Pingüino: Dolor y Prejuicio

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Pingüino: Dolor y Prejuicio, o cómo esperar sin esperar nada

 

Contiene: Penguin: Pain and Prejudice #01-05
Guión: Gregg Hurwitz
Dibujo: Szymon Kudranski
Formato: Cartoné, 120 páginas.
Precio: 13,95€

 

La tenía muchas ganas a Dolor y Prejuicio, pese a no conocer de su existencia hasta que se anunció en el catálogo de novedades de ECC. Me gustan los estudios de personaje y más si se trata de villanos, me interesa el trabajo de los novelistas en el mundo del cómic para comprobar cómo manejan la transición a un medio tan exigente (y porque a veces, como en el caso de Brad Meltzer, es como tirar una moneda al aire) y me gusta el personaje del Pingüino; además de ser un cabrón caballeroso con una historia trágica, que es un arquetipo hacia el que siento debilidad, creo que es un interesante término medio entre los monstruos a los que se enfrenta Batman y una mente criminal al uso tipo gángster. Sí, para eso también está Máscara Negra, pero hagan el favor de no comparármelos que me entra la risa floja.

No esperaba nada bueno ni malo de este cómic: solo me atraía por lo que prometía, más allá de opiniones o prejuicios, ya que ni siquiera conocía al equipo creativo que firma la obra. Así que, ya con catorce euros menos en el bolsillo, ¿qué he encontrado? Poneos cómodos porque, sobre todo en lo referente a la caracterización del Pingüino, hay mucha tela que cortar.

Los primeros pasos del pájaro

Su retrato durante la infancia es sencillo a la par que muy eficaz, en cuanto a que relata una historia por sí mismo, ayuda a comprender mejor al personaje y no precisa de más espacio del necesario: presenta adecuadamente una perversa situación familiar, refleja los motivos de la retorcida personalidad del villano y hace que empaticemos con su dolor. Sentimos las burlas que se vierten sobre el pequeño Pingüino como propias, por lo que a medida que crecen sus sentimientos de venganza también lo hacen los nuestros lo cual es, sin duda, uno de los puntos más fuertes de esta sección de la historia. Es de agradecer que la trama que ata a Oswald con su madre se dibuje ante el lector sin restarle crudeza, pero al mismo tiempo con una elegancia que la convierte en inquietante en vez de en desagradable. Se le podría achacar, eso sí, que puede resultar previsible. Las relaciones freudianas están ya muy vistas no solo en el cómic, no ya en la literatura, sino en todos los productos de consumo cultural: ¿quieres una relación tortuosa de fácil digestión? Freud. ¿Necesitas explicar el carácter demente de un personaje? Freud. ¿Hace falta introducir un elemento que perturbe al lector, con unas gotas de morbo? Freud. Esta visión simplificada de las teorías del vienés es un recurso cómodo y fácil de conducir, pero no sorprende. Por suerte, Hurwitz es comedido a la hora de conducir esta parte de la trama, con la ya mencionada elegancia e introduciendo más matices que el puramente sexual.

Es de agradecer, además, que se hayan introducido más matices en la historia pasada del villano. No recuerdo ninguna historia sobre el Pingüino con tanto énfasis en su familia, de modo que la fuente de marginación sean no solo los extraños, sino su propia sangre. Esto funciona a muchos niveles: por un lado, hace que su odio hacia el mundo esté todavía más justificado. Si ni siquiera tus propios hermanos te aman, ¿cómo no vas a perder la fe en los demás? Y por otra parte, alimenta el elemento amoroso que lo ata a su madre, que se erige como único refugio emocional –junto a las aves– en un mundo hostil. Indagar tanto en el pasado de un personaje es una decisión arriesgada, como cualquier ejercicio de retrocontinuidad, pero Hurwitz se ha marcado una buena jugada gracias a su afán por contar una historia sugerente, por profundizar en la personalidad del Pingüino a la vez que mantiene el respeto por el personaje y gracias a una narración cuidada que redunda en la atmósfera inmersiva del relato.

Hay otro aspecto a destacar en la vida del pequeño Oswald. En muchas historias, tanto en cómics como en libros, la infancia solo sirve para explicar los traumas del personaje o su reacción hacia algo muy concreto. Sin embargo, en Dolor y Prejuicio aprendemos no solo el porqué de la obsesión del villano con las aves, de sus dotes de inventor o de su comportamiento antisocial. Descubrimos los motivos por los que persigue el lujo; la razón por la que se muestra tan cruel como generoso; el origen de su sadismo, más parecido a una venganza eterna que a una respuesta visceral; el modo de interactuar con las distintas personalidades que se cruzan en su vida. Es un retrato simple pero complejo al mismo tiempo: simple porque no se pierde en detalles irrelevantes, va al grano sin perder la perspectiva de lo que quiere contar; complejo porque va más allá del trauma que le hace vestirse de traje y abrazar la identidad de un pájaro torpe e inofensivo, adentrándose con paso decidido en la infancia del villano para explicar por qué se comporta como lo hace en todos los aspectos. En suma, la caracterización del personaje es compleja, atractiva e interesante, sin duda el punto más fuerte del tomo: si lo que buscabas era adentrarte en el oscuro origen del Pingüino, no quedarás decepcionado.

El Pingüino y el amor

El núcleo de la historia gira en torno a la relación del Pingüino con su madre, y como tras un importante momento de transición sus afectos son dirigidos hacia otra persona. Esto me lleva al siguiente punto de análisis: la relación del Pingüino con las mujeres. Los lectores recordarán al villano como un hombre que convierte a las damas en objetos para su lucimiento: cuando se le imagina con una fémina del brazo, esta casi siempre es una… bueno, edecán. Es novedoso ver al Pingüino en una relación que va más allá de tratar a la mujer como a un ornamento… aunque por desgracia, esta parte de la trama cae en varios tópicos, empezando por materializar el concepto de “amor ciego” de un modo previsible y acabando con el todavía más previsible final trágico, que además se debe a algo que analizaré más adelante. Ya que es un tema que daría para páginas, voy a hacer un resumen: la historia de amor del Pingüino tiene dos puntos fuertes y dos puntos débiles.

Los puntos fuertes es la ya mencionada novedad de que el villano encuentre un amor honesto. Funciona muy bien ya que, ¿cuándo estamos más desnudos, cuándo nos exponemos más a otra persona que en una relación en la que estamos dispuestos a entregarnos por completo? Cuando el Pingüino se abre a otra persona en el plano emocional, también se abre al lector. Si el guionista hubiese recurrido a la clásica imagen de un par de prostitutas colgadas de los brazos de Oswald, hubiese dejado una parte muy importante de su personalidad sin explorar: esa es su fachada de gran hombre, su máscara de millonario capaz de conseguir todo cuanto se propone. Para conocer al hombre que bajo la chistera y tras el paraguas era necesario ir de la mano de una persona capaz de conducirnos a su interior, y por eso el personaje de Casandra es una contribución tan positiva para la historia.

El segundo punto fuerte es que se aprecia muy bien el transvase de sentimientos desde su madre a su pareja. Los elementos de su “antiguo amor” están presentes en el segundo, con nuevos matices pero movidos por los mismos impulsos: idolatría, atención, deseo de complacer a través de regalos, visión idealizada del ser amado… es un amor muy infantil, en el que lo físico (no hablemos ya de lo sexual) pasa a un segundo plano hasta casi desaparecer a favor de un afecto sencillo, en el que la otra persona no es tanto una igual como un refugio y, al mismo tiempo, alguien de quien cuidar. De este modo, queda patente que la traumática infancia del Pingüino no solo ha definido su comportamiento social, sino también su desarrollo madurativo y emocional, que queda reflejado en su relación con Casandra. Una vez más, encontramos una caracterización profunda e interesante.

Vamos con los puntos débiles: nunca terminé de percibirla como a un personaje complejo, sino solo como un elemento desprovisto de personalidad que nos ayuda a conocer mejor al Pingüino. Entiendo que ese es su cometido, y nada más, pero hubiese sido agradable que tuviese algo más de profundidad. ¿Qué sabemos de ella al terminar el cómic? Es invidente, lo cual no deja de ser tópico (mujer ciega que conoce a hombre horrible que así veamos su corazón) y… Bueno, recibe burlas por ello. Es un personaje plano, un recurso narrativo desprovisto de complejidad. Quiero reiterar este punto: no es un problema de magnitud ya que su rol es ese, ser la llave que nos abre la puerta al alma del Pingüino, pero su falta de personalidad repercute negativamente en esta parte de la trama.

El segundo punto débil es lo inverosímil que resulta su total ignorancia de quién es Oswald Cobblepot. Casandra, cariño, ¿no se te ha ocurrido pensar que ese novio tuyo que no deja que le toques, que te regala joyas del tamaño de castañas y te lleva a la ópera, que tiene escarceos con Batman, que no habla de su vida privada y que es un experto a nivel universitario en pingüinos… pueda ser el Pingüino? Es un personaje de renombre y sus características no podrían ser más evidentes, ¿cómo no se ha dado cuenta antes? Quiero decir, os propongo un juego: imaginad que sois una invidente que reside en Gotham. Conocéis a un hombre encantador llamado Harvey de gustos y modales refinados pero con un pronto que no hay quien lo aguante, que rechaza que le toquéis el lado izquierdo del cuerpo y se empeña en tirar una moneda cada vez que le preguntáis si prefiere pizza o chino para cenar. ¿No os entrarían unas ganas terribles de llamar a la policía? A Casandra no. Hay un punto a partir del cual ciertas situaciones se cargan la suspensión de incredulidad y esta es una de ellas. No me creo que un personaje pueda estar tan… bueno, tan ciego. Ya me entendéis.

Histrionismo con chistera

Puedo entender que el Pingüino esté frustrado. Que desee venganza. Que quiera devolver con intereses todo el dolor que le fue causado. Pero llega un punto en Dolor y Prejuicio en el que el lector se pregunta hasta qué punto el sufrimiento ha convertido al Pingüino en un histriónico de reacciones desproporcionadas. Comprendo que, como buen villano, tiene un lado oscuro que le conduce a la violencia, pero cuando asesinas a la familia de un hombre y arruinas su vida por chocarse contigo en una fiesta… ¿estás describiendo a un personaje, o estás dibujando su caricatura? Comprendo también que el lado visceral de un villano pueda conducirle a la perdición, pero hasta para eso hay niveles. Se puede ser descuidado con las pistas, dejar algún cabo suelto en el calor del momento… Eso es aceptable. Lo que no lo es tanto es contratar a una ruidosa panda de asesinos sanguinarios o dejar que la gente abandone tu local en un estado de catatonia. Una cosa es cometer errores y otra, apuntar a tu cubil con grandes letreros de neón en los que se lee “moléstame y te arrancaré los ojos”. No sé si me explico. Una reacción desmesurada es comprensible si hablamos de un personaje trágico y tiene mucho efecto si se utiliza con mesura y en el momento adecuado… pero cuando se abusa de este tipo de respuestas y lo que es peor, acaban suponiendo la perdición de un villano experimentado, pierden su valor. Pasan de ser una sorprendente consecuencia de la naturaleza del personaje a una previsible y estúpida maniobra para llamar la atención del héroe por parte del villano… y del lector por parte del guionista.

Este problema se acentúa conforme avanza el tomo. Al principio no es más que una tendencia irritante, pero a medida que pasas las páginas asistes horrorizado al suicidio intelectual del Pingüino. ¿Cómo ha conseguido una posición dominante con ese comportamiento, más propio de un villano psicótico tipo Joker?, podría preguntarse uno. Y lo que es peor: resulta apresurado. Durante la historia puede percibirse un cierto crescendo de tensión, pero en su mayor parte, es el propio Pingüino el que se hunde cada vez más en el pozo gracias a su ineptitud e incapacidad de controlarse. La conclusión es abrupta, con un punto de irracionalidad, torpe e impropia del excepcional desarrollo, de la fantástica caracterización a la que nos hemos acostumbrado durante la lectura de Dolor y Prejuicio. No le hace justicia. Hasta las últimas páginas, mi perspectiva con respecto al retrato del Pingüino que se nos ofrece era “bueno, si ves a Cobblepot como un monstruo primero y un genio criminal después, todo esto puede tener sentido; si lo ves como un genio criminal primero y un monstruo después, según qué comportamientos te pueden resultar irritantes”. Pero el desenlace la cambió, y a peor: independientemente de cuál sea tu “Pingüino favorito”, a Hurwitz se le va de las manos el lado oscuro del personaje hasta conducirlo a algo parecido a la estupidez. Y eso rara vez es bueno para una historia.

La historia, ese buen actor secundario

Pero, ¿qué historia hay debajo de tanta caracterización y tanto estudio de personaje? Una bastante normal, la verdad. No hay un gran misterio que nos mantenga pegados a la silla. El juego del gato y el ratón entre Batman y el Pingüino es muy básico, nada que no hayamos leído con anterioridad. Resulta bastante evidente que no es más que un engranaje que hace que avancen las ruedas más importantes: definir al personaje, comprender su comportamiento, explorar su pasado. Tiene detalles que van de lo bueno a lo excelente. El ritmo al que avanza es bueno. El hecho de que a Batman apenas se le vea la cara y el tratamiento general del justiciero es excelente: su presencia es imponente y ayuda a comprender la realidad desde el punto de vista del Pingüino a la vez que dignifica la imagen del cruzado de la capa, al que apenas se le percibe si no es de refilón. La narración es muy buena y se nota que el guionista sabe cómo hacer de la lectura un elemento enfático y potente. Poco más hay que decir al respecto: la historia es un medio, no un fin, aunque tiene detalles muy buenos y se lee con mucho gusto.

El dibujo

El dibujo es decente en líneas generales, sin llegar a notable e incluso tonteando con la mediocridad. Las secuencias del pasado sobre la infancia del Pingüino son destacables, pues consiguen recrear una más que apropiada ambientación. El aspecto del protagonista –uno de los elementos más importantes de este apartado- es francamente bueno: grotesco sin llegar a lo deforme, repulsivo pero envuelto en cierto carisma siniestro, mezquino e imponente al mismo tiempo, con escenas memorables (precioso el momento en el que toca la aleta de un pingüino a través del cristal) a la vez que el dibujante hace gala de un gran dominio de los planos y la luz para que un mismo cuerpo proyecte imágenes muy distintas. Destacable el lenguaje corporal de todos los personajes implicados en la historia y la disposición de los elementos en la viñeta. El aspecto general es apropiado para una historia de género negro y ambientación urbana. Sin embargo, pese a las virtudes que le adornan, presenta problemas.

En una secuencia, las luces de un pasillo se van apagando una a una mientras Batman despacha a tres esbirros. Es un momento tenso cuya concepción es buena, pero queda arruinado por dos detalles: uno de los esbirros no se mueve un centímetro pese a ver cómo sus compañeros desaparecen en la negrura y el tanque de agua que rodea el pasillo está lleno de pingüinos… que tampoco se mueven. O la secuencia tiene lugar en una décima de segundo (improbable, ya que ni Batman es tan rápido) o el dibujante prefirió copiar y pegar tanto los pingüinos del tanque como al esbirro para ahorrar tiempo. El resultado es muy pobre, máxime cuando tenemos en cuenta lo mucho que depende una escena así de una correcta narración y de lo inmerso que está el lector en ella. También hay problemas puntuales, como ciertas expresiones faciales exageradas -o poco acertadas-, líneas cinéticas torpes, una capa de Batman kilométrica y algunas escenas a las que les falta detalle, claridad. En ocasiones no son sino defectos puntuales pero en otros, como la secuencia del pasillo, repercuten negativamente a la hora de contar la historia, que es aquello en lo que el dibujo nunca, nunca debería fallar.

La edición española

Un tomo en tapa dura a un precio razonable, resistente (las páginas no crujen misteriosamente al abrirlo de par en par, las tapas no se doblan) y con las portadas originales. Tiene dos artículos de Enrique Ríos: uno sobre el personaje –bien escrito y documentado, interesante enfoque– y otro sobre Batman y la novela negra, más extenso, rico en información sin resultar pesado, de lectura amena. ¡Ah! Y biografías de los autores del cómic. La maquetación es buena en general, con unos impactantes títulos escritos con letras de sangre… pero los nombres grabados en el panteón de los Cobblepot lucen un aspecto pobre y artificial. Parecen texto proyectado sobre los nichos y se nota una barbaridad, especialmente en varias escenas en las que conservan su brillo… pese a encontrarse parcialmente bajo una sombra. Es solo un detalle, pero llama mucho la atención. La traducción es sólida, unque el traducir “freak” como “friki” en vez de cómo “monstruo”, máxime si tenemos en cuenta el contexto (Batman acaba de entrar por las malas en el cubil de unos ladrones), me parece desacertado.

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Valdi
Valdi
Lector
3 noviembre, 2012 13:25

Buena reseña, me llama la atencion el comic pero dices que resulta novedoso ver al pinguino enamorado, esto tambien lo puedes leer en el numero dos de Batman Arkham (quiero recordar que se llamaba asi la serie, era una serie que cada numero estaba dedicado a un villano de Batman, y el del Pinguino por lo que leo era muy similar a este comic), pero si lo vas a mirar hazlo como curiosidad, no te lo recomiendo, sobretodo por el dibujo,quiero recordar que era bastante malo. Lo dicho gran reseña, me acercare

Valdi
Valdi
Lector
3 noviembre, 2012 13:26

**me acercare al comic, me llama la atencion**
No pude terminar el comentario jaja

Valdi
Valdi
Lector
3 noviembre, 2012 13:35
Reverend Dust
Lector
3 noviembre, 2012 15:40

«[…] pero los nombres grabados en el panteón de los Cobblepot lucen un
aspecto pobre y artificial. Parecen texto proyectado sobre los nichos y
se nota una barbaridad, especialmente en varias escenas en las que
conservan su brillo… pese a encontrarse parcialmente bajo una sombra. Es
solo un detalle, pero llama mucho la atención.»

Genial reseña, Alberto, pero este detalle deberías incluirlo dentro del apartado «gráfico» en tanto que es un defecto de fábrica: ya en la edición original en inglés cantaba mucho-muchísimo. Me atrevería incluso a decir que, si sólo son nombres (no lo recuerdo) serán los originales.

Anyway, sigo recomendando encarecidamente esta miniserie. Éste caerá en navidades que ahora tengo que ahorrar para libros «de texto».

Juan Luis Daza
Autor
3 noviembre, 2012 15:45

 La tengo en mi lista de espera de encargos, caerá en breve.