Vampir

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Edición original: Vampir (Guy Delcourt, 2007).
Edición nacional: Vampir (Fulgencio Pimentel, 2013).
Guión, Dibujo y Color:
Joann Sfar.
Formato: Tomo cartoné 216 págs.
Precio: 25€.

 

A poco que aprecien -como yo- el mito vampírico, desde sus oscuras raíces tradicionales a sus rutilantes éxitos literarios y cinematográficos, creerán que poco nuevo se puede extraer de esta mina explotada concienzudamente. Hemos visto de todo: desde la lánguida Carmilla de Sheridan Le Fanu a la seducción infecciosa del Drácula de Bram Stoker, pasando por la caballeresca interpretación de Bela Lugosi, la más carnal de Christopher Lee o la directamente monstruosa de Max Schreck (Nosferatu, 1922) hasta llegar a las bestias voraces de 30 días de oscuridad o las criaturas enamoriscadas de Buffy o Crepúsculo. Ni a la parodia ha escapado y ahí le tenemos sentando la cabeza como respetable padrazo de La familia Monster. En los tebeos su presencia ha sido constante tanto en adaptaciones (Conde Drácula) como en formulaciones nuevas (American Vampire) e incluso se han inmiscuido en los tradicionales mundos superheroicos de Marvel o DC para enfrentarse a la Patrulla-X, Batman o Superman. El vampiro bueno, tipo Blade o Andrew Bennett (Yo, vampiro), se ha convertido, también, en un lugar común. Parece que no queda registro sin tocar… ¡Un momento! ¿Pero qué veo? ¿Un vampiro neurasténico? ¡Paren las rotativas!

Fernand, el protagonista de Vampir, puede tener la semblanza de Nosferatu (aunque su creador, Joann Sfar, convenga en que el retrato se acerca cada vez más al de su abuelo, Arthur Haftel), pero la realidad es que Woody Allen estaría perfecto en la piel de este chupasangre bajito, feo, inseguro, aficionado a la música y la literatura, con problemas para ligar en las discotecas (como el Allen de Sueños de seductor) y quisquilloso con los grupos de moda (como el Allen de Hanna y sus hermanas). Un nosferatu tan comedido que hinca solo un colmillo para que la víctima crea que le ha picado un mosquito, que visita de noche los museos para recordar en los cuadros la luz del sol o que acude a la piscina para mejorar su escoliosis. Tal vez las semejanzas procedan de las raíces de ambos: Sfar, como Allen, es judío. Ha tocado el tema en varias de sus obras (El gato del rabino, Las olivas negras, etc.). Es, como admite jocosamente, algo consustancial, siempre presente en su vida. Sea como fuere, el timorato Fernand resulta más adorable que temible, más entrañable que repulsivo, más triste que horroroso; en definitiva, más cercano que sobrenatural.

Conviene aclarar que Sfar tiene dos personajes con el nombre Vampir. El que nos ocupa (Gran vampir en el original) y otro que aquí tradujeron como El pequeño Vampiro, con una intención más infantil, y que básicamente es el mismo Fernand pero de niño. ¿Cómo? ¡Si los vampiros no envejecen! A nadie se le escapa la incongruencia. Preguntado al respecto en La cárcel de papel, el autor cita al japonés Leiji Matsumoto, autor de Albator, como influencia, aduciendo la creación de mundos paralelos con su propia lógica y explicando que, para él, “Gran Vampir y Vampir son dos personajes distintos, pero cuando me hablan siento que tienen la misma voz”. Una voz que adultera su memoria infantil, que saquea películas como Les Vampires, de Louis Feuillade (el realizador de Fantômas), para dar vida a unos personajes tiernos y humanos, como la inconstante Lio, el intrépido Vincent Ehrenstein o el hedonista Michel Douffon, entre otros.

La obra de Sfar está repleta de vasos comunicantes. En las páginas de Vampir se dan cita protagonistas famosos de otras series como el Profesor Bell y su colaborador Ossour. Otros pertenecen más bien a la categoría de homenajes o cameos, como ese cliente de la tienda de discos con sospechoso parecido a Robert Crumb o esa fiesta de monstruos entre quienes podemos ver bailar a Spawn, la creación de Tod MacFarlane. Tampoco faltan engendros míticos como el Golem, momias, fantasmas de variado pelaje, brujas o mandrágoras. Fernand se mueve en un misterioso ambiente nocturno donde lo extraordinario es corriente, donde lo maravilloso no mitiga el hastío de la vida eterna que, al final, gira en coordenadas reconocibles: la soledad, el desamor, las pequeñas rutinas que nos mantienen en la brecha. A medio camino entre la risa y la melancolía, entre la resignación y el deseo, Vampir acoge toda clase de criaturas para hablarnos de una sola: el ser humano.


La técnica narrativa ofrece algunas peculiaridades. Por lo pronto, la distribución de las viñetas. Sfar confía la primera historia a una invariable diagramación de 3 filas y 2 columnas, lo que le da una solidez característica, como de serie de tv, donde el ritmo viene dado por el movimiento de los personajes dentro del cuadro. Es también la retícula básica del segundo capítulo, con la única excepción de las páginas 91 y 92. En los episodios tres y cuatro sigue siendo la plantilla predominante, pero las excepciones son ya muy numerosas, siempre para agregar más viñetas, con páginas (como la 138) que llegan a reunir hasta 12. En estos casos la colocación no siempre es regular (véase pág.139), como si se saltase la regla inopinadamente, sin que se esconda detrás de la trasgresión una intencionalidad definida. En otros momentos, sin embargo, sí está clara una voluntad concreta de alimentar la tensión (p.ej.: la creación de los monstruos en las págs.142-143 o la visita al sospechoso dentista en las págs.166-167, donde la cadencia sofocante descansa también en miradas y primeros planos). Pese a estos cambios, la mancha de la página es homogénea, sin viñetas a sangre ni figuras que escapen de los márgenes establecidos (con la única excepción de la plancha 163 y alguna tira de las págs. 146 y 153). Resulta curioso, pues Sfar prescinde de las líneas rectas para los marcos. Los cuadros quedan presos de líneas ondulantes, como las que se usan para recuerdos o visiones subjetivas. Tampoco estas “ondulaciones” son fijas, por cierto. Se acentúan en alguna de las varias visitas a discotecas de Fernand (p.ej.: pág. 91-92).

Imposible pasar por alto el uso del color. El dibujo nervioso, expresivo, un tanto delicado, capaz de integrar modos sintéticos de la animación (como las líneas del hombre árbol o de Suspiro) con usos más propios del underground (como el feísmo de Michel) queda armonizado con unas tonalidades espesas, definitorias, como el gris de Fernand, el blanco de Aspirina y su hermana o el verde de Lio. Merece atención la visita al garito Katabar entre las páginas 182-184, resuelta con un llamativo contraste entre los blancos y los rojos. Como tantas veces antes, Sfar, de quien a menudo se citan las influencias de Searle, Sempé, Quentin Blake o Chagall, no es un ilustrador “académico”, de dominio anatómico magistral y perspectivas inauditas sino un historietista versátil, capaz de despertar emociones con su trazo tembloroso y sus caricaturas deliciosas.


Joann Sfar (Niza, 1971) saltó a la fama por su participación en la serie La mazmorra, junto a Lewis Trondheim y un variado plantel de dibujantes. Creador prolífico, entre sus obras destacan Pascin, El gato del rabino, Chagall en Rusia, El minúsculo mosquetero, La hija del profesor o El principito. Debutó en la realización cinematográfica con el biopic de Serge Gainsbourg estrenado en 2010. Vampir es uno de sus trabajos más populares y admirados, como demuestra que la productora Arena Films haya adquirido los derechos para el cine tras el éxito de su versión infantil en la pequeña pantalla. En palabras de su autor: “Vampir nació cuando descubrí el Nosferatu de Murnau. La bodega de la que emerge son las tumbas rusas del cementerio del castillo de Niza. Michel Douffon es un homenaje al reverendo Dogson, alias Lewis Carroll. Vincent Ehrenstein debe mucho a Franz Kafka, pero también a Humphrey Bogart. El Golem es Meyrink, la mandrágora es Ewers. La sombra de Serge Gainsbourg sobrevuela todo este universo. Los cuadros de Klimt, las películas de Tod Browning, Lon Chaney, Bela Lugosi, Fritz Lang, El gabinete del Doctor Caligari, pero también las series B de la Hammer con Peter Cushing”. Si este suculento cóctel de referencias no les ha producido un escalofrío en la espina dorsal solo hay una conclusión posible: ¡los no-muertos son ustedes!

Vampir llegó a España en 2006 de la mano de Sins Entido, que publicó dos álbumes. Ahora, Fulgencio Pimentel acomete la edición integral de la obra en dos volúmenes imprescindibles. El primero, en tiendas desde el mes pasado, incluye los cuatro álbumes iniciales (1. Cupido pasa de todo; 2. Pensando en humanas; 3. Trasatlántico en solitario; 4. El muelle de las morenas), más jugosos extras. La siguiente entrega, titulada Aspirina, está prevista para el año próximo.

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elrulo
elrulo
Lector
3 diciembre, 2013 10:15

Hola, Javier. No conozco nada de Vampir pero por tu reseña tiene una pinta estupenda y me has obligado a tomar medidas. Una pregunta: ¿qué tal para una niña de 10 años? Le presté mis Bone a una sobrina y los ha devorado a toda velocidad, incluso ha obligado a sus padres a hacerse con toda la colección. Y como se acerca la Navidad…

Sputnik
Sputnik
Lector
3 diciembre, 2013 14:03

Se lo pedí a Sus Satánicas Majestades para esta navidad. Ganas locas: este señor me gusta mucho!

batlander
batlander
Lector
3 diciembre, 2013 15:29

A la saca.

the drummer
the drummer
Lector
3 diciembre, 2013 17:17

javier, te odio (creo que ya te lo había dicho en alguna otra ocasión)

Sputnik
Sputnik
Lector
3 diciembre, 2013 19:50

De lo que te has olvidado es de… CONDEMORL!!
( y una mención a Draculín, por la nostalgia)

batlander
batlander
Lector
3 diciembre, 2013 20:02
Magatsu
Magatsu
Lector
4 diciembre, 2013 9:32

Siempre que llega la Navidad, aparece un cómic inesperado que se cuela en mi lista a velocidad de vértigo.

Esta Navidad le toca a Vampir, parece ser.

Muy interesante la reseña, sí señor.