Último sur 1. La burbuja de Bertold

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Edición original: La bulle de Bertold FRA
Guión: Diego Agrimbau.
Dibujo: Gabriel Ippóliti.
Entintado: Gabriel Ippóliti.
Color: Gabriel Ippóliti.
Precio: 13 € (Cartoné, 48 págs.)

 
Descripción editorial

Con La burbuja de Bertold iniciamos la trilogía Último sur, de los autores Diego Agrimbau, del que muy pronto se publicará su nueva obra El muertero Zabaletta, y del premiado Gabriel Ippóliti. No hay esperanza para los habitantes de Butania. Con la gran burbuja dominando el horizonte, las gentes de la ciudad esperan poco de la vida. Pero la voz de Bertold se alzará de entre los más desgraciados.

    *Nominada al Gran premio de la crítica entregado por la Asociación de Críticos de BD. Francia, 2005.
    *Primer premio a la mejor BD de Ciencia ficción, Festival de Utopiales, Nantes (Francia).
    *Gran premio del jurado. Festival de Colomiers. Francia, 2005.
Reseña

Último Sur me atrajo por la potencia de su propuesta gráfica. Hoy en día es cada vez más extraño encontrar historietas de nuevos autores que demuestren un planteamiento cromático ambicioso, no puramente funcional. Que se acojan a la magia artística que sólo puede surgir de la espontaneidad de pinceles y pigmentos, en lugar de guarecerse en la calculada seguridad del Photoshop.

Por eso, cuando vi aquel mundo de colores ocres, mortecinos y sucios, acompañados además de un dibujo de gran corrección y notable contundencia, no pude resistirme a probar con la nueva serie. Y ya, desde las primeras páginas, leer Último sur: la burbuja de Berthold, fue como hacer un viaje atrás en el tiempo… porque en la actualidad ya no suelen hacerse comics como éste. En su primera entrega Último Sur se revela como fábula futurista y política al estilo de aquellas que solían construir Pierre Christin, Enki Bilal y otros autores durante los años setenta y ochenta. A partir de una sucinta descripción de ese mundo futuro, que manifiesta la irrelevancia de su verosimilitud y su condición de contexto puramente literario, Agrimbau e Ippóliti nos introducen en un escenario de esclavitudes sociales exento de matices pero cargado de imágenes de gran calado.

Tan solo un breve ejemplo: el protagonista de la historia es condenado a perder sus cuatro extremidades al ser encontrado culpable de asesinato. En un mundo de tullidos, Bertold tiene la “suerte” de ingresar en una troupe de actores que se benefician de del hecho de vivir encajados en un cuerpo de títeres animado por diversos programas informáticos que les permiten comer, actuar y relacionarse. Pero, eso sí, siempre al ritmo y cadencia que marca el programa.

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