Cuando oigo muchas veces hablar sobre algún determinado producto cultural nipón, es muy recurrente la frase “es muy japonés” para definir e intentar encuadrar tal obra en un contexto. La mayoría de las veces es una frase que se utiliza para enmascarar una falta de criterio, una pereza a la hora de saber decir con palabras cuáles son exactamente esos rasgos que hacen a una obra un producto típico de esa determinada cultura y cómo se define dentro de esa misma tradición. Básicamente, hacer tal afirmación implica una generalización tanto cultural como social, y me cuesta crear mentalmente un género llamado “japonés” en el que incluir determinadas obras, sobre todo cuando Japón ofrece tantísima variedad. Aún así, no me parece algo imposible, aunque sí difícil, crear un espectro en el que se defina una obra por determinados rasgos que pueden considerarse típicamente japoneses, aunque no sean los únicos que definan la cultura de dicho país. Por ejemplo, es muy recurrente cierto simplismo que reduce ese algo japonés a la inclusión en la obra de determinados elementos culturales tales como comida, celebraciones, rituales o tradiciones; también es típico decir que una obra es muy japonesa cuando tiene un ritmo narrativo lento, pausado y contemplativo, reduciendo el abanico de lo japonés a cuando algo se asemeja a Cuentos de Tokio, de
En este contexto es donde se desarrolla sin exageraciones sentimentales sino con un ritmo pausado y reflexivo la historia de estos personajes. Es por eso que es tan fácil decir que esta es una historia “muy japonesa”. Partiendo de esta premisa, podemos ver que la historia se define por una clara estructura de presentación, nudo y desenlace: Shigeji lucha por convertir Daitome en lo que era antes, y la clara tensión que se crea alrededor del triángulo sentimental entre Shigeji, Ritsu y Yûko parece claro que tiene que resolverse de cara al final del manga. Entre este tumulto de relaciones, Mochizuki juega mucho con lo que se cuenta y con lo que no se cuenta; el tatemae (la fachada, la cara que mostramos a los demás) y el honne (la cara interior, la que no mostramos, nuestra verdadera personalidad), dos conceptos japoneses muy arraigados a su cultura y que juegan un papel importante en esta obra, ya que los sentimientos de los personajes son bastante ambiguos: nunca sabemos qué piensa exactamente Ritsu, aunque vemos su frustración por estar en una situación de dependencia; Shigeji, por su parte, no expresa con palabras lo que siente y no acabo por abrirse a los demás ni pide ayuda cuando la necesita. Que Mochizuki esté continuamente enfocando a los puños cerrados de los personajes nos presenta claramente su frustración y la lucha entre estos dos conceptos, pero también nos recuerda la negativa que tienen a rendirse.
De esta forma, Chiisakobe se estructura en torno a diversas polaridades: Ritsu carece estudios y es inevitablemente comparada con Yûko, con estudios y más preparada para la vida adulta; esta misma polaridad se ofrece con Shigeji, que es un joven culto con estudios en arquitectura, con Masaru, el jefe de obra que trabaja para Daitome y con quién se disputa cierto protagonismo dentro de la empresa. El choque entre las clases altas y las clases bajas o la tradición y modernización se muestran a través de los personajes: Shigeji, de aspecto moderno, vuelve al mundo de sus padres, a un empresa de vocación tradicional: lo clásico se enfrenta a la modernidad, y Shigeji es un claro ejemplo de la lucha entre estas dos vertientes que no se deja llevar completamente por ningún extremo.
Pero Chiisakobe podría ser una historia sin mucho mérito si no fuera por la magnífica planificación narrativa de Mochizuki: la construcción de cada página y las perspectivas y planos y enfoques crean una sensación de que el autor está constantemente dirigiendo la mirada del lector hacia donde es importante. Mochizuki sintetiza y escoge los planos con cuidado y enfoca los puños de los personajes cuando quiere mostrar frustración; una mirada baja, unas manos cogidas y una espalda recta cuando personaje espera la decisión de otro; o sencillamente enfoca a las caderas, el pecho o el culo de un personaje cuando quiere resaltar cierta tensión sexual. Todo esto lo hace sin perder la agilidad narrativa, haciendo que el balance entre lo que se nos dice y lo que se nos muestra resulte equilibrado. El resultado es una narrativa diferente y fresca y la muestra de un autor que aunque ha cambiado mucho con el paso de los años, sigue evolucionando y dando rienda suelta a su talento y originalidad.
Valoración
Historia - 8.5
Narrativa - 9.5
Interés - 9.5
9.2
Muy recomendable
Chiisakobe significa el retorno al mercado español de uno de los autores más interesantes actuales y la muestra de cómo ha depurado y evolucionado su estilo a lo largo de los años. Una obra y un autor imprescindibles.
Muchas gracias por la reseña.
Me interesa mucho el aspecto visual de la obra y justo esos dos fragmentos me parecen geniales.