Capitán Meteoro Vol. 2 Cap. 13: Venus (Parte 4, de 4)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes

Capitán Meteoro, Archivos 9. Notas previas.

Título: “Venus” Parte 4 de 4

Esta saga es adaptación libre del arco argumental desarrollado por Vincent F. Martin en los capítulos ochenta y tres y ochenta y cuatro de la serie madre del Capitán Meteoro, -titulados “La muerte de la inocencia, partes I y II”-, que todos los aficionados recordamos. Algunos de los eventos referidos a relaciones amorosas entre héroes y villanos son interpretación libre de eventos ocurridos en la serie en distintos puntos de la misma, por lo que el lector atento advertirá que las fechas han sido muchas veces alteradas para que los asuntos tratados coincidan en el tiempo con la muerte de Marie. (Adaptación realizada con permiso de los herederos).



“El amor termina siendo siempre una derrota, pero es una derrota que merece la pena sufrirse…”. Frase puesta en boca del propio Capitan Meteoro. Número ochenta y tres de la serie. “La muerte de la inocencia” (1944).

Las batallas contra seres masivos no suelen prolongarse demasiado. El poder desencadenado, el exceso desmedido de materia o energía, el caos, en definitiva, produce siempre destrucción y causa mucho daño en nuestras ordenadísimas ciudades, en nuestras vidas perfectamente delineadas. Sin embargo, a la hora de presentar batalla, el desorden, por muy magnificado que esté, se comporta como un enemigo que huyera en desbandada. En esos casos, tanta fuerza bruta rugiendo no vale de mucho ante la fuerza combinada y la inteligencia de los campeones del equilibrio… El monstruo, llamémosle así, provoca gran desconcierto al principio, arrasándolo todo como una plaga: derriba edificios -igual le da que sean hospitales, iglesias, oficinas o casas de vecindad-, arranca los cables del tendido eléctrico, provoca explosiones e incendios, hace descarrilar los trenes de cercanías y parte los puentes en dos como si le costara demasiado trabajo el rodearlos o saltarlos… Desde el momento en que nace hasta que llegan los primeros héroes dispuestos a bregar con él, suele avanzar, sin un rumbo claro muchas veces, en busca de alimento o de cobijo, o siguiendo el rastro de la amada, sea ésta un igual de su especie, una actriz de vodevil asustada y sentimental, o la vecina de la casa de enfrente que permanece todavía en su distorsionada memoria incluso después de haber sufrido una metamorfosis tan radical. En su errático recorrido, el monstruo va dejando un rastro imposible de ignorar, de humo y anarquía, de explosiones, gritos y lamentos, que indica sin lugar a dudas el camino a seguir para encontrarse con él… Y sin embargo, ya digo, una vez en batalla, el monstruo no suele aguantar mucho. Normalmente, una estrategia ordenada logra contenerlo el tiempo necesario para que los más listos analicen la situación y nos indiquen dónde, cómo y cuándo tenemos que golpear los demás… Aunque también es cierto que en algunos casos, cuando se tiene la desgracia de dar con alguno especialmente resistente, con uno de los inteligentes, de los fecundos o de los más extravagantes, la cosa puede complicarse, prolongándose el duelo durante varios días… Recuerdo que una vez nos vimos tan superados por la amenaza, que solucionamos el asunto mandando una isla entera al espacio, con nuestro enemigo encima. Nos quitamos el problema de en medio, en vez de remediarlo. Fue en el asunto de aquel chaval de Madagascar que mutó convirtiéndose en una especie de medusa gigante… Aceptaba de igual manera energía y materia, fagocitándolo todo a su paso y haciéndose cada vez más enorme… Sin embargo, esto no es lo habitual, ya digo.

Cuando llegamos a la estación, La Familia Nemo, La Exclamación, y algunos de los chicos de la Guardia Solar se afanaban inútilmente por solucionar el asunto de la doctora Kubert. Mi colega había desaparecido, y en su lugar un coloso de carne gelatinosa y fosforescente, caricatura grotesca, remedo desproporcionado y desmañado de lo que ella fuera, había surgido, suplantándola sin ningún rubor. Supe de manera clara hasta qué punto su alma se había perdido junto con su antigua forma cuando me paré frente a su rostro para pedirle cordura. Por un instante sus ojos me parecieron todavía unos ojos inteligentes. Quizás engañado por mi deseo de solucionar aquello de la mejor manera posible, conseguí entrever tras aquellos enormes globos de fuego verde un resto de la mirada intuitiva de mi amiga… Sin embargo, antes de que se me permitiera volver a hablar, un golpe inesperadamente rápido, violentísimo, me sacó de mi ensoñación. Atravesé paredes, una tras otra, desconcertado, volando sin control como un obús perdido, hasta que la inercia se agotó y caí en una cama de escombros a varias manzanas del lugar de la pelea, muy cerca del río… A través del cilindro de destrucción que mi trayectoria caída había provocado –agujereé las casas de todo un barrio-, pude ver perfectamente que la batalla continuaba a lo lejos…

En ese momento pensé que se nos haría de día allí y comencé a repasar mentalmente mi lista de héroes locales por si acaso la cosa terminaba chorreando hasta convertirse en un engrudo difícil de enjuagar… Me sacudí el polvo y bastante disgustado por lo que iba a hacer, me lancé de nuevo a la lucha, cargando con toda mi fuerza, exprimiendo mi rabia para obtener nueva energía. Cerrando los ojos, rompí la barrera del sonido de regreso a la estación. No me dolió el golpe que me di, me dolió la posibilidad que mi amiga Eleonor, una mujer con un potencial tan grande, se hubiera perdido quizás para siempre… Tú conociste a Eleonor, sabes lo genial que era, trabajadora, alegre, inteligentísima y buena persona…

Mientras partía el cielo de regreso al combate, su cara se plantó frente a mí, y aún siendo un recuerdo, me costó atravesarlo, deshacerme de él para continuar cumpliendo con mi obligación. Si no lo hubiera hecho, me habría sido imposible levantar un dedo en contra de aquel ser enorme que amenazaba con comerse la ciudad entera. La batalla prometía ser muy dura. Sabía de sobra que cada golpe que diera, me dolería a mí tanto como a ella, e incluso asegurándome la victoria estaría perdiendo…

-Hoy soy una especie de amplificador –La Exclamación interrumpió mi avance para informarme de la particularidad de sus poderes de aquel día. También volaba-. Puedo aumentar el rango de poder del individuo que toco… Pensábamos que esa sería una solución y le aplicamos una dosis de energía de tres pares de cojones. Aumenté el potencial de Enana Blanca y le disparamos un rayo superconcentrado que nos tiró de culo a los dos… Un disparo así le habría quemado los bigotes hasta al Neganauta. Mira –dijo señalando a la aberración que antes había sido Eleonor, ahora mucho mayor que en mi último encuentro con ella-, no ha hecho más que crecer… Así que hay que buscar otro método…

-Lancémosla al espacio antes de que sea demasiado tarde –Conan, a nuestra altura, conduciendo La Maravilla nos sugirió una alternativa a gritos. Era una opción sensata, quizás la más acertada que se nos ofrecería esa tarde, pero de cualquier manera yo me resistía a tomarla.

-Espera, Conan… Todavía no. Eso que ves ahí era Eleonor Kubert. Hay que buscar otra manera… No quiero un inocente más en mi conciencia… Además, se alimenta de energía, piensa en lo que ocurriría si la sobreexponemos a la radiación solar… No sería agradable verla volver a casa mil veces más poderosa y muerta de hambre…

-Entonces tú dirás –reaccionando con rapidez felina, Conan tiró de la palanca de mandos de La Maravilla hacía atrás, llevándola hasta su estómago. El vehículo retrocedió grácilmente un par de metros, la distancia justa para ponerse a salvo de un nuevo manotazo monstruoso. Tras esquivar el golpe, maldijo y volvió a avanzar hasta colocarse de nuevo a nuestra altura. Sudando, vigilando con un ojo al enemigo y con el otro el salpicadero de su nave, ya plagado de pilotos rojos que le avisaban con impertinencia intermitente de diversos desperfectos, de heridas en el fuselaje y escasez de munición, Conan me apremió para que tomara una decisión-. Hay que hacer algo rápido… ¿Qué se te ocurre, Capi…?

-Podríamos intentar reducirla con el rayo del Abejorro…

-Louie no aparece… Tengo entendido que está de vacaciones en el Caribe, pero cualquiera sabe…

-Escuchad chicos –El Íncubo se incorporó como accionado por un resorte. Viajaba en el asiento de al lado, junto a Conan, preparándose para lanzarse al combate-. Nada más llegar he intentado usar mi poder para dominarla. No he tenido demasiado éxito, pero creo que si me aproximo un poco más podré con ella. Si alguien me acerca…

-¡Claro! – gritó la Exclamación-. Eso es… Una mujer enamorada será más manejable.

-Intentémoslo –dije entendiendo el plan de inmediato-. ¡Conan, manda a los demás que se aparten! Tratemos de no molestar mientras estos dos se dedican al cortejo…

Y de una manera sencilla todo terminó. El Íncubo y la Exclamación se adelantaron un centenar de metros, jugándose el tipo hasta colocarse frente a la Doctora Kubert. Volaban; recuerdo que uno colgaba del otro como un fardo y que aterrizaron torpemente a los pies de aquella monstruosidad. Recuerdo también que el Íncubo se plantó delante y la Exclamación a su espalda, posando su mano sobre el hombro de su compañero, rezando para que sus poderes combinaran… De repente, el monstruo se detuvo, los rugidos comenzaron a bajar de intensidad y la furia fue sustituida por un cansancio evidente, por un suspirar entrecortado y una pasividad lastimera y suplicante, apenas interrumpida de vez en cuando por algún bramido, quejas radioactivas, que sólo se repitieron dos o tres veces más. Tras dar un par de pasos en dirección hacia los héroes, adelantó una mano, como un niño que suplicara una caricia, y se dejó caer frente a ellos, de rodillas. Así de sencillo fue el final. El Íncubo permaneció junto a Eleonor, hablándole amablemente, y en algunos momentos llegó a parecerme que aquel ser insólito, tan alejado ya de lo humano, lo entendía y trataba de contestar… Se mantuvo así durante un par de horas, y en ese tiempo, mientras los demás mirábamos asombrados, no hizo otra cosa más que obedecer como un perrito amaestrado… Ocho mil toneladas de materia mutada, domesticadas por el poder del Íncubo.

Antes de que comenzara a amanecer, mucho antes, una división del ejército transportó el cuerpo dormido de aquel ser aberrante que había sido mi amiga en un contenedor improvisado, en realidad un silo para misiles adaptado, al que el doctor Nemo había conectado su famoso inductor negativo de regresión con solapas en forma de “t”. Cuando la metieron en aquel sarcófago espantoso, medía quince metros menos… Ya digo, todo terminó rápido, al menos para nosotros, para ella no. La doctora Eleonor Kubert durmió a la noche siguiente en el área cincuenta y dos… Una prisión de estasis del tamaño de un campo de fútbol la retuvo encerrada durante más de cinco meses, y en ese tiempo, el Íncubo fue a visitarla casi a diario… al menos al principio.

¿Sabes Marie? Sentí una pena infinita viéndola así. Cuando se la llevaron, nos miró a todos con expresión bobalicona, satisfecha, como agradeciéndonos un favor que en realidad no le habíamos concedido. Me recordó la mirada de una de esas niñas tontitas del hospital de Santa Luisa, que te echan besos por la ventana cuando pasas por la acera y te preguntan si quieres ser su novio. Me sentí aliviado porque aquella aventura terminara sin bajas, no te miento, pero también sentí cierta vergüenza por la manera en la que engañamos a la monstruosa doctora Kubert. Su rendición sin condiciones, su total entrega, me hizo sentir sucio, un timador, y no entendí cómo el Íncubo podía soportarlo…

Tras apartar los escombros más molestos y reparar las vías, nos alejamos de allí casi sin decirnos adiós. Dejamos a Taquión contestando a las preguntas de los periodistas. Kevin McQuay, del Heraldo, le pidió una declaración, y el líder de la Guardia del Sol relató los pormenores de la batalla de la manera habitual, intentando transmitir tranquilidad, sonriendo y restándole importancia al asunto. Durante un segundo, nuestras miradas se cruzaron, arqueó las cejas en un gesto muy suyo, y casi me pareció verlo disculparse… Entonces ni siquiera podíamos suponerlo, pero el caso es que pasadas unas semanas, los científicos del gobierno, ayudados por Nemo y por mi amigo David Romero, dieron con una solución para revertir el proceso: Eleonor volvió a ser casi la misma mujer de antes… Casi. Salió de aquellas instalaciones con amnesia parcial, sin pelo y con la capacidad de mutar a conciencia en una versión reducida de su yo monstruoso. Regresó a la universidad y reemprendió su vida… Todo habría podido salir bien, todo habría sido completamente normal, de no ser por un pequeño detalle que a muchos les pasó desapercibido. Eleonor se divorció de su marido a los dos meses. Me dijo que ya no sentía nada por él, que no entendía un cambio tan brusco en su manera de pensar, pero que tampoco podía evitarlo. Ella y el doctor Kubert habían sido uña y carne durante más de veinte años. Presumían con sinceridad de uno de esos amores graníticos, eternos, sin grieta alguna, tan raros hoy en día, y sin embargo, de la noche a la mañana, después del incidente de la estación, ella, simplemente dejó de amarlo… Era como si el papa se hubiera hecho budista… A muchos, aquel pormenor les pareció una nimiedad, pero a mí no. Si para salvar al mundo se tuvo que sacrificar el matrimonio de los Kubert, el precio no parecía demasiado elevado… Los que hablaban así, claro está, no los conocían, no habían cenado en su casa y tampoco habían disfrutado de su dicha, no conocían su historia y no los consideraban amigos. Yo sí…

Hace un par de noches, después de que se hiciera pública la noticia de su divorcio, Eleonor, una catedrática de casi sesenta años, con dos hijos, tres carreras, treinta y siete libros publicados, pelo gris, gafas de pasta y moño perenne, me confesó estar perdidamente enamorada del Íncubo.

-Sé que estuvo en la cárcel, que mucha gente lo considera un villano –avergonzada por el rubor, rehuyéndome la mirada, me lo contó todo-. Apenas recuerdo el incidente, todo se ha borrado de mi memoria, pero me han contado que estuvo entre los que me detuvieron… No puedo quitarme a ese muchacho de la cabeza. Pensarás que estoy loca, Jerome, pero es como si volviera a tener quince años… Es algo que no puedo controlar, y lo siento tanto… Veo a Richard y a mis hijos y me siento la mujer más deshonesta del mundo. El pobre es tan bueno… No me explico cómo he podido quererlo tanto durante tantos años y ahora no sentir nada por él…

No supe qué contestarle.

Sé que algunos días después de la batalla con Eleonor, el Íncubo y Conan se encontraron por casualidad. Sé que le preguntó por ti y que Wild le contó el resto de la historia, todo lo que yo no me atreví a contarle… Me siento perdido, Marie. Es como si todo lo que ha ocurrido últimamente hubiese sido planificado por el destino para hacerme pensar, como si los acontecimientos siguieran un plan diseñado por algún enemigo invisible para entristecerme y arrastrarme a la melancolía. Llevo varias noches teniendo pesadillas. Revivo una y otra vez el momento en el que aquel maldito paquete llegó a mi laboratorio, y luego me despierto aterrado tras volver a sentirlo todo. En sueños, pero sin darme cuenta de que duermo, regreso a aquella fría tarde del mes de noviembre, la del día veintiocho. Por la mañana, Mike Rata, el Cazador, Conan y yo, nos habíamos dado de leches con T.N.T. y unos fulanos nuevos de la plantilla del doctor Núbilus que no conocíamos. Nos lo habían puesto difícil al principio, ya te lo conté, pero luego, a pesar de los cambios que el doctor había obrado en el hombre explosivo, la cosa terminó decantándose a nuestro favor. ¿Cómo no vi la facilidad con la que aquella pelea terminó…? Ocurrió algo al final que me extraño mucho y a lo que entonces no supe darle explicación. No supe unir las piezas del puzzle hasta que ya era demasiado tarde, y sin embargo, ahora aquel hecho me martiriza… Por desgracia en este momento todo está claro, demasiado claro, pero entonces no lo estuvo. Verás, tenía ya a T.N.T. totalmente derrotado a mis pies –o al menos eso creía yo-, y me preparaba para detenerlo, cuando se lanzó sobre mí sorprendiéndome… Hizo algo increíble, algo totalmente inesperado: me besó en la mejilla. Reaccioné rápido y de un manotazo lo devolví al barro… Pensé al principio que quería morderme, pero cuando me lo quité de encima, y vi lo que había hecho, terminé tomándomelo como un arrebato de locura, como un capricho más de supervillano loco, sin mucho sentido. Recuerdo cómo se rió de mí entonces y cómo me mandó recuerdos de Núbilus…

No me di cuenta, y sin embargo aquel momento selló mi destino… y el tuyo.

Por supuesto, entonces yo no sabía que a aquellas alturas, los poderes de T.N.T. habían mutado hasta el punto de poder hacer las cosas que luego hizo. Desde luego, de haberlo sabido, jamás te habría besado al llegar a casa… Ahora, tras tantos años, mi pesadilla vuelve a comenzar siempre ahí, en el momento en el que entro por la puerta y, distraídamente, sin darle importancia al acto, beso tu mejilla… Vas a salir a hacer unas compras… ¡Maldita sea mi vida! ¡Maldito aquel beso….!

Luego la pesadilla continúa. Roger y yo trabajamos en un escudo de energía con el que pretendemos vencer al Portador de Plagas, y nos detenemos un momento para abrir el envío. No le damos importancia, aprovechamos para descansar y tomar un café. Siempre es igual, siempre el mismo rollo de película de super-ocho, la carpeta con las notas manuscritas y los diseños de la máquina. El remitente, Núbilus, quiere que demos crédito a sus palabras, nos cuenta que ha usado un ingenio de su invención para potenciar el poder de T.N.T. -a mí, se me antoja curioso, precisamente porque esa misma mañana me he enfrentado a él, y hago algún comentario mordaz al respecto del escaso aumento en el nivel de poder de mi enemigo, sobre lo fácil que ha sido derrotarlo-. Quien envía el paquete me ofrece los planos de su máquina para que consulte con amigos su viabilidad científica, previniéndome de que jamás la haremos funcionar, pues nos falta un elemento fundamental del diseño, que, por razones evidentes se resiste a enviarme. En el papel se me advierte secamente de que la primera persona que toque morirá una semana después y se me explica el por qué. Se me dice que T.N.T ha ganado, gracias a su potenciación artificial, la capacidad de hacer explotar la materia, todo tipo de materia, incluida la carne humana. Se me señala con exactitud el momento en el que el villano ha entrado en contacto conmigo, sellando tu destino con un toque furtivo en mi mejilla al que yo apenas he dado importancia… Se me anima a proyectar la película, y así lo hago… Como ocurriera entonces, vuelvo a quedar helado, aterrorizado ante lo que veo. Efectivamente, alguien se ha molestado en registrar el instante para dar credibilidad a las palabras escritas. En otro corte del rollo, T.N.T. se desviste, quitándose sin pudor el disfraz de supervillano, sonriendo y firmando la autoría de su crimen con orgullo frente a la cámara. Me dice su nombre, su apodo, y me repite lo que yo ya sé porque lo he leído unos segundos antes, lo de mi maldición… Luego, en una secuencia final, me muestra el alcance de su poder representando una horrenda comedia pirotécnica, a lo James Cagney, en la que más de diez personas, al parecer simples figurantes sin importancia, mueren, y en la que él escapa de un banco de Chicago con dos sacas repletas de billetes…

Siempre me despierto después, sudando, desorientado, algunas veces entre sollozos, y ya me es imposible volver a conciliar el sueño… Regresan los recuerdos y me doy cuenta de que todavía tengo llagas en la memoria que no han curado. ¿Te puedes creer que, en un par de ocasiones o tres, he salido volando a buscar a Núbilus? Ha sido sólo una manera de liberar presión; en esos momentos me parece que tengo una olla en vez de una cabeza y tengo que dejar escapar el vapor si no quiero que mi cordura explote. Es inútil, buscar a ese malnacido ha sido siempre una tarea demasiado complicada, pero juego a intentarlo y así me distraigo. Me he peleado en cien ocasiones con él, y te juro que en cada una de ellas le he deseado la muerte. No debería hablar así, lo sé. Soy el Capitán Meteoro, soy mejor que él, pero no puedo evitarlo… Odio a ese demonio con todas mis fuerzas y si no lo he matado ya ha sido porque no me ha dado la oportunidad. Es muy listo…

Y a partir de entonces ya no puedo quitarme de la cabeza la carta, ni a T.N.T. ni al Doctor Núbilus. Rememoro todos y cada uno de los momentos que siguieron, busco fallos, me martirizo inventando soluciones que al día siguiente se me antojan inútiles… En la carta se me advertía de que la potencia de la explosión de tu cuerpo sería tremenda, que equivaldría en destrucción a la suma de cien bombas como la de Hiroshima… Sobre todo me duele recordar tu cara. Un par de horas más tarde, llegaste a casa y entraste por la puerta. Yo apenas pude mirarte. ¡Qué cobarde fui! Sin fuerzas para decirte nada escapé de allí, me lancé a surcar el espacio taladrando el vacío sideral en busca de ayuda… No la encontré… Volé llorando como un niño, dejando tras de mí un reguero de cuentas congeladas que antes habían sido lágrimas de furia… Señalaban mi inútil peregrinar por el universo de la derrota como luceros en el cielo. Me catapulté a una velocidad que habría avergonzado a la propia luz, de planeta en planeta, de galaxia en galaxia, pero nadie supo darme un antídoto para tu mal… Luego se lo conté a Conan, a Tozeur, a los muchachos de la Guardia Solar… a todo el mundo. Durante varios días todos se dedicaron a ayudarme, no hubo otro asunto importante. Se hicieron llamamientos en todos los idiomas, algunos imposibles de articular por boca humana, y recuerdo que acudieron seres de todo el universo para estudiar el problema. El Barón Draken y el Gusano Eléctrico se presentaron también -quizás para darme en los morros con su caballerosidad, pero lo cierto es que lo hicieron-, y me consta que la propuesta más cercana a una solución partió de la imaginación del Barón. Erradicar el mal, en tan poco tiempo, resultaba imposible. El misterio que se nos presentaba mezclaba ciencia y magia de la más oscura, enigmas dentro de enigmas, conformando un problema sin solución aparente. Sin embargo, entre él, Cornelius Wild y mi amigo Daniel Rivers, construyeron un tanque de contención, una especie de hibernáculo, en el que pretendieron encerrarte, en animación suspendida, hasta que alguien diera con la cura… No te conocían, Marie… No sabían que tú jamás aceptarías ser condenada por los pecados de otros.

Tus células habían quedado marcadas de forma indeleble por la maldición explosiva que T.N.T. me transmitió y que yo te doné a ti sin darme cuenta… ¡Maldito Núbilus! Sabía que haciendo aquello me condenaba a una cárcel de soledad y locura de la que me sería imposible escapar. De haber llegado aquel paquete antes, seguramente habría terminado exiliándome al más lejano y oscuro rincón del universo, por miedo a causar daño a un inocente… El muy bastardo sabía también que las personas a las que tocamos, esas a las que besamos de continuo, suelen ser siempre seres queridos, más valiosos que nuestras propias vidas, y que, si yo, ignorando mi anatema, pasaba la condena a otro, ese otro sería alguien amado, con lo que mi derrota, de cualquier forma era segura…

Sí querida, lo vuelvo a vivir todo… el momento de mi regreso, abatido como no lo he estado nunca, tu mirada resignada y generosa cuando te di la noticia que tú ya sabías… Tus lágrimas… mis lágrimas… Únicamente me reprochaste el que me hubiera marchado de tu lado, desaprovechando el poco tiempo que nos quedaba… Y sin embargo, por algún mecanismo extraño y malévolo de la memoria, los días que pasamos juntos a partir de ese momento, aquellos dos días en los que nos dijimos tantas cosas, aquellos últimos momentos tan preciosos entre pruebas y experimentos, pasan de largo por mi recuerdo sin detenerse un instante. Me es imposible volver a degustarlos, se me niega el consuelo de tus palabras y tus caricias en nuestros últimos instantes de soledad… Sólo recuerdo tu miedo de los últimos minutos, la rebeldía… la rabia.

¿El Capitán Meteoro? ¿El hombre elegido por el cosmos para administrar todo su poder…? La gente me ve pasar volando y piensa que lo puedo todo, que nunca cometo errores y que mi vida es una sucesión infinita de momentos gloriosos, de sonrisas y de éxitos, pero no es así. Tú lo sabes mejor que nadie… Doy gracias por los dones que se me concedieron por todos estos poderes, pero no dejo de ser un hombre y, como tal, a veces me toca sufrir también… Es verdad que mi vida ha sido una buena vida, una vida privilegiada en realidad, y me doy cuenta de que estos momentos de dolor me han servido, sobre todo, para apreciar lo mucho que se me ha dado, pero a veces tengo también mis momentos de flaqueza…

Te quiero, Marie… perdóname por aquel beso y, también, por haber besado a otras después…

¿Sabes? Hay una chica que me persigue… No sé si te lo he dicho ya. Me parece increíble, a pesar de las canas y los años. Estamos conociéndonos… es muy guapa… y joven. Me pongo nervioso cuando me habla… se parece a ti, tiene tu misma naricilla y tu misma sonrisa… sé que no te importaría que entre nosotros surgiera el cariño, es más, estoy seguro de que lo aplaudirías, sólo quieres lo mejor para mí, pero la verdad es que cuando me encuentro con ella noto que me falta algo… no sé. Es una chica extraordinaria y no quiero hacerle daño, pero lo cierto es que, a pesar de todo, cuando nos separarnos, cuando regreso a casa y me quedo de nuevo solo, me siento hueco… no quiero ser hipócrita, me gusta y lo pasamos bien juntos; nos reímos… y sin embargo, ya digo, luego, cuando cada uno tira para su lado, tengo siempre la sensación de estar engañándola… y lo peor de todo es que tengo también la sensación de estar engañándome a mí mismo. Quizás si no se pareciera tanto a ti todo sería distinto, pero si te fijas, siempre busco mujeres que son como tú, que me recuerdan tu cara… esa es, me parece a mí, mala señal. Sí, creo que tengo una herida que no sanará nunca…

Quiero contarte una cosa más, y luego, intentaré dormir. Verás, en Venus, hay un gran monumento, una tumba que puede ser observada a simple vista desde el espacio. Se trata de un mausoleo ciclópeo construido por mí que permanece parcialmente vacío. Traje la piedra del planeta Gontar, el más lejano que conozco, y la tallé con mis propias manos. No soy amigo de tales alardes, ya lo sabes, pero el construirlo me ayudó a sobrevivir en una época de mucho dolor… tras tu muerte fui mendigando fotones por el espacio profundo como un demente. Siguiendo la pauta energética que dejaste, me arrastré por medio universo, almacenando tus restos -a veces isótopos sueltos, a veces células congeladas o trazos de energía-, en una cápsula de contención Hansen que luego coloqué en el corazón de esa gran pirámide de sílice… dejé hueco para dos cuerpos. He pedido, que, en el momento de mi muerte, me permitan descansar a tu lado… Un buen lugar para jubilarse, decías.

Querida Marie… Te echo de menos… ¡Te echo tanto de menos que, a veces, no me explico cómo he podido vivir todo este tiempo sin ti! Sí, me siento indigno por no haberte recordado a cada hora del día, a cada instante, por no haberte mantenido continuamente viva en mi memoria durante todos estos años… Me gustaría poder decirte lo mucho que te quise, lo mucho que te sigo queriendo, y como a pesar de todos mis poderes no puedo, uso este tipo de estratagemas, una carta sin destinatario o una nota al margen en mi diario o un mausoleo en Venus, para simular que lo hago, para calmar un poco esta sed insaciable que me castiga. Juego a estar frente a ti, a pensar que algún día, en algún lugar, podrás recibir estas palabras mías… Me hago viejo, y en vez de olvidarte como sería normal, me acuerdo cada día más de tu sonrisa. Con más asiduidad de la que sería saludable, vuelvo a sentir el frío y el vacío del espacio profundo en el momento en el que nos separamos. Vuelvo a sentir tu último beso y regresa a mí esa última imagen de tus labios, aquellos hermosos labios que empezaron a tornarse liliáceos por el frío, justo antes de nos despidiéramos… En ese preciso momento, lo recuerdo muy bien, sólo existió tu boca, intentando inútilmente romper el silencio del vacío sideral. Como ocurriera entonces, mi recuerdo está mudo… sólo los veo moverse. No hace falta el sonido. Sé perfectamente cuales fueron tus últimas palabras.

-Te quiero, Jerome –me dijiste antes de explotar…

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José Torralba
21 diciembre, 2009 11:32

Un final triste y melancólico para una saga intimista, preciosa y de aplauso. Lástima que sólo la comprendan los que hayan amado y perdido alguna vez. ¡Felicidades como siempre, José Antonio!

Némesis
Némesis
22 diciembre, 2009 13:18

Fideu,

Es la culminación perfecta de una saga que no nos podíamos esperar y que, personalmente, me ha maravillado. Con esta exploración del amor y el sexo entre los superseres has tejido un relato asombroso. Y como siempre, el Capitán Meteoro nos deja sin palabras cuando nos describe el peso del heroísmo.

Mientras esperamos nuevas historias de Meteoro y sus aliados, aprovecho para desear una Feliz Navidad a los autores y a todos los amigos lectores del Capitán. Un abrazo.

Mickel
22 diciembre, 2009 16:02

Jose Antonio… habria preferido que tu relato no fuese tan bueno. Odio que me hagan lagrimear…

Me imaginaba un ataque de TNT a Marie, algo donde solo le quedaran segundos, no la agonia de una semana, el tener que pasar por los cinco estados Kübler-Ross. Me quedo con la idea de leer la historia alguna vez, y de saber que algo malo, muy malo, le pase a TNT…

Fideu
Fideu
22 diciembre, 2009 23:17

Buenas tardes compañeros:
Me alegro de que esta saga os haya gustado también. Quedan dos capítulos para terminar la segunda temporada, que formarán el último arco argumental…
Unas notas:
Apreciado Mickel, no conocía esos estadios de Kübler-Ross (ahora gracias a tí sí), aunque, por desgracia la vida me los había mostrado. Hoy, al leer una artículo al respecto, he comprobado cómo esas fases se cumplieron en enefermos muy queridos de mi familia… Detrás de cada capítulo de Meteoro se encuentra la realidad, mi realidad camuflada, y eso me salva en muchas ocasiones… como esta. Una vez más gracias por tus palabras.
Némesis: son muchos años de superhéroes. Casi todos los temas están ya muy tocados por grandes escritores… Por suerte, los yankies son bastante mojigatos al respecto del sexo y por eso yo he podido encontrar este rincón bastante virgen…
José: Es verdad que para comprender el verdadero valor del amor hay que haberlo perdido alguna vez… Era éste el último aspecto que quería tratar, el del amor perdido, ese cuyo retrato se embellece cada vez que pensamos en él. Con esto creo que cierro el círculo al respecto del amor, habiendo esbozado una idea sobre los diferentes tipos de relación amorosa (aunque, en realidad, tipos de amor y de relaciones amorosas hay tantos como seres vivos…).
Bueno, negahombres, gracias por vuestra presencia una vez más…
Feliz navidad y todo eso que se dice en estas ocasiones.
Khabooooom!

Ailegor
Ailegor
22 diciembre, 2009 23:29

Qué final más bueno. Pobre Meteoro!!! Me gustan mucho estas historias porque nos muestran superhéroes con sentimientos, no sólo batallas de tíos duros, sino personas de carne y hueso con un don especial. Acaso no conocemos a alguien especial??? Por muy especial que sea una persona, por muy triunfadora, siempre tendrá sus momentos de tristeza.
Feliz Navidad a todos.

mag_jonas
mag_jonas
31 diciembre, 2009 13:49

Un final magnífico….

Estaba temblando, porque pensaba que ya no habría más Meteoro, pero como escribo los comentarios tarde, ya he visto que aun tenemos otra saga más!!!

Gracias…