Tal vez el volumen habría lucido más acompañando la prosa original de Stoker. O al revés, prescindiendo por completo de texto, como un libro de arte, al uso del Haunted Shadows de John Bolton, de inspiración tenebrosa, también. A fin de cuentas, las láminas de Muth rehúyen el maridaje con la palabra: ni cajas de texto, ni bocadillos, ni siquiera onomatopeyas, interrumpen la serena contemplación de las acuarelas. La fracasada ilación narrativa, ya digo, voluble, inconexa, distrae, más que anima, del deleite pictórico. No obstante ello, algunas planchas, extraordinarias, valen bastante más que el precio de cubierta.

Dracula: A symphony in moonlight and nightmares no ha sido editado jamás en nuestro país.

  Edición original: Dracula: A symphony in moonlight and nightmares (Marvel Comics, 1986). Guión: Jon J Muth; Bram Stoker, Hamilton Deane (adaptación). Dibujo y Color: Jon J Muth. Formato: Tomo rústica 80 págs. Precio: $6'95.   En los tiempos que corren, el éxito de un personaje no se mide, como…

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Guion - 4
Dibujo - 9
Interés - 7

6.7

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