#ZNCine – In memoriam, Bud Spencer

La tarde del día de ayer trajo desde Italia una noticia que, no por esperada resulta menos triste: el fallecimiento del actor Bud Spencer. A la edad de ochenta y seis años el intérprete italiano nacido Carlo Pendersoli abandonaba este mundo, llevándose con él un pedazo de la infancia y la adolescencia de varias generaciones de espectadores europeos y latinoamericanos. Para la eternidad quedan memorables cintas de desenfadado reparto de mamporros, galletas y bofetadas a mano abierta.

Solo o en compañía de su colega de aventuras Terence Hill, Bud Spencer prestó su gigantesca figura para películas en las que el denominador común era la aventura para toda la familia. Su imagen de gigantón mal encarado pero con corazón de oro (y puño de hierro) se prodigó en los escenarios más diversos, pero interpretando casi siempre al mismo personaje, aunque fuera cambiado de escenario y de época: el soldado de fortuna Ettore Fieramosca; el sheriff de la Norteamérica profunda que se convierte en padre adoptivo de un jovencísimo extraterrestre; el Inspector Piedone / Zapatones de la policía italiana; el pistolero Bambino, la mano izquierda del diablo y hermano de Trinidad… desde los setenta hasta los noventa, la presencia de Spencer fue sinónimo de entretenimiento y peleas a puñetazos.

Más allá de su vertiente interpretativa, hay que reconocer que el señor Spencer tuvo una vida interesante: estudio Química y Derecho; fue deportista olímpico en tres ocasiones; trabajó en ocupaciones tan diversas como las de bibliotecario u obrero de la construcción; aprendió a pilotar avionetas y helicópteros; hablaba varios idiomas; componía y hasta interpretaba algunas de las canciones de la banda sonora de sus películas… y hasta se atrevió a entrar en política, presentándose o haciendo campaña por partidos de la derecha italiana. Muchas actividades para casi nueve décadas de existencia.

El visionado de sus filmes constituye en la actualidad uno de tantos placeres culpables para quienes ya peinamos unas cuantas canas. Las aventuras del dúo Hill y Spencer no pasarán a la historia del séptimo arte por la calidad de sus guiones o la profundidad de sus argumentos, pero entretenían de una forma similar a la que podría predicarse del slapstick habitual en los días del cine mudo. Como decía el propio don Bud en una entrevista en 1989, sus películas no tenían nada que ver con las que protagonizaban los antihéroes de aquel momento –léase Rambo-: muchos porrazos pero nada de sangre ni vísceras. En la década siguiente, la fórmula se llevaría a la televisión y Spencer repetiría su arquetípico personaje en series como El maxipolicía o Non siamo angeli. Curiosidades de la vida, su compañero de fatigas sería Philip Michael Thomas, el otrora popular Ricardo Tubbs de Corrupción en Miami. En las raras ocasiones en las que Spencer decidió salirse del registro habitual y único, demostró ser un intérprete competente, aunque es más que probable que sin su arquetipo actoral hubiera pasado sin pena ni gloria. El cine puede devorar carreras con tanta facilidad como cualquier otro sector del mercado del entretenimiento.

Bud Spencer ya no está, pero nos quedan sus películas y el grato recuerdo de otros tiempos de visitas al videoclub y de alquiler repetido y constante de sus títulos.

P. S. Cuando decidió dedicarse a la cosa del cinematógrafo, don Carlo decidió buscarse un nombre artístico que sonara a anglosajón. Para ello, combinó la denominación de su cerveza favorita (Budweiser) con el nombre de su actor preferido (Spencer Tracy). Con el tiempo, cambió oficialmente su nombre de nacimiento por el pseudónimo cinematográfico y en su única aventura electoral concurrió como Bud Spencer.