Capitán Meteoro Vol. 2 Cap. 12: Venus (Parte 3, de 4)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de José Antonio Fideu Martínez y Vicente Cifuentes

Capitán Meteoro, Archivos 9. Notas previas.

Título: “Venus” Parte 3 de 4



-Se llamaba Theodore Napoleón Thurlow y era perro viejo –empecé la historia justo por el principio, contándole hasta el más mínimo detalle-. “T.N.T.” era su alias; un apodo muy bien puesto, por otra parte. Decía ser el jefe y, verdaderamente, creía que así era; creía que mandaba y que lo hacía mejor que nadie. Se tenía por un profesional, no atendía a más razón que la fuerza y pensaba que ser despiadado y violento era lo mismo que ser diligente y decidido. Culpaba a los demás de todos sus fracasos pretéritos y pensaba que si no le había ido mejor en su vida, si no era más rico y famoso, era porque nunca había dado con compañeros de su talla… Evidentemente, los demás no lo veían así. Tenía mala fama incluso entre la gente con peor fama, y un historial tan sucio y tan feo como el culo de un mono con diarrea. Cada vez le costaba más encontrar compañeros de correrías. Si le preguntabas a cualquiera sobre él, a algún sinvergüenza de los que podían contarte algo sobre su vida, solías escuchar siempre una cantinela parecida como respuesta: te decían que había nacido malo y que moriría malo, y eso, en palabras de un ladrón de medicamentos, de un chulo de barrio, de un sicario o de un traficante de drogas, no era decir poco. Ni siquiera entre sujetos como aquellos, lo peor de lo peor, Theodore era visto con buenos ojos… Se le temía y eran muchos los que lo odiaban. Más de uno guardaba cuentas pendientes con él que esperaban resolver algún día, a punta de pistola o a filo de navaja. Sin embargo, Theodore tenía poderes y eso le había permitido sobrevivir: con el paso de los años, su cara y sus entrañas habían ido arrugándose casi al mismo ritmo, pero él aguantó. Pasó tanto tiempo defendiéndose del mundo con ataques continuos, a la espera de todas esas venganzas prometidas que nunca llegaron, tragando bilis y temiendo que cada día fuese el último, que no llegó nunca a disfrutar de un segundo de paz. Le dio igual, a pesar de todo él siguió adelante. Su sangre se avinagró, su carácter se retorció y su cara mudó en una máscara acartonada incapaz de cambiar de expresión. Parecía estar aquejado, continuamente, de un dolor agudo y pertinaz que le impedía cambiar el gesto. Siempre malencarado. Recelar del mundo se convirtió así en algo tan natural para él como respirar… Creo que en su cabeza sólo cabían dos sentimientos: avaricia y desconfianza. Por suerte, como digo, Theodore tenía un poder… un gran poder: todo cuanto tocaba explotaba en cuestión de pocos segundos… Lo llamaban T.N.T. y estoy seguro de que, de no haber sido por este pequeño detalle, por su extraño y peligroso don, nunca habría llegado a viejo.

-Sí, oí hablar de él por la radio, de pequeño… Era habitual de los noticiarios cuando yo iba al colegio. Se dedicaba a reventar cajas fuertes… Los muchachos del barrio le teníamos miedo, pero no te engaño si te digo que mas de uno lo elegíamos siempre para jugar. Nos gustaba hacernos pasar por un tipo duro como él. Yo mismo, protegido por una armadura cartón, fui T.N.T. en más de una batalla callejera…

-Sí, me lo imagino. Yo elegía a Mister Misterio, al Desangrador y a tipos parecidos… Los malos tienen mucho encanto cuando eres un niño y sólo sabes de ellos ciertas cosas –me detuve un momento antes de continuar-. Verás, a pesar de que era veterano, T.N.T. no llegó nunca a dominar totalmente su poder. Ansiaba no tener que llevar guantes siempre, ansiaba controlar las finuras de su extraño don: ser capaz de controlar la potencia de la explosión, ser capaz de retardarla o de anularla una vez iniciada… pero no podía. Deseaba mejorar sus capacidades en secreto -de cara a los demás jamás habría reconocido estar descontento con su poder-, y deseaba hacerlo porque, en el fondo de su alma, culpaba también a sus propias limitaciones, a su propia incapacidad en este sentido, de todos sus fracasos…. Sobre todo lamentaba no poder hacer explotar las cosas vivas. Antes he dicho que todo cuanto tocaba explotaba, pero es mentira, no todo lo hacía. Por algún motivo desconocido, su poder sólo tenía efecto con la materia inerte… Soñaba con aterrorizar a sus enemigos amenazándoles con un toque explosivo, pero la vida se le rebelaba. Seguro que soñó, más de una vez, con verme explotar a mí… El caso es que un día, después de tanto desearlo, el destino le ofreció a Theodore la oportunidad que ansiaba. Salía de un garito de mala reputación en el que se perdía en ocasiones para olvidar sus penas, cuando notó algo raro. Había malgastado los últimos billetes que le quedaban en una mujer desagradecida y una botella de ron de garrafa, y estaba cabreado como un cerdo en una centrifugadora… y casi igual de mareado. Dio un portazo, dejando atrás el hedor a ebriedad, sudor y desdicha, pero llevándose consigo la ira y el rencor. ¡La muy zorra se había puesto exquisita…! T.N.T. no se daba cuenta de que aquella puta vieja que lo había echado a patadas de su cama era la única mujer con el estómago suficientemente curtido como para acostarse con él, más bien al contrario, pensaba que le hacía un favor cada vez que la visitaba y que debía agradecerle que se acordase de ella dejándole mandar, siendo más considerada y respetuosa. Un par de azotes y un poco presión en la garganta de vez en cuando, un pellizco… Un “zorra” por aquí, un “guarra” por allá… Disfrutaba tapándole la boca hasta que se ponía morada, y luego se reía de ella cuando lo llamaba bastardo, entre toses, limpiándose las lágrimas y babeando… Hasta aquel día, ella siempre había tolerado sus excesos, formaban parte de un juego extraño en el que ambos participaban, ella más por compromiso –el tipo de compromisos a los que te obliga el hambre-, que por gusto. Tenía cara de tonta y bigote, más de cincuenta años y estaba gorda. T.N.T. pensaba que se merecía todo aquello… Eran sólo eso, juegos; no solía ir mucho más allá nunca, pero aquella vez fue distinto… Por algún motivo extraño, la pobre mujer se tomó a mal su exceso de violencia de aquella ocasión -todos tenemos malos días, hasta las putas viejas, gordas y feas, que debieran estar hechas a todo-, y cuando él se revolvió para poner las cosas en su sitio y le cruzó la cara de un guantazo, ella salió corriendo, pidiendo ayuda a gritos, sin parar de llorar…Total, que T.N.T. tuvo que ponerse serio con tres fulanos -dos camareros y el portero-, perdió su dinero y las pocas ganas de juerga que le quedaban. Salió de aquel tugurio dando un portazo, maldiciendo a la puta que le había robado y prometiendo volver a la noche siguiente para volar aquel antro en mil pedazos con todos aquellos cabrones dentro…

Sí, me dijo que al salir notó algo raro, muy raro… Tratando de disimular, avanzó por un callejón hasta el aparcamiento trasero. Sabía que una pelea a campo abierto sería más favorable para él, y aquello olía a pelea. Podía ver las luces del barrio reflejadas en los charcos, un mundo distorsionado, gemelo del real, en el que todo parecía borroso y deformado, desde luego un mundo mucho más acorde con la claridad de sus pensamientos, con su estado de equilibrio y de ánimo. Esos mismos charcos le advirtieron de la presencia de sus enemigos: hombres de negro, encaramados a las paredes, cobijados en las sombras, acechándole… Apenas podía verlos, desdibujados, siluetas ondulantes partidas en jirones, como fantasmas, pero estaban allí, espiándole desde las sombras. Imagino que pensaría que la situación no tenía demasiado sentido, sus enemigos habituales no eran de los que pertenecían a hermandades secretas, ni tenían dinero para contratar asesinos, pero, desde luego, aquellos fulanos iban a por él. Puede que lo hubieran confundido con otro, o que, sin querer hubiera cabreado a un pez gordo en alguno de sus últimos trabajos, pero el caso es que intuyó que pronto tendría que darse de leches con esos misteriosos desconocidos… y eran muchos.

-Se trataba de los secuaces de Núbilus, ¿no? Dicen que ese bastardo tiene ejércitos enteros de gente entregada, dispuesta a dar la vida por su jefe si hace falta…

-Sí, el Doctor Núbilus tiene muchos adeptos. Te sorprendería saber el número de seguidores que tiene y dónde habitan los cofrades de su secta. Desde sacerdotes a políticos, pasando por todas las clases sociales, razas y niveles económicos. Es fácil encontrar gente mala… en cualquier lugar. Abunda.

Continué relatándole la historia de T.N.T. y su primer encuentro con el doctor Núbilus. Sin omitir detalle, repetí todo lo que, años después, ese cerdo me contó sobre aquella batalla callejera. Cómo trato de huir haciendo explotar un muro del burdel y después una valla de alambre trenzado, cómo se cargó a un buen puñado de asesinos reventando sus pistolas. Le recordé que para Theodor, un cubo de basura o una tapa de alcantarilla podían convertirse en armas arrojadizas muy peligrosas. Referí incluso el detalle del pobre desgraciado que perdió las piernas y medio tronco, cuando T.N.T lo agarró por las pelotas y convirtió sus calzoncillos en nitroglicerina. La explosión le arrancó de cuajo, a la misma vez, la vida y la hombría… Y terminé el relato de la escaramuza con una descripción del cuerpo de Theodore Napoleón Thurlow tendido en el suelo, entre espasmos, por efecto del impacto de un arma de rayos que fue a darle de lleno en toda la espalda. Le expliqué al Íncubo que tras la refriega, los adeptos del Doctor lo llevaron inconsciente hasta una de sus guaridas secretas. Casi utilizando las mismas palabras que repitió él entre sollozos el día en que por fin le eché el guante, repetí la oferta que mi enemigo le hizo en un sótano oscuro y húmedo de paredes empedradas.

-Voy a ofrecerle una oportunidad única –dijo el doctor saliendo de entre las sombras-. Quizás no la merezca, pero lo voy a hacer… De usted depende el convencerme de que no me equivoqué al elegirlo.

-¿Qué cojones queréis de mí…? –preguntó Theodore escupiendo sangre. Acababa de recuperar el sentido y le dolía todo el cuerpo. Tenía las manos entumecidas y le costó ponerse en pie. Miró a su alrededor y, a pesar de sus años, a pesar de su poder, sintió miedo… Se encontraba en el centro de una sala en penumbra, una enorme estancia con columnas de piedra que le parecieron muy antiguas, apenas iluminada por seis o siete antorchas que luchaban por hacer prevalecer su luz, una luminosidad raquítica, sobre las tinieblas que los asediaban, sin lograrlo del todo. Estaba rodeado de hombres vestidos de negro, una congregación siniestra que formaba un círculo perfecto a su alrededor que sólo se rompió para dejar paso al maestro, al Doctor Núbilus. Podía escuchar en la lejanía un canto, casi un lamento, cadencioso y descarnado, que subía de ritmo continuamente, acelerando los latidos de su corazón a la misma vez… Decidió que sería una buena estrategia tratar de parecer amable, aunque de buena gana se habría lanzado sobre aquellos bastardos para hacerles pagar con creces la humillación a la que lo habían sometido.

-Verá, en realidad muy poco, si tiene en cuenta lo mucho que voy a darle… Sólo voy a pedirle que mate a una persona, a una mujer. No le costará demasiado

-¿A una mujer?

-Sí, imagino que no tendrá reparos con eso…

-No, no discrimino por razones de sexo… Siempre y cuando el trato merezca la pena…

-Bien. Me alegra oírle hablar así –El Doctor Núbilus parece rodeado siempre por un halo de misterio que lo hace verdaderamente inquietante. Su voz es capaz de parecer encantadora, melosa y sugerente cuando él quiere, o de transmitir el más absoluto terror. Disfrazado de persona normal, vestido de calle, o con la armadura negra y la capa, un aura de majestad diabólica parece protegerle de todo peligro. Es sin duda, uno de los hombres más impresionantes con los que me he encontrado, sin ser demasiado alto, ni demasiado fuerte, ni horriblemente feo. Pasaría por un ser humano normal, si no fuera por que por sus ojos mira el mismísimo diablo.

-Lo que no entiendo –se atrevió a decir T.N.T. intentando parecer sereno-, es por qué habéis montado todo este circo para hacerme venir. Con habérmelo pedido habría bastado…

-Verá, la hermandad a la que pertenezco tiene sus reglas. Una de ellas, la más importante quizás, se basa en el secreto. No podemos ir por ahí haciendo ofertas a cualquiera como si vendiéramos enciclopedias… Corremos el riesgo de ser rechazados… Nosotros actuamos de otra forma…

-Ya veo –poco a poco, Theodore iba cediendo al empuje del terror. Utilizó la pequeña reserva de valentía que todavía le quedaba para hacer una pregunta-. Bueno, ¿y ese trato que ibais a ofrecerme? ¿En qué consiste…?

El Doctor Núbilus hizo una señal con el brazo, sobreactuando, como un maestro de ceremonias que presentara un número de circo, y la zona del fondo de la sala se iluminó de inmediato. Miles de teas se encendieron al unísono, mostrando en contenido de esa parte de la estancia. Una enorme máquina, un engendró mecánico que tendría el tamaño de un edificio de cuatro pisos, comenzó a funcionar casi a su señal. Tubos de vidrio y estructuras de metal, engranajes, reactores, condensadores y cables, se mezclaban sin orden aparente, conformando un aparato colosal de factura impresionante.

-Esto que ve usted ahí detrás es un potenciador. Es una máquina cuyo funcionamiento, seguramente, no entendería. Mezcla tecnología de varios mundos, con algo de magia y mucha audacia… Esa máquina es lo que le ofrezco…

Le conté al Íncubo que T.N.T. enmudeció ante la propuesta del Doctor y que aceptó, a pesar de sentirse como un conejillo de indias, por dos razones: una el miedo a no salir vivo de allí en caso de negarse. La segunda, la posibilidad de convertirse en un superhombre con un poder casi ilimitado, la posibilidad de ver, por fin, cumplido su sueño…

La verdad es que, en aquella ocasión, Núbilus no mintió. Utilizó su ingenio para potenciar al máximo las capacidades de aquel desgraciado. Theodore Napoleón Thurlow entró en la cápsula de cristal preparada para él siendo un pelele y salió de ella convertido en un dios de la destrucción. A partir de aquel día, fue capaz de hacer cosas increíbles. Una vez le vi atrapar una golondrina con la mano. Fue durante una pelea en la que murieron más de quince personas por su culpa. La miró durante un rato y cuando la soltó, me aseguró que explotaría unas semanas después provocando una deflagración de varios kilotones. Estaba en prisión cuando ocurrió y llevaba un collar anulador al cuello, pero efectivamente, el día señalado, una explosión nuclear borró del mapa el pueblo de El Vado, en Colorado… Curiosamente en la misma ruta que las golondrinas seguían en su camino migratorio hacia tierras más propicias para su apareamiento…

Todas sus limitaciones fueron borradas de su código genético de un plumazo. A partir del día en el que cerró su trato con el Doctor Núbilus, T.N.T fue capaz de hacer explotar cualquier cosa, graduando el poder de la explosión, siendo capaz de controlar el tiempo hasta el momento de la misma –unas veces segundos, otras años enteros-, dominado minucias como la forma del cono explosivo, el color de la llamarada, la temperatura, o la naturaleza de la víctima… Por desgracia, tú y yo lo sabemos bien, aprendió aquel día también a hacer explotar la materia viva…

Y para que la historia de ese malnacido no le resultase graciosa, para que no quedase todo en una anécdota más del mundillo, para que al Íncubo no se le volviera a ocurrir nunca más elegir el nombre de T.N.T. en el patio del colegio en una lucha de mentira, le conté la manera en la que estrenó sus recién adquiridas nuevas habilidades. Él mismo me había relatado todo el asunto en el transcurso de una pelea en Dallas, en uno de esos momentos tan habituales al luchar con fanfarrones de su calaña, en los que los malos se creen vencedores y se les suelta la lengua. Son tan imbéciles que aprovechan la menor ventaja para espetarte el discurso de la victoria sin darse cuenta de que ese capricho, esa muestra de soberbia, nos supone a nosotros un respiro, un momento de tregua que nos permite pensar y del que casi siempre sacamos ventaja. Es curioso, pero los verdaderos profesionales del crimen, los villanos más peligrosos, casi nunca alardean de sus planes, suelen ser retraídos y muy callados, y si sueltan la conferencia, lo hacen siempre asegurándose de que pisan con uno de los dos pies, al menos, la tumba de su enemigo. Por supuesto T.N.T. terminó mordiendo el polvo aquella vez también y yo aproveché para declarar todo lo que me contó en un juicio que lo llevó a la cárcel de por vida.

-Emergió rejuvenecido de aquel baño de energía, sintiéndose mucho más fuerte y poderoso. Cuando el dolor desapareció y la máquina dejó de protestar, acabándose por fin los silbidos y los zumbidos, esperó hasta que las puertas de cristal se abrieron y salió al exterior escoltado por los vapores liberados por el mecanismo. Nada más regresar al mundo, supo que todo había cambiado, que su poder realmente había evolucionado, dando algo más de un paso hacia la perfección que tanto había soñado. Tuvo tentaciones de probar hasta qué punto había sido así, ensayando con sus captores, pero por una vez, la prudencia le hizo contenerse… El doctor Núbilus es mucho doctor… Ya te he dicho que su presencia impresiona hasta a los más curtidos –me dolía siquiera hacer aquel halago, pero era necesario que el Íncubo supiera realmente cómo era mi enemigo para que comprendiera la historia-. Esperó a los pies de la escalinata que conducía hasta el sarcófago metálico en el que el viejo Theodore Napoleón Thurlow se había sumergido minutos antes desapareciendo para siempre, la misma escalera por la que descendió poco después la bomba humana definitiva. Lo esperó pacientemente, armado únicamente con una copa de vino y una pose amigable, y eso fue suficiente para que T.N.T. cayera rendido a sus pies. Fíjate cual es la magnitud de su poder, hasta qué punto puede ser ladino y embaucador: el pobre Theodore lo creyó un amigo, un aliado que le había ofrecido su ayuda para tener, por fin, un cofrade de su misma valía. Lo engatusó con lisonjas y pasándole la mano por la espalda lo condujo hasta una estancia cercana. Haciéndole creer que sellaban un contrato entre partes iguales que beneficiaría a ambos; el doctor Núbilus, se hizo con su voluntad y sus servicios gratuitos. Sin darse cuenta, T.N.T. pasó a engrosar la lista de cofrades de la hermandad más vil que yo haya conocido, una hermandad creada única y exclusivamente para servir al doctor, es decir, para servir al mal más absoluto… y eso que Theodore era perro viejo.

El relato de lo que ocurrió luego no estuvo nunca claro. T.N.T. me dio su versión, la misma que declaré en el juicio, la misma que contaron dos miembros renegados de la hermandad poco antes de desaparecer para siempre, pero no está demostrado que aquello ocurriera así. Nunca se encontraron cadáveres ni se pudo localizar a las víctimas… De cualquier forma, yo me atrevería a afirmar que lo que pasó no debió de distar mucho de la versión que el protagonista daba a la menor oportunidad, presumiendo de su poder y de su hombría. Según él mismo me contó –y así se lo conté yo al Íncubo-, el doctor lo condujo hasta una enorme estancia de color blanco, una sala que parecía infinita, sin otros adornos que una cama con dosel y una mesa de comedor de madera labrada. Los muebles aparecían en el centro de la habitación, a lo lejos, reducidos por la distancia, como si hubieran sido plantados allí, en medio de aquel aséptico mar de hielo, y la soledad del mobiliario, su escasez, contrastaba con las dimensiones desproporcionadas del lugar. Sin prisa, Núbilus acompañó a T.N.T. hasta la zona amueblada, explicándole sus intenciones. En realidad, aquella estancia y su contenido eran un regalo, una especie de bienvenida a la hermandad. Al acercarse un poco más, nuevos detalles importantes quedaron revelados: el aspecto lujoso de la escenografía, el festín que se había preparado sobre la mesa -comida y bebida en abundancia de presencia sorprendente, manjares amontonados uno junto a otro, impúdicamente, como un monumento en homenaje al demonio de la gula-, el tacto suave que prometían las sábanas… y, sobre todo, la presencia de cinco hermosas mujeres desnudas que lo esperaban ya, recostadas sobre aquel lecho enorme, con miradas que derramaban ansia y sonrisas libidinosas, acariciándose unas a otras, besándose de manera impúdica… Aquel harén era para él. El doctor se lo ofreció para que lo disfrutara sin mesura y T.N.T, tan borracho de poder como estaba, no tardó en tomarlo. Las mujeres debían ser adeptas totalmente entregadas a los mandamientos del Núbilus, en apariencia brillantes, muy jóvenes y hermosas, en el fondo negras como la pez, de almas corruptas e impías… Todas ellas se entregaban al mal sin condiciones, y aunque seguramente alguna sospechaba que esa noche podía ser la última de su vida, que muy posiblemente sus instantes finales en la tierra serían de dolor, estoy convencido de que ni siquiera les importaba. Verás, he tratado en muchas ocasiones con los adeptos del Núbilus, si me apuras te diría que, a pesar de todo, se entregaban a la muerte con placer… y, sin embargo, eso no resta un gramo de culpa a T.N.T. por lo que hizo después… Empezó por la primera chica, comprobando si todo en su cuerpo seguía como antes, haciendo el amor con ella de la manera habitual, mucho más lentamente que cuando era joven. Enseguida se dio cuenta de que sus atributos físicos habían mejorado realmente. Se vio mucho más fuerte y resistente, y, por eso, tomó a la segunda con avaricia, dejando a un lado la prudencia que había sustituido con los años a la furia violenta y lasciva de su juventud. Jaleado por las risas de las otras muchachas, por sus palabras obscenas, el sabor de sus besos y la energía flamígera de sus caricias, el ritmo y la fuerza de sus envites fue creciendo poco a poco. Theodore se dio cuenta rápidamente de que se había convertido en un Dios de la destrucción, y decidió transformar aquel acto amatorio en una ofrenda hacia sí mismo, a su poder y su grandeza, a su goce más sádico. Agarrando a la chica por detrás, aferrándola con fuerza por las caderas, la penetró con furia, como un animal. La víctima protestó sólo con un gemido y las otras recibieron aquel acto de brutalidad con alegría y envidia, animando a T.N.T. con gritos de júbilo, agarrándolo y apretando con fuerza hasta dejarle los dedos marcados o lamiendo aquí y allá, en lugares que supuestamente más acrecentarían su goce y el de la afortunada elegida. Dos de las chicas, las que todavía no habían sido tocadas por la lascivia de Theodore, cansadas de esperar, comenzaron una fiesta paralela a los pies de la cama, sobre unas almohadas, juntando sus cuerpos y besándose con fruición, seguras de que aquel acto suyo incitaría pronto a su invitado a volcar también en ellas, en sus vientres, en sus pechos y en sus bocas, toda la energía que le quedara. El ritmo de aquella danza fue subiendo exponencialmente, hasta que, casi llegando Theodore a la culminación de su representación, una idea loca le pasó por la mente. Era una idea asombrosa, tan genial que por un instante le pareció impropia de sí mismo… No podía dejar de ensayarla. Sólo con pensarlo su excitación se multiplicó. Probaría su poder en aquel mismo instante, con aquella muchacha, y lo haría en el momento del clímax final.

Theodore comenzó con una pequeña explosión. Se concentró e imaginó como sería una deflagración de potencia mínima, más pequeña que la que produce una cerilla al encenderse, sobre la piel de aquella zorra que gemía pidiéndole más. Inmediatamente, lo que antes nunca había ocurrido, sucedió. Sólo tuvo que rozarla. Una diminuta chispa azulada se encendió sobre la nalga derecha de la chica para extinguirse de inmediato, y ella, en vez de protestar, lo tomó como una maniobra más para acrecentar su placer… T.N.T. estuvo a punto de detenerse, pero no lo hizo porque una vez superada la sorpresa inicial todas las mujeres aplaudieron su gesto, unas pidiéndole, casi rogándole, que lo practicara con ellas, otras sólo mirándolo, sonriendo y aumentando la cadencia de sus gemidos y de sus impúdicos movimientos. Así que continuó adelante, de nuevo, con prisa por alcanzar el orgasmo. Lo siguiente que se imaginó fue un pezón, el de la morena de su derecha, iluminado por la energía de su poder, y se preguntó si eso serviría para incrementar la fiebre en la que se había convertido el deseo sexual de la muchacha. Obtuvo respuesta de manera casi inmediata. Otro roce, y la joven, una de las dos que esperaban su turno ansiosas, gritó de emoción al sentir la energía chisporroteando sobre la aureola de su pecho, calor suficiente para avivar el fuego de su pasión, quizás incluso para dejar una pequeña escocedura al día siguiente, pero nada de lo que preocuparse en aquel momento. El pequeño fogonazo pareció hacerla enloquecer. Con una furia y una determinación que su aspecto de colegiala apenas habrían hecho sospechar, se lanzó sobre Theodore, apartando violentamente a la muchacha que fornicaba con él. Estirándole de los cabellos la obligó a abandonar el coito y, sin dudarlo un instante, ocupó su sitio, esta vez colocándose de cara a su objeto de deseo, retándolo con palabras y gestos. Dando puntapiés a la otra joven, que todavía bregaba protestando con insultos y manotazos, pidió a Theodore que la tomara. Al principio, a él le molestó que aquella loca le arrebatara el placer que tan cercano se encontraba ya, pero luego, viéndola tan ansiosa, T.N.T. sonrió y decidió perdonarla, casi le agradeció que prolongara aquel juego. Ella le ofreció el fruto más sabroso que una hembra puede ofrecer, y él, en aquel momento poco más que un macho desbocado, lo tomó sin titubear. Sólo cuando Theodore continuó el coito con su nueva amante, la chica rechazada renunció a la lucha. Tal si obedeciera a un deseo no pronunciado del hombre, retrocedió a un segundo plano, entendiendo que su misión, a partir de entonces, consistía únicamente en ayudar a acrecentar el placer del protagonista. Sabía que aún como actriz secundaria, sus acciones, sus gestos, sus roces y sus comentarios, su saliva, su sudor, sus labios y su aroma, podían tener gran importancia en aquella representación.

Theodore decidió en ese mismo momento pasar a mayores y señalando a la chica de su izquierda, aquella con la que hubiera comenzado, se imaginó miles de explosiones microscópicas en el interior de su cuerpo. Células explotando una a una. Se figuró cómo sería una cadena que comenzara con una deflagración minúscula en la vagina de la mujer y fuera creciendo en ritmo e intensidad, lentamente, hasta hacerla alcanzar el orgasmo perfecto… Acarició su espalda, e inmediatamente después, la muchacha comenzó a sentir el poder en su interior. Con los ojos en blanco, refunfuñando de la misma manera en que lo habría hecho una gata en celo, se agarró a las sábanas, combándose como un tablón de madera mojada y perdiendo la fuerza a continuación. Mientras T.N.T. seguía a lo suyo con su nueva concubina, la otra muchacha se abandonaba a un goce que, a juzgar por sus gestos y los gemidos entrecortados que salían de su boca, debió ser inmenso… Y lentamente, muy lentamente, el placer fue creciendo, aumentando su vigor, hasta que sus gritos y sus convulsiones hicieron que Theodore detuviera el proceso entre carcajadas.

En ese momento ya había abandonado toda mesura, las leyes humanas, pensó, ya no eran aplicables con él, y por eso decidió continuar sus experimentos sin importarle lo que a esas putas enloquecidas –esas fueron, según creo recordar, sus palabras exactas-, les ocurriera. Decidió probar su invulnerabilidad. Siempre había sido más o menos inmune a los efectos de las explosiones que había provocado. Era cierto que nunca se había mantenido en el foco de una de las grandes, no al menos en los casos más violentos, y también lo era el hecho de que los efectos provocados por ellas -los impactos de metralla, por ejemplo-, podían hacerle daño como a cualquiera, pero por lo que a las igniciones se refería, nada le afectaban, ni le quemaban como a los demás, ni le dolían como a los demás… Por eso decidió averiguar si seguía siendo así. Con buena lógica pensó que si su poder se había multiplicado, la invulnerabilidad derivada del mismo, lo habría hecho también… Incrementó de nuevo la cadencia de los movimientos de su cintura en busca del orgasmo y dispuso a la muchacha haciéndole saber lo que le esperaba. Empujando cada vez con más furia, se preparó para la rebelión natural, pero en contra de lo que sería lógico esperar, ella, en ningún momento trató de escapar. Al contrario, aumentó el ritmo de la cópula con violencia desmedida, atrayendo hacia sus caderas el vientre de T.N.T. de forma salvaje. Él le susurró al oído su sentencia de muerte, le advirtió que explotaría en el momento en el que finalmente se dejara llevar por el placer, y ella, en vez huir, actuó con si Theodore verdaderamente fuera un dios, un dios sacrílego, que la hubiera bendecido con el regalo más valioso. Sus gritos pidiendo más, se mezclaron con lágrimas, y cuando finalmente T.N.T. se derramó dentro de ella, justo antes de que los átomos de la desdichada se convirtieran en dinamita y explotaran, todavía pudo verla sonreír, como agradeciéndole que la condujera a la muerte a través de un placer tan inmenso…

Efectivamente, a él la explosión ni le afectó, apenas un zumbido molesto en los oídos y la desorientación lógica por haber sido arrojado tan lejos, pero por lo demás nada. Theodore Napoleón Thurlow, se levantó del suelo ileso, se sacudió el polvo y miró hacia el centro de la estancia, hacia el lugar en el que apenas unos segundos antes había disfrutado de su particular obsequio. Caminó sin prisas de regreso. Allí ya no quedaba rastro de mueble alguno… Encontró el pavimento sembrado con restos de cadáveres irreconocibles, vísceras, sangre, astillas y jirones de tela que antes había sido blanca. Llegado al medio de la sala, se colocó justamente sobre el pequeño cráter que su deseo había provocado, un círculo de devastación que indicaba sin lugar a dudas el lugar de su bautismo de fuego, y no pudo hacer otra cosa más que echarse a reír… Ni siquiera se paró un segundo a pensar en el mal que había hecho. Me confesó cuando me contó todo este asunto, que, muy al contrario, lo tomó como un acto natural, la violencia necesaria para que el gusano rompiera su capullo y se asomara al mundo convertido en mariposa, el primer movimiento lógico en una nueva partida de ajedrez que acababa de comenzar y en la que no pensaba perder… Me dijo que Núbilus apareció justo entonces, que se abrió una puerta a lo lejos y que por ella entró el doctor acompañado de su negra comitiva. Que lo felicitó por su acción, por haber estrenado sus dones sin pararse a pensar en otra cosa, por haber asumido su nueva condición de superhombre de manera tan rápida y por su falta de remordimientos, y que lo acompañó afuera, dejando tras de sí el rastro fétido y humeante de su pecado. Me dijo que justo al salir de allí, nada más regresar a la penumbra de los corredores de paredes empedradas, le encargó su primera misión: «matarte a ti».

-En aquella época se respetaba a las familias, a los padres, a los abuelos, a los hermanos y a las novias. Los crímenes sentimentales entre metahumanos apenas se daban. Se produjeron dos o tres casos, desde luego, pero intentamos que no tuvieran mucha repercusión. Pretendíamos que esas cosas quedaran entre nosotros… sobre todo por nuestro propio bien. Había ciertas normas que respetaban hasta los villanos. Núbilus fue uno de los primeros en romper esa regla… Luego, claro está, otros se apuntaron a la moda. A partir de entonces el juego cambió –miré al horizonte y suspiré-. En realidad a partir de entonces todo esto dejó de ser un juego…

-Fue sonado lo de aquella tía que forzó a una muchacha de Boston después de la guerra…. ¿Cómo se llamaba?

-La muchacha Betsy McQuay, y la tía que la violó, Emma Kipling, como el escritor. Para nosotros era la Dama de Hierro, luchó en el ejército inglés. Fue una auténtica campeona, toda una guerrera y, la verdad, no creo que aquella historia fuera como la contaron… Creo que su único delito fue el de ser lesbiana en una época en la que estaba prohibido. Fue tan tonta, que pensó que se lo perdonarían por haberlos defendido de los alemanes. Confundió medallas con respeto y pensó que, vencidos en Berlín, ya no encontraría más nazis…

-La gente salió a la calle exigiendo su cabeza… Todavía recuerdo aquellas manifestaciones frente al congreso…

-Sí, esa turba fue la que la condenó. Le hicieron un consejo de guerra y la encerraron en una prisión de Gales para el resto de sus días sin tener demasiadas pruebas… escapó de allí usando un rayo láser para cortarse las venas…

-Luego ocurrió todo aquello del Espíritu Burlón…

-Bueno, ese caso fue distinto. Ese sí que era un canalla de verdad. Violó a más de veinte muchachas en Kings y tardamos tanto en darle caza que al final se le fue la mano. Se llevó por delante a una pobre desgraciada que le hizo cara. Se la cargó en los retretes de un supermercado en el que trabajaba como cajera… El Espíritu Burlón no tuvo la suerte que tú. Lo encontró el Cazador Escarlata y lo entregó a la policía… a plazos, cada día una parte.

Durante el resto de la noche hablamos de amor, de sexo entre superhombres, entre alienígenas, entre seres de distintas dimensiones y épocas, entre deidades, entre demonios, entre androides… Le puse ejemplos de todas las combinaciones posibles mezclando estos elementos y el factor humano normal, y le hablé de algunas de las consecuencias que habían tenido. Me centré sobre todo en los delitos sexuales en nuestra comunidad. Le conté el caso de la Bestia de Magma y lo que le hizo a aquella rusa, La Revolución. ¿Lo recuerdas? El pobre monstruo no quería más que un poco de amor; bajo aquella piel de piedra ardiente se escondía la mente desbocada de un muchacho de quince años… Cuatro miembros del Comité para la Defensa del Pueblo de la Unión Soviética terminaron pagando su enamoramiento, incluida la pobre Revolución, que murió abrasada entre besos y caricias. Le conté también lo del Hombre Potencial, que violó a todas las internas de un reformatorio a la vez, durante la misma noche, y lo de Brisa, y lo de Látigo Dick y aquel club de sadomasoquistas, lo del fallo de programación de Lunik Veintiuno en la estación espacial rusa Nuevo Amanecer, lo del Vengador Atlante y aquellas mujeres de un pueblo de Terranova, lo de Líbido y el Guardián de Haggard, lo de las hermanas Espéculum y el Pirata -como lo dejaron-, y lo de la chica que quedó embarazada del Ectoplasma… Le conté el caso de Ursula K. Dick, la muchacha que se enamoró de una réplica de su abuelo venida de un pasado alternativo, y lo que le pasó a su hijo nada más nacer… Le hablé de los crímenes de Reich y Steinchslag durante la guerra mundial, de las barbaridades que en nombre de su propio placer cometieron, y de cómo se las hicieron pagar luego aquellos cazadores israelitas del Mossad… Él, desde luego no entraba en la misma categoría que aquellos monstruos, pero quise advertirle para que supiera el peligro que corría. Si luego volvía a equivocarse, ya sería cosa suya… Tendría que correr con las consecuencias. El amor casi nunca es un juego. No lo es para el niño que lo experimenta por primera vez sintiéndose perdido e indigno, ni para el muchacho que lo sufre sin ser correspondido. No lo es para el hombre maduro que lo ha perdido o que se ha cansado de él, ni para el jubilado que lo encuentra demasiado tarde. El amor quema, es un arma peligrosa, quizás la más peligrosa, difícil de manejar, muy hiriente. No sé si aquel tiempo en la cárcel se lo había hecho comprender, pero, de cualquier manera quise recordárselo…

Le conté todo esto al Íncubo para ponerlo en antecedentes. Sabes que no me gustan las historias morbosas, pero a veces no queda más remedio que mirar al mal de frente para comprenderlo, para saber cómo es… Tuve que hacerlo para que entendiera por qué T.N.T. tenía tan mala fama, incluso entre la gente de la peor calaña, para que supiera por qué decían que había nacido malo y que moriría malo, pero, sobre todo, lo hice para que me entendiera a mí, para que comprendiera la profundidad de mi dolor, el por qué nunca perdonaré a Núbilus por lo que te hizo…

-Así que tengo un poder inmenso que me recomiendas no usar –dijo mirándome sonriente…

-Lo que te recomiendo es que lo uses con cuidado y que lo uses bien…

Un estallido muy violento rasgó el telón de silencio que nos separó tras haber pronunciado aquellas dos últimas frases. Viniendo desde el lado derecho, un destello de luz reflejada nos avisó de que un objeto sorprendente se acercaba a gran velocidad. Era la Maravilla Wild, describiendo una trayectoria elíptica perfecta y disminuyendo de velocidad hasta colocarse a nuestro lado, levitando a menos de un metro y medio de la cornisa del edificio. En el mismo momento en el que terminé de recuperarme del sobresalto, la carlinga del vehículo de Conan se abrió y él apareció a los mandos. La imagen que vimos nos resultó extraña: Cornelius Wild despeinado, apurado, sangrando por el labio y con semblante muy serio…

-Los superhéroes de verdad, los que se preocupan por la gente y esas cosas –dijo a voces para que le oyéramos bien-, están en la estación de Robert Kane, dándose de leches contra una cosa muy fea y muy grande… y no pueden con ella –simuló sonreír con una mueca que era más una sentencia que un gesto-, pero eso a vosotros no os preocupa mucho… Donde esté una buena charleta, que se quiten todas las peleas del mundo.

-¿De que se trata, Conan? –pregunté.

-¿No escuchas las frecuencias de radio, amigo?

-Estaba distraído -dije disculpándome.

-Es la Doctora Eleonor Kubert, dirigía un programa de reestructuración celular en la universidad.

-Sí, la conozco…

-Parece ser que la cosa se le ha ido de las manos… Se pasó con el centrifugado. Ahora es un monstruo de cinco pisos con un hambre infinita, muy mala uva y un poder de regeneración como no he visto otro en mi vida. Le hemos dado con todo y cada vez parece más fuerte. Está destrozando la ciudad…

-¿Es una mujer, no? –preguntó el Íncubo…

-Bueno -respondió Conan-, tiene dos pechos de quince toneladas cada uno… Digamos que es una gran mujer…

-Bien, en ese caso, creo que podré echaros una mano –y dando un salto asombroso se colocó sobre el capó de la Maravilla señalando al horizonte-. Vamos para allá…

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Némesis
Némesis
15 diciembre, 2009 12:42

Muy buen relato, sí señor. Tanto la parte que narra la transformación de T.N.T. como la que desgrana las consecuencias que el amor y el sexo pueden tener para los superseres y que muchas veces no ha sido tratada con la profundidad debida en los cómics. Esta saga, que no es épica sino intimista, resulta adictiva y estoy esperando a su culminación la semana que viene.

Un abrazo para los autores y los lectores del Capitán Meteoro.

José Torralba
15 diciembre, 2009 14:04

Lo dicho: pasión en el primer capítulo (enamoramiento ligero), obsesión en el segundo (seducción y erotismo) y ahora salvajismo (porno hardcore) en éste. Todo ello con una historia de amor de fondo –la de Meteoro con su antigua novia– y aderezado con las reflexiones que permite la conversación con El Íncubo. Sin duda toda una lección sobre el amor y el sexo entre superhumanos como nunca antes se había contado, sí señor. Y la bacanal sadomasoquista, destructiva y viciosa de este capítulo ha sido brutal… Como siempre José Antonio, una delicia leerte.

Mickel
15 diciembre, 2009 15:03

Me quede con las ganas… de leer mas historias… xD

Lo malo: a imagino por donde va la situacion para Marie… 🙁

Lo bueno: Fideu ya puede preparar su libro de historias de romance y sexo entre superheroes y lo comprare…

Ailegor
Ailegor
15 diciembre, 2009 15:16

Qué doloroso es este capítulo. No me extraña que el Capitán Meteoro odie al Núbilus… Es que es muy cruel. Me ha gustado mucho porque es diferente a los demás aunque sea tan duro.
Un saludo.

Fideu
Fideu
15 diciembre, 2009 18:46

Hola negahombres:

Pues la verdad es que esta parte es bastante desagradable, lo reconozco, pero a veces, sin ser un superhéroe, hay que ser valiente… Creo que la autocensura no es buena, y si no hubiera escrito este episodio, creo que habría dejado cojo el tema. El amor y el sexo tienen su lado bueno (casi todo en ellos es bueno), pero no quería dejar de hablar de la parte peligrosa, cuando se convierten en enefermedad, en dolor, en desprecio del prójimo… Con T.N.T. he explorado esta posibilidad y la de utilizar los poderes para acrecentar ciertos goces sexuales… ¿Qué podría hacer en la cama si tuviera los poderes del hombre elástico, de Spiderman, del profesor X, etc… Todos lo hemos pensado alguna vez.

La semana que viene concluimos, y volvemos a un tono más habitual en la serie…

Hasta entonces, que el amor os acompañe…

Iván Martínez Hulin
16 diciembre, 2009 14:13

José Antonio, compañero, tengo una cuenta pendiente contigo que confieso públicamente para escarnio propio. Aún no te he leído. Cuando comencé en ZN, el Capitán Meteoro ya había comenzado y no quise subirme al barco sin leer todo lo anterior. Y aquí estamos. Este… prometo enmendarme, por supuesto.

Por lo que he podido ver, merece la pena, y mucho. Así que, ahora que vienen las vacaciones y, en teoría, tendré algo más de tiempo, me pondré a ello.

Gracias por estar ahí semana tras semana.

Un abrazo.

Fideu...
Fideu...
16 diciembre, 2009 18:01

Hola Iván:
Será un honor tenerte por aquí de vez en cuando… 😉
Yo te llevo ventaja, porque sí que he seguido tus artículos con atención. Así que, nada, bienvenido a la Guardia Solar…
Espero que mi Meteoro no te decepcione. Aún siendo un serial de superhéroes bastante clásico en muchos sentidos, es también algo muy personal, muy mio…
Un abrazo y gracias por tus palabras (las que escribes aquí y las de tus otros artículos).

mag_jonas
mag_jonas
21 diciembre, 2009 12:48

«»¿Qué podría hacer en la cama si tuviera los poderes del hombre elástico, de Spiderman, del profesor X, etc…«»

Está claro… pero habeis pensado en La Cosa, en Hulk, en Solomon Grundy… pobrecitos… dejaran enteras a sus compañeras??

Sin palabras…

Aquí seguimos disfrutando… Un abrazo…