Cry Havoc #1, de Simon Spurrier y Ryan Kelly

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Edición original: Cry Havoc #1
Editorial: Image Comics
Guión: Simon Spurrier.
Dibujo: Ryan Kelly.
Color: Nick Filardi, Lee Loughridge y Matt Wilson.
Formato: Digital Comixology 21 páginas
Precio: 1,99€/u.

 

Algo terrible se ha arrastrado en el interior de cada uno de nosotros. Algo primitivo y salvaje

La vida es una guerra continua. Un día subsistes sin más necesidad que una novia que te quiere y los modestos ingresos que obtienes con la música, y al siguiente eres una mujer lobo arrojada a Afganistán. Parte de un comando británico de élite enviado para dar caza a una líder que se ha pasado al bando enemigo, la protagonista de Cry Havoc es el eje de un relato que discurre a través de tres tiempos narrativos, y que podría definirse como una suerte de cruce entre Dog Soldiers de Neill Marshall, En Compañía de Lobos de Neil Jordan y Apocalypse Now! de Francis Ford Coppola.

Aproximación a ese lado más primario de la condición humana que no en vano arranca citando a El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad, el guionista británico Simon Spurrier conjuga pasado, presente y futuro para dar una vuelta de tuerca al mito de la licantropía. Un mito presente en nuestro folklore desde tiempos del Antiguo Testamento, y que tradicionalmente era mucho más que una mera excusa para que los maquilladores del cine de terror se ganasen el sueldo: Ya sea en la forma del Rey babilónico Nabucodonosor arrastrado a la locura para transformarse en bestia, el rito anual de los Neuri de Escitia o el castigo de Lycaon por sucumbir a su canibalismo parricida, la ensangrentada y siempre hambrienta piel del lobo pasó de ser un totem sagrado, a convertirse en un relato de advertencia conforme fuimos sustituyendo los útiles de caza por los libros de cuentas y las herramientas de labranza.

Es como si su pelo hirsuto y grasiento nos recordase un pecado imborrable de nuestro pasado, o cómo -por muchas torres de marfil e ideales civilizados que construyamos- seguimos a merced de ese oscuro abismo de nuestros instintos más salvajes. Que el guionista conocido por X-Men Legacy, Six-Gun Gorilla y Secret Wars: Marvel Zombies se refiera a uno de los cuentos de su infancia –Ahora no, Bernardo de David McKee- como una de las fuentes de inspiración de Cry Havoc es una buena pista de que es muy consciente de cómo este miedo seminal encarnado por el Gran Lobo Malo ha permanecido anclado en nuestro imaginario. La gran particularidad del relato de McKee frente a cualquier Caperucita Roja es que, según señala el propio Spurrier, aquella historia sobre un niño pequeño que trataba de advertir a sus padres de que había un monstruo en su jardín -sin que estos le hicieran caso al estar demasiado ocupados en sus quehaceres- parecía estar más dirigido a los progenitores que a los propios hijos.

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La nueva guerra

Sin embargo, esto no era lo que más le atormentaba al guionista de Cry Havoc, sino la forma en la que al final Bernardo tenía que enfrentarse solo al monstruo ante la indiferencia total de sus padres, y digamos que (spoiler) no le fue demasiado bien. En una sociedad que bajo su cálida y fraternal fachada se mueve con la imparable inercia de una estampida migratoria en el Serengueti, ser un animal herido o que simplemente no puede seguir el paso del rebaño no ofrece demasiadas opciones ni como parte de la imparable masa de ñus ni en el no menos acelerado mundo actual. Millones de años de evolución separa los escenarios, y en ambos casos los lobos aguardan a las puertas para ser la única compañía de aquel que se queda atrás. El Live Together, Die Alone que popularizó la serie que co-protagonizara un tal Hume, y que aparentemente ha sido una de las principales inquietudes que Spurrier ha tomado como punto de partida para este nuevo trabajo para Image Comics: La forma en la que independientemente de lo próxima que sea nuestra relación con los que nos acompañan, debemos afrontar gran parte de los mayores retos de nuestra vida en la más completa soledad (y que el que otros no sean conscientes de a lo que nos enfrentamos, no significa que no pueda engullirnos por completo).

Ilustrado enteramente por el dibujante estadounidense Ryan Kelly -quien aparte de entintar prácticamente toda la serie Lucifer tiene entre sus trabajos anteriores Local, New York Five, Three y arcos argumentales de DMZ, Northlanders o American Virgin– la historia está dividida en tres hilos de conducción narrativa, los cuales se van dando paso unos a otros con un control milimétrico de como nos llega la información. Empezando directamente por el final en una ubicación que nos da únicamente a conocer como El Lugar Rojo, cada uno de estos hilos narrativos tiene su propio código de color identificativo de forma similar a Ei8ht de Rafael Alburquerque y Mike Johnson, pero también un colorista diferente para cada uno de ellos.

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Ordenándolos de forma cronológica según el punto de vista del personaje central, es el colorista de Godland y Powers: The Bureau Nick Filardi quien se encarga de dar vida a la parte situada en el pasado más lejano, con Londres como escenario. Usando una proporción de azules superior a la de sus compañeros -siendo este color el que identifica a las secuencias ambientadas en este momento de la historia-, Simon Spurrier habla de esta elección al ser considerado un color que apacigua el ritmo de la narración. Algo especialmente apropiado para el hilo que se encarga de la introducción, presentando el marco del que parte la protagonista. Un Londres bohemio a medio camino entre zoológicos, pubs con música en vivo y señoriales edificios legislativos por los que transitan con paso firme la nueva aristocracia británica.

Bautizada como Louise Canton en homenaje a los Karasu Tengu de la mitología japonesa con la que Spurrier entró en contacto a través del Museo Británico -ver anotaciones del cómics-, la protagonista no forma parte de esta clase alta que se desplaza por el pavimento como si todo fuera suyo, sino de aquella menos pudiente que lo hace por la periferia. Empleados de servicios, escuderos y propinas que viajan en transporte público, todos ellos dependientes de los que ostentan la economía y el poder para mantenerse a flote y no precipitarse por oscuros callejones limítrofes con propensión a engullir vidas anónimas. Presentándose como una violinista que gana lo que puede entre la limosna en las puertas del Tribunal de Justicia Londinense y los bolos que le surgen, Lou mantiene una relación con una criadora de zoológico sin aparentes planes de futuro más allá de su discreta existencia hasta que la vida se cruza en su camino.

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Londres bajo la mirada de la justicia

En términos de guión, Spurrier se vale de este hilo narrativo para dotar a Cry Havoc de una absorbente atmósfera repleta de misticismo y leyendas que se entremezcla con la cosmopolita Londres actual. Algo con lo que a los que la capital del Reino Unido nos pilla lejos quizás no estemos demasiado familiarizados en cuanto a referencias como el perro negro de Luke Hutton, ayudando mucho el apéndice final con anotaciones que otorga un nivel extra con el que empaparse de la historia tras la historia. Pero si hay un pasaje en el que el guionista brilla -ya sea en el hilo ambientado en el pasado como en el cómic en general-, es en la conversación que tiene lugar entre la protagonista y su novia frente a la acechante mirada vacía una hiena manchada. A menudo tomada como parientes primitivos de perros y lobos por cuestiones de convergencia evolutiva, la particularidad morfológica de las hembras de su especie -poseedoras de pseudopenes y tumefacciones vulvares similares a bolsas escrotales- surge a cuestión entre la pareja de mujeres, con la novia de Lou incidiendo en la ironía de que una de las pocas sociedades matriarcales de los mamíferos carnívoros esté regida por hembras de rasgos andróginos.

Manifestando simultáneamente admiración y horror por una bestia a la que defiende por la injusta mala fama de su especie -a la par que aborrece por las razones por las que se encuentra en la jaula de confinamiento- se transmite en una cruda pugna de emociones enfrentadas que se prolonga durante todo el número. Una pareja de mujeres en una de las capitales europeas del progreso occidental, pero que todavía esta lejos del estado de la igualdad. Una bestia primitiva enjaulada reducto de una sociedad matriarcal que controlan cuando son fecundadas gracias a falos retráctiles, pero cuyas mandíbulas todavía están manchadas con la más cruel de las sangres. Una protagonista con una relación plena con su pareja, pero que a la vez se siente parcialmente cohibida. Amor, odio, ternura, terror… sentimientos contrarios que chocan, emponzoñándolo todo en un torbellino emocional mientras la jauría se mantiene al acecho.

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La habilidad de Spurrier para construir personajes femeninos con carácter más allá de las convenciones -como su Elsa Bloodstone o Shå de The Spire– vuelve a salir a relucir en estas páginas, como lo hace también en el hilo narrativo al que da color Matthew Wilson. Veterano habitual en los trabajos de Cliff Chiang (Wonder Woman), Jamie McKelvie (The Wicked + The Divine) o Chris Samnee (Daredevil), Wilson otorga un tono y textura terrosa a sus páginas, destacando el color amarillo sulfúrico. Correspondiente al acto intermedio de la historia, Spurrier realiza una elipsis masiva para encontrarnos a Lou como parte de un comando militar británico que se encuentra en plena misión en el corazón de Afganistán.

Sin tener muy claro si el guionista de Cry Havoc tiene algún tipo de pasado ligado al mundo militar, no solo aparenta tener un amplio conocimiento que bien podría ser fruto de una documentación exhaustiva como de la primera mano, sino que el cómic también corrobora algo que ya se dejaba entrever en X-Force: Que junto a Garth Ennis y Tom King, Simon Spurrier es uno de los guionistas que mejor escriben historias de corte bélico. Siguiendo la línea a lo CoD de Jarhead o The Hurt Locker, el guionista introduce al comando militar sobrevolando los áridos desiertos de Asia Central en un CH47-F Chinook sin envolverlos en demasiadas túnicas de idealización. Son -literalmente además- los perros del gobierno británico, y no están allí para ser gentiles ni actuar según las normas internacionales, sino para proceder de forma severa, brutal y sin ningún tipo de miramientos como el martillo que son.

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Los perros de la guerra

Spurrier rodea a Lou de un segundo elenco de personajes que incluye a varios militares de gatillo fácil, así como a un comando formado por otros cuatro hombres y mujeres además de ella, dándose a entender que su transformación ya ha procedido siendo todos licántropos… O algo parecido. Siendo la más verde de la tripulación, la protagonista de Cry Havoc comienza a descubrir en este hilo detalles sobre una nueva condición que todavía desconocemos, convirtiéndose en nuestros ojos a la par que descubrimos que algo malo le ha sucedido, pero no exactamente qué. Insinuando más que enseña, el guionista vuelve a jugar con el folclore y la mitología de la fusión entre hombres y bestias, pero con un halo mucho menos místico que en la parte “azul”, entre informes de guerra, anécdotas de batalla y fotografías monstruosas tomadas en pleno combate. La forma bestial de los hombres lobo de Cry Havoc sigue dejándose entrever en muy pocas ocasiones en estas dos partes, abordándose en ambas más como una suerte de expansión sensorial que una verdadera transmutación.

La gran diferencia es que mientras la parte de Londres se limita prácticamente al ámbito psicológico hasta el punto de no tener claro si todo está en la cabeza de la protagonista, en la que sucede en Afganistán se nos dan las primeras pinceladas de que no solo es real, sino muy real. Volviendo a apelar al contraste entre lo civilizado y lo primitivo -donde los representantes del primer mundo justifican la brutalidad de sus actos con el nulo progreso de sus contrincantes, usando como arma secreta un horror más antiguo que la propia humanidad-, el segundo hilo narrativo de Cry Havoc destaca por algo más que mostrar a sus protagonistas en acción como las bestias de guerra que han sido entrenadas para ser. Cuestión delicada que más de un historiador que se empeña en comparar el alzamiento del terrorismo tribal en Oriente Medio con la invasión masiva de tribus bárbaras en la caída del Imperio Romano, Spurrier juega con la idea del perro de defensa agresivo que se harta de la correa del amo y se vuelve para morder a este.

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La persona que tiene el dedo en el gatillo, es la persona que controla el mundo

O en otras palabras, durante los últimos conflictos bélicos en los que ha participado la OTAN, la mayor difusión de la tecnología ha permitido tener un control más estrecho de nuestras tropas, permitiendo tener constancia de muchas tropelías, violaciones de los derechos humanos, ataques no autorizados y victimas colaterales a causa de negligencias, viéndose como un proceso de vigilancia normal. Sin embargo, de un tiempo a esta da la impresión de que hay cierto temor a molestar a los hombres y mujeres que arriesgan sus vidas para proteger nuestra civilización, como si el fin justificase echar la cara para otro lado validando cualquier tipo de medios. Episodios como que el humorista Seth Rogen fuera abucheado y expulsado de varios establecimientos cuando comparó la película de El Francotirador con el film ficticio de Fredrick Zoller que se proyectaba en Malditos Bastardos ilustra cómo parece que hemos terminado temiendo todo pensamiento crítico, como el que se encuentra tan cómodo con su estatus que está dispuesto a sacrificar algunos de los derechos universales más básicos a favor de la seguridad (no sea que los perros que tan dedicadamente hemos entrenado para convertir en asesinos perfectos se escapen y pasen a formar parte de los lobos).

Un temor que ya reflejase Coppola con aquel Coronel Kurtz que -asqueado por las complicadas contradicciones de su gobierno- acabase viéndose seducido por la pureza de la visión de blancos y negros absolutos del enemigo, con la maquinaria de barbarie sin fin que es la guerra como molde capaz de hacer que polos contrarios terminen tocándose. Con el endurecimiento de la supervisión de las acciones aliadas en Oriente Medio por parte del gobierno de Barack Obama y compañía como trasfondo, el segundo acto de Cry Havoc hace de este endurecimiento de las normas de vigilancia interna el motivo para que la antigua líder del comando del que ahora forma parte Lou coja las de Marlon Brando, obligándoles a ellos a partir en su búsqueda en territorio enemigo para cesar sus actividades de forma indefinida.

Con esto llegamos al tercer y último hilo narrativo, que -sobre una base marrón como el resto de hilos- presenta una mayor proporción de colores rojos por cortesía de Lee Loughridge. Colorista de Fábulas, Hellblazer y La Casa del Misterio, Loughridge es quien se encarga de abrir y cerrar el número, siendo el rojo el color elegido para su parte -que recordemos, es la que corresponde al final de toda la historia- dado que este se considera un color que acelera la narración, y también por lo que tiene lugar en estas páginas. Y es que, si bien en el primer hilo (azul) las formas se muestras claras y prácticamente impolutas, sin más alteración que el detritus cotidiano que decora la ciudad, y en el segundo (amarillo) también se mantienen a salvo a pesar de la interminable tormenta de arena, en el tercero las fronteras entre el hombre y la bestia se distorsionan con deformidades y sombras, en un territorio en el que tampoco parece haber una línea clara que separe el bien del mal.

El lugar rojo
Bienvenidos al lugar rojo

Publicándose hoy miércoles 24 de febrero su segunda entrega en los Estados Unidos, la presentación de Cry Havoc es -en líneas generales- tanto un muy interesante relato de hombres lobo abordados desde el terror psicológico, como una gran historia de guerra con la que tratar cuestiones éticas sobre nosotros mismos. Una guerra que no tiene que ser necesariamente la que está teniendo actualmente lugar con la pacificación de diferentes zonas de Oriente Medio, sino la que tiene lugar todos los días aquí, en Londres, en las ciudades más grandes de los Estados Unidos o en lo más profundo de los montes de Afganistán. Una guerra perpetua entre la civilización y la barbarie, donde -por mucho que intentemos distraerle con placeres mundanos- el lobo que se esconde en nuestros abismos personales sigue acompañándonos amenazando con tomar el control.

A medio camino entre aquel J.M. DeMatteis que usara a los personajes de Spider-Man para aproximarse a la condición humana desde una perspectiva tribal y cuasi-primitiva y las historias de guerra de Garth Ennis, lo más que se le puede achacar a Simon Spurrier por su nueva serie para Image Comics es su habitual preferencia por tomarse su tiempo para construir las historias. El debut de Cry Havoc no es un cómic que vaya a cambiarte la vida radicalmente ni te embarque en una vertiginosa montaña rusa que te golpee en el cara con un cliffhanger instantáneo. Pero mientras más te sumerges en la infinidad de capas que presenta su Cry Havoc, más evidente resulta el enorme trabajo, cuidado en los más minúsculos detalles y contenido de lo que nos ofrece en este primer aperitivo el británico en una guerra entre lobos y hombres cuya frontera está en nosotros mismos.

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Como postre, páginas de la segunda entrega, y algo de música para acompañar la lectura de la reseña.

  Edición original: Cry Havoc #1 Editorial: Image Comics Guión: Simon Spurrier. Dibujo: Ryan Kelly. Color: Nick Filardi, Lee Loughridge y Matt Wilson. Formato: Digital Comixology 21 páginas Precio: 1,99€/u.   Algo terrible se ha arrastrado en el interior de cada uno de nosotros. Algo primitivo y salvaje La vida…

VALORACIÓN GLOBAL

Guión - 9
Dibujo - 7.5
Interés - 8.5

8.3

Interesante aproximación al eterno conflicto de la condición humana, en un relato de guerra de lobos y hombres a medio camino entre Dog Soldiers, En Compañía de Lobos, The Hurt Locker y Apocalypse Now!

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Pedro Pascual Paredes
24 febrero, 2016 16:20

Pedazo de análisis Daniel, ojalá el cómic sea la mitad de bueno que tu artículo. Has conseguido con creces que me interese este cómic y se convierta en lectura obligada
Gracias por el trabajo realizado.

Sergio Aguirre
26 febrero, 2016 3:41

Pues comparto lo que dice Red Son. El cómic me ha gustado mucho, pero no sabría decir si más que tu análisis, Dani. Plas plas, plas.