En los Estados Unidos A. David Lewis (Mortal Coils, The Lone and Level Sands) ha puesto en marcha un proyecto llamado «Ever-Ending Battle: Superheroes & Mortality» al que se han sumado recientemente Greg Rucka (Wonder Woman, The OMAC Project), Paul Ryan (Fantastic Four, Avengers, The Phantom) y el reportero Wizard Mike Cotton.
A través de mesas redondas, la opinión de diferentes personas relacionadas con la industria del cómic y de encuestas on-line y en persona, se pretenden recoger datos sobre la influencia de la lectura de cómics de superhéroes, donde fallecimientos y resurrecciones son tan frecuentes, en la percepción que se tiene de la muerte.
En sus primeras fases, el proyecto ha dado como resultado que, aunque en un principio la lectura de estos cómics suele aumentar la preocupación por la cuestión de la muerte, más tarde esta ansiedad se encuentra en clara regresión.
Es por todos conocida la naturaleza esquiva de la muerte en el género de superhéroes, debido a cuán poderoso señor es Don Dinero y lo mucho que se aferran a según que personajes editoriales y lectores. Esos personajes que regresan siempre a la vida con suma facilidad, desde el cielo, billete de vuelta en mano, o como consecuencia de los poderes que les han sido otorgados y del talante sobrehumano que les conforma. Algún otro hay, incluso, que se apunta a Los Manolos para cantar aquello de “no estaba muerto, estaba de parranda”. Pero, si bien estas piruetas argumentales podrían tener, forzando un mucho las cosas, cierto calado entre los lectores estadounidenses, criados en una de las sociedades más marcadamente religiosas del primer mundo, cabría preguntarse cómo afectan a las creencias de los aficionados adolescentes de una sociedad fuertemente secularizada como la nuestra. Y a pesar de poder presuponer que no condicionan una mayor fe en otra vida más allá de ésta, quizás no podemos obviar su papel a la hora de dotar de ciertos significados a la muerte y, por consiguiente, a la misma vida.
La naturaleza serializada de los cómics de superhéroes, además de la identificación lector-personaje, favorece hasta cierto punto el desplegamiento de los valores heroicos en un sinfín de situaciones diferentes, entre ellas, la del momento de la muerte. Así, el lector puede apreciar, en las muertes de sus héroes, connotaciones de abnegación, sacrificio, altruismo, redención, generosidad, entrega, amistad… Puede percibir el final como culmen de una trayectoria vital coherente, personal e intransferible; como legado del que aprender. Puede descubrir, a fin de cuentas, sentidos más allá del sinsentido. Razones por las que vivir con algo menos de miedo a morir.
En un mundo como el nuestro, donde no existe el menor interés en que los referentes positivos nos sean asequibles, donde las cámaras se deleitan en la opinión individualista, interesada y mezquina, es de agradecer que siga habiendo géneros menores, “sólo aptos para adolescentes” dirán algunos, en los que, por detrás de los leotardos, las capas y los puñetazos, se intuyan valores de justicia y solidaridad en aquellos personajes que, ni ante la muerte, dejan de dar su vida. Porque aunque sean vidas y muertes de papel, no deja de ser cierto que en nuestro mundo de verás también hay héroes, la mayoría de las veces anónimos. Y es que estamos hablando de héroes, por supuesto. No de personajes de Millar.