La Otra América: Gigantes

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Es curioso esto del panorama editorial, así en general. Tenemos la seguridad (o casi) de que vamos a poder leer en castellano las más infumables aventuras de nuestro superhéroe favorito pero lo que ya no está tan claro es que alguna que otra obra maestra del cómic, no respaldada por una continuidad que la convierta en objeto coleccionable, vaya a ver la luz traducida en nuestras librerías. Por suerte, el reconocimiento que el cómic comienza a alcanzar en los medios de información generalistas y la apuesta de nuevas editoriales por un espectro de cómic cada vez más amplio, favorece la edición en nuestro país de estas obras de difícil clasificación, relativamente pequeño público, pero indudable calidad. Este es el caso de las dos obras de las que me gustaría hablar hoy. Las dos llegan a través de Random House-Mondadori. La primera de ellas es Breakdowns, de Art Spiegelman, que debería aparecer este mismo mes (de hecho es probable que ya esté en las liberías), y la otra el “libro rojo” de la Acme Novelty Library de Chris Ware, programado para marzo, creo recordar. Y voy a hablar de ambos en la misma entrada porque me da la sensación de que a pesar de las décadas que separan la creación de estas obras, tienen más de uno y más de dos puntos en común. Pero, ¿cuáles son estas similitudes?


En primer lugar, tanto Ware como Spiegelman son autores “conscientes”. Es decir, no están empleando la historieta para contar sus cosas sólo porque es lo que mejor les sale, o lo que más les gusta, sino que lo hacen porque piensan que es el mejor medio para hacerlo. Conocen y quieren conocer aún mejor las posibilidades del arte que practican y tratan de ponerlas al servicio de sus narraciones, no dejan una sola viñeta al azar, todo está medido, todo tiene un sentido, todo está estructurado de forma que potencie el mensaje. Son autores conscientes, pues. Saben lo que hacen y, sobre todo, por qué lo hacen.

En segundo lugar, estamos hablando de dos álbumes físicamente grandes, bastante más altos y algo más anchos que la media. Aproximadamente el tamaño de la edición de Popeye de Planeta. ¿Tiene esto alguna importancia, condiciona de alguna manera al lector en las expectativas que puede poner sobre la obra? Por supuesto que sí. En primer lugar, es evidente que no nos encontramos ante cómics al uso, y que podemos esperar “algo especial” que se sale, ya desde su propio formato, a ciertos códigos preestablecidos y asimilados. En este sentido, es evidente que los autores tendrán, o al menos podrán elaborar algunas soluciones narrativas distintas de las habituales. El cambio en las características del soporte físico condiciona por un lado la propia elaboración del cómic, y por otro la percepción del mismo por parte del lector. O sea, el Guernica de Picasso es lo que es también por su tamaño. En el caso de Ware cabe remarcar que muchas de las historias han tenido que reducirse para amoldarse a este álbum, ya que provienen de un número anterior de la Acme Novelty Library de dimensiones aún mayores (aunque las proporciones de largo y ancho se mantienen). Por último, el gran tamaño cumple otras dos funciones relacionadas. Por una parte refleja la relación niño-cómic, nos retrotrae en cierto modo a la infancia, cuando la página de cómic era todavía un lienzo enorme en el que perderse. Por otra parte, las grandes páginas recuerdan las viejas páginas dominicales de cómic de los periódicos, la fuente de la que ambos autores beben y cuya sensación tratan de recuperar en más de una ocasión, ya que representa un comenzar de nuevo con todo por delante.

En tercer lugar, ambos autores, en sus respectivos álbumes (que, por cierto, son recopilaciones de historias cortas en su mayoría publicadas previamente), se decantan por la experimentación narrativa. En este sentido, Spiegelman lo hace de una forma más radical que Ware, en tanto en cuanto en ocasiones descuida el fondo de las historias y se concentra en el modo de contarlas, convirtiéndolo en su auténtica razón de ser. Esto no sucede con Ware, que siempre cuenta “algo” (y vaya “algo”) en sus historias, y que de hecho suele lograr un impacto emocional e intelectual bastante alto en el lector.

Por último, ambos autores han sido y son tremendamente influyentes en sus respectivas generaciones. Lo cierto es que la influencia de Spiegelman pasa casi más por su faceta de editor de Arcade y RAW, seminales revistas de cómic alternativo que publican lo más vanguardista dentro de las tendencias underground. Durante toda la década de los ’80, RAW (coeditada con su esposa, Françoise Mouly) acoge el cómic más intelectual y autoconsciente (como decíamos al principio), con abundancia de autores europeos, algunos japonese, reimpresión de clásicos y propuestas innovadoras. Propuestas que en muchos casos acababan en callejones sin salida, pero experimentos que había que hacer para validar o descartar. En muchos casos también, estos experimentos son absolutamente certeros, magistrales, pero tan extremos que no encuentran quién los re-integre en una narrativa más convencional. Por cierto, Ware contribuyó en RAW con una historia que podéis leer aquí. También lo hizo Alan Moore junto a Mark Beyer con esta historia, y otros nombre importantes que pasaron por la revista, sin ánimo de resultar exhaustivo, fueron los siguientes: Charles Burns, Gary Panter, José Muñoz, Jacques Tardi, Martí, Ben Katchor, Kim Deitch, Mariscal, Ever Meulen, Joost Swarte, Baru, Lorenzo Mattotti, Lynda Barry, Jacques Loustal, Yoshiharu Tsuge, Justin Green… Efectivamente, impresionante, y posiblemente tan influyente en el nacimiento de un nuevo tipo de cómic en Estados Unidos como lo fue Metal Hurlant en Europa.


Curiosamente, la mayor influencia de Spiegelman como autor es la que emana de su obra menos radicalmente experimental, Maus, y es una influencia más de fondo que de forma, acorde al carácter de su cómic. En Maus, Spiegelman olvida los experimentos narrativos de sus historias cortas y mira hacia atrás, hacia los propios orígenes del cómic, para narrar una historia con la mayor claridad posible. No es que no haya soluciones narrativas inteligentes o caminos no hollados con anterioridad que aborde en Maus, sino todo lo contrario. En realidad, enmascara un auténtico recital de narrativa bajo la apariencia de una sencillez extrema. Logra lo que es el sueño de muchos otros: la narrativa invisible.

Como decíamos, la influencia de Spiegelman no pasa por ser narrativamente formal, sino más bien conceptual. Cubre con una patina de adultez el cómic, aborda una narración larga y compleja, introduce la autobiografía de modo crítico e inteligente y prácticamente inventa la honestidad en el cómic. Muchos futuros autores que el cómic puede servir para contar otro tipo de historias, y los efectos de aquel descubrimiento los estamos viviendo (algunos dirían padeciendo) hoy en día. En cualquier caso, resulta curioso que prácticamente toda la experimentación formal de Spiegelman que podemos encontrar en Breakdowns, no haya llegado mucho más allá y haya quedado más congelada como un pedazo de historia y como reflejo de una época y unas inquietudes que adquirido un valor intrínseco. La razón, posiblemente, es que lo que imprime fuerza al arte es su capacidad de ahondar en temas de interés humano y transmitirlos, más que explorar los propios vericuetos de la transmisión, y en salvo en unas pocas historias, en Breakdowns encontramos más de lo segundo que de lo primero. Y así es como llegamos a Chris Ware, ya que en Ware el equilibrio entre forma y fondo es prácticamente perfecto. Y sin embargo, precisamente con Ware sucede lo contrario que con Spiegelman: ha tenido una enorme influencia en sus coetáneos, pero mayoritariamente ha sido en el plano formal, tal vez porque la puerta del simbolismo, de las grandes preguntas inherentes al ser humano, ya se había abierto antes.


Así pues, tenemos a dos monstruos del cómic cuyos nombres probablemente pasaran a la historia junto a los de Hergé, Will Eisner, Milton Caniff, Osamu Tezuka o Robert Crumb como renovadores absolutos del medio y genios sin discusión. Dos autores que presentan en los próximos meses dos de sus obras más significativas en nuestro país en ediciones, según apunta todo, cuidadas y elegantes que convertirán su lectura en una experiencia cercana a aquello que los autores pretendían. Dos autores y dos obras que dan lustre a medio, que admiten múltiples lecturas, que abren nuevos caminos, que en ocasiones resultan difíciles de seguir pero que por ello resultan mucho más gratificantes cuando se produce la conexión autor-medio-lector. Vamos a ver por encima que ofrece cada uno de estos libros.

BREAKDOWNS, de Art Spiegelman

Breakdowns consta de tres partes. En primer lugar, una historia de 19 páginas titulada (en mi edición americana) Portrait of the artist as a young %@#$!, a continuación una reedición facsímil del álbum original titulado Breakdowns, de 1977, y por último un texto a modo de epílogo en el que también se incluyen algunas imágenes curiosas.

Empecemos por el principio. Portrait of the artist as a young %@#$! es un cómic autobiográfico estructurado en pequeños capítulos situados en distintas épocas de la vida de Spiegelman en los que trata de explicar por qué es autor de cómic, cuáles fueron sus intenciones al realizar algunas de sus obras o qué fue lo que le impulsó a realizarlas, y cuál es su idea del arte (del cómic). Para ello emplea una retícula fija de viñetas de 3×5 que rompe en determinadas ocasiones, especialmente para introducir elementos “reales” (portadas de cómics, cromos, páginas de historietas o bocetos). De este modo, Spiegelman iguala la importancia de todas las viñetas, se niega a dar relevancia a unos momentos por encima de otros en función del tamaño de la viñeta, y deja que sea el propio simbolismo de algunas imágenes el que les de un mayor peso en el relato. Aunque los distintos capítulos de la historia se leen “de corrido” (no hay más separación entre ellos que otra viñeta con un diseño circular en lugar de cuadrado), es fácil encontrar entre ellas diferencias estilísticas en el dibujo e incluso en la rotulación, indicando la importancia concedida a lo visual, muy por encima de lo que muchos pensarían a tenor de la “simplicidad” del dibujo de Spiegelman. De hecho, estos distintos capítulos, en muchos casos tratan de ser un reflejo de las distintas historias contenidas en el Breakdowns original. A veces el guiño se encuentra precisamente en el estilo de dibujo, a veces en un texto, a veces en el tema de la historia… Mi sensación personal es que Spiegelman no ha tratado tan sólo de realizar un pequeño juego formal, sino que se trata de una especie de reconocimiento de cierta torpeza en sus historias originales en las que primaba la forma por encima del contenido. No en vano, el último capítulo de esta introducción, dedicado al Arte, lleva como título Forma y contenido. Si bien en ocasiones aquellas viejas historias no eran más que experimentos con la forma sin un contenido relevante, Spiegelman intenta redimirse con este Portrait… en el que trata de equilibrar ambos aspectos y hacer que uno se refleje en el otro. ¿Lo consigue? Según mi opinión, sí. Hay un alto nivel de desnudez y honestidad de Spiegelman en esta historia, con un importante hincapié en la relación con su madre. Las reflexiones sobre su propia formación como artista son totalmente pertinentes y muy aclaratorias para la lectura de la siguiente parte del libro, desvela algunas curiosidades interesantes sobre la génesis de Maus, expone algunas ideas sobre la relación entre texto e imagen, la yuxtaposición de viñetas, y formula la frase (no sé si es suya o no, o si es anterior o actual) “los cómics son tiempo, tiempo convertido en espacio.” Sin duda, este primer capítulo de apariencia simple esconde un abanico de resortes narrativos impresionante y, lo que es mejor, los muestra de una forma más articulada y coherente que lo que vamos a encontrar en las siguientes páginas. Por cierto, algunas muestras de este relato introductorio, en estos enlaces.


Llegamos a la reedición de Breakdowns propiamente dicha, con un total de 15 historias cortas si contamos la introducción, desde la cual Spiegelman ya nos da las primeras pistas sobre lo que vamos a encontrar a continuación. Porque según él, ni está necesariamente interesado en entretener, ni está de acuerdo en llamar dibujos a lo que él representa sobre el papel, prefiriendo el término diagramas. En esta introducción, Spiegelman expone en cajas de texto una serie de ideas sobre el cómic, ilustrándolas con viñetas ad hoc tomadas las historias que leeremos a continuación. El juego metalingüístico ha comenzado. Tal vez las historias más directas, sencillas, expresivas y puramente narrativas son Maus y Prisoner on the Hell Planet. La primera de ellas es la primera versión de su obra más conocida y tiene el valor de permitir observar los cambios que Spiegelman efectuaría en su obra magna respecto a este primer esbozo. En primer lugar, aquí los personajes son mucho más expresivos e individualizados, predisponiendo simpatías en el lector y con una mayor carga dramática visual. En segundo lugar, la relación problemática con el padre y el sentido de culpa no están presentes. También es evidente el mucho mayor detallismo en el dibujo o los volúmenes que en gran medida desaparecerán en Maus (la obra larga). Además, en esta primera obra se percibe la intención de Spiegelman de tocar la fibra del lector y de dirigir sus sentimientos en cada momento, casi en el polo opuesto de la fría exposición de hechos que encontramos en su posterior obra merecedora del premio Pulitzer. El otro ejemplo de cómic autobiográfico ultra-expresivo (dibujado de forma expresionista, de hecho) es Prisoner on the Hell Planet, que también conoceréis porque está incluido en Maus, de modo que lo pasaré por alto. Como decía anteriormente, considerada cada historia en su conjunto (parafraseando a Spiegeman, en “forma y contenido”) estas dos historias tal vez son de las mejores, precisamente porque existe un contenido, hay un mensaje que el autor quiere transmitir, más allá de explorar las posibilidades del medio.


Salpimentan Breakdowns algunas historias de una página de interés variable. Tres de ellas, bajo el título genérico Real dream, no pasan de meras curiosidades, cada una de ellas realizada en un estilo muy distinto. Mucho más interesante resulta Don’t get around much anymore, donde ya en 1973 Spiegelman hace un experimento radical con la relación entre texto e imagen, de tal manera que cada texto alude en realidad a la viñeta precedente, pero al encontrarse desubicada crea una sensación extraña en el lector. Este juego de retraso/anticipación hace al lector ser consciente del medio, lo “saca” de la historia, pero lo hace intencionadamente para crear un efecto. El retraso en los textos (junto con el propio sentido de lo que se narra en ellos) provoca una sensación de morosidad, de hastío, de lentitud en el paso del tiempo, que probablemente es lo que Spiegelman estaba buscando. El dibujo frío y casi geométrico ahonda en ese distanciamiento y en ese ver las cosas desde una nueva perspectiva, creando Spiegelman en conjunto una historieta tremendamente atmosférica y rítmica (y no olvidemos que “los cómics son tiempo convertido en espacio”), donde es el ambiente logrado lo que importa, más que un posible mensaje.

No se puede decir que Cracking jokes carezca de contenido ya que es, ni más ni menos, que un ensayo sobre el humor y los mecanismos psicológicos que lo desatan. Evidentemente, el humor ha sido siempre uno de los puntales del cómic (como su propio nombre indica), y no resulta baladí preguntarse cómo funciona de cara al lector. Spiegelman analiza los distintos estereotipos en cuanto a personajes y situaciones y los recursos recurrentes como el absurdo, la repetición, la sorpresa o la identificación. De nuevo, dedicará un importante espacio (tiempo) al tratar el tema del tiempo. Little signs of passion es otra de las historias del libro en la que Spiegelman analiza de algún modo los entresijos de la narración, y de nuevo lo hace de una forma metanarrativa. Juega con las expectativas del lector, introduce elementos aparentemente aleatorios, intercala una historia “sin sentido” ni estructura narrativa, ofrece distintos puntos de vista y acciones, y todo ello para buscar en el lector esa necesidad de engarzar los distintos elementos en un relato coherente y significativo cuando lo que se le está narrando carece de esa significación.

Otras dos historias de una página: Day at the circuits, que no deja de ser un divertimento (narrativo, of course) basado en un chiste, y New York Journal retoma la autobiografía sin mayores consecuencias, salvo las de reírse un poco de sí mismo y plantear la condición de ficción de su propia autobiografía. As the mind reels es más ambiciosa, y en ella Spiegelman fusiona la realidad, los programas de televisión, y los anuncios. Plantea un juego en que llega un momento en que se funden estos tres planos, y de hecho, lo que muestra como un culebrón en su cómic, está basado en una conversación real, mientras que el personaje que se muestra como “real” viendo la televisión mantiene una conversación inventada. Finalmente, el absurdo televisivo y al absurdo cotidiano acaban siendo uno solo e indistinguible.


Nervous Rex: The malpractice me ha resultado absolutamente oscura e indescifrable, tanto que me cuesta sacar nada en claro de ella salvo que, de nuevo, Spiegelman se esfuerza en aislar y hacer evidentes al lector elementos que conforman el cómic como el texto y la imagen, la relación entre ellos, y la relación entre viñetas consecutivas. Este es el motor que mueve todo Breakdowns y por ello mencionaba en algún momento que había una falta de contenido y demasiada forma en estas páginas. El hecho de que un autor haya sentido la necesidad de hacerse todas estas preguntas y buscar todas estas respuestas narrativas es tremendamente importante y es un paso hacia la madurez del medio, independientemente de que los resultados obtenidos hayan sido o no acertados. Supone una asunción de que el medio con el que se trabaja no es una mera artesanía, que quedan muchas puertas que abrir en cuanto a formato, a contenido, a forma, y supone reconocer también que el medio está en pañales. Todo esto lo percibió Spiegelman hace más de 30 años y todavía hoy sigue dando vueltas a lo mismo, aunque su aproximación haya variado con el tiempo.


La última historia de Breakdowns, Ace Hole, Midget Detective, la más larga, es una parodia del género negro en la que el autor introduce prácticamente todos los elementos experimentales antes mencionados: ruptura del ritmo narrativo, homenaje a los clásicos y a otras disciplinas artísticas, absurdo, autobiografía, simbolismo… un tour de force donde, de nuevo, el resultado es tan irregular como interesantes los medios para lograrlo.

Cierra el volumen un texto de epílogo de Spiegelman donde descubre cómo se gestaron la mayoría de las historietas de Breakdowns y cuál era su intención al realizarlas, un texto realmente interesante que añade valor al libro al convertirlo en una especie de “edición anotada por el autor”. En definitiva, Breakdowns no es una obra maestra, pero sin duda es un clásico que merece estar en cualquier buena biblioteca. Y además… alguien tenía que hacerlo.

ACME NOVELTY LIBRARY, de Chris Ware

Un amigo me dijo hace poco: Chris Ware es el Galactus del cómic, y no le faltaba razón. Ware es un autor que prácticamente ha alcanzado la perfección formal y que además es capaz de tocar los temas más profundos inherentes al ser humano sin estridencias ni sensiblerías pero con una enorme sensibilidad. De algún modo sabe pulsar resortes universales que implican al lector en sus historias, y esto es así tanto en aquel espléndido Jimmy Corrigan que publicó Planeta como en este álbum rojo.

Un libro rojo que es un auténtico artefacto artístico, de principio a fin, y que no tiene un milímetro de desperdicio. Desde la banda que rodea la portada, que en su interior lleva una historieta, hasta los cantos de portada y contraportada, que escenifican una vida de principio a fin (ahí es nada), los relieves dorados, los detalles del lomo… todo está diseñado para ser una experiencia artística desde que el libro cae en manos del lector. En su interior, como es costumbre en Ware, abundantes textos con anuncios inventados en letra diminuta, troquelados varios con sus correspondientes instrucciones e incluso un mapa celeste que brilla en la oscuridad. Increíble. Ah, y por supuesto, historietas.


En este caso no es necesario que repase tan en detalle como en el caso de Breakdowns las historietas una a una. Baste decir que Ware, como Spiegelman, tiene muy claro también que “el tiempo es espacio”, y al igual que aquel también mira hacia atrás, hacia los clásicos (como Frank King, por ejemplo) para deconstruir y ofrecer algo completamente nuevo y original. Ware pone una dedicación extraordinaria en cada una de sus historias, redibujando una y otra escenarios idénticos en distintas viñetas, sin sucumbir a la tentación de cortar y pegar, consciente de que parte del impacto dramático de sus historias proviene de su propio sacrificio como autor. A diferencia de Spiegelman en la obra anteriormente comentada, Ware no se conforma con explorar una nueva vía narrativa en cada historia: la propia historia ha de presentar un mensaje, de tratar un tema profundo y casi siempre conmovedor. El desafío intelectual y sentimental de Ware al lector es constante, y si Spiegelman se muestra honesto en su autobiografía, Ware se desnuda en sus ficciones. Leyendo sus historias es fácil descubrir cuáles son sus preocupaciones, que no son pocas, por cierto… Para empezar, y sin siquiera comenzar a leer sus historietas, los anuncios ficticios hablan muy a las claras de la idea de Ware sobre la relación paternalista individuo-estado, idea que se refuerza con la lectura de algunas historias. El individuo busca en el estado otra figura paterna que resuelva sus problemas, que le guíe y, sobre todo, que tome por él las decisiones.

Para Ware, y esto es especialmente obvio en las historias de Rusty Brown contenidas en este volumen, muchos adultos no son más que niños grandes egoístas y caprichosos. La desconfianza de Ware en el ser humano es demoledora, su cinismo es desolador, su falta de esperanza, frustrante, su vena satírica, incontestable. Tal vez por ello sea que tantos lectores describen a Ware como deprimente. Es cierto que tras la lectura de sus historias es casi imposible no preguntarse por algunos de los defectos que aquejan a casi todos los adultos que vivimos en sociedades industrializadas y cada vez más impersonales. El papel de los medios de comunicación (esa televisión interactiva en Tales of Tomorrow) tiene por supuesto su parte de culpa, pero no más que el propio individuo por su inacción. Precisamente, en Tales of Tomorrow encontramos un protagonista que jamás interacciona con otro ser humano, en un mundo donde la falta de comunicación recuerda cada vez más a nuestro día a día. Otro tanto sucede en Rocket Sam, un naufrago espacial que tiene como único amigo un robot. En este caso, la carga crítica de las historias es menor, pero sin embargo transmiten una enorme melancolía.


Pero para demoledoras las historias de Big Tex, centradas en un niño viejo y cuyo punch-line suele centrarse en su padre intentando librarse de él (y en “librarse” incluyo los métodos más definitivos y crueles). De nuevo, la inocencia del protagonista y su relación con su padre puede equipararse a la del individuo con el estado (o la sociedad en la que vive), y de nuevo el mensaje no es nada halagüeño. Las historias de Chalky White son más directas en este sentido, y aunque Ware arremete contra ese sector de la sociedad pacato, religioso, obediente, de clase (y edad) media, también lo hace contra esa juventud rebelde sin causa, voluble y carente de valores. Aquí no se salva ni dios. Estas son algunas de las preocupaciones más terrenales o sociales de Ware, pero hay otras tal vez más profundamente humanas, más metafísicas: por las páginas de este libro rojo desfilan la inocencia perdida y la idea de Ware de que el hombre, al fin y al cabo, se debe a sus impulsos más básicos, siendo el arte en algunas ocasiones una salida intelectual a ese callejón sin salida, pero en muchas otras un mero maquillaje de sus auténticos intereses.

Si a nivel ideológico Ware es prácticamente inabarcable, a nivel de recursos gráficos, estéticos y narrativos, es… pues eso, Galactus. El autor es tremendo ya desde (y aquí podemos reconocer el valor de los experimentos formales de Spiegelman) su propia conciencia del medio. No es una casualidad que algunos de sus personajes sean superhéroes… barrigones y calvos. Ware toma ese icono propio del cómic (y no de ningún otro medio), esa sublimación del héroe nacida en el papel de lo que a todos nos gustaría ser, y lo transforma precisamente en lo que somos: físicamente imperfectos, moralmente reprobables, dirigidos por nuestros instintos. Es decir, utiliza nuestras propias convenciones del cómic para hacer que nos planteemos algunas preguntas tanto sobre el medio como sobre nosotros mismos. Así, la historia muda que se reparte a lo largo de todo el álbum del superhombre que se aburre y sale de su casa para acabar flotando en el espacio, se convierte en una auténtica obra maestra prácticamente infinita en su capacidad de sugerir distintas cuestiones sobre la naturaleza humana. También su utilización del humor, aunque sea con un regusto amargo, tiene un algo de autohomenaje al género del cómic y nos recuerda en qué parámetros artísticos nos entamos moviendo. Ware tiende a la simplificación, a un retorno a lo más básico, y es impresionante cuánto puede contar con muy pocas líneas y colores. Cómo es capaz de sugerir el paso del tiempo bien cambiando el ritmo con viñetas de distintos tamaños, bien de modo gráfico mediante elementos de referencia. Cómo es capaz de sugerir emociones con personajes absolutamente inexpresivos.


Pues sí, ahora tocaría hablar, desmenuzar tal vez, algunos de los recursos gráficos de Ware, pero lo cierto que es una tarea que me desborda por los cuatro costados. Es tanto y tan bueno lo que uno puede encontrar en cada página, tan distintos los recursos utilizados, tan distintas las sensaciones percibidas, que lo único que se me ocurre es pediros que lo experimentéis por vosotros mismos. Que os preguntéis el por qué del tamaño y distribución de cada viñeta, el por qué de cada rostro no mostrado, el por qué de cada rótulo que sirve de nexo entre viñetas, el por qué de la repetición, del diseño de la rotulación, del color, del encuadre, de… De verdad, este es un cómic que nunca se acaba y, ahora sí, una obra maestra.

Alberto García Marcos (el tio berni)
www.entrecomics.com

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David Fernández
18 febrero, 2009 12:58

Una vez más, chapeau, Alberto. Un auténtico lujazo de artículo.

Con Chris Ware, aún reconociendo su indudable talento, su elegancia, su interesantísima composición y un diseño realmente original, no puedo. La lectura de Jimmy Corrigan me dejó realmente frío. No sé si atreverme con este nuevo tomo…

Un saludo!

Miguel
Miguel
18 febrero, 2009 13:34

Coincido con el anterior, un gran trabajo, de lo mejorcito.
Miguel

Daniel Santos
Lector
18 febrero, 2009 14:17

A mi Jimmy Corrigan me dejo alucinado por lo bueno que era. Tengo que hacerme con este otro.

Por cierto muy bueno el articulo! 

sputnik
Lector
18 febrero, 2009 17:18

Jimmy Corrigan es la hostia parda.
A nivel técnico, uno puede pasarse siglos mirando la técnica narrativa de este tipo y descubrirse el sombrero a cada nuevo hallazgo.
A nivel emocional, sí me pareció, de entrada, que es un poco frío, pero ahí está la fuerza. Es como si hostiasen en la cara pero no te enterases porque estás escuchando música chill-out. Al día siguiente vas a sentir los moratones.

sputnik
Lector
18 febrero, 2009 17:20

Y no puedo irme de aquí sin felicitar al autor de este artículo. Abordar a estos dos, aunque no sea de forma exhaustiva, en un sólo artículo como lo has hecho se merece más de un aplauso.

JulioAT
JulioAT
18 febrero, 2009 17:26

Yo no tengo mucho leido de los autores, practicamente nada, pero con tus comentarios me dan ganas de leerlos, voy a ver si puedo conseguir algo.

Excelente articulo, muy detallado, asi da gusto leer reseñas.

el tio berni
18 febrero, 2009 21:59

Me gusta lo que dice sputnik del «efecto Ware». Tal vez su impacto es más retardado o sutil, pero al final tiene mucha más fuerza. A mí su supuesta frialdad, su exposición desapasionada de los hechos dramáticos, me impacta mucho más que si me dan mascado que es el momento de llorar, como en un telefilme de mediodía. Prefiero que me dejen a mí decidir cuándo algo tiene una auténtica fuerza dramática y, sobre todo, por qué la tiene y cómo ha logrado el autor sugerirla.

David, sobre el «libro rojo» y el Jimmy Corrigan: Este es más divertido… bueno, más o menos, porque casi todos los chistes en realidad son crueles o amargos. Ya digo que gran parte de su contenido viene del ACME #15: The big book of jokes, y Ware juega un poco al rollo página dominical, con el tema de las historias de humor de una página, el uso del color… Pero en general creo que sí, que este es más digerible que Jimmy Corrigan.

David Fernández
18 febrero, 2009 22:09

Me lo pensaré, pues. Gracias por la aclaración, Tio Berni. por cierto, ¿sabemos si esta edición tiene vocación de continuidad (es decir, dar salida al resto de material inédito en España)?

Un saludo!

el tio berni
19 febrero, 2009 9:57

Ni idea, pero ya iría siendo hora de que se publicase todo lo que saca Ware en los USA. Después de este recopilatorio hay otros 4 tomitos, ya.

Jorge
Jorge
19 febrero, 2009 16:04

Hala, no sabía que Planeta iba a publicar tomos de la ANL. Yo me los compro en inglés, y puedo decir que creo, sinceramente, que Ware es el GRAN talento del cómic mundial.

Entonces, es seguro que lo que van a publicar el 15? Podrían enlazarlo y poner también el 7, y así los dos Joke books.

Jorge
Jorge
19 febrero, 2009 16:12

Sputnik, Berni, muy bueno lo comentado. Y a mí en un principio su frialdad no me gustaba, y no me terminaba de encantar porque me parecía muy deprimente (y lo es). Pero es cierto que es ese carácter aséptico e impersonal el que le da la gracia. El «monumentalismo», las formas cuadradas, los edificios enormes, y los personajes pequeñitos, el orden de las viñetas… Es todo lo contrario del cómic americano y del manga, el prota no es el centro de forma «psicológica», no gira todo en torno a su visión y sus emociones, sino que es un elemento más. La historia gire en torno a él, pero nada más, no se excede nunca en ese sentido.

El último, el protagonizado por Rusty Brown, aún me tiene shockeado. Qué grandeza, qué historia tan conmovedora, y sobre todo, qué forma de contarlo!!! Da igual que sea con la escena de las gafas rotas y la viñeta gigantesca, donde la oficina y los cientos de mesas, en fin, juega con los tamaños, las posiciones, las formas, como quiere. Ware es un fenómeno. Y también un maniático muy sacrificado.

Quien quiera introducirse, en los monográficos de Sins entido (de los que había de Foster, de Whrigtson, de Spiderman, de Moore…) hay uno dedicado a Ware

joaquin
joaquin
7 junio, 2010 2:14

tengo el libro