#ZNCine – Tortugamanía. Mi experiencia con las Tortugas Ninja

¿Recuerdas cuando las Tortugas Ninja dominaban el mundo en los noventa? Pues algunos de nuestros redactores sí.

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En 1984 Kevin Eastman y Peter Laird soprendían al mundo con la publicación en la editorial Mirage Studios de Teenage Mutant Ninja Turtles, un cómic en blanco y negro pensado como una parodia y homenaje a las historias de Daredevil de Frank Miller. El origen estas antropomórficas tortugas con nombres de artistas del Renacimiento italiano, Leonardo, Raphael, Michelangelo y Donatello, estaba ligado al del popular Hombre sin Miedo, las había estrenado el maestro Splinter ayudándolas a cultivar todo su potencial para la lucha, como Stick hizó con el joven Matt Murdock, y en sus aventuras se enfrentaban al Clan del Pie que era una simpática contraposición y guiño a La Mano en la que había militado Elektra. Pero las Tortugas Ninja alcanzaron de la noche al día un éxito que Daredevil no había tenido en toda su trayectoria, su fama se desbordó con la llegada de su serie de animación emitida a partir de 1987 y hasta 1996 en el canal CBS. ¿Quién no recuerda su pegadizo e insuperable opening?

Para cuando en 1990 se estrenó en las salas de cine la adaptación en imagen real de los personajes dirigida por Steve Barron el mundo ya había caído en la virulenta tortugamanía que lo inundaba todo con su potente maquinaria enfocada al marketing y el merchandising de una manera que solo habían conseguido anteriormente la saga Star Wars de George Lucas y el Batman de Tim Burton. El boom generó todo tipo de productos relacionados con las Tortugas Ninja: muñecos, camisetas, cromos, videojuegos, etc; y marcó a toda una generación de espectadores que asistieron al nacimiento de uno de los iconos pop más inesperados de la historia del siglo pasado. Hoy las Tortugas Ninja siguen muy vivas protagonizando nuevas series animadas, películas y, por supuesto, cómics; pero no son pocos los que recuerdan con nostalgia los primeros pasos de estos personajes. Para muestra un botón, hoy un grupo de redactores nos ofrecerá su testimonio y experiencia con la creación de Kevin Eastman y Peter Laird relantando lo que supuso para ellos vivir de primera mano los efectos de la tortugamanía en la década de los noventa. ¿Y vosotros? ¿Alguna confesión relacionada con las Tortugas Ninja?

icono_donatello Tortugas en VHS, por Alejandro Ugartondo

He de reconocer que la Tortugamania no fue un fenómeno que me afectara mucho. Es más, al principio tenía un poco de manía a estos quelonios mutantes ya que el primer gran desembarco de tortugas fue en forma de muñecos y figuras de acción que desplazaron de las jugueterías a mis queridos G.I. Joe y Transformers, y eso no se lo podía perdonar. Pero esa reticencia a la nueva moda duró lo que un caramelo a un niño y acabé cediendo a los encantos de estas tortugas con nombres de artistas italianos del renacimiento, aunque eso sí, no lo hice con los muñecos (nunca llegué a tener uno) sino con la serie de animación.

Como estamos hablando de finales de los 80, mi primer contacto con la serie de animación de las tortugas no fue a través de la programación de televisión sino de un medio muy en boga en aquella época: el videoclub. Efectivamente, soy hijo cultural del VHS y para mi había una rutina ineludible cada viernes por la tarde que era acercarme al videoclub de al lado de mi casa y alquilar, con el beneplácito de mis padres, un par de cintas que vería durante el fin de semana y que tenía que devolver sin falta el lunes por la tarde si no quería pagar un extra. Por suerte para un chaval como yo, el videoclub en cuestión contaba con una buena sección de películas de dibujos animados y en ella no faltaban cuatro cintas dedicadas a las Tortugas Ninja que llamaron mi atención. Tras convencer a mi madre para que las alquiláramos conseguí llevarme a casa la primera de ellas.

Aprovechando que era una cinta que no interesaba a mis padres para nada pude verla con mi hermana nada más llegar a casa y vaya si disfrutamos de lo que vimos. El arranque de cada capítulo con la mítica presentación de música pegadiza (que he descubierto que fue compuesta por Chuck Lorre, el creador de The Big Bang Theory) fue todo lo que necesité para engancharme a la serie. Esa cabecera, a mis impresionables ojos, era impactante con una animación y unos movimientos de cámara espectaculares y una música alucinante que no paraba de repetir y tararear a todas horas.

Tras la impactante introducción la serie no estaba nada mal y el primer capítulo tenía muchos alicientes para enganchar a un chaval como yo. Pensemos que estamos hablando de una época en la que aún no se había producido el gran desembarco de series japonesas en nuestro país, con Dragon Ball a la cabeza, y los referentes a nivel de series que tenía eran sobre todo producciones americanas como G.I. Joe, Transformers y Masters del Universo o bien algunas series niponas como Ulises 31 o el Capitán Harlock (esta última vista a través del canal autonómico catalán). En comparación con las primeras, la serie de las Tortugas tenía un buen nivel estaba repleta de acción y humor y los personajes enganchaban con su desparpajo y su forma descarada de hablar. Enseguida tuve mi tortuga favorita, Donatello, el geek del grupo y me encantaba, sobre todo, el diseño de los villanos con Shredder como el mejor de todos con su casco metálico y sus garras y cuchillas en los antebrazos.

Imaginad cómo tuvo que ser mi entusiasmo que tras ver dos veces seguidas la cinta, conseguir convencer a mi madre para volver al videoclub al día siguiente y alquilar la segunda cinta que había disponible en el videoclub. Cinta que visioné tres o cuatro veces ese fin de semana y que comenté con entusiasmo el lunes siguiente de vuelta al colegio. Repetí la operación el fin de semana siguiente con lo que vi los primeros ocho capítulos de la serie con verdadero fervor de fan.

Al poco tiempo la serie llegó a la televisión y la pude seguir con regularidad aunque el impacto inicial ya había pasado y pronto llegarían nuevas propuestas (la mencionada Dragon Ball) que me harían dejar de lado a las Tortugas Ninja. Eso no quita que no fuera a ver la película cuando se estrenó a pesar de las largas colas en el cine y que siguiera tarareando la pegadiza tonadilla de la cabecera durante mucho tiempo. Teenage Mutant Ninja Turtles. Heroes in a half shell!!!

icono_michelangelo Select Turtle… ¡Fight!, por Jordi T. Pardo

Mi relación con las Tortugas Ninja fue bastante intensa durante esos años que quedan entre medias de lo que llamamos infancia y adolescencia. Había series, películas y personajes que me marcaron más al recordar esta etapa de mi vida, pero las Tortugas Ninja estaban de moda y no había manera de dejar eso a un lado. Los muñecos, tantos las imitaciones más o menos logradas, como las espectaculares figuras articuladas oficiales de Bandai, se convirtieron en uno de mis tesoros más preciados y mi primera caída en el coleccionismo compulsivo. Tenía alguna horrorosa cometa que nunca llegué a hacer volar y un puñado de camisetas falsas de mercadillo, de esas que cambiaban los colores de las imágenes con total impunidad y que hoy nadie se atrevería a ponerse en público por honrosa vergüenza ajena. Los tiempos han cambiado, en la actualidad es muy fácil encontrar camisetas, mochilas y miles productos y accesorios de tus series de televisión, películas y cómics favoritos, pero entonces eso no existía.

También estaba el álbum de cromos oficial que venía con un póster desplegable que estuvo colgado en mi primera habitación durante mucho tiempo, y que me ayudó a percatarme al observarlo desde el otro lado de la cama de una importante verdad: me estaba quedando miope. Por entonces las mejores colecciones de cromos, o las únicas ya puestos, eran de Panini Cómics, y, por lo que parece, así parece que será por el resto de los tiempos. Aunque también recuerdo haber coleccionado pegatinas que venían de regalo en los envoltorios de los chicles y en los yogures de Danone. La tortugamanía fue bastante pródiga y mutable para los aficionados que habíamos crecido con la serie de televisión animada clásica.


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El álbum de cromos de las Tortugas Ninja de Panini

Por su parte, las películas ejercieron en mí una fascinación y morboso interés difícil de describir. Puede que fuese debido a que era la primera experiencia que tenía con una adaptación a la gran pantalla, aunque fuese en este caso de una serie de televisión pues por entonces no tenía ni idea que estos personajes hubiesen salido de un cómic. Para mí el canon era su versión televisiva y al comparar con las películas noté que había diferencias importantes pero no me desagradaron, me llamaron la atención porque la historia parecía tener ahora un tono más adulto. Esa escena final del primer largometraje en la que las Tortugas Ninja celebraban la victoria y gritaban junto a su maestro un «¡De puta madre!» me desconcertó durante muchas semanas pensando que esa pudiese ser la verdadera traducción del clásico “¡Cowabunga!” que todos conocíamos. La experiencia se repitió con la segunda entrega, Las Tortugas Ninja II: El secreto de los mocos verdes, pero a día de hoy no he llegado a ver ese cierre de la trilogía que prometía Las Tortugas Ninja III. No salí defraudado de la secuela pero para cuando se estrenó la tercera parte yo había perdido el interés por mis verdosas amigas.

También mi tiempo se dividida en otras muchas aficiones, y una de ellas eran los videojuegos que consumían muchas horas de mis fines de semana. La primera consola que había tenido en mi vida era una NES a la que dediqué horas y horas para pasarme juegos como Super Mario Bros. 3, Los Simpsons. Bart vs. The Space Mutants, Ghost and Goblins y otros tantos que alquilaba cada semana en el videoclub. Pero cuando esta consola llegó a mi vida Mega Drive y Super Nintendo ya llevaban bastante tiempo en el mercado. Luego me pasó algo similar al comprarme una Mega Drive «fuera de temporada» aunque la exprimí al máximo dando caña a juegos como Sonic the Hedgehog (y secuelas), Street of Rage II, Road Rash II, Dynamite Headdy, Worms, Sunset Riders y otros miles más de los que hoy sigo disfrutando en emuladores y páginas online como SSega. En esta época mi género favorito eran las plataformas y los llamados beat ‘em up, los que menos los de deportes y lucha; clásicos como Street Fighter II o Mortal Kombat me resultaban frustrantes pues por sencillos que fuesen nunca lograba realizar las combinaciones de botones adecuadas para las técnicas especiales y combos.

La excepción a esta regla era Teenage Mutant Hero Turtles: Tournament Fighters, un videojuego de Konami que salió al mercado en 1993 y un arrebató me lo compré a pesar de mi maltrecha economía. La historia era simple y directa, las Tortugas Ninja, y algunos de sus amigos, habían traspasado la barrera del tiempo a través de una nueva dimensión para enfrentarse a sus peores enemigos. Significase lo que significase eso lo importante es que la propuesta nos enganchó a mi hermano y a mí, nos picamos como con pocos videojuegos y hasta llegamos a las manos en no pocas ocasiones. Nada que no pueda comprender cualquiera que haya tenido un hermano pequeño y las habituales discrepancias por «el mando bueno» y las acusaciones mutuas de trampas. En un principio Donatello se convirtió en mi tortuga pues era el que lo tenía más largo. Su bastón contaba con ventaja de cara al resto de adversarios aunque había que ver cómo se las gastaba la April O´Neill de este videojuego. Para cuando adquirí la experiencia suficiente mis preferidos eran Leonardo o Raphael porque me permitían tanto atacar a distancia como salir bien librado del cuerpo a cuerpo. La ausencia de Splinter, Bebop y Rockesteady era imperdonable pero aun así, pensando en las horas de diversión que me proporcionó el juego, especialmente con las aplastantes derrotas que infringía a mi hermano y amigos, no puedo más que recordar con cariño unos años en los que las Tortugas Ninja y yo éramos uña y carne.

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Teenage Mutant Hero Turtles: Tournament Fighters. Hoy todavía lo conservo.

icono_rafael Quelonios en pantalla grande, por Juan Luis Daza

Desde que el cómic independiente creado por Kevin Eastman y Peter Laird se convirtió, contra todo pronóstico, en una franquicia de proporciones mundiales con series de animación, figuras de acción, nuevas colecciones en viñetas, ropa, pósters y demás productos derivados del merchandising la idea de realizar una adaptación en imagen real de las aventuras de Raphael, Leonardo, Donatello y Michelangello no tardó en tomar forma. La productora independiente New Line Cinema que por aquel entonces todavía exprimía el éxito de la saga Pesadilla en Elm Street creada por Wes Craven y que en años después haría lo propio con la de El Señor de los Anillos encabezada por Peter Jackson sería que la que se llevara la tortuga al agua adaptando los personajes a la gran pantalla.

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En 1990, en plena fiebre de la tortugamania que un servidor vivía inténsamente con poco más de ocho años comprando las figuras de Bandai. los distintos ábums de cromos y coleccionado las variascolecciones de cómics (no la original de Eastman y Laird, que descubrí años después) de manera compulsiva se estrenó la primera película en imagen real de las Tortugas Mutantes Adolescentes Ninja. El producto, Teenage Mutant Ninja Turtles o Las Tortugas Ninja en España, estaba dirigido por el irlandés Steve Barron que por aquel entonces se dedicaba al mundo del videoclip (Madonna, Bryan Adams), fue escrito por Todd W. Langen y Bobby Herbeck y tenía como ideólogo del diseño de los disfraces de las tortugas y de la marioneta que daba vida al maestro Splinter al mítico Jim Henson y séquito de ayudantes. Las Tortugas Ninja fue todo un éxito a nivel mundial llegando a ser durante bastante tiempo la película independiente más taquillera de todos los tiempos y un producto que satisfizo a todo tipo de fans de los quelonios que tomaron Manhattan.

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Esta primera incursión de las Tortugas Ninja en el mundo del largometraje acertaba de pleno al amalgamar el tono oscuro, urbano y hasta cierto punto crudo del cómic original de sus creadores con la simpatía, el tono socarrón y el humor simple pero efectivo de la serie animada. Con este equilibrio entre sobriedad adulta y humor para todos los públicos el film de Steve Barron consiguió agradar a distinto tipo de espectadores tanto a los neófitos como a los que ya conocían las aventuras en papel de las cuatro tortugas mutantes. Si se revisa a día de hoy un producto como Teenage Mutant Ninja Turtles se confirman dos ideas con respecto a ella. La primera es que indudablemente nos encontramos ante un producto de consumo, una obra realizada para rascar millones en la taquilla y que en más de un sentido está dirigiio a un público infantil/juvenil. El segundo es que la profesionalidad con la que está rematada, lo bien expuestos que están sus personajes que son reconocibles para los conocedores de las correrías de tan icónicos personajes, lo bien usados que están los efectos animatrónicos de Henson (Splinter parece un personaje más de la cinta, no una marioneta animada mecánicamente) y lo adecuadamente que interactuan con los actores reales, la Apriel O’Neil de Judith Hoag, el Casey Jones de Elias Koteas o el Shredder de James Saito, hacen que esta producción de 1990 supere holgádamente a casi cualquier producto comercial del Hollywood actual, conteniendo incluso alguna escena emocionante como la de la aparición del roedor sensei de las tortugas en la fogata nocturna.

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Sólo un año tardó en llegar la secuela titulada Teenage Mutant Ninja Turtles II: The Secret of the Ooze, Las Tortugas Ninja 2: El Secreto de los Mocos Verdes aquí en España. La silla del director está vez la ocupaba Michael Pressman, un realizador asiduo del mundo de las series televisivas (todavía hoy lo sigue siendo rodando episodios para Elementary o Blue Bloods) y el guión está vez estaba escrito por Todd W.Langen en solitario. La cinta, que vio la luz cuando la tortugamania estaba en todavía en lo más alto, volvió a ser un éxito de taquilla pero no tanto como su predecesora. Esta secuela atenuaba un poco el tono oscuro de la primera entrega y se entregaba con más intensidad al humor, al tipo de cine familiar y a cierta comercialidad que en ocasiones estaba bien expuesta en pantalla y en otras llegaba a sonrojar al espectador, como todo lo relacionado con el rapero Vanilla Ice y su insufrible y machacón tema Go Ninja, Go!. El producto tenía aciertos (de nuevo la caracterización de las tortugas y Splinter como personajes, las escenas de lucha, los chicos de la Jim Henson Creature Shop lucíendose con Tokka y Rahzar) y fallos (la ausencia del Casey Jones de Elias Koteas y cambiarnos la April O’Neil de la atractiva Judith Hoag por la de Paige Turco, que por aquel entonces parecía una «señora mayor») pero si un servidor tiene un grato recuerdo de él es porque fue la primera película que vi en pantalla grande en el ya extinto «Cine Olympia» de mi localidad, un lugar de ensueño para un crío de ocho años que veía por primera vez en un cine a sus personajes favoritos.

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En 1993, cuando Las Torugas Ninja 3 (Teenage Mutant Ninja Turtles III: Turtles in Time) vio la luz en las taquillas de todo el mundo, la tortugamanía se había atenuado considerablemente y eso se dejó notar en esta tercera entrega de la saga. Escrita y dirigida por Stuart Gillard en esta ocasión nuestros quelonios favoritos viajaban en el tiempo para visitar el Japón feudal del año 1603. Aquí ya no había miramientos, la intención del film era que el humor y el carácter infantil se apoderara de la velada por mucho que esa visita al país del sol naciente en una época en la que los samuráis campaban a sus anchas incitaba a que las secuencias de acción se convirtieran en el núcleo de la trama, y haberlas haylas, por supuesto, pero en no mucha cantidad. Recuperamos a Elias Koteas como Casey Jones, Paige Turco sigue siendo una April O’Neil inferior a la de Judith Hoag y la ausencia de Jim Henson se deja notar en el inferior diseño de las tortugas y Splinter (este último pasándose todo el metraje asomado a un ventanuco de mala muerte casi sin interactuar con el resto de personajes) y la ausencia de villanos de peso como Shredder hirieron considerablemente al film. Pero la película transmitia buen rollo por todos sus fotogramas, era desenfadada y conseguía que el tema Tarzan Boy del grupo Baltimora se quedara grabado a fuego en la mente del espectador.

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Como se ha podido ver, y por mucho que se trate de tres mediocridades sin mucha trascendencia, un servidor guarda especial cariño a la trilogía original en imagen real de las Tortugas Ninja creadas por Kevin Eastman y Peter Laird, sobre todo a esa segunda entrega que fue la que me desvirgó cinematográficamente en una época en la que los niños todavía aplaudían en el cine cuando veían a sus personajes preferidos hacer su presentación al inicio del metraje. Pero también disfruté considerablemente, y de manera bastante inesperada, la versión producida por Michael Bay de 2014 con dirección de Jonathan Liebesman y guionizada por Josh Applebaum, Andre Nemec y Evan Daugherty. Los trailers me confirmaban que en lo estético la película tenía todas las papeletas para no gustarme un carajo, pero contra todo pronóstico debajo de la hipetrofia visual, los efectos digitales masivos y la sobreproducción propia de las obras dirigidas o apadrinadas por el director de La Roca o Dolor y Dinero latía una caracterización totalmente fiel a la personalidad de los personajes originales (siempre si hablamos, una vez más, de una mezcla de los roles en papel y de ficción televisiva o cinematográfica) y un cariño más que notable por el material original. Por este y otros motivos espero con ganas esa Las Tortugas Ninja 2: Fuera de las Sombras que se estrena en España este viernes para recordarle a mi yo de ocho años que gritar ¡Cowabunga! no tiene edad y nunca pasará de moda.

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En la última Feria Internacional de Turismo recordando los viejos tiempos con Leonardo

icono_leonardo La visión de un escéptico, por Luis Javier Capote Pérez

Antes de empezar, he de confesar que la fiebre de las Tortugas Ninja me pilló ya un poco talludito. Mi recuerdo más lejano es una recreativa en la que se tomaba la versión animada de los ochenta para crear un juego de lucha y avance (en la línea de títulos tan famosos en la época como Final Fight o Target: Renegade). Poco después, en diciembre de 1990, el número de la revista Micromanía informaba que, tras la Bat-manía y la fallida Tracy-manía, había llegado la Tortuga-manía: se estrenaba la primera de las tres películas que, en el primer tercio de la década de los noventa del siglo pasado, aprovecharían el tirón de una franquicia que empezó homenajeando y parodiando los trabajos de Frank Miller en Daredevil o Ronin. El sano cachondeo de estas cintas y el descubrimiento de los tebeos originales hizo que viera a los cuatro quelonios con otros ojos (y además, sus juegos de lucha eran muy divertidos, a qué negarlo).

Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención es el hecho de que, hasta fechas bien recientes, el cuarteto de discípulos del viejo Splinter se haya prodigado poco fuera de su propia franquicia. Personajes de ficción tan célebres como Terminator, Predator, Robocop o Alien han paseado tuercas, babas y cuchillas por territorios ajenos. Sin embargo, estos cuatro caballeros reptiles dosificaron su participación más allá de sus dominios, de la mano de personajes de lo más variopinto y diferenciado. Echemos una mirada:

Usagi Yojimbo: el conejo guardaespaldas creado por Stan Sakai compartió con las tortugas no solo editorial, sino también unas cuantas aventuras en las que, primero Leonardo y luego todos ellos vivieron aventuras en el Japón del S. XVII. En contrapartida, el hábil espadachín lagomorfo visitó la serie de animación de los ochenta y la de principios de este siglo, llegando a verse en este último caso una aventura basada en los relatos narrados desde hace más de treinta años por el señor Sakai.

Power Rangers: Uno de los encuentros más singulares se produjo en la pequeña pantalla, cuando la productora responsable de las aventuras de otros jóvenes adolescentes con poderes se hizo cargo de una adaptación televisiva de las tortugas ninja. La serie de animación clásica tocaba a su fin en 1992 y poco después, Saban Entertainment hacía equipo con Toei y Mirage Studios para tomar el testigo, usando premisas y estética de las películas de esos años. El resultado fue una sucesión de cambios (especialmente en las armas y en el uso del término “ninja”), la adición de Venus de Milo (una kunoichi quelonia) y una continuidad más en la que los conceptos creados por Eastman y Laird eran la inspiración para nuevas historias. El invento no duró más allá de una temporada, pero dejó para el recuerdo este descacharrante encuentro.

Fuera de los anteriores, creo que me quedaría con Turtles forever, la película en la que las tortugas de la serie animada de 2003 se encontraron con distintas versiones de sí mismas –como las de su antecesora de los años ochenta- hasta visitar el universo original. Un bonito homenaje al concepto de Tierras infinitas surgido en DC Comics y al que tanto se debe en el ámbito de los tebeos. En mi opinión, las nuevas tortugas ninja tienen un diseño espantoso y las historias que les ha tocado protagonizar son horripilantes, pero una franquicia de estas características tiene siempre la oportunidad de presentar nuevas versiones.

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CapitanPescanova
CapitanPescanova
Lector
17 junio, 2016 17:46

Muy interesante el artículo para aquellos que crecimos con estos simpáticos personajes, sólo un apunte, no sabía que su serie se retransmitió hacia atrás en el tiempo, que innovadores xDDDD (supongo que es una errata lo de que su serie animada se emitió desde 1986 hasta 1966, pero me ha hecho gracia).

Volta
Volta
Lector
17 junio, 2016 20:54

Yo caí rendido a la tortugamanía, con el álbum de cromos de panini, la figura de Donatello y también recuerdo el estreno en el cine de mi barrio, la cola daba la vuelta a la esquina y ocupaba dos calles. Era imposible escapar a su encanto.

Dultyx
Dultyx
Lector
21 junio, 2016 15:21

Las Tortugas Ninja fueron parte de mi infancia, y también coleccioiné el álbum de cromos xD Las películas, la primera me encantó, y la segunda me pareció patética, aunque incluso una escena como la del concierto tenía su ritmazo xD De la tercera no me acuerdo ya