El almanaque de mi padre

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Edición original: Chichi no koyomi.
Edición nacional/ España: Planeta DeAgostini.
Guión: Jiro Taniguchi.
Dibujo: Jiro Taniguchi.
Color: B/N.
Formato: Novela Gráfica.
Precio: 11’95€.

 

Hasta los años ’80, con Akira, no se inició en nuestro país el desembarco del manga. La potente industria nipona estuvo hasta ese entonces vetada en nuestro mercado, sin duda por prejuicios culturales. Baste recordar que, pese al éxito de producciones televisivas como Mazinger Z o Candy Candy, sus tebeos originales no llegaron entonces a nosotros; lo que se nos vendía en los quioscos eran versiones patrias descafeinadas. La obra de Katsuhiro Otomo lo puso todo patas arriba. Por la brecha abierta por Kaneda, Tetsuo y compañía se fueron colando sus primos hermanos de futuros apocalípticos y sociedades hipertecnificadas. En general, nos llegaban relatos fantásticos desenfadados con inusitadas dosis de sexo y violencia para solaz del lector masculino adolescente. Con todo lo que ha llovido desde entonces, esta es la impronta que aún perdura en el imaginario colectivo y puede rastrearse tranquilamente en la definición propuesta por la RAE para el vocablo “manga”. Lo que no deja de ser irónico, pues la historieta japonesa es, agárrense, la más variada del mundo, probablemente.

Lo fuimos descubriendo poco a poco. Nos asombramos con Osamu Tezuka, autor de Adolf, Buda o Blackjack, cuya talla artística no desmerecería al lado de Will Eisner. Siguieron apareciendo estupendas piezas cortadas por el patrón de Akira, como Alita, y nuevas barrabasadas, como Gantz, pero también delicados cuentos de superación personal como Bateadores, novelas de enredo como Maison Ikkoku, apasionantes thrillers como Monster, historias de amor desaforado como Video Girl Ai, rivalidades deportivas en Slam Dunk, investigaciones policíacas con Detective Conan… No hay género o derivación, por extravagante que sea, que se les resista.

Pese a ello, un sector del público mantiene sus reticencias. Como lo del choque cultural, a estas alturas, como que no cuela, han cargado contra el grafismo. Que si los dibujos son muy simples, que si todos tienen la cara de Marco o de Heidi, etc. Falso como un duro de seis pesetas. A ver quien es el guapo que me saca un tebeo mejor dibujado que El almanaque de mi padre. En todos los sentidos: fisonomías de los personajes, expresividad gestual, perspectiva, composición, detalle… y no digo color porque es en blanco y negro. Pero es que, además, la historia es una delicia que deja con los pantalones por la rodilla a más de un pretencioso cultivador del slice of life.

Decía el gran escritor Francisco Umbral que lo universal es siempre lo local y se explicaba: si uno quiere llegar a la gente tiene que contar las historias que le son propias y que son iguales (o casi) para cada uno de nosotros. Jiro Taniguchi (premiado autor de El gourmet solitario, entre otras) es probable que jamás haya oído hablar del autor madrileño, pero sus obras siguen este principio a rajatabla. Como un heredero en viñetas de Ozu o Naruse, Taniguchi domina el difícil arte de la evocación. Como los cineastas citados, Taniguchi desentraña la épica de la vida cotidiana y convierte, por ejemplo, el incendio que asola la casa del protagonista en 1952 en una vivencia imborrable y universal.



Yoichi, un diseñador de éxito residente en Tokio con su esposa, recibe en el trabajo la noticia de la muerte de su padre, de quien se ha distanciado en los últimos años. En el velatorio, los testimonios de sus familiares le descubren facetas de su progenitor que ignoraba. Demasiado tarde, se da cuenta de que dejó pasar la oportunidad de comprender realmente quien era su padre y por qué actuó cómo lo hizo.

El maestro del recuerdo

El almanaque de mi padre toca el corazón como sólo lo hacen los relatos esenciales, aquellos que hablan de la vida y la muerte, el aprendizaje y el dolor de la memoria. La reconstrucción de una biografía desde las aportaciones inéditas de sus otros participantes es un recurso de probada eficacia cautivadora, como demuestran Vivir (Akira Kurosawa), El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford) o Los puentes de Madison (Clint Eastwood), entre muchísimas otras. También requiere un consumado dominio de los recursos técnicos, porque su misma sencillez deja en seguida al descubierto cualquier impostura. Pero si se logra, la inexorable fugacidad del tiempo que añade el empezar por el final impregna todo de un hálito poético insuperable.

Taniguchi organiza el relato en 12 capítulos de la misma extensión y estructura similar, basada en el contraste entre el presente y el pasado recordado que, a su vez, arroja luz sobre el presente. Durante este juego de “viaje en el tiempo”, despliega una perspicacia abrumadora para la observación y el detalle. Podríamos estar horas hablando de cómo reconstruye el viejo pueblo, con sus calles sin pavimentar, sus acequias, sus casas, sus habitantes y de cómo va cambiando, sutilmente, con el paso de los años, sin dejar de ser siempre reconocible. O de cómo el tiempo va venciendo los rasgos de los personajes, hundiendo sus hombros, entristeciendo sus miradas. O de cómo se deja un periódico sobre la mesa para evitar el cerco de los vasos. O de cómo reaparece, de pronto, un recuerdo enterrado, ante la visión de una fotografía que captura un instante ahora precioso. No hay en ello la más mínima afectación. Igual que en los diálogos, concisos, naturales. Con un ritmo sin sobresaltos, embriagador, vamos conociendo el elenco de personajes, sus tristezas y alegrías, hasta que son las nuestras, porque siempre fueron las nuestras, en realidad, porque cualquiera de nosotros disfrutó un verano de playa con sus primos y hermanos, o perdió de pronto a su mascota favorita, o se arrancó a una aventura que no acabó como esperaba, o se equivocó al juzgar el silencio de un ser querido. ¿Y cuántos no recordamos haber jugado en el pequeño comercio de nuestros padres, tíos o abuelos? Taniguchi recupera esos y otros momentos y los aprisiona para siempre con su capacidad sobrehumana.



El autor da en el hueso de un tema universal. En algún momento, todos hemos sido injustos con nuestros padres, bien mitificándolos, bien acusándolos de alguna desdicha, sin entender que ellos también tienen sus anhelos y secretas aspiraciones. La comprensión puede ser difícil, pero la falta de comunicación siempre se revela, al final, una losa mayor.

El almanaque de mi padre ha sido publicado dos veces por la editorial Planeta, ambas en sentido de lectura occidental: primero en tres finas entregas de la biblioteca Pachinko y después recopilado en un tomo en tapa dura, disponible actualmente por 11,95€.

Tebeos como este hay pocos.

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NobTetsujin
NobTetsujin
Lector
15 enero, 2013 10:07

 Coincido con gran parte de la reseña, un tebeo emotivo, sin caer en la ñoñería que merece mucho la pena leer tranquilamente.

Eso si, pese a estar estupendamente dibujado, creo que si podríamos sacar tebeos mejor dibujados 😉

Mabaros
Mabaros
Lector
15 enero, 2013 10:38

Este manga es de lo mejor que se ha publicado en España nunca. Coincido..Emotivo sin caer en la ñoñeria. y a más de uno se le caerá una lagrimita.

Reverend Dust
Lector
15 enero, 2013 14:56

Un amigo lo compró allá por 2008, ya había conocido las grapas pero no se había atrevido por temor a que Planeta sacase una edición mejor y así fue. Me habló de él al poco de adquirirlo y leerlo y yo, en los albores de mi nueva experiencia comiquera (Conan, Conan, Conan…), se lo pedí. Estaba en el segundo curso de mi carrera, estudiando en Vitoria pero viajando los fines de semana de vuelta a casa en San Sebastián. 1 hora y 55 minutos de tren separan una ciudad de otra, con posibles variaciones en invierno por problemas con la nieve. Aquel día nevaba, pero apenas fueron 2 horas de viaje. O al menos en lo que al tiempo y el espacio se refiere.

Afronté la lectura de El almanaque de mi padre ya en la estación, más con curiosidad que admiración o expectativas, con lo que ya había pasado 30 minutos leyendo antes de montar en aquel tren, pero el viaje ya había empezado en mi cerebro y el viaje sería con escala a un Japón costumbrista en blanco y negro. Qué experiencia. Qué desgarro. Qué lágrimas en público me provocó el tramo final, ya con Vitoria en el horizonte con sus primeros edificios horrendos de protección oficial-pero-no, llenos de colores absurdos en sus fachadas. Pero en mi cerebro no había color, sólo blanco y negro a través de una visión vidriosa de la vida de un hombre que conoció a su padre tarde, a pesar de tener vagos recuerdos de haberlo conocido antes.

Gracias por recordar esta experiencia. Muchísimas gracias de corazón 🙂

Raúl López
Admin
15 enero, 2013 15:44

Después del maestro Tezuka, Taniguchi probablemente sea el mangaka del que mas páginas he leído, cada nueva obra suya es motivo de alegría pues se que conseguirá transmitirme algo mas con sus palabras. Algo parecido se puede decir de esta reseña, enhorabuena una vez mas Javier.

Liponidas
Liponidas
Lector
15 enero, 2013 19:34

Por reseñas como esta es que soy fan de ZN.

Que emotivo el relato de tu recuerdo Reverend! totalmente en sintonía taniguchiana 😉

Me voy a buscar este manga. Y Un zoo en invierno. Y Barrio Lejano. Y El Caminante. Y El viajero de la tundra. Y…

Pedro Monje
15 enero, 2013 19:52

Excelente reseña, Javier. Personalmente yo he descubierto recientemente a Jiro Taniguchi leyendo dos de sus obras temáticas, Barrio Lejano y Cielos Radiantes, que por lo que veo en esta reseña comparten rasgos con El almanaque de mi padre (de hecho, ya puestos y a modo de anécdota, Cielos Radiantes me recuerda en cierto sentido y mucho al último giro argumental de Spiderman). Pienso leerme esta obra y comprobar las diferencias entre unas y otras con las que Jiro se enfrenta a cada historia desde un enfoque similar.

JJ
JJ
Lector
16 enero, 2013 14:06

Una reseña excelente para una obra sobresaliente. De Taniguchi acabo de leer «los años dulces» y puedo decir que, junto con la obra aqui reseñada , se merece un puesto entre el olimpo de los comics. Grandisimo Jiro Taniguchi.

 

Salu2

Tha ki_kua
Tha ki_kua
Lector
16 enero, 2013 19:25

 De las mejores historias que he leído. La gente que se encarga del Real diccionario…. debería leer este tipo de obras y no ceñirse a la clase de manga que se editaba en los 90.

Agente Sadness
Agente Sadness
Lector
19 enero, 2013 12:38

 Leí recientemente esta pequeña joya, gracias a cierto «reseñero verborreico» , y pese a no ser un gran conocedor del manga, tengo que reconocer que su lectura me mantuvo cautivado, casi podría decir hipnotizado, desde sus primeras páginas. Lo devoré del tirón, acompañado por la trompeta de Miles Davis y su Sorcerer. Acabé y lo volví a leer de nuevo. 

Me pareció simplemente maravilloso. Un relato rebosante de humildad y honestidad que nada tiene que ver con los adolescentes suprahormonados y los ciborgs-zombi-atómicos con los que yo -erróneamente- asociaba al noveno arte nipón.

Creo que es una lectura más que recomendable para todos aquellos carcas -como yo- que fruncen el ceño ante cualquier cosa que no les recuerde a los clásicos del KFS, la Marvel de los sesenta o el cómic europeo tradicional.

De nuevo, Javier, mis más sinceras felicitaciones por el buen gusto mostrado a la hora de escoger obras para diseccionarlas. -(Aunque peques de verborrea incontinente, joven padawan…)-

Ataúd Johnson
Ataúd Johnson
Lector
22 enero, 2013 17:01

 Por fin he terminado Akira y he podido leer la reseña que se enlaza. Muy buena, gracias por recordarla junto con la de Adolf que también he leído y tengo pendiente.

Llevo buscando El almanaque de mi padre desde que leí la reseña y no hay manera de encontrarlo. Me quedan un par de sitios donde buscar y espero tener suerte porque me has creado la necesidad de leerlo ya. Gracias Javier.

Eduardo
Eduardo
Lector
7 septiembre, 2013 14:17

Una pregunta para Javier Agrafojo o cualquiera que pueda contestarme. Me compré la edición de Planeta de esta obra y me gustó mucho, pero el dibujo de Taniguchi está muy quemado, solo hace falta compararlo con cualquier obra de este autor publicada por Ponent. ¿Se sabe si la nueva edición de Planeta, dentro de la línea Trazado, mejora la reproducción? Espero que sí, porque es una lástima que este pedazo de obra no esté lo bien reproducida que se merece.
En fin, si alguien lo sabe, que informe.