Watchmen: Mirando al pasado.

Segunda entrega dedicada a rescatar la experiencia de la primera lectura de Watchmen.

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En esto de leer comics siempre hay un principio, un inicio que marca un antes y un después, un punto de partida en esto de pasar páginas, que hace que cualquier persona que haya quedado atrapado en este honorable placer vea su vida como partida en dos. Está la fase previa a descubrir este mundo y la fase una vez enganchado. Todos recordamos nuestro primer cómic, ese que hizo que nos muriéramos por leer el próximo número, ese que vas a buscar por las papelerías arrastrando a tu madre o tu padre, haciéndoles falsas promesas de que en la siguiente seguro que lo tienen. Es entonces cuando empieza un proceso de evolución personal que arranca con las primeras lecturas y que perfila o, mejor aún, afina el paladar que va forjando, a golpe de prueba y error, al lector que todos llevamos dentro. Un lector que emprende un camino donde no hay final y lo único que importa es ese polvoriento sendero que deja tras de sí, en el que va descubriendo que cuanto más cree saber, menos sabe. Y es en ese camino, en ese ir descubriendo nuevas historias, en el que aparece Watchmen que, como una enorme bola de demolición, te golpea de tal forma que crea, por si misma, un punto de inflexión en tu propia experiencia como lector de comics.

Si tuviera que retroceder al momento en el que Watchmen llegó a mi vida debería irme al año 1990. Mis inicios como lector fueron anteriores, sobre el año 1988, pero esta obra se había publicado en España en 1986, por lo que yo no sabía de su existencia. Estaba inmerso en mi primera fase como lector. Obras a las que les tengo un enorme cariño sentimental, pero que distaban mucho de atesorar en su interior un mínimo de calidad, eran mis lecturas habituales. Colecciones que sirvieron para un propósito y que sin ellas, tal vez, no estaría hoy sentado aquí aporreando el teclado. Hoy las veo tal y como son, pero entonces eran lo que ese chaval de 14 años precisaba leer y solo por eso merecen seguir estando entre mis colecciones favoritas.

La edición de Zinco.
La edición de Zinco.

Hace ya veintiséis años de mi primera lectura de Watchmen. Conocí su existencia por ser nombrada retiradamente en los correos de los comics que leía regularmente. Tanto aficionados, como el propio encargado del correo, se deshacían en elogios por esta obra, por lo que tan solo era cuestión de tiempo que la curiosidad rebasara cierto límite para querer también saber de qué iba aquello que parecía fascinar tanto a todo el mundo. No teníamos Internet y por tanto conseguir comics de hacía tres o cuatro años era complicado salvo que tuvieras una librería especializada en tu ciudad. Afortunadamente en mi caso, así era. Una tarde de viernes, tras acabar las clases en el instituto, lanzar unos cuantos dados de veinte caras y vencer a algún dragón, acabé en la tienda comprando los comics de ese mes. Un mes de esos en los que por alguna extraña casualidad, más allá de las series habituales, no había aparecido nada con la suficiente relevancia como para llamar mi atención. Una circunstancia que motivó que me viniera a la cabeza esa serie de la que tanto se hablaba, pero de la que yo no sabía nada al respecto. Dejé mis comics en el mostrador y le pregunté al librero (Pepe, estés donde estés disfruta de los comics como lo hiciste en vida) si tenía algún número de la colección Watchmen. Me miró con ojos paternales y me dijo que le quedaban números sueltos, pero que lo que podía hacer era solicitar todos los números, 12 en total, a la editorial y una vez llegaran podría llevarme, y cito textualmente, la obra que iba a cambiarme por completo. En mi cabeza todo sonaba como magnificado, como si en ese momento mi librero se hubiera transfigurado en Moisés y en cada mano sostuviera las Tablas de la Ley, mientras le hablaba al pueblo israelita. El seguía hablando, decía cosas como que tardarían un poco en llegarle, pero que merecía la pena esperar. Cuando por fin las campanas celestiales dejaron de sonar en mi cabeza, recuperé el sentido y pregunté por algo de vital importancia para mi economía de entonces: el precio de toda la serie. Por aquellos días, principios de los años noventa, mi paga era de mil pesetas al mes con la que debía hacer frente a los gastos que yo considerara esenciales para mi persona. Uno de esos gastos esenciales era comprar comics. Así que tras formular la pregunta esperé con ansia la respuesta, imaginando que al ser cómics viejos el precio no sería muy elevado. La ingenuidad de la que hice gala solo es comparable con la corta perspectiva temporal que demostré al considerar viejos unos comics que habían sido publicados, sin mucho éxito, hacía tan solo cuatro años. El mazazo no tardó en llegar. Dos mil cien pesetas (poco más de 12 euros). Cada número costaba ciento setenta y cinco pesetas, es decir el precio de la portada. Dos mil cien pesetas (hoy esta edición se cotiza a casi cien euros) significaban la paga de dos meses completa y un poco más. Aquello fue como si me lanzaran una losa de granito a la cara. No podía creerlo, por lo que intenté negociar preguntando si sería posible poder comprar poco a poco los números de uno en uno. Tenía catorce años, todavía era un niño, por más que las hormonas estuvieran intentando demostrar algo desde alguna de mis glándulas, y eso obró el milagro. Mi librero me dijo que no había problema alguno, pero que a duras penas podría esperar, sabiendo como sabía que estaban todos los números esperando en la tienda, a ir comprándolos mes a mes. Me pareció una exageración y no le di más importancia. Le insté a pedirlos y me olvidé del tema. Introducir una nueva serie al mes era asumible. Estaba en la época en la que aún no había creado la norma si quieres una nueva serie deja otra, obligado por extrema ingeniería económica de la que tendría que hacer gala tan solo unos años después.

Las semanas pasaron y empezamos un mes nuevo. La paga llegó y con ella la visita a la tienda de comics. Al entrar mi librero me saludó y me sonrió. Se giró y de la estantería de detrás del mostrador sacó una bolsa de plástico transparente en la que podían verse doce grapas perfectamente conservadas. Ahí estaba, Watchmen al completo, esperándome, gritando mi nombre, aunque yo estuviera todavía sordo para poder escucharlo. Sonreí también y alargué el brazo para poder ojearlos con calma. Saqué el primer número y pasé las páginas una a una. El dibujo y la estructura fueron lo primero que me llamaron la atención. Lo segundo que no había correo, que no había ninguna sección como en los demás cómics. Decidí llevarme los dos primeros números, además de los comics que ya habían salido ese mes. Era una locura, pero qué diablos, llevaba el bolsillo lleno y me sentía fuerte, por lo que no lo pensé demasiado y me fui con una importante merma monetaria a casa. Y como era viernes llegué a casa, dejé la bolsa sobre la alfombra y me puse a ver el Un, Dos, Tres, mientras iba dedicándole una ojeada a lo que acababa de comprar.

La mítica portada...
La mítica portada...

Esa noche en la cama empecé a leer el primer número de Watchmen y ya no puede parar. Las primeras treinta y dos páginas me dejaron sin aliento, aquello no se parecía a nada de lo que hasta entonces había leído. Su metódica forma de ponernos en contexto me dejó helado, no porque no fuera contundente, sino por su elegancia y su inteligencia. Con catorce años la lista de adjetivos para describir algo es muy corta. Entonces me di cuenta de lo que me había dicho mi librero y comprendí que razón tenía. Mi ser interno era consciente de que en la tienda, sobre una estantería, reposaban el resto de números y ahora sí que mi oídos estaban escuchando los gritos que me lanzaban para que fuera a comprarlos cuanto antes. El sentido común me decía que eso significaría la ruina ese mes, pero la historia ya me tenía atrapado del todo y ya no era una cuestión de cordura, sino de necesidad extrema.

Al día siguiente lo primero que hice fue salir de casa para ir de nuevo a la tienda de comics. Era sábado y por aquel entonces tan solo abrían por la mañana, pero yo no necesitaba nada más. Llegué con todo el dinero del que disponía y me llevé los restantes diez números. Sin paliativos, sin razonar si era prudente o no, la historia lo merecía y necesitaba seguir moviéndome en ese mundo donde los héroes eran tristes sombras de sí mismos. Luego ya tendría tiempo de preocuparme cuando fuera consciente de que no tenía dinero para hacer absolutamente nada. Había quemado todos mis ahorros.

El camino a casa se hizo eterno. Mientras cruzaba por la ciudad universitaria fui sacando algunos números para poder ojearlos, pero pronto me di cuenta que eso era un error que podría tener consecuencias enormes en la experiencia de lectura por lo que, haciendo gala de una enorme fuerza de voluntad, ya no saqué ningún otro ejemplar hasta llegar a casa.
Y fue entonces cuando la magia se manifestó en casa de mis padres.

Me metí en mi cuarto y empecé a leer. Volví a leer los dos primeros números, sabiendo, tranquilo, que a mi lado reposaban los restantes, dejándome llevar ya por completo por la historia. No tengo pudor alguno al decir que mucho de lo que hay escondido en Watchmen se me escapó en esa primera lectura, pero la esencia, lo que hizo que Watchmen me arrancara de cuajo lo que yo creía saber de comics, sí que la percibí creciendo en mi interior. Cada viñeta me hacía sentirme más listo y más tonto al mismo tiempo, más ensimismado, más absorto… El mundo se detuvo a mi alrededor y todo dejó de ser importante. La realidad eran esas viñetas, hipnóticas, fluidas, insinuantes, capaces de atraparte y no soltarte jamás. Con cada número me adentraba más en las entrañas mismas de la creación extrema y mis sentidos dejaron de ser capaces de interactuar con el mundo real.

Leía de una forma voraz, deteniéndome algunas veces a releer la página por no haber sido capaz de procesarla. Llegué a la historia de los piratas, sin encontrarle sentido alguno a su inclusión, que me hizo descender más al infierno literario que esconde Watchmen. Aquellos personajes, extraños para mí, ya me resultaban profundamente conocidos, tridimensionales y fascinantes. Su doble moral, su forma de mirar el mundo, el pesimismo, la presión de estar metidos en unas vidas que nada tenían que ver con ellos arraigaron muy dentro del impresionable adolescente que era por aquel entonces. A cada página que leía me sentía más avergonzado conmigo mismo. Me sentía un niño intentando leer un tratado matemático, mirando las ecuaciones, sabiendo que son importantes, pero sin entender lo que de verdad significaban. Y esa vergüenza me espoleaba a seguir, a esforzarme por vencer mi ignorancia para poder madurar como lector a base de pulverizar mis neuronas.

Cada vez que cerraba uno de los ejemplares no podía dejar de pensar en la agonía que tuvieron que sentir todos los lectores que compraron la serie mes a mes, durante todo un año, teniendo que esperar 30 días a poder seguir viviendo en aquel fascinante y horrendo mundo que Alan Moore y Dave Gibbons nos estaban ofreciendo.

Me sentía perdido. Si bien es cierto que dejé de leer alrededor del sexto número, dado que por mucho que la realidad ya no importara esta parecía empeñada en recordarme que seguía existiendo, debido principalmente a la necesidad de ir al baño, la verdad es que tomé la decisión en ese breve himpás de alejarme hasta el día siguiente de estos comics. Mi mente necesitaba procesar lo que había leído y si seguía estaba claro que iba a arruinar por completo la experiencia. Regresé a mi cuarto y volví a meter todos los números en su bolsa. La cerré y la coloqué en su estantería. Mañana seguirían estando ahí para mí.

Aquella noche todo seguía dando vueltas en mi cabeza.

Había leído media historia de un cómic donde la violencia, el sexo y el mensaje era más potente que en cualquier otra cosa que hubiera podido leer antes. Pero nada estaba ahí gratuitamente, cada golpe, cada gota de sangre tenía un propósito muy exacto, como el de un engranaje de un reloj, necesario para que todo el conjunto pudiera funcionar. Recuerdo como Moore había jugado con mis sentimientos y mis emociones durante esos seis primeros números. Ese inglés barbudo había sido capaz de hacerme sentir lástima por un personaje al empezar el primer número, para luego hacer que lo odiara, para acabar casi por comprender su forma de ver el mundo. Un viaje que no se limitó a El Comediante, sino también al Dr. Manhattan, que me fascinó absolutamente por sus increíbles poderes, su triste origen, su deshumanización y su nivel de comprensión global de todo cuanto estaba sucediendo. Hablo, claro está, de lo que esa primera lectura me indujo, ya que tras las casi veinte veces que he leído Watchmen, las decenas de artículos, libros, ensayos, podcats y demás publicaciones sobre la obra mi percepción de la misma es totalmente distinta a cuando la pude leer por primera vez. Pero hoy la que cuenta es esa, la primera vez.

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Cada personaje arrastraba para mí una enorme masa de oscuridad y podredumbre que me hizo verlos como tristes marionetas perdidas. Me quedaban seis números más y estaba agotado. El sexto número fue particularmente interesante por narrar la historia de Rorschach, que me dejó fascinado desde el mismo momento que lo vi analizando la escena del crimen del Comediante. Más tarde me enteré de cómo Moore quería que Rorschach fuera un personaje odiado por todos, logrando justamente el efecto contrario. Debo reconocer que a mí me pasó. Amé a Walter Kovacs desde el primer momento. Su aspecto, su fría moralidad, su crueldad y su obsesión acabaron por atraparme, convirtiéndose de inmediato en el personaje del que quería saber más. Aquella primera vez sentí dentro que Rorschach era el único héroe de la historia y aun hoy me resisto a verlo de otra forma, por mucho que sé que aquí no hay héroe alguno que valga. Rorschach fue un imán, un poderoso centro gravitatorio que me permitió meterme en la historia, haciendo que la sensación de estupidez fuera menor.

Me quedaban todavía seis números más y tenía por delante un nuevo día. Con la mente más despejada, las conexiones neuronales reactivadas, porque una forma de describir lo que Watchmen hizo con mi persona, es decir que me reconfiguró el cerebro, apagó las conexiones entre mis neuronas para, posteriormente, volver a encenderlas pero de nuevas formas que hasta entonces no creía posibles, encaré con energías renovadas el segundo asalto a mi desafío iniciático como lector.

Saqué el séptimo número, lo dejé en la alfombra, lo abrí, no sin antes mirar la portada detenidamente, pues ya había pillado el truco de que la portada era la primera viñeta (la inexperiencia con las nuevas formas narrativas es lo que tiene…) y me dejé llevar por las tibias aguas metatextuales del cómic.

Fue cuando comprendí que lo verdaderamente difícil acababa de empezar.

Aquí todo cambió. Nada de lo que yo había sido capaz de madurar como lector me sirvió para lo que estaba a punto de leer. Aquello era como mirar una montaña totémica completamente desnudo. No había posibilidad de victoria. Estaba claro que me iba a rendir, que las manos me sangrarían y mi cabeza terminaría por explotar incapaz de poder dar forma a lo que estaba leyendo. Cada página parecía esculpida en granito, forrada en plomo y pasarlas se tornó una agonía.

La voluntad o, mejor dicho, la tremenda curiosidad que me embargaba, pudo más que la desazón y conseguí superar el escollo con mayor o menor dignidad, para adentrarme ya en los números finales donde Moore me golpeó con tal fuerza que creí morir. Me refiero al número nueve de la serie. El número de Marte, el número donde el Dr. Manhattan nos radiografía a todos, sin excepción, y nos disecciona de una forma tan certera que no tuve más remedio que dejar la lectura durante unos instantes a fin de poder recobrar el aliento.

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El número de Marte me resultó sobrecogedor. Un retrato de la humanidad visto desde la perspectiva de un dios ajeno a todo el lastre emocional que nos abarrota a los humanos. El Dr. Manhattan me infundió miedo, pero no un miedo visceral, sino más bien un miedo psicológico, profundo y oscuro, frío como el metal congelado, capaz de cortar al menor contacto. Fue una lectura espeluznante. Seguía avanzando, los minutos no dejaban de pasar a mi alrededor y el final estaba ya cerca. La sensación plomiza había desaparecido y volvía a sentir la imperiosa necesidad de saber más, de continuar para descubrir toda la trama, el plan maestro y sobre todo quien podría estar detrás de todo ello. La excusa que usa Moore al arrancar la historia en el primer número era la que me espoleaba sin piedad para llegar al final. En medio quedaba un océano de emociones encontradas, profundo y en constante estado de marejada.

Hablar del número once y doce es hablar con pena del final de una obra clave para mi persona. Leer estos últimos números significó para mí la pérdida de la inocencia. Ningún otro cómic ha sido capaz de arrancarme de dentro nada tan importante y sagrado para mí. He llorado con muchos, reído incluso, disfrutado, divertido y aburrido, pero nunca, jamás, un cómic me ha desgarrado por dentro como lo hizo Watchmen en su primera lectura.

La revelación no fue ya un puñetazo, resultó ser un impacto de tal fuerza que podría ser comparado con el de un meteoro del tamaño de la Luna. Un choque de megatones de potencia. Cuando vi el ataque a Nueva York me detuve un instante, miré la pared, respiré hondo y volví a leer. Aquello era algo muy grande para los villanos a los que yo estaba acostumbrado. El villano de Watchmen había matado, sin dudarlo, a toda una ciudad entera. Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda… pero aún me iba a sorprender más, y no con la historia en sí, sino por lo que durante un instante pensé sobre las razones que habían motivado al villano a poner en marcha su terrorífico plan.

¿Qué eres Ozymandias?
¿Qué eres Ozymandias?

La cortina se había cerrado. El telón caía sobre el escenario, negro, denso, tupido, dejando poco que decir sobre lo que acababa de terminar de leer. Una parte de mi ser casi quería comprender lo que Ozymandias había hecho, mientras que otra se resistía a dar como bueno el simple pensamiento. Una amenaza común que nos une a todos, un objetivo que acaba con las tensiones internas y salva al mundo de la destrucción total y absoluta, a costa de sacrificar unos pocos millones de vidas. Un plan fruto de una mente brillante, pero totalmente deshumanizada.

Ozymandias es un monstruo, un villano de proporciones colosales, cuya línea de pensamiento computacional deja en evidencia al propio Dr. Manhattan. Toda aquella tormenta emocional me sorprendió. La obra en su conjunto me había dejado agotado, pero eso no justificaba que pensara de esa forma. Me di miedo a mí mismo. Pero pronto comprendí que Moore había vuelto a manipularme. Retrocedí varias páginas y releí de nuevo las páginas en las que Rorschach se niega a rendirse y comprendí que esa era la forma en la que la humanidad debe seguir luchando por mejorar. De nada sirve rendirse, como hace Búho Nocturno o Espectro de Seda, de nada sirve comprender el plan de Ozymandias como hace el Dr. Manhattan, lo que importa es como te opones a lo que sabes que no es correcto. De nuevo mi cerebro se reestructuró para acomodar una nueva forma de pensamiento, una más crítica, más severa con mi entorno y sentí que podría haber perdido la inocencia, pero había ganado una nueva y más amplia visión del mundo.

Y es que aún hoy sonrío cuando llego a la última página de Watchmen y veo como el diario de Rorschach, un simple libro escrito con mala letra, puede ser la cuña que, en manos del más inepto de los periodistas, vuelva a hacer que el mundo se tambalee de nuevo.

Y es que al final todo es una gran broma.

crankpile

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Shockbringer
Shockbringer
Lector
16 junio, 2016 17:46

Gracias por este artículo. Sólo puedo decir eso.

dhaldon
dhaldon
Lector
16 junio, 2016 21:28

Felicidades por el artículo, de mejor que he leído en esta página.

Pedro Pascual Paredes
16 junio, 2016 21:32

Muchisimas gracias Gustavo por compartir un trozo de tu historia personal (comiquera). Me ha encantado el escuchar las sensaciones de aquel Gustavo de 14 años.
Yo soy mas o menos de tu edad, pero al ser mas novel en el mundo del cómic, me encontre veinte años después que tu con la «gran historia del comic» y uff, Watchmen, en su primera lectura te golpea sin piedad ya sea con 14 años o 30 años.
Lo dicho muchas gracias una parte de vida.

Pd:Otro comic que me dejó noqueado, gracias a vuestra recomendación fue Planetary.

Un saludo.

MikeM
MikeM
Lector
17 junio, 2016 0:23

Fui de los que leyó mes a mes la edición original de Zinco.. Tenía unos 14 años.. Me acuerdo leerlo sentado encima de la cama de noche.. Y darme cienta que leía algo diferente del resto de comics que leía.. Veo que vivimos el mismo shock con el capítulo 9.. Ya en su primera lectura (he releído la obra varias veces con los años) ese capítulo me dejó boquiabierto por su construcción a base de flashbacks constantes.. El guión, el dibujo.. Una obra de arte sin duda. Gracias por tu artículo, dan ganas de volver a releerlo para volver a sentir el asombro y descubrir nuevos detalles. Watchmen nunca deja de sorprender.

Goto Dengo
Goto Dengo
Lector
17 junio, 2016 0:25

Felicidades, y gracias, por el artículo. Somos prácticamente de la misma quinta y recuerdo como tú aquellos correos de los lectores de la contra portada en la que se hablaba sin parar de Watchmen, aquellas listas de los premios ¿Harvey? de las ultimas páginas en las que todos los premios eran para un tal Alan Moore y un comic titulado Watchmen… En mi caso fue en mi primer salón del comic, en el que me encontré 2 retapados que recopilaban los 12 números. (Como me gustaba buscar retapados por todos los quioscos y librerias, en las que entraba sin darme vergüenza si me iba sin nada cada pocos días por si había llegado algún tesoro). Aquellos doce números, que al ser retapados no me costaron ni 1000 pelas, siguen siendo mi única copia de Watchmen (y no necesito ninguna más) y como tu empecé a devorarla sin parar de pensar que ese cómic era diferente, que como podía ir encajando todo como un puzzle para llegar al final donde todas las historias se unían, cobraban sentido. Acostumbrado a los comics de un episodio, con tramas de «usar y tirar», por no hablar de los Mortadelos de los que había llegado hasta ahí, no salía de mi asombro que se pudiera llegar a tal grado de complejidad en un cómic. Alan Moore pasó a ser mi gran ídolo y empecé a intentar buscar todas sus obras, y en esa época sus obras son todo joyas… A mi también me cambió, sobretodo la manera en la empecé a concebir los comics, como un medio cultural que no tenía nada que envidiar al cine o los libros. Quería que todos a mi alrededor lo leyeran y se dieran cuenta. No tuve demasiada fortuna, y quien me iba a decir que 25 años después todo el mundo, incluso los que están fuera de este mundillo y no han leído un cómic en su vida, conocen y hablan de Watchmen. Y como bien dices, visto por los ojos de un niño, sin conocer todas las capas que se esconden en esa obra y que aún hoy seguimos descubriendo…

Goto Dengo
Goto Dengo
Lector
En respuesta a  Goto Dengo
17 junio, 2016 0:32

Por cierto, yo también creo que Rorschach es el mejor personaje, por lo menos con el que más te identificas y al que más cariño le coges

pelayo
pelayo
Lector
17 junio, 2016 2:16

Gracias por la rememoranza, Gustavo.
Yo soy uno más de los que leyó Watchmen mes a mes cuando se fue publicado por Zinco; por cierto, fue entre Marzo de 1987 y Febrero de 1988, lo recuerdo porque tengo asociados recuerdos personales a la compra y lectura de cada número, y por ejemplo, el cerebro me bullía como un caldero con las meditaciones del Dr. Manhattan sobre Marte en el nº 4 mientras estudiaba a la vez para los exámenes finales de Junio de 2º de BUP.
Llegar a Watchmen fue casi por casualidad: Forum cerraba la publicación de Dreadstar y me sobraban 125 ptas (las otras 125 eran para la Patrulla X) así que de todos los tebeos que estaban expuestos en la sección de prensa de El Corte Inglés escogí ese nº 1 de Watchmen ¡por la portada! : era extraña, exótica, no sé, ni siquiera sabía QUÉ era eso que mostraba la portada y el vistazo que eché al interior me devolvió la impresión de un «comic británico», y eso que no tenía ni idea de que en realidad LO ERA, porque jamás había leído nada de Moore ni había oído/leído su nombre. Por aquella edad ya había leído historias que no eran de superhéroes, revistas sueltas de 1984 con buenas historias de Bernet, Carlos Trillo, Juan Giménez, etc… Y recuerdo dónde y cómo leí esa primera página con el monólogo tan bien escrito de Rorschach y pensé que aquello era bastante diferente a lo que había leído hasta ahora. Cuando cerré el cuaderno, leido también el apéndice de «Bajo la máscara», la sensación era de INMERSIÓN TOTAL en un nuevo mundo de ficción, un mundo más sólido que los que había conocido en los supers de Marvel, un mundo tan real como este nuestro pero más apasionante, y esa es la sensación que se mantuvo durante los siguientes 11 meses.
Eso que dices de «agonía» para los que teníamos que esperar 30 días entre episodio y episodio, la verdad es que en mi caso no fue así: eran 30 días para leer cada episodio docenas de veces, como si fuera un verso leído una y otra vez, ahora fijándome en el ritmo de las viñetas, en la prosa, en el montaje, en el trazo de Gibbons, en los juegos de espejos, en los juegos de palabras, en las pistas de la intriga detectivesca, en el pasado de los personajes, meditando en la filosofía encerrada en cada personaje… una y otra y otra vez, hasta casi saberlos de memoria, preparándome para aceptar una nueva entrega y sumergirme en una ficción tan ENVOLVENTE. Pero no, no fue una agonía. Cuando finalizó con el número 12 sí quizás me sentí un poco… vacío? Por supuesto, todo había sido más que perfecto, historia redonda, obra maestra y toda la pesca… pero se había acabado y ya no habría más Watchmen…

Y en 1989 anuncian que Zinco va a publicar «V de Vendetta, del autor de Watchmen». Buuuf, palpitaciones…

Pd.: Por cierto, aunque tengo la edición Absolute de Planeta y el paperback USA, aún conservo la grapa de Zinco en bastante buen estado y no creo que me deshiciera de ella. No estoy tan seguro de que aún estén cotizados con tantas ediciones como ha habido.

Metalaria
Metalaria
Lector
17 junio, 2016 8:45

Por edad creo que soy el más joven de los que han comentado hasta ahora, pero aún así me siento totalmente identificado.

Mi padre siempre ha sido lector de cómics y es algo de lo que he mamado desde pequeño. Recuerdo de siempre a mi padre comprando mes a mes cómics y a él explicándome las historias que allí aparecían antes de que yo supiera leer. También recuerdo las 12 grapas de Zinco que mi padre guardaba como oro en paño que conforman la obra y que no me dejaba tocar de pequeño. Sin embargo cuando cumplí los 16 años me las dio como regalo de cumpleaños, y al leer el primer capítulo comprendí por qué mi padre guardaba aquellos cómics con tanto cariño. No se parecía en nada a lo que yo había leído anteriormente, y recuerdo pasarme prácticamente la noche en vela porque no podía parar de leer, la sensación de tener eso entre mis manos es indescriptible, cambió en una sola noche mi concepto sobre el cómic de superhéroes. Y aunque suene mi ñoño, pienso hacer lo mismo con mis hijos cuando los tenga.

AlbierZot
AlbierZot
Lector
17 junio, 2016 10:27

Hermosa reflexión. En mi caso tuve que pedir la colección a ZINCO por ser prácticamente inencontrable. Desgraciadamente el pedido se retrasó lo suficiente para que tuviese que irme de vacaciones sin él.

Estuve fantaseando, copiando dibujos y haciendo cómics y logotipos de WATCHMEN durante cerca de TRES meses (aquello sí eran vacaciones) para aliviar el mono. Bajo sol levantino el término HYPE fue forjado e impreso en forma de eczema capilar. Al caer finalmente en mis manos, aquello fue todo y más de lo que había imaginado, prácticamente memorizaba los diálogos según los leía y las finas líneas de Gibbons lo definían todo. Hasta hoy, un tebeo para releer siempre.

Kadok
Kadok
Lector
17 junio, 2016 14:03

Excelente artículo. Yo soy de Argentina, y alla por los primeros 90 (post peli de Batman de Burton) y justo cuando alla Zinco se estaba muriendo, a nosotros nos llego una invasión de sus números. Entre muuuucha porqueria, encontrabas números sueltos de Los Titanes, Animal Man, Doom Patrol, etc. Y mucho taco pegado con plasticola. Entre medio de esos tacos en algún kiosco encuentro…el primero de 6 números de Watchmen!!! A esa altura ya sabia de la magnitud de la obra (Y habia leido La Broma Asesina y American Gothic de Swamp Thing) y flipe. Para leer los siguientes 6 números pasaron…10 años!!! Jamás encontré el otro taco y para cuando llegaron otras ediciones yo estaba completamente en otra cosa. Cuando empezo la movida de internet lo primero que busque (en un cyber…) fue completar Watchmen. Al fin…

Silencio
Silencio
Lector
18 junio, 2016 0:59

Muchas gracias por este emocionante artículo.
Yo leí Watchmen a los 13 y mi vida cambió por completo.
En esa época (1994) no conocía a nadie en Montevideo (Uruguay) con quien poder compartir el impacto que me causó. Por mucho tiempo fue un goce secreto.
Hasta el día de hoy sigue siendo mi biblia personal, la obra a la que recurro a diario, aunque sea para mirar una página, leer una frase.
El impacto que me provocó es comparable a esa vez que descubrí lo que era estar enamorado, esas pequeñas cosas que te recuerdan lo que es estar vivo.