Capitán Meteoro Vol. 2 Cap. 8: Tunguska, Las Vegas (Parte 6, de 7)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de José Antonio Fideu Martínez y Vicente Cifuentes

Capitán Meteoro, Archivos 8. Notas previas.

Título: “Tunguska, Las Vegas”



VIII

Supimos primero que el día de nuestro juicio se acercaba, aunque no llegamos a saber exactamente cuándo se nos requeriría para presentarnos ante el juez, ni tampoco el lugar de la vista. Se nos dijo luego que sería en la nueva Sodoma, que todo comenzaría por ahí, y buscándola, comprendimos que muchas de las ciudades levantadas por la mano del hombre en los últimos siglos podían volverse a bautizar así… nuevas Sodomas en casi cada país, en todos los continentes… Un poco más tarde se nos indicó ya un lugar exacto. Se señaló un oasis de vicio y ostentación, plantado en medio de un desierto, y se nos sugirió que buscáramos allí. “Todo empezará en Las Vegas”, se nos dijo… Sin embargo no nos dimos cuenta de que jamás hallaríamos al ángel, ni en esa ciudad ni en ninguna otra, porque estábamos predestinados a pagar: el único hombre que podía interceder por nosotros no acudiría a defendernos… Recuerdo, al menos, la primera parte del final de esta historia, y de la segunda, del desenlace, he sabido por algunos amigos en cuyas palabras tengo tanta fe, que casi considero que la viví también, aunque, como dije al principio, estuviera muerto cuando todo ocurrió. También vi retales de ella en los propios ojos de nuestro enemigo. Trataré, por tanto, de ser fiel a mis recuerdos y a lo que unos y otros me contaron…

Tardamos demasiado en ponernos en marcha, nuestra capacidad para investigar un asunto tan grave resultó fatalmente limitada. No sé si es que nos enfrentábamos a una tecnología infinitamente superior o si es que Dios, algún Dios caprichoso y cruel, lo ordenó así, pero el caso es que nuestro enemigo permaneció oculto durante todo el tiempo que quiso y sólo se manifestó, mostrándose abiertamente al mundo, cuando creyó que era el momento de hacerlo. Pasó por delante de nuestras narices mil veces y fuimos incapaces de verlo… casi todos. Recuerdo que tuvimos la sensación de haber perdido un tiempo precioso en las pesquisas.

-Debemos darnos prisa, Capitán –gritó Taquión nada más aterrizar a mi lado, señalando hacia la ciudad. Era de noche y el nácar de la luna nos alumbraba convirtiéndonos en espectros-. Tengo una sensación muy extraña, como un cosquilleo en la nuca. La misma sensación que tenía de pequeño al atravesar un pasillo oscuro…

-Sí, se llama miedo a eso –el Mensajero habló a nuestras espaldas con su voz dorada, entrando en escena con la majestad habitual-. Todos lo sentimos… Hemos de evacuar la ciudad lo antes posible…

-¿Tenemos las autorizaciones? –preguntó con tono grave Taquión.

-Fomalhaut y Retrocohete están en Washington, no tardarán en convencer al presidente, pero no debemos esperar –Enana Blanca habló flotando en medio de la oscuridad nocturna, iluminando la escena con su buen juicio. La pequeña mujer resplandecía en medio de la noche como una luciérnaga humana, rodeada por un halo de luz fantasmal, mientras se desplazaba nerviosamente de derecha a izquierda sin tocar el suelo-. Debemos empezar a actuar ya. La Guardia Solar está aquí, el Capitán Meteoro también, y no tardarán en llegar héroes de todos los rincones del país. Se ha dado el aviso de alerta roja y se han introducido las coordenadas en la frecuencia de alarma, pero si esperamos a que estén todos, quizás sea tarde. Por suerte la ciudad sigue ahí –efectivamente, un campo sembrado de luces de colores, a su espalda, le daba la razón-. ¿A qué esperamos…?

-Bien –dijo Taquión volviendo a tomar la iniciativa-, entonces actuaremos como si tuviéramos esas autorizaciones. ¿Con qué contamos, Capitán?

-Marie lleva razón: están todos al caer. El Hombre de Cuarzo, Dragón Sombra, Mike Rata, El Íncubo, la Exclamación, el Cazador Escarlata y el Halcón de Hierro llegarán en un par de minutos. Vuelan ya hacia aquí. Creo que los acompaña alguien más. He avisado también a la Familia Nemo y a los Hombres Sintéticos… En unos minutos lo complicado será poner orden entre tanta gente. Quizás lo mejor sea transmitir las instrucciones a través de los telépatas…

-Muy bien, a ver qué os parece esto: Ultracórtex y el profesor Svintus están ya aquí y me ha parecido ver a Mentalo hablando con la Guardiana Lunar. Ellos se encargarán de conectarnos y de transmitir las órdenes. Dividiremos el plan en dos fases: Por un lado trataremos de conducir a la gente, de la manera más ordenada posible, hacia los puntos de recogida. Las estaciones de ferrocarril, las de autobuses y el aeropuerto serán los primeros en empezar a funcionar e improvisaremos helipuertos en todos los barrios, en cada plaza, en los campos de béisbol, en las azoteas de los hoteles y de los edificios más altos. Tomaremos las bases militares y les pediremos ayuda a los soldados y a la Guardia Nacional. Colocaremos a teletransportadores en puntos de máxima concurrencia: Umbra, el Flautista, El Caminante Silencioso, el Doctor Ergo, Vínculo… A todos ellos. Los que volamos y tenemos fuerza suficiente podemos ir sacando grupos desde ahora mismo… Los que disponen de naves y vehículos voladores harán también de transportistas por una noche. Tendrán prioridad los niños y sus madres.

-¿Y la otra fase? –pregunté.

-La otra fase consistirá en buscar a ese Ángel Exterminador y echarlo de aquí a patadas–. Mirando a los ojos a Taquión entendí por qué aquellos titanes, los miembros de la Guardia Solar, seres cuyo poder podía borrar estrellas del firmamento de un plumazo, le obedecían sin pestañear. Aquel hombre era un líder nato, capaz de dar órdenes acertadas cuando casi ninguno de nosotros era capaz de pensar con claridad. Su sola presencia animaba a seguir luchando, su voz era esperanza y sentido común, y arrastraba el peso de la responsabilidad sin dejarse nunca aplastar por él-. Tozeur está ya en la tarea. Ha terminado sus hechizos de protección. Hasta el momento de empezar la evacuación se dedicará a indagar. Distribuiremos a los exploradores por toda la ciudad: telépatas, hechiceros, rastreadores… Tú mismo, Capitán. Tengo entendido que tienes ciertas habilidades que pueden ayudarnos en esto: sentidos aumentados, según los archivos de la Guardia…

-No exactamente -Contesté muy serio-, tengo cierta comprensión intuitiva de la materia y la energía, eso es todo, pero de cualquier manera lo intentaré, conservo la pauta energética que debo buscar…

-Bien, el que dé con él, lanzará un mensaje de aviso –Por su mirada habló el mundo: me hizo saber que la hora de la verdad se acercaba y que todos esperaban lo mejor de nosotros, que la hora de los héroes estaba cercana-. Cuando demos con nuestro enemigo todos los que no se encuentren en labores de evacuación irán hacia las coordenadas indicadas preparados para entablar batalla…

-Muy bien –dije alzando el vuelo- gran plan. Ya tengo mis órdenes. Me pongo en marcha. Empezaré por el Stardust, si te parece bien. Me llevaré a Tabaki y al Cazador para allá, son muy buenos rastreando…

-¡Capitán! –gritó Taquión cuando ya me elevaba-, ¿Y Wild? ¿Has avisado a Conan?

-Sí, aunque no sé si vendrá… Hace días que no responde a mi señal.

-Recemos porque sí –me contestó con gesto contrariado, y sin decir nada más se volvió hacia los suyos y continuó con los preparativos.

Al poco de elevarme pude ver cómo aquella colina se había convertido en un hormiguero en el que docenas de superhombres, pequeños insectos de todos los colores, habían empezado a moverse ya en mil direcciones distintas. Las voces comenzaron a sonar en nuestras cabezas unos segundos después. A través de las mentes privilegiadas de Ultracórtex y Svintus las órdenes eran transmitidas de manera rápida y eficiente. Las pistas que estaban en la memoria de Tozeur, todos los datos que habíamos conseguido obtener los demás sobre la naturaleza y la forma de nuestro adversario, fueron recopilados con rapidez, seleccionados y ordenados, tomados directamente de la mente de cada uno y distribuidos segundos después entre los buscadores. Lunik Treinta y Tres prestó su cerebro sintético, transistores y cables tornados milagrosamente en conciencia, para realizar una colocación eficiente de los distintos individuos, dividiendo la ciudad en cuadrantes y asignándole uno a cada uno de los héroes, según sus características y lo que se requeriría de ellos. ¡Un robot ruso superevolucionado, haciendo labores de administrativo…! Los buscadores tendríamos libertad para movernos por zonas más amplias mientras que a los teletransportadores y a los encargados de las evacuaciones se les indicaron puntos concretos desde los que debían hacer los transportes. También se distribuyeron las estaciones, los aeropuertos y se colocaron héroes en las principales salidas de carretera para facilitar el tráfico fluido hacia las afueras…

Era un buen plan, en unas horas habríamos cribado la ciudad dejándola vacía… Y sin embargo no tuvimos tiempo…

Recuerdo que volé deprisa hasta el casino Stardust y que me posé sobre el enorme cartel de la entrada para observar el lugar sin alarmar demasiado. Desde allí arriba, sobre aquel pequeño planeta de chapa pintada que situaba los Estados Unidos como centro inequívoco del universo de lo banal, miré a los hombres que se movían un poco más abajo, sobre la acera, y de la misma manera que un dios caprichoso, con el mismo despotismo y sin terminar de comprenderlos, los juzgué yo también. Ingenuamente, pensé que si alguien había condenado la ciudad por sus pecados, comenzaría la penitencia haciendo arder aquel lugar. No sé muy bien por qué, seguramente por las enseñanzas de mis padres, de mis maestros y de los hombres que predicaban desde el púlpito de la iglesia de mi barrio siendo yo niño, pero el caso es que mis prejuicios, disfrazados de sagacidad, me llevaron a pensar que las bailarinas de striptease, los camareros, las putas, los borrachos, los tahúres y los crupieres, cargarían con listas de pecados mucho más serias y extensas que las damas de la alta sociedad, los banqueros, los predicadores, los empresarios, los políticos o los agentes de policía… ¡Qué errado estuvo mi juicio en aquella ocasión! No me daría cuenta hasta pasadas unas horas; tuve que morir para ello, mirando a los ojos del Ángel Exterminador.

Habíamos convenido que los héroes más populares grabarían un mensaje que sería transmitido a la población por radio y televisión, pero calculaba que en aquel momento todavía no se habría emitido y no quería alarmar demasiado. Imaginaba que disponía todavía de un cuarto de hora de tranquilidad antes de que todo se complicase, y decidí que lo utilizaría lo mejor que pudiera. Acababa de dejar al Cazador Escarlata y a Tabaki a un par de kilómetros de allí y comencé mi misión abriendo bien los ojos. Pensaba que si me esmeraba y buscaba con la atención suficiente, terminaría dando con mi presa… por alguna extraña razón, los hombres nos creemos siempre protagonistas de todas las historias que transcurren a nuestro alrededor… No fue así.

Esto que voy a contar a partir de ahora lo supe por el propio Ángel. Creo haber mencionado antes el hecho que aconteció cuando me enfrenté a él justo antes de morir. Cuando nos miramos se produjo una comunión extraña entre nuestras almas -si es que se puede hablar de alma en un ser como él-, por mor de la cual, todo me fue revelado. Sus recuerdos pasaron a ser mis recuerdos instantáneamente y sentí todo lo que él había sentido: vi su llegada a nuestro planeta envuelto en luz, pasé con él por la memoria de todas sus vidas anteriores, escuché aquel canto precioso llegado de más allá de los confines de nuestro universo que le ordenaba ejecutar y me detuve justo en el momento en que inició la tercera fase de su programa, el momento en el que finalmente descargó la ira destructiva de su amo sobre la ciudad de Las Vegas. Pude sentir sus remordimientos como míos… Durante años me he preguntado por qué ocurrió aquello, qué sentido tenía donar todo aquel conocimiento a un condenado. No he podido llegar a conclusiones claras al respecto. Quizás actuando así, el Ángel tratara de disculparse, no sé… El hecho es que, por él mismo, conocí varios pasajes de esta historia que trato de contar, entre ellos, el momento de la muerte del Hombre de Cuarzo, acompañado por otro medio millón de personas más.

Éramos muy pocos los que habíamos empezado a buscar entre la gente. La mayoría no había llegado todavía y los que lo habían hecho, esperaban en la colina, junto a los miembros de la Guardia, recibiendo todavía instrucciones que les eran dictadas, directamente en sus cabezas, por el poder privilegiado de los telépatas más poderosos del planeta. En unos minutos todo el mundo comenzaría a ocupar sus posiciones y la ciudad empezaría a vaciarse. Yo no lo sabía entonces, apenas hacía un rato que acababa de posarme sobre el chaflán luminoso del Stardust y ni siquiera había empezado a rebuscar desde las alturas, pero al menos cinco héroes, aparte de los naturales de la ciudad de Las Vegas, sin contarme a mí mismo, se habían puesto ya manos a la obra. El Hombre de Cuarzo fue, quizás, el más rápido y diligente. Sin perder un instante, comenzó a caminar por las calles en dirección al punto que se le había asignado, una estación de autobuses de la Grey Hound, según creo.

Era raro ver caminar al Hombre de Cuarzo solo entre las muchedumbres, no era amigo de hacerlo. El asunto debió parecerle extremadamente serio para que tomara la decisión de ir andando. Recuerdo que me lo encontré una vez, hace muchos años, en el cruce de la Sexta avenida con la calle Wells, parado frente a un semáforo como si alguien lo hubiera plantado allí, tan quieto como los buzones, las señales o las cabinas telefónicas. Se había quedado fosilizado, entre el gentío, sonriendo como un memo, hipnotizado ante el espectáculo de la vida. La gente pasaba por delante de él, lo miraban extrañados, pero la mayoría ni siquiera se detenían. Puede que muchos –por allí no era tan conocido-, pensaran que se trataba de un muñeco, el último engaño publicitario, pero unos pocos, sobre todo niños, sí que lo hicieron. Los más atrevidos hasta intentaron entablar conversación con él. Estoy seguro de que fue amable con ellos, siempre lo era… Cuando yo me posé a su lado, miraba al otro lado de la acera y apenas giró la cabeza para saludarme. No era amigo de compromisos. Recuerdo que le pregunté si ocurría algo malo, qué estaba haciendo allí, y recuerdo también que, cuando me contestó, creí estar hablando con un niño pequeño. La emoción era lo que lo había pegado a la acera: se había derramado, descendiendo desde su cerebro mineral hasta el suelo, como un engrudo extraño, obligándole a detenerse, permitiéndole sólo la libertad de movimiento necesaria para parpadear.

-El Hombre de Cuarzo está viendo a la gente… ¡Tanta vida! Cada uno de ellos es único, como los copos de nieve…

Y eso solía ocurrirle a menudo. Apreciaba tanto su perdida naturaleza humana que muchas veces quedaba así, varado entre la muchedumbre. Disfrutaba viendo a la gente, amaba la vida más que nadie, quizás porque, en cierta manera, estaba muerto. Como se dice por ahí, sólo se aprecian las cosas cuando se han perdido… Sin embargo, luego, cuando se quedaba solo por las noches, sé que el recuerdo de lo que había visto, de toda aquella normalidad que había pasado frente a sus narices y que nunca podría disfrutar, le dolía en el alma. En alguna ocasión me confesó que ese dolor le impedía acercarse demasiado a la gente normal. Nosotros, cada uno a nuestra manera, éramos tan extraños como él y por eso a nuestro lado se sentía tan bien. Creo que se convirtió en héroe solamente para sentirse miembro de una comunidad, para volver a tener familia.

El Ángel había replicado cuatro años atrás el cuerpo de un fontanero Checoslovaco llamado Jeník Kosiner, viviendo su vida desde entonces, disfrutando del cariño robado a sus hijos y soportando el desprecio de su esposa, pagando sus facturas, conduciendo su coche, comiendo su comida, haciendo su trabajo y pecando como él habría pecado, sólo de vez en cuando. Una tarde, sin embargo, al terminar de arreglar un lavabo en el apartamento de una mujer negra llamada Pandora Brown, escuchó un canto lejano que lo conminó a dirigirse rápidamente hacia el centro de la ciudad para desencadenar la tercera fase de su programa. Salió de la casa sin acordarse siquiera de cobrar la faena, dejando allí las herramientas, ignorando a la mujer que le ofrecía un manojo de billetes y le recordaba a gritos que había olvidado junto a la ducha todas sus cosas. Caminando decidido, dejó atrás el barrio donde vivía Pandora y anduvo por las calles, como sonámbulo, hasta llegar a su destino. Unos segundos antes, el Ángel Exterminador y el Hombre de Cuarzo se cruzaron frente al escaparate de una tienda de electrodomésticos. Es curioso, desde que llegara a las Vegas hasta ese momento, el Hombre de Cuarzo habría mirado a los ojos a cientos de caminantes, puede que a miles. Iba andando y a la vez buscaba al asesino, confiando encontrar una sombra en una mirada que le advirtiera. Poco más tenía para rastrear al mal que se avecinaba aparte de su propio instinto… Y no le falló. En los recuerdos que el Ángel me transmitió, había un paseo entre la muchedumbre, un paseo lleno de pesar entre gente atareada. Los rostros desfilaban por delante de él y de su pena sin detenerse un instante, sin sospechar que estaban a punto de arder…

Hasta que, al girar una esquina, su mirada coincidió con la de un ser extraño, un hombre mineral que brillaba reflejando la luz encarnada y azul de los fluorescentes de los escaparates. El Ángel se sorprendió de coincidir, en aquel preciso momento, con un ser así, una estatua viviente de gesto glacial y movimientos geométricos, cuyo rostro cincelado se encontró con el suyo durante unos instantes. Algo en la mirada transparente de aquel ser le advirtió inmediatamente que debía bajar la vista, que debía esconderse. Intuitivamente, el Ángel supo que todos sus sistemas de ocultamiento serían inútiles, que lo habían encontrado… Era como si aquel ser extraño hubiera rebuscado en el fondo de su alma hasta hallar su verdadera naturaleza.

-Perdone, señor –dijo agarrando al fontanero Kosiner por la manga de la chaqueta-. No se alarme por favor, el Hombre de Cuarzo es miembro de reserva de la Guardia Solar. Nos encontramos en una situación algo comprometida. Por favor, ¿podría acompañarme un momento? Necesitamos hacerle unas preguntas… Enseguida le explicaremos.

Estoy seguro de que ninguno de nosotros habría sospechado de aquel obrero checo, pero, por alguna razón, mi amigo lo hizo. Por motivos que todavía no puedo explicarme, con sólo mirarlo, el Hombre de Cuarzo, supo que aquel ser no era uno de nosotros, comprendió que, muy al contrario, era el que había sido designado para ser nuestro verdugo, y no le tembló el pulso a la hora de arriesgar su vida por salvarnos de él. Sin embargo su gesto no valió de mucho. En realidad no valió de nada en absoluto. Cuando el ángel comprendió que había sido descubierto, calculó rápidamente las consecuencias que aquel encuentro podría tener en el desarrollo de su misión. En verdad, aquel individuo extraño, aquel hombre mineral, no era una amenaza muy grande, ni siquiera se habría detenido a contestarle, sin embargo, la desgracia quiso que el protocolo del programa determinase aquel punto como nuevo epicentro para desencadenar la ira de las llamas purificadoras. En presencia de problemas inesperados el programa se reajustaba inmediatamente. En este caso simplemente había que aumentar la potencia de la detonación, ampliando el radio destructivo…

Lo miró sin decir nada. En el último instante, el ángel sintió pena por los hombres y lamentó tener que aniquilar a un individuo único como aquel. Pensó que matándolo terminaba con una especie entera, una nueva especie brillante que apenas acababa de nacer, y se preguntó si su alma escondería pecados suficientes como para ser condenado.

-No ha llegado… El Ungido no ha llegado –dijo justo antes de explotar-. Arrepentíos de vuestros pecados…

Y las lágrimas que brotaron de sus ojos fueron inmediatamente evaporadas por el ardiente fuego de la justicia divina… De todos los presentes en la ciudad, sólo El Cazador y yo sobrevivimos.

Recuerdo la explosión. “Ha ocurrido”, pensé. No sé muy bien cómo describir algo así… Repentinamente se desencadenó una ola de muerte imparable que arrasó la ciudad: los hombres, las mujeres, los niños, cualquier ser animado en un radio de varias kilómetros a la redonda quedó reducidos a cenizas, aplastados todos por una presión inmisericorde que desterró toda vida de aquel punto del mapa. Los edificios, los semáforos, los coches, el firme de las calles y las aceras… cualquier vestigio de civilización humana quedó radicalmente desintegrado también. Fue como si, de repente, alguien hubiera considerado toda la historia del hombre como un error, un terrible error que debía ser borrado de la memoria del universo. Ocurrió muy deprisa, una bofetada inesperada, y sin embargo, paradojas de la vida, a la vez el tiempo pareció ralentizarse: entré en una eternidad que duró apenas unas décimas de segundo. Primero escuché un eco lejano, una suerte de lamento cargado de miedo y dolor, que no tardó en devorarnos. Las palabras se esfumaron, la música se esfumó, las risas se esfumaron… Por un instante el mundo quedó en silencio y, cuando regresó el sonido, lo que oí ya no fue el canto de la vida, fue un rugido que perforó mis oídos y que penetró en el interior de mi alma, desgarrándola con la facilidad con la que se rasga un pliego de papel viejo… Seguramente uno, el silencio, fue suplantado por el otro, por el ruido salvaje de la explosión, de manera inmediata, pero a mí me parecieron separados por un abismo. El dolor hace que el tiempo transcurra muy lentamente… “Finalmente ha ocurrido”. Un martillo pilón golpeándome en la nuca, violencia destilada en estado puro, que me quemó y me arrojó hacia las afueras de la ciudad… Respiré llamas y sentí como todo mi cuerpo ardía volviéndose rígido, como mi piel se acartonaba, como mis pulmones se llenaban de llagas. En el momento en el que caí al suelo, a varios kilómetros del lugar en el que me encontraba cuando todo empezó, era apenas un despojo andante, más un cadáver que uno de los vivos. Fui arrastrado por la violencia de la deflagración, labrando el piso con mis propios huesos… Salí de aquel surco sin comprender todavía lo que había ocurrido. Al respirar sentía un dolor indescriptible y cuando pude incorporarme y me miré, apenas vestido, cubierto de jirones manchados, comprendí que aquel fuego había obrado tan mal con mi vestimenta como conmigo mismo. Nunca antes había sufrido quemaduras y heridas tan terribles: todo mi cuerpo era una pústula sanguinolenta y sucia. Aún hoy me estremezco al recordar aquello. Mis brazos, el pecho y mis piernas totalmente quemados, la piel desprendida, ampollas terribles que comenzaban ya a hincharse, y sangre, sangre reseca por todas partes… Entendí por qué me dolía de aquella manera cada vez que daba un paso y sentí miedo… un miedo profundísimo. Luego, eché la vista atrás y miré hacia el lugar en el que había estado la ciudad… Entonces llegó la certeza del fracaso. “Y no hemos podido hacer nada para evitarlo…”. El paisaje urbano había desaparecido… un tapiz de polvo gris que todavía ardía en muchos puntos, una ruina continua e interminable, lo había suplantado. Pensé inmediatamente en las miles de personas que acababan de morir. Recordé el bullicio alegre a las puertas del Stardust unos segundos antes, las luces cambiando continuamente de color, la amalgama de músicas, las risas, el gentío y el tráfico, y creí estar viviendo una pesadilla. Me pareció imposible que todas aquellas vidas hubieran quedado calcinadas… Y sin embargo así era.

“No hemos hecho nada…”.

Creyendo que en el espacio estaba mi salvación, utilicé la poca fuerza que me quedaba para alzar el vuelo. Rápidamente me elevé sobre todo aquel campo de muerte. Al abandonar el yugo de la gravedad sentí alivio. El roce cálido de la brisa nocturna apaciguó el escozor y cuando abandoné la atmósfera, el frío del espacio me pareció un bálsamo. La energía de las estrellas me había servido siempre de consuelo, me había ayudado a sanar, y sin embargo, en aquella ocasión apenas me sustentó. Tosí y pequeños goterones de sangre se convirtieron inmediatamente en lágrimas congeladas que quedaron perdidas tras de mí. La mejoría fue insuficiente… En ese momento no me paré a pensar en la naturaleza de la energía que me había dañado de aquella manera, pero comprendí que había sufrido quemaduras causadas por una furia demasiado poderosa y temí estar enfermo de muerte.

Mientras tanto, abajo, en la Tierra, los héroes habían empezado a moverse bajo los mandatos de nuevos planes. Desde la lejanía, habían visto crecer la gran burbuja de energía desde el tamaño de una luciérnaga, hasta convertirse en un globo inconmensurable que había terminado engullendo la ciudad. Tal y como había surgido, el fuego se había extinguido luego y, al hacerlo, pudieron ver atónitos cómo todo había desaparecido. Quedó una frontera clara marcada en el suelo, a un lado de la cual estaban ellos, todos ilesos, traspasada ésta, la vida había sido sustituida por una alfombra de cenizas, tierras calcinadas y ruinas. Al principio la violencia repentina del estallido los dejó congelados.

Tras la explosión fue la incredulidad, el miedo y el dolor lo que les impidió moverse. Cuando por fin lo hicieron, guiados sobre todo por su propio orgullo, tardaron todavía un rato en hacerlo con un mínimo de orden…

-Ha empezado –Dijo Tozeur con la mirada enloquecida y la voz entrecortada, señalando hacia el fantasma humeante de lo que había sido la ciudad-. Ese fuego es el fuego del Apocalipsis… Trescientos dieciséis demonios menores y un gran leviatán habitaban en las Vegas… Ellos han ardido también… Ninguna llama quema a los demonios salvo el fuego vengador de la ira de Dios…

Descendía hacia ellos cuando una cosa me llamó poderosamente la atención. Me di cuenta de que había algo allí abajo, un punto brillante en medio del cráter circular dibujado por la deflagración. A un par de kilómetros, cuando casi había llegado al suelo, la figura terminó de tomar forma. Cualquiera lo habría confundido con un ángel: un ente de aspecto vagamente humano y rasgos poco definidos, sin sexo, desnudo y de piel clara, ligeramente cetrina, que brillaba con luz propia y que murmuraba, en un idioma desconocido, una letanía, una suerte de rezo extrañamente hermoso, quizás avisó a quien lo enviara de que había iniciado la tercera fase el programa…Permanecía impasible, esperando, relumbrando con un brillo dorado, imbuido de toda la majestad y la pureza de un ser divino… y sin embargo a mí me pareció un demonio.

Variando el rumbo de manera radical me dirigí hacia la colina sobre la que había hablado, unos minutos antes, con Taquión y su Guardia Solar. Los héroes, todavía conmocionados por lo que acaban de ver, se esmeraban por sacar fuerzas de donde no las había.

-Soy yo, el Capitán Meteoro –grité temiendo que no me reconocieran-. Escuchadme, es muy importante.

Apenas se atrevieron a moverse. Me miraron boquiabiertos, y sus expresiones fueron el espejo que me comunicó lo ruinoso de mi aspecto.

-Estoy vivo –dije hablando con dificultad-. Por favor, no me miréis así. Estoy muy malherido, pero sigo siendo yo… al menos por un tiempo. Hay algo, lo he visto desde las alturas… Es un ser de aspecto extraño que brilla… Está cantando –noté de nuevo el peso insobornable de la gravedad tirando de mis heridas, haciendo mucho más penoso cada movimiento mío-. Escuchad, ese ser es el que buscábamos, no hay duda. Esta justo en el centro de la explosión, plantado como una estatua… Visto lo que acaba de hacer, lo que ha hecho con la ciudad y con los que nos encontrábamos ahí dentro, creo que puede acabar con el mundo entero si se lo propone… y creo que sólo vosotros podéis impedírselo. Me parece que ya ha acabado conmigo… valgo ya para poco –de nuevo la tos. Tuve que detenerme y cuando el dolor pasó, noté el sabor a hierro de la sangre, otra vez, en mi boca-, así que voy a hacer un último esfuerzo y voy a ir hacia allá. Voy a enfrentarme a esa cosa…

-No –me interrumpió La Antorcha-. Iremos todos, Capitán.

-Escúchame Edna, querida, y por favor no me interrumpas –le rogué-. Apenas me quedan fuerzas para hablar, todavía menos para discutir. Voy a ir allí a hablar con ese engendro para intentar ganar un poco de tiempo. No soy un suicida, no creas que entraba en mis planes morir hoy…

-Dí, Capitán –dijo Taquión haciendo una señal con la mano a los suyos. Había entendido perfectamente, por mi mirada, que hablaba muy en serio y que no habría lugar para debates en aquel momento-. Te escuchamos…

-No voy a hacerme el héroe para salvaros a los demás, no creáis. Ahora mismo no soy un adversario muy temible. Voy allí a ganar tiempo, a parlamentar, y os aseguro que intentaré volver vivo –de nuevo un ataque de tos me castigó. Esta vez tuve que buscar apoyo en uno de mis compañeros para no caer al suelo. La Exclamación me prestó su hombro. Cuando me retiré, cuando encontré fuerzas para recuperar mi dignidad e incorporarme otra vez, me di cuenta de que su uniforme, inmaculado siempre, había quedado marcado por mi sangre-. En realidad, esta vez, los que vais a tener que sacarnos las castañas del fuego vais a ser vosotros. No sé cómo, pero tenéis que encontrar una manera, una forma de detenerlo… y creo que los puñetazos y los disparos no van a ser suficiente. Esta vez yo sólo puedo ofreceros algo de tiempo… pero la respuesta ha de ser vuestra.

Emprendí el vuelo dejándolos atrás. Había mentido: sí que pretendía ser un héroe. Lo intentaría primero con palabras, pero también con puñetazos y rayos de energía si veía que éstas no me servían de mucho… y además estaba dispuesto a sacrificar mi vida. En realidad esto último no es un gran mérito, me creía moribundo, había quedado tan quemado y deformado por la explosión, que la perspectiva de seguir viviendo en aquellas condiciones se me hacía casi más dura que la de afrontar la muerte. Tenía miedo de regresar a mi forma humana. Si mi yo más fuerte había sufrido aquel castigo, ¿cómo estaría el bueno de Jerome…? Ningún hombre normal había superado aquella prueba. Todos los habitantes de Las Vegas eran ya almas en pena. Tosía y escupía sangre, y conforme mis heridas se iban secando, el dolor se volvía mucho más agudo; cada parpadeo, un castigo.… Tuve suerte de no poder mirar el aspecto de mi rostro en ningún espejo…

-¿Entiendes mis palabras? -dije posándome frente al ángel.

-Sí, te entendemos –me contestó.

Esperé un rato antes de volver a hablar. Cada vez me costaba más tomar aire, cada palabra era un martirio.

-Soy el Capitán Meteoro, y soy uno de los defensores de este planeta…

-Lo sabemos, conocemos vuestra cultura y vuestra manera de ser. Hemos vivido entre vosotros desde hace años… Hemos sido hombre.

-Entonces sabrás que toda esta gente confiaba en mí, que eran inocentes, y sabrás también que el asesinato, aquí, está penado…

-No existe la inocencia entre los tuyos, Capitán. Además, has de saber que Nos obedecemos leyes superiores a las vuestras. El Creador es quien dicta nuestras acciones, y Nos las ejecutamos –el ángel bajó el rostro. Su cara de cera quedó velada por algo muy parecido a la vergüenza-. En realidad no somos más que una expresión material de su deseo. El programa, Nos y el amo, somos la misma cosa, una trinidad indisoluble…

-Quiero saber a cuento de qué ha venido todo esto, y quiero que me lo expliques con claridad. Quiero razones y aclaraciones, aunque te advierto que seguramente no me valdrán…

-En realidad, como todas las cosas grandes e importantes, existe una explicación sencilla escondida dentro, una raíz simple en el fondo de un sistema demasiado complejo como para ser entendido por un hombre. Puedo extraer esa verdad sencilla para ti, si así lo deseas, Capitan –asentí con la cabeza-. Todos los seres vivos han de ser evaluados, juzgados. El Padre es perfecto y podría haberos creado a todos perfectos, como él, pero ha introducido una variable en vuestras programaciones para daros auténtica vida, para haceros dueños de vuestros actos: esa variable es lo que vosotros llamáis el libre albedrío…

-Todo esto me suena a rollo divino de catequesis y no me gusta nada… ¿Estás acaso diciéndome que eres un enviado de Dios, del Creador…?

-Es difícil traducir ciertas realidades a vuestro sistema de ideas y símbolos, pero podría decirse que sí… de alguna manera.

-Entonces, lo que ha ocurrido en esa ciudad, todas esas muertes, son el resultado del juicio divino. Se nos ha evaluado y hemos suspendido… ¿Estás queriendo decirme eso…?

-Las especies se implantan, se les da tiempo para crecer y reproducirse, para entender el mundo, para halagar al Primigenio con sus obras. Luego, llegado el momento se elige a uno de los hombres, uno en concreto, que ha sido señalado por el Padre. Ese espécimen es transportado a la presencia del Creador para comunicarle su destino, su misión y es luego devuelto al mundo del que procede. Se trata de un ungido, un elegido que ha de enseñar a los suyos el camino…

-Vaya… Todo eso me suena.

-Sólo el Ungido y los que compartan su sangre, pueden detener el programa una vez iniciada la tercera fase…

-La tercera fase es esta matanza…

-Llámala como quieras… Una especie no merece vivir si sus actos no sirven para engrandecer el universo…

-Entonces estamos ya condenados. Esa tercera fase tuya supone la total erradicación de nuestra especie…

-Sí así es. Perdóname por hablar así, con esta frialdad, sé lo dolorosa que es la muerte para vosotros, pero no os queda más remedio que asumirla. Se me programó para tratar de ser lo más fiel posible a la verdad…

-Escucha, hijo de perra –empezaba a sentirme profundamente irritado. Aquel monstruo hablaba de los hombres, de las vidas humanas, con una frialdad que llegó a dolerme más que todas mis heridas-. He viajado por el universo entero. He visitado miles de planetas y he conocido especies de todo tipo, seres de carne, de energía pura, de metal, de gas… Te aseguro que no todos ellos eran hermanas de la caridad. He visto mundos cuyas culturas se basaban en la más pura y absoluta barbarie, he visto planetas en los que el dolor y el miedo eran las leyes fundamentales…

-Estás describiendo tu propio mundo, Capitán…

-Nadie ha ido a enjuiciarlos a ellos, que yo sepa…

-Esos planetas serán juzgados, al igual que éste, aunque no todos los seres vivos tienen el mismo destino. Hay seres cuya naturaleza es el mal, y son necesarios para que el sistema progrese… pero no es vuestro caso. A vosotros se os ha dado un potencial casi ilimitado, y lo habéis desaprovechado… No merecéis el tiempo que se os ha concedido. ¿Dónde está el Ungido? Él o sus hijos podrían detener el programa. Una palabra suya bastaría… ¿Dónde está? ¿Lo habéis crucificado o lo habéis incinerado en una cámara de gas? Quizás ha muerto fusilado, ¿o lo habéis lapidado…?

Fui yo el que bajó entonces el rostro. La vergüenza me pesó demasiado… Comencé a notar cómo las últimas fuerzas me abandonaban. Ante la presencia de verdades tan absolutas, muchas de mis razones, en realidad lo único que todavía me mantenía erguido, comenzaron a desmoronarse, y sentí que muy pronto yo caería con ellas. Tenía que intentarlo. Tenía que emplear la poca energía que me quedaba en intentar salvar al mundo. Sentí que aquel era mi destino, que había nacido para estar precisamente allí en aquel momento, y que todo cuanto había hecho en la vida, todo cuanto me había ocurrido me llevaba hasta aquel punto. Sería el abanderado de los hombres una vez más, aunque ello me costara la vida. Defendería a los míos, asumiendo nuestras flaquezas, soportando el castigo como penitencia a nuestros pecados, pero sin abandonar nunca… y lo haría por todos los hombres buenos que, como mi padre, habían luchado por hacer de éste un mundo mejor, por los niños, por los inocentes que nunca llegaron a pecar porque no tuvieron tiempo o inteligencia para hacerlo, pero también por los que fueron malos, por los que se equivocaron, por los que pecaron. La fuerza me abandonaba, y aunque, en cierto modo entendí que cometía un error al intentar usar la violencia como argumento, asumí también mis limitaciones y la pobreza de mi condición. Era un hombre, un hombre sencillo y herido. Me hubiese gustado ser más listo y mucho más elegante, haberme presentado a aquella justa inmaculado, defendiendo a un pueblo incorruptible y honrado, pero la realidad era otra. Me hubiese gustado poder defender al ser humano con palabras perfectas y argumentos luminosos, pero fui incapaz. Soy un hombre, peco, mato para alimentarme, para vivir. El egoísmo, ese sentimiento que lucho por desterrar de mi espíritu a diario, está implantado en mi alma, en el alma de todos mis hermanos, desde que fuimos concebidos… No hemos sido nosotros los que elegimos ser así, pero todas nuestras leyes, toda nuestra civilización, se basa en intentar superar esas carencias, en intentar hacer del mundo un lugar justo, un lugar mejor…

-Dile a tu amo que me perdone por ser humano, por nacer con dolor, por vivir con dolor y por morir con dolor. Dile que me perdone por necesitar matar para comer, por la miseria que él mismo implantó en mi espíritu… Dile que me perdone por haber dedicado mi vida a ser mejor persona, a mejorar el mundo, sin haberlo conseguido del todo, pero sobre todo –me incorporé y tomé aliento… El dolor pareció abandonarme en aquel último instante-, ruégale que me perdone por no creer en él y por no honrarlo como se merece…

-No sabes lo que dices, Capitán Meteoro.

-Sí, sí que lo sé… y tú, aunque no te atrevas a reconocerlo, lo sabes también. Has sido un hombre como yo…

Fue en ese instante cuando nuestras miradas se cruzaron, cuando el Ángel Exterminador compartió conmigo su conciencia.

Luego me lancé sobre él. Cerré los ojos, apreté los dientes y los puños, y pensando en lo que habría hecho mi padre en un trance similar, cargué contra el enviado de Dios, seguro de que aquel sería mi último acto… Me sentí orgulloso de haber sido un hombre, de haber vivido como lo había hecho y, si sentí miedo, no fue ya por mí, sino por vosotros, por los que os quedabais aquí. Todavía tuve tiempo de descargar mi furia, dos o tres veces, sobre el rostro luminoso del verdugo, en forma de golpes. La rabia brotó de mi interior como un manantial de energía encarnada y cada una de aquellas últimas arremetidas resonó como un tambor que anunciara el fin del mundo: ¡Khaboooom!….. ¡Khabooom!… ¡Khaboom! Le escupí, grite, y luego llegó la luz, una luz purísima y cegadora, que se llevó el universo que me rodeaba…

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José Torralba
17 noviembre, 2009 8:21

Y el dichoso ungido allí tan tranquilo junto a compota de nazi, un irlandés apuñalado y un científico desangrado. Ahhh, José Antonio… ahora ya ha quedado todo clarísimo. Un cierre de la trama perfecto, sí señor. Me imagino lo que pasará en el séptimo y último capítulo. Aunque el Ángel sin duda se cortocircuitará por lo menos, porque si destruye nuestro mundo, en realidad será él quien mate al ungido.

Por lo demás, una gozada como lo has ido hilando todo, sí señor. Y el componente religioso/mitológico aplicable a casi cualquier cultura y religión algo brillante. El Ángel es prácticamente nuestro Espíritu Santo…

gurguik
17 noviembre, 2009 12:19

Ya estamos en la recta final y como siempre muy bueno Sr. Fideú si sigues asi la seria podra ser perfecta. Hasta lego

Némesis
Némesis
17 noviembre, 2009 13:06

Fideu,

Muchas gracias por una saga que empieza a cerrarse de forma impecable.

Del relato de hoy sólo puedo decir una cosa: Meteoro y sus amigos eran de los grandes.

Fideu
Fideu
17 noviembre, 2009 13:19

Gracias a vosotros por seguir ahí….
Némesis, vosotros si que sois de los grandes, os habéis ganado a base de fidelidad un carné de la Guardia Solar… Sois miembros honoríficos…
Khaboooom!

Mickel
17 noviembre, 2009 14:19

Un «dile a tu amo que se vaya a la… y que se meta su programacion por…» tambien habria funcionado.

El razonamiento del Angel NO es impecable ni completamente lineal. La evolucion dicta la necesidad de fracasos y la diversidad cultural puede ser prueba suficiente del rol de la humanidad en el universo. Contra lo que si no tendriamos defensa seria si nos dijeran «y ensucian vuestro habitat».

Minuto de silencio por el Hombre de Cuarzo. Creo que he sentido su muerte mas que

Aviso de Spoiler

las de mutis en Necrosha

y definitivamente, tiene mas sentido y emocion que la de

Aviso de Spoiler

Kyle Rayner

. Mi unica objecion… que ya empieza Fideu a resucitar heroes… xP

Fideu
Fideu
17 noviembre, 2009 15:21

Es verdad, yo que soy antiresurrecciones en general…

Pido disculpas, por lo menos lo he hecho intentando darle sentido a la trama, no por puro espíritu comercial…

Creo que la muerte es un elemento dramático (el más importante) y que hay que tratarlo con respeto. Como dije aquí en un artículo relacionado con la muerte del Capitán América nada me emocionaría la muerte de Leónidas o del replicante Roy Batty si supiera que van a resucitar un par de páginas o de capítulos o de imágenes después… Así que, aunque suene a incongruencia, yo estoy en contra de las resurrecciones de superhéroes… casi siempre.

En mi disculpa diré que en una historia como esta, de marcado tinte religioso, creo que una resurrección no desentona demasiado y le da al personaje del Capi un barniz especial… De cualquier manera podemos llamar a lo que le pasa a Meteoro, «interrupción momentanea de la vida debida a necesidades de la trama», y no muerte… 😉

En general, en la serie, cualquier personaje muerto, estará muerto para siempre…

Cuando cometí el pecado de matar al personaje (sigo con terminología religiosa), ya tenía en cuenta que debería pagar una penitencia… La pago ahora, pidiendo humildes disculpas 😉

Un abrazo y gracias.

Ailegor
Ailegor
18 noviembre, 2009 0:44

Vaya capítulo, no me esperaba la muerte del Capitán Meteoro. Jo, no sabía lo mucho que me gusta este personaje hasta que he visto que puede morir… Me pasa como siempre, que estoy deseando que sea martes para ver la conclusión… Cómo resucitará???
Un abrazo a todos los lectores de zona negativa.

mag_jonas
mag_jonas
18 noviembre, 2009 23:08

Ya se por donde vamos… El Capitán Meteoro kaput… luego puede que si, o puede que no… y para terminar… El Hombre de Cuarzo y la mujer de Corchopan Heraldos de Galiaktus…

Me gusta como va concluyendo todo esto… no puedo esperar otra semana…

Ánimo y al lio!!!