Green Arrow de Brad Meltzer: nostalgia en verde.

Una etapa breve, pero intensa, muy recordada por los lectores.

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1981

En julio se celebra el 80 aniversario de Green Arrow. Motivados por tal circunstancia le vamos a dedicar una serie de artículos para recuperar algunas de sus etapas más recordadas, sin un orden concreto, empezando por la desarrollada por Brad Meltzer.

El azul suele identificarse como el color de la nostalgia, del dolor que regresa. Íntima, persistente, a veces feroz. Nadie relacionaría la nostalgia con el verde, como tampoco afirmaría que Green Arrow es un personaje nostálgico. Al contrario, su volcánico temperamento le inclina a parecer irreductible a la tristeza. Pero como pasa en algunas ocasiones, un temperamento brusco esconde un dolor profundo e inextricable. Como culpa mezclada con melancolía. Culpa por los errores pasados, melancolía por las oportunidades perdidas. Algo de eso debió percibir Brad Meltzer en Oliver Queen y lo volcó en su breve pero intenso paso por la serie del Arquero Esmeralda (Green Arrow vol.2 #16-21, 10/02-04/03).

El Green Arrow de Meltzer es un canto a la nostalgia, a los héroes de antaño: personajes simples enfrascados en situaciones disparatadas sin mediar muchas explicaciones. Jóvenes aventureros e irresponsables. Incluso en los años setenta, década en la que los superhéroes dieron otro importante pero tímido paso hacia la madurez.

Los héroes de los años setenta están en la adolescencia. Empiezan a entender lo que es la vida, la dureza de sus golpes. La irreversibilidad de la pérdida, del paso del tiempo. Los amigos que se van, las parejas que desaparecen. Los ochenta fueron ya pura edad adulta. No es de extrañar que las obras capitales de esa década nos presenten héroes entrados en años: treintones en desesperada búsqueda de una última aventura, cuarentones fracasados y orillados en tierra de nadie y cincuentones incapaces de aceptar que su tiempo pasó.

En medio de ese devenir existencial está Oliver Queen. Green Arrow, contradicción pura, es el más adolescente y el más maduro de los héroes. Desde su rediseño visual y de carácter con Adams y O´Neil, Ollie ha pasado a ser un consumado bocazas, temperamental e inconstante. Capaz de golpear a su mejor amigo y arrepentirse en segundos. Por su parte, Mike Grell le caracterizó como un cuarentón con crisis de la mediana edad, visiblemente más viejo que el resto de sus camaradas de armas.

La pequeña saga La Búsqueda del Arquero (Archer´s Quest) hace un uso sensible y magistral de todo ese material previo y, al igual que la etapa anterior de Kevin Smith, contribuye a dotar de fondo y tridimensionalidad al personaje tratando de integrar y dar coherencia a toda su trayectoria.

Al margen de las implicaciones políticas del personaje, de las que ya se ha tenido ocasión de hablar, Arrow se había caracterizado por no tener filtro: cuando piensa algo lo dice, cuando algo le parece mal, actúa. Parecía un personaje sin doblez, unidimensional y, por tanto, carente profundidad. Carismático por su autenticidad, pero sin misterio. Una persona sin secretos, dada su incapacidad para mantener la boca cerrada. Meltzer va a dar la vuelta a eso en seis números, y nos va a mostrar a un personaje enfrentándose a su peor temor: que los demás le vean como realmente es.

Un Oliver que acaba de regresar de la tumba debe resolver un asunto para poder afrontar con renovado vigor esta segunda oportunidad que se le ha bridado. El asunto no es otro que su trato con el supervillano inmortal Shade, por el cual éste se comprometía a eliminar todo aquello que relacionara a Oliver Queen con Green Arrow, con el objetivo de preservar su identidad secreta y proteger a sus seres queridos. Sin embargo, al regresar de la muerte, Oliver descubre que Shade ha incumplido la mayor parte del trato.

Así, en un recorrido espiritual que recuerda vagamente a Hard-travelling heroes, la mítica saga de O´Neil y Adams, Ollie parte en busca de una serie de objetos: su certificado de miembro de la JLA, la flecha trucada con cabeza de diamante con la que resolvió el caso que le permitió entrar en la Liga, un anillo de Flash regalo de Barry Allen, la camioneta con la que cruzó EE UU con Hal Jordan y un anillo de Green Lantern que le dio el mismo Hal “para emergencias”.

Acompañado de su pupilo, Roy Harper, ya crecido y padre de una criatura, esta búsqueda se revela como un viaje a través de la vida de Oliver/Arrow: los viejos lugares que abandonó, los amigos que ya no están, los sueños no cumplidos. En cada estación va recuperando un objeto, visitando viejos emplazamientos (Arrow-cave, Hangar Ferris), venciendo antiguos enemigos (Solomon Grundy) o topándose con aquellos que han ocupado el lugar de sus amigos muertos (Wally West, Kyle Ryner), todo ello contado con una ternura y un cariño desarmantes.

A través de los objetos recuperados se nos transmite lo que era formar parte de una comunidad superheroica que, después de todo, bajo las máscaras no es más que un grupo de personas, la mayoría amigos, que tienen intereses comunes y habilidades únicas. La bondad de “Clark”, la sequedad de “Bruce”, la ingenuidad de “Barry”, las veladas de boxeo con “Hal”. Todo se hace palpable porque son cosas que el propio lector ha vivido, no en carne propia, sino a través de la lectura, siguiendo a estos personajes a través de los años. O mejor dicho: el lector las siente reales pese a no haberlas vivido ni haberlas leído. Son las paradojas de la retrocontinuidad bien empleada: algo que nunca estuvo allí, de repente se hace obvio. En este caso, dada la naturaleza intimista del relato, la sensación que transmite al lector es esa extraña nostalgia de lo no vivido. Nostalgia por las cosas que no pasaron, por los cómics que no leímos. Nunca habíamos visto a Oliver y Hal en un combate de boxeo. A partir de ahora, no podremos dejar de imaginárnoslo. De manera natural, las vivencias de los personajes se entrelazan con las del lector, las reflejan o le remiten a otras, envolviendo el relato en una atmósfera de intimidad.

En esta búsqueda vemos cómo es Oliver por lo que los objetos nos dicen de él. Sus mejores amigos (Hal y Barry), su mayor orgullo (ser miembro de la Liga), su gran momento (el viaje a través de EE UU con Hal). Pero también vemos cómo es Oliver por lo que los objetos no nos dicen de él. Por qué no le pidió a Roy que destruyera sus pertenencias. Cuál es el verdadero motivo por el que quiere recuperar la flecha-diamante. Y cuál su mayor vergüenza.

En un determinado momento, uno puede llegar a pensar que el gran misterio es que Oliver planea usar el diamante de la flecha para pedirle matrimonio a Dinah. El eterno adolescente, este trasunto de Robin Hood peterpanesco, ha decidido sentar cabeza tras la experiencia traumático definitiva: volver de la muerte. Pero el reflexivo Oliver de estas páginas tiene un secreto bastante más íntimo.

El viaje concluye en la última parada, que no podía ser otra que el corazón de Oliver Queen. En la soledad de un sótano, encerrado consigo mismo, Oliver tiene ante sí todo lo que es, todo lo que le importa. Pero algo falta. Su verdad más inconfesable. Escondida en su posesión más preciada (su certificado de miembro de la Liga), Oliver descubre su mayor vergüenza, aquello que era lo único que verdaderamente quería recuperar. Una foto en la que aparece sosteniendo a su hijo recién nacido, Conner. Cuando el chico apareció, adolescente, él aseguró que no lo conocía, que no sabía que tenía un hijo. Mintió. “Eres un cabrón, Oliver Queen. Lo sabías, siempre lo has sabido”. Sabía que tenía un hijo, pero lo ignoró. “Siempre he sido mi peor enemigo”, reconoce. “`No estas preparado’, me decía a mí mismo”. Así que prefirió seguir de juerga, saliendo a arreglar el mundo con Hal y Barry, a discutir con Bruce y Carter y a flirtear con la que se le pusiera por delante, para luego volver suplicando perdón y comprensión a los brazos de Dinah.

“¿Por qué mentimos?” Se pregunta. Y él mismo se responde: “algunos mentimos porque no nos atrevemos a afrontar la realidad”.

Oliver Queen ha muerto y ha regresado. También ha visto morir a sus amigos. Demasiada muerte como para no aceptar que tarde o temprano todo se acaba. Él mismo demostró una enorme anticipación con su acuerdo con Shade. Sin embargo, a pesar de esa lucidez a la hora de afrontar su propia mortalidad, no es capaz de mostrarse tal y como es y enmendar sus errores. “Y lo peor… es que sigue siendo tu secreto”. Nadie, ni siquiera Roy, sabe la verdad. Así que deja todas sus pertenencias en una pequeña caja metálica. Introduce la foto en un sobre a nombre de Conner, lo deposita con el resto de objetos de la caja y escribe una carta, nuevas indicaciones que seguir “en caso de muerte”. Pero esta vez, el destinatario es Roy, su mejor amigo, y lo que le pide es que entregue la caja a su hijo. Cuando vuelva a morir, la caja se abrirá y Oliver Queen se mostrará como es. Mientras tanto, su farsa debe continuar.

Aunque la estructura de la saga invita a pensar que estamos ante otro ejemplo de “viaje del héroe”, no creo que sea exactamente así. En el viaje del héroe hay algo de maduración, de crecimiento del joven convirtiéndose en adulto y asumiendo el papel de héroe de su comunidad. Aquí no hay nada de eso. Hay un regreso, pero no el que podría parecer a primera vista. “Roy cree que sólo soy un viejo en busca de su juventud, pero se equivoca”, reflexiona Ollie. Es el regreso de las viejas dudas, los viejos fantasmas, las responsabilidades dejadas de lado. Las ataduras que se eludieron en su momento. Lo inevitable que vuelve. Y lo inevitable no es sino el paso del tiempo, el fin de todas las épocas, las mejores y las peores, y que el único legado que queda son los hijos.

Oliver asume que falló como padre, y revelando esta verdad íntima es cuando la historia funciona como una “quest”, a la vez búsqueda, empeño, demanda, pregunta, de potentes resonancias espirituales. Sin embargo, decide seguir viviendo con el secreto, sin revelar su vergüenza. En este sentido, el viaje sólo ha servido para que Oliver se reafirme en que no está preparado para afrontar sus errores. Los reconoce, pero no los resuelve. Ahí se rompería la estructura tradicional del viaje, porque no se reconcilia con su verdadero ser, sino que llega a otro acuerdo consigo mismo para postergar la revelación de la verdad hasta después de su muerte. Es un viaje fallido, sin crecimiento para el protagonista, sin reconciliación. Ni siquiera regresar de la muerte ha dado a Oliver el valor para enfrentarse a sí mismo. “Cuando me quito la máscara, sigo llevando otra”.

Esta pequeña historia aporta mucho poso al personaje de Green Arrow. Permite dibujar una doblez en su carácter, algo que choca frontalmente con su pose de auténtico. Oliver podía dejar de ser un mero altavoz de determinadas causas o un cuarentón desengañado para ser un personaje más humano y todavía más contradictorio. Decepcionado con el mundo, pero también consigo mismo. Implacable juez de los males ajenos, pero indulgente con sus propias fallas. Imposible no quererle, aunque sea “un cabrón”.

Meltzer anticipa elementos que ya veríamos en Crisis de Identidad: que los superhéroes forman un grupo humano como otro cualquiera, que entre supervillanos también existe una peculiar fraternidad y que los héroes modestos también tienen grandes historias, tal vez no de salvar el mundo, pero sí de salvarse a sí mismos.

En ese sentido, su inclinación por Green Arrow es perfecta para reforzar ese enfoque cercano, grupal y humanizante del extraño fenómeno que son los superhéroes. Un enfoque donde siempre está presente el bagaje sentimental acumulado por los personajes. Al hacer uso de ese bagaje dispara al corazón del lector, pero también al de los personajes, que parecen conscientes de su propio devenir errático, producto de décadas de publicaciones periódicas. Al tratar de dar coherencia esa trayectoria ambos, lector y personaje, se ven atrapados por esa extraña añoranza de algo no exactamente vivido sino más bien sentido. Una nostalgia que quiere conectar directamente con los años setenta saltándose los ochenta y los noventa. Ahí se ven claramente las preferencias comiqueras de Meltzer.

La rueda, en fin, siguió su curso. Ollie siguió metiéndose en líos, tuvimos más back to the basics y más New 52, más Rebirth y más lo que toque. La rueda que no deja de girar. Pero la viñeta en la que Ollie, destrozado, con los ojos arrasados en lágrimas sostiene el sobre que en el que esconde la foto, dispuesto a alargar todavía más la mentira, encierra un momento irrepetible, único y auténtico: el de la dificultad a la hora de enfrentarse con los propios errores, incluso cuando te das cuenta de que el tiempo pasa y estas envejeciendo.

Para un gran héroe, su archienemigo representa lo opuesto, pero para una persona normal su peor enemigo siempre será uno mismo.

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Jaime Sirvent
Jaime Sirvent
Lector
21 julio, 2021 14:55

Magnífica reseña,enhorabuena