Capitán Meteoro Cap. 6: El hombre del fin del mundo (Parte 3, de 4).

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes

“¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios”.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.

Capítulo tercero

Los tíos normales siempre lo intentan. Suelen tener más valor que sus jefes porque saben lo que les espera y aún así lo siguen intentando. Siempre me he preguntado si es que no ven los informativos; a diario salen noticias de peleas entre secuaces y superhéroes, y el marcador es abrumadoramente demoledor contra los primeros. Los superhombres ganan siempre por paliza a los hombres, y no hablo de manera retórica, en este caso lo digo de la forma más exactamente literal. Quizás les ciegue el fanatismo, o un optimismo enfermizo, o los efluvios narcóticos del dinero fácil, no sé. El caso es que, una y otra vez lo intentan aunque siempre pierden. Duran poco, eso es cierto, pero a veces te entretienen el tiempo suficiente como para complicar las cosas. Además, me fastidia cuando los lanzan contra mí, como una jauría de perros enloquecidos, porque tengo que contenerme demasiado para no lesionarlos de manera grave. Trato de ser suave, pero es muy complicado saber en medio de una pelea, hasta qué punto puedes pisar el acelerador… si te pasas alguien puede terminar atropellado. Además, los jefes, suelen darles a los tipos normales, armas para que se enfrenten a nosotros y, aunque en la mayoría de los casos esos juguetes son inútiles conmigo, no es menos cierto, que un rayo de energía, por poco potente que sea, pica siempre, y cuando recibes una descarga en plena nuca, suele doler algo más que el orgullo maltrecho y te pones de una mala leche incontenible casi al instante de recibirla, hecho que dificulta todavía más el controlarse… Un círculo vicioso difícil de romper. Es como si una clase entera de niños de primaria te pinchara con alfileres mientras tú tratas de regañarles en la medida justa, sin ser demasiado severo ni demasiado blando, para que se porten bien…Total, que es un fastidio. Los villanos suelen tener ejércitos enteros de tíos normales preparados para recibirte, ya digo, y a mí siempre me ha jodido más pegarme con ellos que con sus jefes.

En aquella ocasión fue igual. Me deshice de los tipos normales con cierta facilidad. Aunque vestían vistosos uniformes, trajes negros perfectamente ajustados y decorados con el símbolo rojo de la Red Pentáculo (una tela de araña pentagonal con el vértice invertido) y habían sido eficazmente entrenados en el uso de sus armas, no eran más que hombres normales, ya digo, y, además, no eran demasiados. Me esperaron unos quince a la entrada del complejo y tuve una refriega con otros veinte ya dentro, antes de poder acceder, por fin, al corazón de las instalaciones donde Madame Latrodectus había establecido su puesto de mando.

La Red Pentáculo es el nombre de una organización criminal formada siempre por cinco miembros, a cada cual más retorcido y abyecto, dedicada a ratos a dominar el mundo, a ratos a destruirlo, y en la mayoría de las ocasiones, a diseñar planes tan entretenidos como absurdos, que nos mantienen ocupados a ellos y a nosotros; planes increíbles que no dejan por ello de ser enormemente peligrosos para los ciudadanos normales. Entre sus logros se cuenta la destrucción de una Isla del Pacífico en mil novecientos cincuenta, borrada del mapa sin que todavía sepamos cómo, el haber tenido el dudoso honor de extender una plaga de narcolepsia por Londres unos años después, el intento de asesinato de Conan Wild y su familia, o el haber provocado el gran apagón de Boston que tantos trastornos provocó en el verano del cincuenta y cinco… Se formó como organización poco después de la Segunda Guerra Mundial, y de los miembros originales, sólo dos, la antes citada señora Latrodectus y el Conde Atrax, han permanecido de manera perenne como integrantes del círculo interior de la misma. Todo el mundo ha visto sus fotos alguna vez en los periódicos, él un hombre bien parecido de corte aristocrático y pose altiva, al menos cuando empezó, y ella una mujer de belleza singular, armada por la naturaleza con una mirada gélida y mentirosa y un corazón todavía más frío… Ambos lucían muy bien en las fotos, incluso en las de sus fichas policiales, y la hermosura exuberante de ella es mítica… Lo que no muestran las fotos son sus historiales, ni los detalles que yo conozco sobre sus habilidades, ni, por supuesto, su perversión absoluta, su egoísmo y su desprecio total por la vida humana.

El Conde, un genio sin duda, ha sido capaz de modificar su propio cuerpo hasta límites insospechados, añadiendo órganos de esos seres a los que tanto admiran, las arañas, de manera que la primera vez que nos enfrentamos, era capaz de segregar veneno por unas glándulas implantadas en algún lugar de sus brazos, veneno que supuraba a voluntad por uñas de un metal muy duro, también implantadas, y la última, había mutado tanto su apariencia, alejándose de la humanidad en todos los aspectos, que casi ni pude reconocerlo. Se había convertido en un monstruo de fuerza incontrolable, resistencia sin límites y aspecto horrendo. Imaginad el respeto que un ser así siente por la vida de los que le rodean, si ha sido incapaz de respetarse a sí mismo…

Ella, mucho más lista en el fondo, ha mantenido su cuerpo inmaculado. Incluso me atrevería a decir que con los años, ha pulido su aspecto hasta llegar a convertirse en una estatua de perfección física y belleza mortal. Madame Latrodectus, por el contrario, ha ido mutando su alma, lo cual, creo yo, es mucho más peligroso que lo del Conde. Empezó envenenado a su primer marido, pero no se supo de su actividad hasta que eliminó al cuarto. En ese período tuvo tiempo para aprender mucho sobre pócimas ponzoñosas y toxinas naturales. Lo hizo con devoción y se convirtió pronto en una autoridad en el tema. Fue entonces cuando se enamoró de las arañas, tomando como nombre de guerra el de una de las más venenosas que se conocen, aunque no comenzó su carrera como villana hasta pasado un tiempo. En la cárcel, en mil novecientos cuarenta y seis, se encontró con Atrax, y él la condujo a niveles de saber científico que hasta entonces habían estado vetados para ella… Escaparon a los seis meses de conocerse, dejando a sus espaldas una prisión llena de cadáveres envenenados y provocando una evasión general que costó otras veintitrés víctimas mortales más. En contra de lo que sería de esperar, el Conde sobrevivió a su unión sentimental con la señora Latrodectus y, con el tiempo, llegaron a convertirse en una de las parejas más estables del negocio… para desgracia nuestra.

Hasta aquella ocasión yo me había enfrentado sólo una vez con los miembros de la Red Pentáculo, y aunque suene algo pretencioso el así decirlo, la verdad es que nunca me habían planteado demasiados problemas. Sin embargo, aquel día, tres antes de que llegara el fin de todo vaticinado por el doctor Taylor, tuve la desgracia de sufrir uno de sus primeros arrebatos de creatividad criminal… No sería el último.

Un túnel forrado de hormigón y tuberías de acero conducía desde el piso superior hasta la gran puerta tras la que me esperaban mis enemigos de aquel día. El primer puñetazo me valió sólo para sacarla de sus bisagras: el cementó se agrietó transformándose en polvo gris ante la presión y los enormes tornillos que anclaban los goznes a la pared de al lado cedieron como si hubieran estado clavados en un pastel de nata. Con el segundo y el tercero la enorme escotilla comenzó a combarse por fin y al quinto golpe ya no estaba en su sitio. Salió despedida un par de metros y cayo, victima de su propio peso, rugiendo y levantando una gran polvareda. Los de dentro me esperaban preparados. Una primera línea de combate formada por Pretorianos de la Red Pentáculo se apostaba frente a la entrada y tras ellos, Madame Latrodectus y el Conde Atrax se reservaban para entrar en juego poco después.

Los Pretorianos, aún siendo también hombres vulgares, están mucho mejor preparados que sus colegas de rango inferior, y siempre van mejor pertrechados. Suelen usar armaduras muy resistentes y en aquella ocasión cargaban, además, con un nuevo tipo de arma que el propio Atrax había diseñado exclusivamente para mí. Llamó a aquellos aparatos “filamentadores”, y su funcionamiento, he de admitirlo, se basaba en principios sencillos pero geniales. Cada una de las armas arrojaba una corriente de partículas que tras dar en el blanco regresaba hasta el punto de origen, llevando consigo una cantidad de energía mucho mayor que la que la había propulsado, de tal manera que, al hacerlo, el blanco quedaba sensiblemente debilitado. El flujo no se detenía a no ser que el usuario del arma lo deseara, y así, persistiendo en el ataque, la victima quedaba pronto extenuada, fortaleciéndose el vínculo todavía más.

En el mismo momento en el que el polvo comenzó a asentarse y aparecí en el umbral, las primeras detonaciones sonaron frente a mí. Soy rápido, no me suele costar mucho trabajo esquivar los disparos y me moví siguiendo mi instinto, alzándome sobre el suelo y avanzando a la vez hacia el interior de la sala. Pronto, una segunda oleada de filamentos luminosos se levantó frente a mí. El olor a ozono a mi espalda y un zumbido persistente, el sonido agresivo y peligroso de mil avispas de energía, me advirtió de que había quedado encerrado en una jaula de la que me sería difícil escapar. Los pretorianos accionaron los gatillos de sus armas y en vez de apuntar hacía el lugar donde yo me encontraba, formaron sendos telones de energía que me cerraron el paso. Quedé situado entre dos columnas de hombres, encerrado por delante y por detrás. Del cañón de cada una de las armas brotó un caudal continuo de partículas, un látigo de neón, que se dirigió hacia el techo, y cuando, al fin me creyeron atrapado, comenzaron a apuntar cada vez más abajo, con la esperanza de terminar enredándome en su red.

En un primer momento dudé. Pensé que quizás no me sería tan difícil aguantar el impacto de aquellos rayos, pero luego, a la vista de la seguridad con la que mis enemigos los esgrimían contra mí, la cordura me obligó a buscar nuevas alternativas de combate, quizás menos heroicas, mucho más alejadas de la opción a las bravas, pero seguramente con mayor porcentaje de éxito. Decidí intentar perforar aquel muro que me retenía y me lancé en picado hacia uno de los pretorianos. Una carga a esa velocidad daría con el soldado en el suelo, que saldría despedido a varios metros, y yo escaparía por el hueco dejado por el hombre. Luego una vez fuera, amparándome en el caos provocado, buscaría nuevas estrategias de batalla que seguramente me llevarían hacia Latrodectus y Atrax, haciendo inútiles los filamentadores. “Por miedo a no alcanzar a sus jefes”, pensaba yo, “no se atreverán a abrir fuego si me abalanzo contra ellos”.

Así lo hice. Me lancé en picado hacia uno de los secuaces y él, seguramente llevado por un instinto primario de supervivencia, bajó el cañón del arma y se dispuso a huir en dirección contraria. No habría tenido tiempo, le habría alcanzado en décimas de segundo si la casualidad no hubiera querido que el haz de energía, al descender también, me impactara de lleno. Quedé inmediatamente paralizado por un dolor lacerante que se filtró a través de mi piel calándome hasta los huesos. De inmediato me sentí desfallecer, y supe que debía liberarme de aquella atadura si quería sobrevivir. Si uno sólo de aquellos artefactos era capaz de afectarme de tal manera, el efecto combinado de todos ellos podría, a buen seguro, acabar conmigo… Haciendo uso de toda mi determinación, conseguí sobreponerme y traté de concentrar una descarga de energía sobre mi captor. Contraataqué disparando un rayo con la esperanza de derribar al pretoriano, que ya repuesto del pavor inicial, apoyado por el éxito casual de su maniobra, había recuperado el coraje y volvía a hacerme frente de nuevo. No suelo utilizar las proyecciones de energía con los hombres normales. Sus efectos son demasiado severos, a veces impredecibles, pero en aquella ocasión no me quedó más remedio. Lo logré. Cayó hacia atrás rodeado por un halo rojizo, perdiendo el sentido inmediatamente, y yo quedé libre por un momento de los grilletes que me retenían. Sin embargo, mi redención fue tan exigua que apenas tuve tiempo de notarla. El primer pretoriano había dado ocasión con su maniobra, a los demás, para que apuntaran de forma correcta, e inmediatamente fui sorprendido por varios de ellos. Tal y como yo había intuido, el impacto combinado de unas cuantas de aquellas armas dio conmigo de rodillas en el suelo. La energía que me mantenía comenzó a abandonarme con tanta rapidez que apenas pude respirar dos o tres veces antes de caer derrotado.

-Hombres normales. Derrotado por hombres normales -pensé-. Eres idiota, Capitán. Un diota presuntuoso y confiado… Todo perdido por tu estúpido orgullo…

Me rendí a la oscuridad sin tener siquiera la posibilidad de protestar ante un destino tan injusto y sorprendente para mí y para el universo entero.

Cuando desperté unas horas después, el Capitán Meteoro se había esfumado y en su lugar, férreamente aprisionado por grilletes, Jerome T. Gold, el hombre normal, permanecía tendido sobre una camilla. Las ataduras, que de haber tenido el poder habrían sido inútiles, las habría arrancado como si fueran de papel, abandonado por la energía, quedaban desproporcionadamente lejos de mis posibilidades. Al principio me encontré perdido, huérfano incluso de mi propia memoria, y tuve que esforzarme, remontándome hacia atrás en el tiempo, para reconstruir el rompecabezas en el que se había convertido mi conciencia.


Me vi de nuevo en casa de Tozeur, y de allí viajé otra vez al hospital. Visité el recuerdo de George Taylor y me marché rápidamente a casa de Conan Wild. Otra vez revisé con él la tecnología que encontré en el laboratorio del doctor y otra vez, Cornelius me indicó dónde buscar.
-Tengo un registro de todos los componentes electrónicos avanzados que se producen en la mayoría de países civilizados y en algunos de los que todavía están por civilizar. Controlo las rutas de distribución y de venta. Sé en cada momento quién compra y quién vende, dónde y cuándo se produce el negocio. Cuesta caro, pero es de gran utilidad, créeme. Además guardo también informes policiales de los robos y del contrabando. No me preguntes por los informantes, pero el caso es que los tengo. Meto toda esa información en mi ordenador; lo importante no es tener la información, si no el tenerla ordenada, el poder acceder a ella con rapidez, pudiendo cruzar datos. A no ser que el constructor de estos micrófonos haya fabricado cada uno de los componentes de forma artesanal, podremos dar con él…

Poco a poco, los recuerdos fueron regresando. En un par de horas, el dedo acusador de la tecnología señaló claramente al ladrón de la máquina del doctor. De nuevo seguí a Conan a distancia, muy por detrás de sus razonamientos. La mente de Wild funcionaba siempre a otro nivel, y aunque él hacía esfuerzos por parecer normal, por acercar sus ideas a la gente, estaba tan por encima de los estándares intelectuales como yo lo estaba de los físicos.

-La Red Pentáculo –dijo preocupado-. He recibido un soplo recientemente… La información proviene de más allá del telón de acero, ya sabes como son las cosas por allí, aunque creo que en este caso puede ser bastante fiable. Según tengo entendido, consiguieron introducirse en el laboratorio de Igor Gólubev –arqueó una ceja y supe de inmediato que todas las piezas habían terminado de encajar en su mente-. Le robaron toda su investigación y de alguna manera consiguieron sacar el material del país. Ahora el bueno de Gólubev reside en Siberia, y de poco le han servido sus explicaciones y su impresionante currículum…

-¿En qué trabajaba?

-Estaba fabricando un nuevo tipo de bomba, aunque él creía que se encontraba a la búsqueda de una nueva forma de energía que cambiaría el mundo –suspiró y sonrió antes de continuar-. Suele pasar. Tú eres capitán, sabes mejor que yo cómo funcionan estos tratos con el ejército…

-¿Dónde está la conexión, Cornelius?

-Me conoces demasiado bien, amigo… Según tengo entendido, la bomba de Gólubev se basa en una especie de reacción en cadena. Una partícula de algo que él llama antimateria, choca con un átomo vulgar y lo descompone, transformándolo a la vez en varias subpartículas de esa misma antimateria. El fenómeno se repite de manera exponencial, produciendo gran cantidad de energía en las sucesivas transformaciones. Teóricamente, al menos, una vez desencadenada la primera reacción, no tiene fin.

Si no se realiza el experimento en condiciones muy controladas, tras la detonación, la realidad entera comenzaría a oscurecerse, autofagocitándose en muy poco tiempo, consumiéndose como el papel de fumar sobre una cerilla…

-Ya veo –dije asintiendo-. Por eso, quién desee utilizar una bomba así, necesita, obligatoriamente la máquina de Taylor…

-Efectivamente. Werner Karl Heisenberg y su principio de incertidumbre. Ya lo sabes: Heisenberg decía que es imposible fijar a la vez la posición y el momento de una partícula. Gólubev llegó hasta ahí y se dio cuenta de que le sería muy difícil seguir avanzando en su proyecto. Para producir el primer choque, necesitaba calcular exactamente la posición del blanco en un momento dado, y eso es prácticamente imposible…

-A no ser que se tenga una máquina del tiempo que te la pueda chivar…

-Exacto.

Recordé de golpe, casi a la vez, todo lo que ocurrió después, cómo los acontecimientos se precipitaron de la peor manera posible. Volví a ver la luz roja que comenzó a girar de repente sobre la consola de Cornelius y casi pude escuchar el ruido impertinente de la alarma. Varios idiotas habían elegido precisamente aquel día para aparecer en escena reclamando su porción de fama y amenazando con ser los más malos del mundo. No suponían peligros demasiado importantes, pero cuando hay inocentes de por medio, y en los tres casos los había, un poco de atención nunca está de más. Sin perder un momento, Conan pasó el aviso a Mike, y a Dragón Sombra y salió corriendo disculpándose por no acompañarme.

-Iría contigo. El asunto de Taylor parece muy serio. ¿Estás seguro de que lo tienes todo controlado?

-No te preocupes, amigo. Ya me vi la cara con esos tíos hace un par de meses… No me preocupan demasiado. La mayoría son tipos normales…

Y de ahí, la memoria me llevó directamente al presente. Me ví sobre aquella camilla, rodeado de los tíos normales que habían conseguido derrotarme y me sentí estúpido de nuevo.

-Ya despierta –dijo Latrodectus jactándose-. Mirad, el invencible Capitán Meteoro…

Los otros tres miembros del círculo interior de la red Pentáculo habían aparecido durante mi período de inconsciencia y cada uno de ellos se afanaba en una tarea diferente cuando la dama reclamó su atención. Tecnotarántula se giró y el sonido hueco y metálico de los engranajes en el interior de su armadura ya me advirtió de su peligrosidad. Araña Lobo y otro tipo vestido con una raída túnica negra, un viejo que andaba con dificultad apoyando el peso de la mitad de su cuerpo sobre un báculo tallado, se limitaron a acercarse en silencio… No por ello me parecieron menos amenazadores. El Conde Atrax se situó frente a mí dispuesto sin duda a explicarme su pérfido plan, mientras su amante, la verdadera viuda negra del grupo, jugueteaba acariciándome el cuello con una de sus dagas emponzoñadas, mirándome como una depredadora hambrienta, agarrada a mí con un exceso de familiaridad que llegó a impresionarme y a estremecerme casi en igual medida, como si de verdad esperara ansiosa que sus caricias fueran correspondidas. Entendí, con sólo sentir su roce, el que tantos hombres fascinados le hubieran entregado su vida…

-No sabéis lo que estáis haciendo –dije enfurecido-. Estáis a punto de abrir la caja de Pandora…

-Te equivocas, Capitán –fue Atrax el que contestó-. Una vez más nos infravaloras. ¿Crees que eres el único que no se saltaba las clases de física? No necesitamos abrir la caja, sólo nos hace falta tenerla… Cuando ensamblemos los componentes, y los gobiernos sepan de lo que somos capaces, se rendirán a nuestros pies… El planeta entero se rendirá. Además, ¿qué te hace pensar que no he encontrado la manera de detener la reacción….?

-Si fueras tan listo no habrías tenido necesidad de robar el trabajo de otros…

Como reacción casi automática a mis palabras, la presa de Madame Latrodectus se cerró un poco más, y el roce lascivo de la cuchilla en mi cuello, se transformó en un dolor intenso de advertencia. Tiró de mis cabellos hacia atrás, obligándome a mirar a Atrax. El conde avanzó un par de pasos y se colocó frente a frente conmigo. Pude distinguir claramente el odio en el fondo de sus ojos, se volvió deslumbrante e insoportablemente molesto.

-Esta conversación no tiene ya ningún fin para mí. Te falta visón, héroe –me dio la espalda de manera dramática y en tono grave se dirigió a sus soldados, que formaban en filas frente a nosotros-. Es hora de dar alimento a la diosa Hanansi…

Le bastó un gesto con el brazo, para que Tecnotarántula accionara una de las palancas de la consola que tenía a su derecha. Inmediatamente, la camilla a la que yo había sido encadenado comenzó a desplazarse, primero hacia arriba, elevada por unos enormes brazos metálicos, y luego hacia el centro de la sala. A la vez, el suelo en esa zona, se dividió en dos, abriendo un nicho perfecto que, poco a poco, fue creciendo de tamaño hasta revelar otra estancia más pequeña, bajo aquella en la que nos encontrábamos. En unos instantes me vi allí dentro, mirándolos a todos ellos desde el fondo, casi totalmente sumergido en la oscuridad, y he de reconocerlo, sentí miedo. Desesperadamente traté de soltarme, pero fue inútil. Mi cuerpo era una batería descargada, y por mucho que lo intenté, me fue imposible establecer vínculo alguno con la energía del universo que me convertía en un superhombre. Atrax había encontrado solución también a eso. En ese instante recordé nuestra anterior pelea y me di cuenta de la pantomima que había sido. Recordé cada movimiento mío de entonces y cada frase del Conde. Aquel encuentro había servido más para probarme que para otra cosa, para buscar mis debilidades y mis defectos… Sin duda, aquella reyerta formaba parte de una comedia cuyo último capítulo terminaba allí, en aquel agujero. En el momento en el que lo entendí, aprendí a respetarlo. Atrax me ha superado en muchas cosas muchas veces, y aquel primer encuentro nuestro fue la primera ocasión en la que lo hizo. Jamás volví a infravalorarlo.

Un rumor extraño, muy parecido al sonido del crepitar de una hoguera, comenzó a crecer por debajo de mí. Primero pensé que su intención era la de enterrarme vivo en aquel agujero; creí, inocentemente, que era arena o quizás algún tipo de gravilla, lo que producía tal sonido. No tardé mucho en darme cuenta de la magnitud de mi error. Los cofrades de la hermandad Pentáculo decidieron hacer de mi muerte un espectáculo más de su gusto. Me ofrecieron como alimento a una legión de arañas criadas especialmente para la ocasión, artrópodos enormes de talla descomunal y aspecto fiero que no tardaron en cubrir casi todo mi cuerpo con la peor de las intenciones. Pensé que no me merecía aquella muerte y si no grité pidiendo clemencia fue más por orgullo y por rabia que por cualquier otra razón. Empeñé toda la fuerza de ánimo que me quedaba con el fin de evitar que mis últimos instantes sirvieran para darles a aquellos bastardos cualquier tipo de placer extraordinario y me preparé para morir.

Entonces llegó Tozeur.

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Jeremiah Parrish
Jeremiah Parrish
15 octubre, 2008 12:43

Hola
Las arañas no son insectos, son arácnidos.
(Por fin tengo motivos para decir esta frase mítica)
Saludos desde Santandoria, Espagondor
Jeremiah Parrish

José Torralba
15 octubre, 2008 13:26

¡¿¡Cómo que entonces llegó Tozeur!?! Esto es un cliffhanger y lo demás son tonterías… ¿una semana tengo que esperar? 😀

Ahm y por cierto… aunque ya estaba presente en los primeros capítulos, la deriva pulp en este último «arco argumental» o «episodio» –como se prefiera– me está encantando. ¡A seguir así!

Fideu
Fideu
15 octubre, 2008 13:43

Gracias por el apunte de las arañas, amigo Jeremiah. Espero que, a pesar de ese fallo, el resto del relato te gustara…. Procedo a corregir el dato en mi original, por si alguien se dignara a publicar la obra en papel algún día. Ya sabes lo que dicen: la ignorancia es osada… no sé si, por eso, yo soy tan osado a veces…
Araña no insecto, arácnido, lo recordaré…

Raúl López
Admin
15 octubre, 2008 13:46

Reitero lo ya dicho, estoy enganchadisimo me lo leí anoche de un tiron (privilegios del receptor del material) y tela tela… eso si… os agradeceria amigos lectores que al menos saludaseis para saber que estais ahi con la lectura 😉

Némesis
Némesis
15 octubre, 2008 17:06

Buenas tardes,

Es la primera vez que escribo un comentario. Soy lector asiduo del Capitán Meteoro, y espero con interés todos los miércoles por la mañana para leer sus nuevas aventuras.

Quiero felicitar a los autores por el excelente trabajo realizado. Tanto literaria como gráficamente estáis haciendo una labor fantástica.

Mucho ánimo!!!

gurguik
15 octubre, 2008 17:48

Animo Fide tus relatos hacen que la semana sea mas amena, sigue asi. Mi puntuacion es P.A. un saludo desde el cajon de los comics.

Ailegor
Ailegor
15 octubre, 2008 21:35

Yo también leo Capitán Meteoro todas las semanas y nunca me defrauda. Capítulo muy emocionante, con mucha intriga al final. Te quedas con ganas de leer el siguiente… YA!!!! Saludos a los lectores y a la gente de Zonanegativa.

mag_jonas
mag_jonas
16 octubre, 2008 12:25

Vaya, parece que el Capitán Meteoro no es tan Invencible después de todo…
Imagino que cuando despertó con todas en su contra tenía que sentirse más chungo que «un otomano al que lo echan de Constantinopla»…

En fin, que esto es Meteórico… me encanta… Ánimo!!!

Agus
Agus
17 octubre, 2008 8:47

Saludos a todos!!

Yo tambien leo semana a semana las aventuras del Capitan Meteoro y la verdad que desde que empece no habia estado tan pendiente de un dia a la semana desde hace mucho tiempo. Espero que sigan estas aventuras durante mucho tiempo..

koxgüorz
koxgüorz
17 octubre, 2008 11:37

Una maravilla de episodio… y una putada dejar el final así hasta la semana que viene!

potajacion
potajacion
25 octubre, 2008 11:12

Buenaaasss……

Como asiduo lector de estos magníficos relatos del bueno del Capitán Meteoro, he de reconocer que me he descuidado un poco en estas tres últimas entregas, aunque ahora, gracias a este desafortunado descuido, me he dado cuenta de que me voy a evitar la putada de esperar una semana la intervención de Tozeur, nuestro hombre de Ceniza.Dios mío, Madame Latroedectus (suena a eructo, pero está muy bién ese nombre para la ocasión) y el Conde Atrax, malvados malvadísimos que espero que reciban de lo suyo en la próxima entrega. Bueno, voy a seguir ipso facto.
Enhorabuena por los relatos y por las ilustraciones de ambos dibujantes (resulta que fideu también dibuja, ¡¡qué tío!!). ¿Estaremos ante un nuevo hombre del Renacimiento?

Saludos y enhorabuena a zonanegativa por su iniciativa.