El viaje

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Edición original: Le voyage (L’Association, 1996).
Edición nacional/ España: El viaje (Astiberri, 2004).
Guión y Dibujo: Edmond Baudoin.
Color: B/N.
Formato: tomo 232 págs.
Precio: 18€.

 

Confesé en su día, con razón de escribir sobre ese prodigio de Arlerí, que su autor, el francés Edmond Baudoin, era, por mi parte, un descubrimiento reciente y embriagador, al que pensaba seguir la pista. Y aquí estoy de nuevo, en cumplimiento de promesas, esta vez con la obra que lo catapultó en nuestro país: El viaje.

Lo primero que tengo que decir, sin más preámbulos, es que El viaje es la confirmación de que este tío es un genio. Y créanme que no suelo usar el adjetivo a la ligera. Deslumbrado, como he dicho, ante aquella maravilla, describí Arlerí como “una apasionante indagación sobre lo que nos hace humanos, sobre lo que nos une y nos separa, sobre el yo y el otro y, claro, sobre la vida, el sexo y la muerte.” Lo mismo puedo decir, sin cambiar una coma, del trabajo que nos ocupa. De hecho, por no repetirme, les conmino a que lean aquel texto, si no lo han hecho, y a que lo repasen, si ya lo hicieren, y así hoy entro directamente en materia, abordando los aspectos distintivos de este nuevo acierto colosal.

Simón, funcionario con esposa y un hijo, se siente atrapado por una vida que no desea. Un día se decide a romper sus ataduras sociales e inicia un viaje sin rumbo definido. En su búsqueda trabará amistad con pintorescos personajes que le ayudarán a descubrir su lugar en el mundo.

Vale. La sinopsis puede oler a “esto ya me lo sé y desde hace muchos años”. ¿Pero y si les digo que la desorientación del protagonista hace que su cabeza se abra y exprese sus inquietudes y anhelos, sus proyectos y dudas, lo que ofrece desde mímesis con el entorno a escenas alucinantes donde brotan cráneos por centenares, como una fosa común? El socorrido globo de pensamiento queda a la altura de un pos-it de nevera ante el despliegue visual de este recurso, que convierte la mente en manantial inagotable de poderosísimas imágenes, atractivas y lúcidas por igual. Y antes de que piensen “este rollo experimental no es para mí”, les garantizo que, superada la sorpresa de las primeras páginas, la técnica se vuelve tan natural que la pregunta que nos acecha es “¿por qué no se ha hecho antes?” y, sobre todo, “¿por qué no se hace más a menudo?” Baudoin es un dibujante extraordinario, de esos que sólo quienes son conscientes de lo difícil que es domeñar un lápiz saben medir su auténtica estatura, y estas páginas, equidistantes entre el más perspicaz humanismo y el surrealismo más esteticista, habrían reconciliado a Dalí y a Buñuel. (Baudoin, por cierto, publicó recientemente un álbum dedicado al pintor español, de quien aseguró no conocer especialmente hasta el momento de abordar el encargo. Nadie lo hubiera dicho tras leer El viaje, editado en Francia en 1996 y ganador al año siguiente del premio al mejor guion en el Festival de Angouleme, aunque el surrealismo no tiene una única fuente y en el mundo del cómic es una tradición incontestable, al menos, desde Little Nemo in Slumberland.)



Suerte de inversión respecto a Barrio Lejano, la sensible obra de Taniguchi, en tanto la mirada corresponde al padre que se marcha y no al hijo abandonado, El viaje ofrece una pieza más de una vigorosa visión artística, cimentada en la búsqueda de comprensión, ante la que cualquier artimaña es válida: desde el borracho que viaja a lomos de una botella a medio terminar, hasta la anciana que ama a los elfos que la visitan en sus caballos voladores, cuyo ardor la rejuvenece. Todo es fantástico y, al mismo tiempo, familiar. Con Olivier, un titiritero que recoge en la carretera a Simón, Baudoin nos presenta a un amigo fiel (tal leal que llegan a compartir a una misma mujer), un profesor (en tanto que emprendió años ha el mismo camino) y un demiurgo (pues sus marionetas tejen el destino de Simón). Los títeres, por un lado, tienen el cometido de representar la vida mejor que la vida misma (como el teatro dentro del teatro en Hamlet), un uso que nos retrotrae a la época medieval, pero también, en una visión más moderna, resultan ser nuestros alter egos protectores, de una forma que remite vagamente a la excepcional película de Kieslowski La doble vida de Verónica (que, salvo la evocación, tampoco tiene demasiado que ver con Baudoin, en líneas generales, pero que nunca está de más recomendar efusivamente).

Ya sabemos, desde Ulises e Ítaca, que lo importante del viaje no es llegar sino el trayecto en sí mismo, pues te cambia irremediablemente, a veces según se quiere, como a Siddharta su incansable búsqueda de la sabiduría. Lo dice el protagonista cuando su amigo el titiritero le pregunta que ha sacado en claro de su vagabundear: “Que ir a la otra punta del mundo o dar una vuelta por el pueblo es el mismo viaje. Lo único que cambia es la mirada”. (pag. 213) El autor debe saberlo: también él dejó una cómoda e insulsa vida de contable para lanzarse a la aventura de la ilustración, algo que tal vez nunca le agradeceremos lo bastante.

Si Arlerí era un dueto (entre el pintor y su modelo, pero también entre lo masculino y lo femenino, entre el arte y la verdad), El viaje se organiza en tríos inagotables. Alegóricamente, enfrenta las miradas interior y exterior para erigir una visión “fantástica” de la vida. ¡Ojo! No hay contraste alguno realidad/ ficción sino que la fantasía se destila de la imposibilidad de reconocer los lindes entre las facetas físicas y mentales de los individuos, estableciendo así los tres vértices de la obra, su Santísima Trinidad, en esa persecución de la Suprarrealidad que está en la base del surrealismo. También, en un sentido más convencional, se organiza en tercetos: Simón-Esposa-Hijo, Simón-Lea-Olivier, incluso Simón-Fanny-Elfos, la obra siempre remite al triángulo como forma narrativa natural. Sin alcanzar la clarividencia de Arlerí, donde los personajes llegaban a ser tan conscientes de su condición que rompían la llamada “cuarta pared”, los protagonistas de El viaje se saben sujetos del experimento de la vida, a cuyas claves acceden por sueños o elucubraciones varias, incluida la alucinación etílica, pero, al contrario que Macbeth, quien clamaba furibundo “la vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de estruendo y furia que nada significa”, Simón, Olivier y compañía se muestran más optimistas sobre su vacilante porvenir, con esa calidez humana de quien prefiere no juzgar y tomarse las cosas como vienen.



Nunca se insistirá lo suficiente en la belleza sin par del apartado gráfico, la soltura de la línea, la capacidad de evocación, la expresividad de las distorsiones anatómicas (al final más auténticas que tanto academicismo de baratillo), así como la habilidad para encadenarlo en un lenguaje singularmente preciso, casi musical. Baudoin es un maestro del pincel, tan personal que, como otros genios del oficio (como Crepax o Breccia) mucho nos tememos que será tristemente inimitable. En cuanto a la composición, las observaciones que hice al respecto en Arlerí (proporciones clásicas enmascaradas en viñetas de trazo aparentemente descuidado o casual, ocasionales desórdenes para la ensoñación o la fantasía más pura) sirven igualmente aquí. No obstante, me permito subrayar la epifanía de Simón en los montes de la Saboya (Pág.167-185), dando un nuevo y espectacular significado a la manida expresión “Comunión con la Naturaleza”.

Desde ya prometo que El viaje no será mi última lectura de Baudoin. Para quienes -con buen criterio- decidan sumarse a mi recomendación, Astiberri publicó en 2004 este álbum imprescindible.

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Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
20 agosto, 2013 22:34

Agrafojo; con tu reseña sobre Arlerí me llamaste la atención sobre este autor. Tengo en la pila un par de tebeos suyos para leer. El Viaje es uno de ellos. Y la verdad es que ya sólo por el dibujo apetece metérselos entre pecho y espalda; tiene un trazo de lo más personal y sugerente.

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
24 octubre, 2013 12:19

Ya me lo he leído. Y de nuevo, y como tantas otras veces antes, tengo que darte las gracias, Agrafojo, por poner mi atención sobre obras y autores que, de no ser así, posiblemente me habrían pasado inadvertidos.

Antes de hablar de lo que me ha parecido el cómic quizá debería decir que, de entrada y por lo general, me suelen producir bastante recelo las historias de este tipo. Soy un tipo de lo más llano, sin demasiada formación y con un nivel cultural, como mucho, discreto. Por ello, cuando me enfrento a una historia que se va desarrollando por vericuetos metafóricos, líricos o metafísicos, no puedo evitar sentir cierto complejo. Sé que, por lo general, no pillaré todas las referencias o significados pero muchas veces me entra el temor de no ser capaz de entender incluso lo más básico para poder comprender lo que se me cuenta. En no pocas ocasiones (no sé si por impotencia o autodefensa) esto se convierte en una reacción «agresiva», en plan «¿este tío me toma por gilipollas o qué?». Y muchas veces me quedo insatisfecho con lo leído; o porque no llego a saber muy bien si lo que me han contado es una obra de arte o una artistada, o porque no acabo de distinguir si se trata de una audaz genialidad o de una puta tomadura de pelo.

Algo de lo que acabo de decir me pasó al leer El Viaje. En algún pasaje o con algún personaje en concreto. Lo que comentas en la reseña de que la historia carece de contrastes realidad/ficción. Oscila continuamente entre lo intimista, lo fantástico, lo costumbrista, lo onírico, y navega (o así me pareció) entre lo más tópico y lo más extravagante.
Sin embargo, una vez lo aceptas y dejas de intentar «racionalizarlo» (no se me ocurre otra forma de expresarlo) y en lugar de pelearte con el cuento te dejas llevar por él… amigo; la cosa cambia. El Viaje es una historia de lo más evocadora y embriagadora. El hecho de carecer de cuadros de texto, incluso el reducir los diálogos a lo imprescindible, hace caer el peso sobre el dibujo y eso, en mi opinión es lo mejor. ¡Qué dibujo!

Hay que tener mucha seguridad en uno mismo para dibujar así un cómic, con un estilo, a priori, tan poco «bonito», tan poco trabajado, descuidado, feo, sucio… Pero a poco (a muy poco) que uno se fije, se ve que es todo lo contrario; hay que ser muy bueno para dejar así de suelto el trazo y que no se refleje ni una duda ni un titubeo en la más mísera línea, para transmitir tanto con tan poco. Y seguro (porque se intuye viendo los dibujos) que Baudoin sería capaz de dibujar de una forma más ¿realista?¿refinada?¿mejor?… pero ni de coña iba a ser lo mismo. Ya le gustaría a muchos dibujantes aclamados por el público que sus dibujos tuviesen fuerza de los que salen del pincel del francés este.

Que me ha gustado un huevo, vamos. Que no sé si lo había dicho.

Ocioso
Ocioso
Lector
24 octubre, 2013 12:36

Lo reconozco: no me gusta Baudoin. Soy capaz de apreciar su infinita maestría con el pincel, de hecho tuve la suerte de tenerle a mi lado pintarrajeando con ese cacharrito/tintero tan molón que utiliza, y es toda una experiencia. Pero su estilo no me llega.
Tampoco me preocupa demasiado, es muy posible que un buen día me cambie el chip y consiga disfrutarlo. No sería la primera vez que me pasa algo así.

Por cierto, creo que estos días va a estar en Madrid en lo de Getafe negro.

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
31 octubre, 2013 10:03

Que no, que no, que gracias a tí.

Ya te contaré cuando lea Arlerí