¡CRACK!

El sonido húmedo y nauseabundo del cráneo del cazador llena los oídos de Superman y aceleran su adrenalina. ¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK! Golpea con la piedra más veces, con los ojos llorosos e inyectados en sangre. Gritando de rabia. Cuando comprueba que ya está más que muerto agarra su cadáver y le habla, dirigiéndose a la cabeza deformada y ensangrentada.

«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me has obligado a matarte?» Lanza el cuerpo hacia el suelo y, de rodillas, mirando al cielo, grita de rabia y frustación, llorando, cabreado. Vuelve a mirar al cuerpo, que empieza a desvanecerse.

Intenta agarrarlo, pero sólo coge puñados de tierra. «No, no, otra vez no, no no no». Apoya la frente contra el suelo. Intenta controlar su respiración. Comprueba sus heridas. Sangra por bastantes puntos nuevos. La herida del hombro se le ha vuelto a abrir y durante la lucha ha perdido el vendaje. Intenta incorporarse a duras penas, cada movimiento es un suplicio. Decide sentarse y empieza a arrancar trozos de tela de su ya muy harapienta capa para vendarse la herida del hombro.

Se acerca al río que estaba siguiendo para retomar su marcha y así lavarse las heridas. En el costado izquierdo tiene un corte elegante. Va a tardar en tapar la herida. No le quedan hojas de aloe, por lo que recurre al barro para taparse el corte. «Tengo que seguir, estoy cerca». Oye el sonido de la cascada, así que avanza todo lo rápido que puede, recogiendo una nueva rama de un árbol caído en la orilla, para ayudarse a andar. Cada vez es más complicado, al magullado costado izquierdo de su cuerpo le cuesta reaccionar y la rodilla derecha le duele tras las patadas recibidas por el cazador.

Sortea la maleza ayudándose de una rama que improvisa como machete para apartar las ramas. A cada paso que da se araña con las zarzas y los ramajes. «Cómo echo de menos mis poderes», reflexiona, alterado. Gruñe, protesta, se encuentra totalmente fuera de sí. Sin embargo, la cascada está cada vez más cerca, por lo que el bramido del agua le da energías para continuar. Sabe que tras la caída del agua se encuentra la maldita fortaleza, donde espera encontrar a sus compañeros de la Liga de la Justicia. Y donde espera ser de utilidad y no una carga, pues ahora mismo sería vencido en combate contra cualquiera que tenga manos y pies. «Ahí está».

Se acerca a la orilla y vislumbra la caída. Se aproxima al extremo, para ver bien dónde va a caer. «Sin duda es una gran caída, pero es el camino más rápido. Ahí está, la fortaleza. Puede que haya alguien esperándome». El río cae entre dos paredes verticales, por lo que bajar reptando no es una opción. En el embarcadero continúa habiendo un barco, por lo que se tranquiliza. «La carena de ese barco debe ser de unos dos metros, por lo que debería haber suficiente profundidad para que al caer no me golpeara contra el suelo. Solo espero que no haya rocas debajo de la cascada. Tengo que hacerlo». Tira el improvisado bastón y se prepara para lanzarse al agua.

«¿Qué es ese sentimiento? ¿Vértigo? ¿Quién me lo iba a decir? Yo, que soy Superman, que he volado por el mundo, el espacio y en otros planetas, que he atravesado la atmósfera a grandes velocidades, casi imperceptibles para el ser humano, sintiendo vértigo por una caída de unos diez metros. Sin duda, después de todo lo que estoy pasando, este es uno de los peores momentos de mi vida. Me siento avergonzado de mi mismo y humillado por las circunstancias. Pero he sobrevivido a este fatídico día y tengo que sobrevivir a esta caída».

Coge aire, mira al cielo. «Lois, Jon, os quiero».

30 horas antes

El estruendo retumba en toda la isla. Bandadas de distintas aves huyen en todas direcciones, a la vez que se oyen rugidos, bramidos y alaridos de todas las especies de animales que habitan el lugar. Los gigantescos árboles se tambalean en distintos lugares. Uno en concreto es atravesado por el cuerpo de Superman, que rebota por los troncos hasta precipitarse a peso muerto contra el suelo, con tan mala suerte que una enorme rama le aplasta el brazo izquierdo, quedando inconsciente boca arriba.

Pasan unas horas y empieza a despertarse. El sol le ciega cuando intenta abrir los ojos. Los rayos de esa inmensa estrella de la que bebe su poder se le clavan como agujas en las córneas, provocando que los párpados las aplasten. Se tapa la cara con su mano derecha, a la vez que descubre que tiene la izquierda atrapada. Respira con dificultad, extrañado. «¿Por qué no puedo abrir los ojos? ¿qué me pasa? ¿dónde estoy?», está desorientado. Siente la zona lumbar dolorida, el cuerpo entero le pesa, tiene arañazos aquí y allá, algunos más profundos que otros, la cabeza le va a estallar. Y lo que más perplejo le deja: tiene ese sabor metálico de la sangre en la boca. «No puede ser. No puedo estar en otro planeta. No hemos salido al espacio, íbamos siguiendo el rumbo por el Pacífico… ¿por qué siento dolor? ¿por qué sangro?».

Se le acelera el pulso, empieza a ponerse nervioso. Descubre que un tronco le está chafando el brazo izquierdo y no puede incorporarse. También le duele mucho el costado, por lo que sabe que tiene al menos una o dos costillas rotas. «Vale, tengo que quitarme esto de encima… no tengo poderes… debo de estar bajo el influjo de la kryptonita, pero no me siento tan mal como otras veces… debe ser una variante. Si he perdido mis poderes, debe ser kryptonita dorada, porque estoy convencido de que sigo en la Tierra. Este sol no es rojo ¿podría ser obra de Mr. Mxyzptlk usando su kriptonita carmesí? De todas formas, no veo el brillo del mineral por ninguna parte, ni siento que tenga nada clavado en mi cuerpo. Ya lo averiguaré, pero ahora tengo que quitarme este tronco de encima».

Mantiene la calma y analiza su situación. Haciendo fuerza no consigue moverlo. Otea alrededor y ve una piedra a la que llega estirando su brazo derecho. La coge y la usa para cavar debajo de su brazo, lo suficiente para hacer girar el codo y liberarse. Pero el dolor de la presión no desaparece, se palpa y nota una posible fisura cerca del hombro…el cual, se da cuenta, tiene dislocado. Trata de tranquilizarse y actuar. Rompe un jirón de su capa para atarlo a la muñeca, con ayuda de la mano derecha y los dientes. Se acerca a una de las ramas bajas de los árboles más próximos y ata el otro extremo con toda la fuerza que puede. «Venga, sabes cómo tienes que girar el brazo para encajarlo». Pone la mente en blanco y tira con fuerza. CLACK. CLACK. Suelta un grito de dolor instintivo, tan alto que asusta a las aves de alrededor. Oye el eco de su alarido. «Bueno, ya está en su sitio. Solo falta que mi grito lo hayan escuchado Diana, Bruce y los demás».

Palpa su magullado cuerpo y comprueba que tiene dos costillas rotas en el costado izquierdo. «Dos costillas falsas, posiblemente una tercera, una flotante a lo mejor». Rompe otro jirón de su capa, para pasarlo alrededor de su tronco, tratando de ganar seguridad y protección de sus movimientos. Al tratar de andar comprueba que la rodilla izquierda le molesta, pero no tanto como para no poder caminar. La parte izquierda de su cuerpo se ha llevado la peor parte de la caída.

«Bueno, no podré correr ni volar, pero podré andar y encontrar a mis amigos».

Observa el entorno en que se encuentra. El suelo está inclinado, por lo que está en la ladera de uno de los promontorios que forman la zona montañosa que ha vislumbrado antes de perder el conocimiento y caer súbitamente en esa isla. «Supongo que desde lo alto de la cumbre podré tener una visión del lugar y a lo mejor encontrar lo que quede del Zorro Volador. Por cierto, he perdido el intercomunicador, seguramente durante la caída». Entonces decide ponerse en marcha hacia el punto más alto de la isla, con la esperanza de que su soledad dure lo menos posible.

– Por aquí, ya lo veo. ¡Es el kryptoniano!

Escucha unas voces entre los arboles, cercanas. Pero no consigue verlas.

– ¿Hola?

– Es él, sí. Superman. El premio gordo.

– ¡Hola amigos! me viene bien encontrar compañía en lugar como …

¡BAM!

Un disparo le atraviesa el hombro. Cae estupefacto al suelo, gritando de dolor. Le arde la herida, ha sido en el hombro izquierdo, encima en el izquierdo.

– A por él.

Tres hombres vestidos de cazadores y armados con rifles aparecen entre la maleza. Se le acercan con velocidad y empiezan a golpearle cuando comprueban que está vivo. Superman está atónito. Le están dando una paliza tres desconocidos. Siente una patada en la columna vertebral. Un puntapié en el hígado. Una suela le aplasta la cabeza. No puede reaccionar. El dolor del hombro es insoportable. Trata de protegerse con las manos como puede. «Tienes que salir de ésta, tienes que salir de aquí». Una pausa de sus atacantes le da un segundo de respiro.

– ¿Le cortamos la cabeza?

– Sí, será lo más rápido. Prepara la bolsa, voy a sacar el machete.

«No les dejes reaccionar, no se puede hablar con ellos ahora. Van en serio». Abre los ojos y se encuentra con la pierna de uno de ellos frente a su cara. Se incorpora, agarrándose al muslo, levantando su propio cuerpo, echándose encima al cazador para elevarlo y lanzarlo detrás de él, como una llave de lucha libre. Afortunadamente Superman es más alto y tiene más envergadura que los tres cazadores. Su movimiento les ha sorprendido. Procura olvidarse del dolor recibido y actúa con rapidez. Le asesta un puñetazo en la cara a uno de los otros, el que tenía el machete preparado. El de la bolsa intenta golpearle con su puño, pero para el golpe y responde. Él también detiene el golpe. Es habilidoso. Pero Superman se ha partido la cara con los peores monstruos del universo, por eso es más habilidoso aún. Le da un cabezazo en la cara, rompiéndole la nariz. «Pelea callejera de la vieja escuela». Está fuera de combate.

Se gira a tiempo para detener un intento de machetazo del otro, que con una rodilla aún hincada al hombro trataba de sorprenderle. Superman le da un rodillazo en la cara y lo tumba. Después continúa con una patada en el estómago. Por detrás le viene el primero, reincorporado tras la caída. Intenta estrangularle con una cuerda, aupado sobre su espalda, agarrándose con los pies en su tórax. Lo tiene bien cogido. El de la nariz rota prepara una pistola. Reconoce la Smith & Wesson 44, es de corto alcance, por lo que espera que no traspase el cuerpo de su rival. Se gira, instintivamente, justo a tiempo para que el cuerpo del estrangulador quede entre él y el que dispara. Oye el tiro y el último aliento del cazador, matado por su compañero. Se quita de encima el cuerpo y se gira hacia el que ha disparado, que está blanco, lamentando lo que acaba de hacer. Se miran fijamente.

Superman está más que cabreado con lo que está pasando, más aún con lo que acaba de pasar. Mira con furia al hombre, que da unos pasos hacia atrás, tira el arma y echa a correr, alejándose de él. Antes de que le de tiempo a llamarle escucha el sonido de un nuevo disparo. Es el del tercer cazador, que ha matado a su compañero.

– Por cobarde y torpe.

Superman no cabe en sí de la sorpresa, la rabia y la furia que le está generando la situación. No sabe quienes son, por qué le atacan ni por qué ahora se matan entre sí. La impredecibilidad del ser humano siempre le ha inquietado. Se acerca a él y le golpea, le tira al suelo de un puñetazo, le quita el arma, se agacha hacia él. Tiene la cara amoratada y la boca ensangrentada. Le agarra del cuello de la chaqueta y le interroga.

– ¿Quién eres? ¿Por qué intentabais matarme?

No contesta. Se ríe y desaparece delante de él. Superman se queda agarrando el aire, perplejo. Se gira y busca los cadáveres. Pero solo llega a tiempo para ver los bultos desaparecer. «¿Qué está pasando? ¿Qué clase de lugar es este? No ha podido ser una alucinación, me duelen las heridas que me han hecho…». Comprueba los daños. El disparo del hombro está sangrando a borbotones, pero, afortunadamente, hay orificio de salida. Se tapa la herida con más jirones de capa, pero sabe que será insuficiente. Tendrá que encontrar una manera de cortar la hemorragia.

Sólo tiene moratones en el torso y en la cara. Más dolores que se suman a los que ya tenía.

Decide emprender la penosa marcha hacia la cumbre, esperando encontrar un arroyo donde limpiar sus heridas, o a lo mejor alguna planta medicinal. Por la altura del sol y la sombra que proyectan los árboles supone que son más de las cuatro de la tarde. Sabe que en esa zona del Pacífico, donde se encontraban antes de estrellarse, anochece a las siete de la tarde en esta época del año, por lo que le quedan unas horas de sol que espera sean suficientes para encontrar a los demás miembros de la Liga.

«Si estoy en la zona montañosa que había divisado en la zona Centro-Este de la isla, y teniendo en cuenta que Batman había marcado dirección sureste, podría tardar unas horas en llegar al punto al que espero vayan los demás. Allí había una edificación, una fortaleza. Ya voy recordando. ¿Qué clase de seres habrán creado la irregularidad electromagnética que preocupó a J’onn desde la Atalaya? A ver qué nos encontramos. Pero de una cosa estoy seguro, mi pérdida de poderes tiene que deberse a un asunto de magia. Sino, no me explico que esté pasando por esto. ¿Estarán bien los demás?».

La ascensión se va haciendo más exigente. Empieza a escasear la vegetación, está perdiendo cada vez más sangre. Pero descubre algo que le puede ayudar. «Eso es…parece una variedad de aloe…podría calmarme la herida y ayudar a cicatrizar». Coge unas cuantas hojas, las mastica y hace una pasta para aplicarla en la zona más afectada, así como en otros cortes provocados durante la caída y su paso por las ramas.

Tras un tiempo que le parecen horas ascendiendo, consigue un plano lo suficientemente alto de la isla. Casi toda la superficie está poblada de una salvaje selva, pero divisa la fortaleza, una torre de aspecto futurista que se eleva entre los árboles. Está rodeada por un río que nace en la montaña donde se encuentra y, para su sorpresa, hay un barco atracado junto a la edificación, por lo que debe ser un río profundo. Sigue su trayecto y observa una cascada, a la que podrá llegar andando si desciende la montaña en esa dirección, pero que, según la distancia que calcula a ojo, podría tardar unas cuantas horas en llegar. No obstante, decide ponerse en marcha y adelantar antes de que termine de oscurecer, con ánimos algo renovados.

Sin embargo empieza a notar un dolor agudo en el estómago. Una punzada repentina que no cesa.

Teme que sea una hemorragia interna causada por la aparatosa caída o la paliza recibida. Se para, palpa su vientre… se echa a reír por no llorar. «Tengo hambre». Qué sensación tan desconocida para Superman, que por primera vez en mucho tiempo la situación le da para darse cuenta de lo afortunado que ha sido en su vida. Cayó en un planeta cuyas características le han convertido en un dios para los seres que lo habitan. Sensaciones molestas como el hambre le son ajenas. Dedica una oración a Jor-El, su padre, y decide continuar, mientras busca algo de alimento. Además, debe darse prisa, empieza a oler a humedad en el ambiente y comprueba una masa de nubes que se acercan por el horizonte. Tendrá que fabricarse un refugio si no encuentra una cueva o algo donde cobijarse. Todo son problemas.

Llega a una zona muy arbolada, perdiendo de vista la fortaleza. Mirando hacia el suelo buscando huellas de animales encuentra unas setas, que reconoce del género de las amanitas. «¿Debería jugármela y probarla?». Qué indecisión. También encuentra unas lombrices alrededor. «Estoy de suerte, tengo fuente de proteínas». Se acerca al arroyo naciente y bebe agua sin dudar. Empieza a experimentar una agradable sensación de alivio. Sigue doliéndole todo el cuerpo, pero al menos está comiendo. Poco le dura la alegría, pues empieza a llover de repente.

La noche se convierte en un infierno. No encuentra ningún lugar donde cobijarse, por lo que se queda apoyado en el tronco de uno de los gigantescos árboles. No consigue hacer un fuego por la inmensa lluvia. La humedad y el frío le pasan factura. Le duele la cabeza y empieza a tiritar, sin conseguir conciliar el sueño. Seguramente le sube la fiebre. Encima, sufre de descomposición por lo que ha comido. Los gusanos no le han sentado bien. O tal vez el agua. Quién sabe. Las setas no se ha atrevido a probarlas.

En un momento de la interminable oscuridad empieza a rememorar el peor momento de su vida: su muerte. Tiene miedo, lo reconoce. Teme volver a morir.

Recuerda aquel día. Acudió a ayudar a los entonces miembros de la Liga de la Justicia, Booster Gold, Blue Beetle, Guy Gardner, Maxima, Fire, Ice y Bloodwynd, que se estaban enfrentando a una terrible y desconocida criatura. Enseguida supo que iba a ser un rival duro de batir. Recuerda la sensación de incertidumbre y descontrol, como cuando encontró a una madre con su hijo escondidos cerca de la batalla.

Recuerda los intentos de ataques combinados que lanzaron contra Doomsday. Siempre le ayudado el recuerdo de que con su vida salvó la de los miembros de la Liga, pero la tristeza y la conmoción que causó al mundo su pérdida pesa más, además del propio recuerdo de perder la vida. Recuerda cada golpe. Cada uno de los dados y los recibidos. No quiere morir otra vez, porque sabe que no volvería como aquella vez. Lo peor es la razón que le llevaría a la tumba ahora. Sin luchar, sin poder ayudar a nadie, ni a civiles ni a sus compañeros esta vez. «Soy Superman, la esperanza personificada para muchos. Y podría estar muriendo bajo una tormenta, deshidratado y desangrado, mientras el resto de miembros de la JLA podrían estar luchando por salvar sus vidas».

Llora de amargura. Recuerda a Lois, el amor de su vida. A Jon, su hijo, su aliento para sobrevivir. A Lana, su mejor amiga. A Jimmy, su mejor amigo. A Kara, su familia. A Perry, a Kenan, a Bruce, a Diana, a Hal, a Barry, a J’onn, a Jessica, a Simon, a Víctor…a todos. «Tengo que salir de esta».

A la mañana siguiente, aturdido, magullado, dolorido, somnoliento, agotado, frustrado, emprende la marcha hacia la fortaleza. Cuando lleva un buen rato caminando, siguiendo el rumor del río, que apenas visualiza entre la maleza, le asalta una sombra. Le tumba al suelo y empieza a golpearle en la cara, en el pecho, en todas partes. Es el cazador. A vuelto. Y parece más recuperado que Superman.

Ahora

Se lanza al agua, nada hacia el centro de la corriente y se deja llevar. Está más fría de lo que creía. Cierra los ojos y de repente siente un puño en el estómago y una súbita sensación de velocidad. Son unos segundos interminables hasta sentir la explosión del agua. Espera la llegada del dolor, pero no se produce, no había rocas en la caída. Consigue salir a la superficie mientras sigue arrastrado por la cada vez más rápida corriente. Traga agua sin poder evitarlo. Ha caído medio tumbado, por lo que el golpe ha sido considerable, pero puede moverse. «Más dolor sumado al que tenía, pero sigue siendo soportable. Soy Superman». Nada hacia la superficie con las pocas fuerzas que le quedan, haciendo un esfuerzo ímprobo, obligando a su hombro a un esfuerzo sobenatural. Cuando la alcanza se tumba en el suelo. Es menos pedregoso que el de arriba. Le duele todo el cuerpo. Le pesa más del doble de lo normal. Comprueba sus heridas, siguen sangrando, aunque están más limpias que antes. Casi no puede moverse.

Se gira, cara al suelo, en posición de hacer flexiones, y mira hacia la fortaleza. Está a unos cientos de metros. «Tengo que llegar, si me van a matar ahí dentro que así sea, pero no moriré aquí desangrado». Intenta andar, pero se arrastra. No tiene fuerzas para levantarse. Avanza un metro en el suelo. Otro. Le duelen los brazos del esfuerzo. Las rodillas del rozamiento. «Tengo que levantarme. Voy a levantarme». Vuelve a reunir fuerzas y se pone en pie, aunque tambaleándose. Entonces ve una figura que se acerca corriendo hacia él, seguida de dos más alejadas. Es una mujer. La ve borrosa, da un paso atrás por si le va a atacar.

– ¡Clark!

– ¿Diana?

¡Es Wonder Woman! Diana de Themiscyra, su gran amiga. Y se encuentra bien, no parece herida. Detrás de ella llegan Jessica y Simon, los Green Lantern, también tienen buen aspecto. Diana le abraza.

– Clark, tranquilo. Nada de lo que pienses que estás sintiendo es lo que parece.

CONTINUARÁ

Dedicado a la memoria de Joe Shuster y Jerry Siegel, sin quienes nada de esto sería posible.

Subscribe
Notifícame
0 Comments
Inline Feedbacks
View all comments