La prórroga

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Edición original: Le Sursis (Dupuis, 1997-1999).
Edición nacional/ España: La prórroga (Norma, 1998-2000).
Guión, Dibujo y Color: Jean-Pierre Gibrat.
Formato: tomo rústica 64 págs. c/u.
Precio: 1.500 pts. c/u.

 

De tanto en tanto surge un nombre, lanzado como un meteoro al firmamento viñetil. No tiene porqué ser necesariamente joven, aunque a menudo lo es y su dominio del medio reúne la energía de quien quiere comerse el mundo con una maestría técnica asombrosa. La última estrella, como todo el mundo sabe, es el francés Bastien Vivès, de quien yo mismo glosé no hace mucho El gusto del cloro y En mis ojos. Pero ha habido más, muchos más. Algunos, al andar los años, han acabado malbaratando aquel brillo repentino y magnífico que los acompañó una vez. Sé que ahora pensáis en Frank Miller, quien lo fue todo con Batman y Daredevil y hoy en día… mejor correr un discreto velo, si es posible, impenetrable como el Telón de Acero. Otros, en cambio, se han desvanecido inexplicablemente de nuestra memoria. ¿Os acordáis de Gibrat? Yo sí le recuerdo.

En la década de los ’90 Jean-Pierre Gibrat (París, 1954) llamó pronto la atención por un dibujo limpio, cuidadoso sin llegar al puntillismo tiquismiquis, realista en su paradójica asunción de la caricatura y de cierto ramalazo impresionista en el color. Se fogueó en obras como Pinocha (lo han adivinado: una parodia erótica del cuento de Collodi) y Marea baja, siempre a las órdenes de guionistas inferiores a su habilidad con el pincel. Él mismo se dio cuenta y decidió embarcarse en un proyecto que le reivindicase como autor completo. Y llegó La prórroga. En sus palabras:

La primera vez que pensé en esta historia fue hace diez años. Me apetecía contar la vida en un pueblo del Aveyron durante la Ocupación, a través de los ojos de un joven que no quiere ir a Alemania y que regresa a su pueblo para ocultarse. ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar? Es difícil decirlo… Julien, que es el joven de marras, no es ni colaboracionista ni de la Resistencia. En el fondo, se me parece mucho: es lo suficientemente lúcido como para encontrar horrible lo que está pasando, pero también lo bastante cobarde como para no dar la cara. Así pues, las ganas de escribir me vinieron para resolver ese dilema. El deseo de sondear la psicología de un personaje que pone su vida en entredicho por una decisión repentina, irreflexiva; la cuestión de saber cuál hubiera sido mi actitud en circunstancias similares. La prórroga es, hoy por hoy, mi manera, sincera, de saciar el deseo de responder a ese interrogante.” (Extracto de la introducción)

Gibrat evoca, actualizada, la tradición de pintores como Pierre-Auguste Renoir


La cita puede parecer larga (alguno pensará: “¡Qué morro! ¡Se ha hecho la mitad de la reseña fusilando al autor!”), pero en esas pocas líneas está la mejor definición que nadie acertará jamás a escribir sobre esta gran obra. Porque, en efecto, La prórroga nace de una necesidad personal. Una necesidad expresiva, en primer término: Gibrat siente que sus anteriores encargos no desarrollan su potencial; se encuentra encorsetado por historias banales. Busca unos personajes, unas vivencias, una localización que le obliguen a ir más allá, a bruñir su estilo, a perfeccionarlo. Y nada más apropiado para lanzar su mejor tiro que aquello que ama: una época, el tránsito de los ’30 a los ’40 del pasado siglo por la que siente fascinación: el sepia de las fotos, el recuerdo de sus abuelos, las películas del esfuerzo bélico, destilan para Gibrat una autenticidad lamentablemente ausente de su ámbito cotidiano. Pero hay más: un anhelo de pertenencia, de saldar deudas con la propia biografía, un ramalazo de nostalgia, si se quiere, por los cálidos veranos pasados en Aveyron, cuando la vida era inmutable y sencilla, un bastión al que poder regresar, donde recebar fuerzas. Una época, que trae una estética, y una ubicación, coloreada de dulces recuerdos, que aporta el tempo reflexivo. Para el drama nacen los personajes. Julien, ese muchacho que quiere arañar la vida a la guerra, para quien el autor copió la imagen de un amigo suyo hasta que dejó de parecerse a su amigo para personificar a Julien. Y Cécile, que es la mujer hermosa que Gibrat no puede dejar de garabatear en cada centímetro de papel, a la que Julien espía desde una buhardilla, como el autor espiar/recrea, incansablemente, cada uno de sus embriagadores movimientos. Gibrat recela del romanticismo, dice, aunque al poco se desdice y apela a los amantes viendo juntos desde una colina como se apagan las luces del pueblo. Pero se entiende su postura. Concentrar el ojo demasiado tiempo en el romance nos despistaría de la modélica disección de tipos humanos, del certero apunte costumbrista, del estudio de la luz de cada estación, de la delicada urdimbre de la trama, de la socarronería genial de los diálogos.

– ¿Qué le pongo, Sr. Basile?
– Cualquier cosa. Un anís.
– Lo siento, pero hoy no servimos alcohol. Mañana sí.
– ¡Ah, pues entonces tráeme el de mañana!

Una muestra del oído de Gibrat para la ligereza encantadora, a juego con su elegante exhibición gráfica. Al principio, Gibrat, probando las palabras cual juguetes nuevos, comete algún desliz de bisoñez: esas molestas elucubraciones destinadas a poner en situación al lector (p.ej: en la pág.14 Julien pensando “Angéle es mi tía…” ¿qué necesidad tiene Julien de recordárselo a sí mismo?) En seguida le coge el tranquillo y los textos se nutren de ironía, contemplación y una poesía rústica, como de canción popular.



De lo dicho hasta ahora podría deducirse que La prórroga es amable y bucólica, que extrae oro de la diletancia de pequeños placeres. Y así es, en su mayor parte. Pero no lo olvidemos: Francia está en guerra. La brutalidad, la injusticia y la fatalidad asoman de improviso, sin resquebrajar la belleza de la página, como un río no pierde su cauce pese a estar infestado de pirañas. La campiña en colores pastel, las metódicas rutinas de los parroquianos, el lento avance de los aliados seguido con emoción desde los transistores, los paseos de madrugada para evitar ser descubierto o las tristes satisfacciones de voyeur empedernido se cruzan con las trapacerías de los milicianos, los atentados de los partisanos, incluso una ejecución sumaria por parte de una patrulla nazi. Gibrat no pierde el pulso. Gusta de las viñetas alargadas, sobre todo verticales que, gracias a las cajas de texto, le permiten concentrar mucha información en poco espacio. A largos paneles horizontales confía los paisajes y elaboradas composiciones de interior, con algún golpe de efecto de profundidad de campo (p.ej.: la asombrosa viñeta de la pág.28 en que un coche aparca frente al lector y baja uno de sus ocupantes). Las planchas rezuman clasicismo por los cuatro costados tanto en su narrativa sobria (especial atención a las elipsis) como en su estética levemente pictórica, con técnicas inhabituales en la historieta como el difuminado ocasional del rostro de Cécile o una llamarada de color primario (normalmente amarillo o rojo) sobre un color base (el azul).

La lectura deja un poso entre la felicidad y la amargura. No hay vida sin dolor como no hay rosa sin espinas. Lo habrán observado: “vida” es el sustantivo que más repito hoy. Gibrat anima a sus criaturas con ese soplo inconfundible. Julien nos habla desde la cercanía del presente de indicativo, desde un tiempo pretérito que revive ante nosotros con hazañas corrientes e impredecibles. Igual que un diario donde la siguiente página, la de mañana, está por escribir.

La prórroga ha sido publicada en dos ocasiones por Norma Editorial, primero en dos tomos de la Colección Cimoc Extra Color (nº153 y nº166) y posteriormente en un volumen integral. Para la reseña he usado la primera edición, con preciosos bocetos y una lúcida introducción del autor sobre el proceso de creación y el significado de su obra, absolutamente imprescindible.

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Javier Agrafojo
Nací siendo muy pequeño en Galicia y luego en Madrid fui creciendo hasta una complexión ordinaria. Entretanto, mi mente se volvió una turbulencia de Shakespeare, Lennon, Tarkovski o Superman que me ha llevado por extraños derroteros, incluyendo el periodismo económico y la presentación de actos en el Ritz. Cumplido el tercer año en Zona Negativa, aún sigo sorprendiéndome del cariño y la afición de mis lectores, la verdadera razón de ser de todo esto.
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Animal Man
Animal Man
Lector
12 noviembre, 2013 10:18

Me compré el integral hace unos años y aún espera en la pila de lecturas. A ver si ya le pongo remedio.

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
12 noviembre, 2013 10:38

Lo tengo pendiente. Es de esos que te llaman la atención pero que siempre dejas para otra ocasión. Y luego para otra. Y después para la siguiente…

asthur-kong
asthur-kong
Lector
12 noviembre, 2013 11:02

No conocia este comic pero ¡vaya pintaza que tiene!.La primera viñeta de la reseña es preciosa y vaya uso de la luz; a mi me ha recordado al ultimo Miguelanxo Prado el de Ardalen y Trazo de Tiza. Y un par de dudas a ver si alguien me puede ayudar:cual es el precio del volumen integral? y en este volumen integral se recojen los bocetos y la introduccion del autor de la que habla el señor Agrafojo? o solo vienen en los tomos del Cimoc?.Gracias

Mathieu
Mathieu
Lector
12 noviembre, 2013 20:37

Uno de los primeros cómics de «europeo» que compré.