Crepúsculo

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Edición original:Crepúsculo
Edición nacional/ España: Toutain Editorial
Autor: Pasqual Ferry
Formato: Volumen formato magazine de 80 págs.

 

Crepúsculo pertenece a una época añorada por muchos: aquella en que las revistas de cómic lucían sus magníficas portadas en los quioscos. La primera obra de largo aliento de Pasqual Ferry pertenece a aquella generación y es, como suele decirse, hija inequívoca de los tiempos que la vieron nacer. En ella se detectan sin esfuerzo las características propias de las historias por entregas: capítulos de aproximadamente ocho páginas, tejidos con la suficiente habilidad como para ofrecer una falsa sensación de historia cerrada en cada uno de ellos pero, al mismo tiempo, dejando el relato suspendido hasta la aparición del próximo número. Se desarrolla una mini trama en cada capítulo que, unida a las del resto, forma un relato global más largo y ambicioso. Sólo al final, con la última entrega, se ve el lector recompensado con una visión global y definitiva, coherente y bien armada, de la obra. Diremos, de paso, que las historias por entregas eran el mejor campo de entrenamiento para los narradores noveles, al verse obligados a concebir un relato que funcionara en episodios breves, sin perder por ello de vista el conjunto. Es el punto intermedio entre la historia corta y el álbum. Un formato que desgraciadamente se ha perdido, condenando a los autores actuales a embarcarse en proyectos largos de futuro incierto o a concebir historias breves, sin la oportunidad de continuarlas, de desarrollar sus propios universos más allá de ese circuito cerrado que viene a morir en la frontera habitual de las ocho páginas (y no mucho más).

Confiesa el autor que Crepúsculo fue concebida como una trilogía, y de ahí el número de interrogantes que emergen después de su lectura. Pasqual nunca pudo, o quiso -no nos queda del todo claro-, concluirla, y el proyecto murió en su primera entrega, lo cual no deja de apenarnos, ante la perspectiva de lo que hubiera podido llegar a ser. A pesar de lo dicho, la obra puede leerse perfectamente tal y como está, esto es, inacabada; se garantiza, con todos sus lastres, una lectura amena y placentera. Pasqual ensayó en los años posteriores otras formas de narrar, igualmente personales (ahí queda Sebastián Gorza), en las que demuestra ser un brillante contador de historias, que ha reflexionado largo y tendido sobre los mecanismos de la narración, concediéndole a veces un valor incluso superior a lo propiamente narrado. Así se deja sentir en La ruta de la Medusa, que muestra el inicio de un proceso iniciático, y se “conforma” con llegar hasta el fin-del-principio de la aventura, y dejarla colgada justamente cuando la trama empieza a tomar cuerpo; traza vectores de sentido pero no los prolonga (de nuevo, el autor abocetó las páginas de una continuación, truncada al igual que la de Crepúsculo). Lo mismo podemos decir de La Torre, que se cierra con un capítulo que, lejos de resolver los enigmas planteados en los capítulos anteriores, nos presenta al propio autor mientras aporrea su máquina de escribir, ofreciendo muchos posibles finales pero sin confirmar ninguno. Se nos describe así el proceso creativo in situ, sobre la marcha. No hay conclusión alguna, solo un tremendo coitus interruptus, que por otro lado ya se veía venir. Quizá sea Sebastian Gorza el ejemplo que mejor ilustra esta idea: importa la belleza de la historia, el desarrollo, el mimo puesto en cada imagen, en cada idea, en cada composición, y no tanto el final en sí, que no deja de ser el del propio viaje, que muchos desearíamos que no acabase nunca, porque Pasqual Ferry siempre nos deja con ganas de más; ya digo, es un mago que no termina sus trucos, un generador de misterios sin respuesta.

Circunloquios aparte, entremos en materia: Crepúsculo es una historia de género negro dividida en siete capítulos y un epílogo. Un thriller paranormal, para ser más concisos. La ciudad en la que transcurre, Octubre, es una prima lejana de Gotham o de Metrópolis, con un cierto aire retro futurista (esos omnipresentes globos en el cielo…). En ella reina la noche, llueve y a veces también nieva. Es un paisaje glacial, una jungla de hormigón de grandes contrastes, llena de personajes que se ocultan tras el cuello subido de una gabardina y de constelaciones de luces de neón, que oscila entre los despojos humanos que se cobijan en los callejones más estrechos y los rascacielos inalcanzables que dominan el panorama urbano. Es una atmósfera hostil la que Ferry recrea con suma eficacia. La puesta en escena es brillante. Esta sobriedad se ve reforzada por la planificación, que suele consistir en una rejilla regular de viñetas de 3 x 3 (¿Watchmen?) que el autor rompe a su antojo cuando le conviene.

Ferry menciona Akira como una de sus mayores influencias en la concepción de la historia, aunque para muchos es imposible no pensar en algunos referentes clásicos del cine de género como Scanners (1981), en tanto que Crepúsculo es una historia de individuos dotados de ciertas capacidades extrasensoriales, o Los inmortales (1984), en cuanto a la mecánica de los duelos de la sociedad secreta de los Hombres del Crepúsculo.

En cuanto a la técnica, se mencionan ciertos recursos visuales prestados del cine de Orson Welles –fundidos encadenados al canto-, y de paso a Alan Moore y a Frank Miller. Más en la órbita del barbudo de Northampton, y en concreto de su Watchmen, están esas cartas que un psiquiatra envía a un colega de profesión al principio de los capítulos segundo y quinto. Una forma alternativa, como el propio autor admite, de añadir una gran cantidad de información “por fuera” de la narración, de la historia principal, sin necesidad de recurrir a interminables y aburridos diálogos expositivos, tan innecesarios, tan obvios.

Pasqual Ferry consigue que la viñeta hable por el
Pasqual Ferry consigue que la viñeta hable por el

Con esta treta consigue Ferry matar dos pájaros de un tiro, por un lado añade datos a mansalva sin quebrarse mucho la cabeza, engorda la historia ya de por sí densa y enrevesada, ofrece un verdadero marco histórico, que no sólo abarca la historia de León y de Caín, sino que además brinda, apunta, bosqueja, el escenario perfecto, la profundidad necesaria para ampliar el alcance de los hechos más allá del enfrentamientos de estos dos antagonistas. Ferry lo tienen todo muy meditado, nos deja deseando saber más; final abierto, estimulante… Por otro lado, al introducir estas piezas literarias, enriquece la obra, la hace un poco más sesuda, rica en detalles y, todo hay que decirlo, la perfuma con un cierto tufillo que podría parecer pretencioso, pero que se demuestra coherente, ya que casa a la perfección con la red (no muy sutil, nos tememos; puede que obedezca esto al deseo del autor novel de epatar a toda costa al lector, de mostrar la cantidad de referencias culturales que maneja) de referencias que teje desde la primera página: las citas literarias, las esculturas, el cuadro de Magritte, los préstamos mitológicos, los elementos esotéricos, Jung, Freud, la antropología… Y todo ello felizmente integrado en una historia de género negro, con elementos de misterio y paranormales, y envuelta en un halo de misticismo; ahí es nada.

Entremos en la prosa. Para empezar, se echa mano de los textos de apoyo. Frases cortas, estilo sencillo pero incisivo, propio del género negro, con un cierto tono pulp. Pasqual recurre al relato en primera persona, tan habitual en la novela negra, y en momentos de delirio visual y narrativo, a una suerte de monólogo interior, deliberadamente confuso, no muy brillante, pero sí efectivo, que deriva de aquel, y que aporta a la obra una dimensión literaria apreciable, sin llegar en ningún momento a restar protagonismo a la cuidada y planificada narración gráfica.

Llama la atención el uso de la elipsis en el capítulo tercero. Pasqual es atrevido en este aspecto, y la esgrime a conciencia como eufemismo para obviar una escena de violencia explícita, economizar, y de paso, dar un giro, meter un flashback y darnos más información. Todo rápido, limpio, potente, como una locomotora. En la misma dirección apuntan los ya fundidos encadenados o esos zooms in-out, en los que una imagen aumentada hasta el plano detalle termina por convertirse en un elemento completamente distinto, ubicado en otro espacio y en otro tiempo (generalmente el pasado). Se realiza así en no pocas ocasiones la transición de una escena a otra. La historia vuelve atrás, se retroalimentarla, y remonta de nuevo el vuelo con más fuerza si cabe. De lo dicho queda patente que el autor maneja con soltura los mecanismos y que consigue dotar a la narración de un ritmo bien medido, templado unas veces y trepidante otras.

A destacar también el gusto por la sorpresa, por el giro argumental, por el “nada es lo que parece”… Atención al cuarto capítulo, que es una soberbia lección de cómo darle la vuelta a la tortilla a una historia y quedarse con el lector como quien no quiere la cosa. En él, deja claro el autor que ni por asomo debemos fiarnos de él, que puede hacer lo que quiera, y que literalmente estamos en sus manos, de la misma manera que lo están todos los personajes que en Crepúsculo buscan la verdad –caso de Smith- acerca de los Hombres del Crepúsculo. Cuando todos los datos apuntan en un sentido, la historia finta, cambia la orientación, ofrece otra alternativa, la deja sin confirmar, nos deja con un palmo de narices y, por último, se marcha, quedando el lector huérfano de respuestas y con un saco de dudas sin resolver.

A la luz de lo dicho hasta hora, tal vez se le pueda achacar a la ópera prima de Pasqual Ferry esa empeño en buscar el más difícil todavía, en rizar el rizo, en apuntar demasiado alto… Pero la ambición desmedida es común en los primerizos y Pasqual, no sólo sale airoso, sino triunfal. Verdaderamente sus pies llegan a elevarse varios centímetros del suelo y, con ellos, los del lector.

Concluimos: Crepúsculo bien merece un rescate, un descubrimiento, una relectura; no defraudará.

Firma invitada: Juan Alcudia

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O_oLBC
Lector
4 febrero, 2013 11:04

 Me encanta Pasqual Ferry y este cómic, eso a pesar de haberlo leido hace un par de años por primera vez, haberlo leido en su epoca y por capítulos habría sido lo máximo. 

Es verdad que es ambicioso, pero está muy bien resuelto, su lectura requiere la maxima atención del lector, pero vale mucho la pena.

El estilo de dibujo a pesar de mantener similitud a otros artistas de la epoca (Beroy o Torres) logra se muy personal e intimo. 

Tengo muy buenos recuerdo de este historia, así como de Sebastian Gorza, La ruta de la Medusa o Marius Dark. Aun así disfruto mucho de sus dibujos en Thor o aquel Warlock, pero espero con muchas ganas Mr. Bulb y regresar pos su imaginario personal, a ver que tal.

Buena reseña 😉

Juan Alcudia
Juan Alcudia
Lector
4 febrero, 2013 22:33

 Yo también espero ese Mr Bulb, a ver qué tal.