Capitán Meteoro Cap. 7: El hombre del fin del mundo (Parte 4, de 4).

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Jose Antonio Fideu

“Y sonarán las siete trompetas, y llegará un hijo del cordero que arrinconará a la bestia, sufriendo el martirio, pero sabed que con su sacrificio salvará a los hijos de Dios, y los ángeles guiarán su paso, a través del valle de las cenizas, guardando su alma del fuego del infierno”.

Texto hallado en una de las grutas de Qumrán en el mar muerto, atribuido a la secta de los esenios. (Libro de Henoc, Libro de los vigilantes. Manuscritos del Mar muerto, 250 años, aproximadamente, antes del nacimiento de Cristo).

Capítulo cuarto

Aquella vez no pude verlo, alguien había decido apartarme del escenario principal de la acción y acomodarme en un foso, acompañado de una legión de arañas hambrientas, quizás para que no me aburriera mientras tanto. De cualquier forma, estoy seguro de que actuó como siempre en las grandes ocasiones… Orham Tozeur es, indiscutiblemente, uno de los hombres más poderosos con los que me haya encontrado nunca, aunque, pensándolo bien, puede que el sustantivo hombre no llegue a describir totalmente su naturaleza. Puede que ni siquiera sea correcto aplicárselo… Quizás, ya no.

Para mí, hablar del Hombre de Ceniza es muy difícil: es hablar de un misterio arcano que no termino de comprender nunca, pero que, a la vez, se presenta siempre ante mis ojos con la más insultante normalidad. Una paradoja andante: leyenda viva y superstición tornada en evidencia, axioma imposible constantemente realizado, artículo de fe que puede ser tocado y examinado de continuo, la regla que acaso sirviera para romper todas las demás reglas… Tozeur es un anacronismo en sí mismo y es a la vez totalmente contemporáneo, es fuego pero, en vez de quemar, cura el mundo, es un demonio que llora por los pecados del hombre, es un soldado que aborrece la cruzada en la que lucha y que, si no reniega de ella, es únicamente por compasión… Por eso, en vez de comprenderlo, labor a la que renuncié hace tiempo, trato de describirlo siempre con la más absoluta precisión para que cada uno pueda juzgar según su criterio.

Aquella vez no pude, ya digo, pero no han sido pocas las ocasiones en las que lo he visto aparecer en el momento más delicado para, con su única intervención, decantar la batalla a favor de su propio bando, casi siempre también el mío. Muchas veces, cuando todavía no lo conocía como lo conozco ahora, me preguntaba por qué un ser dotado de un poder tan descomunal lo guardaba como quien guarda una esencia irrepetible, destilada de flores ya extintas, para usarlo sólo en circunstancias contadas…. Con el tiempo supe del dolor que su uso le provocaba, de la naturaleza del mismo, y me sorprendió que quedara un ser en la Tierra tan abnegado, tan entregado a la causa del hombre…Di gracias al cielo por habernos entregado a Tozeur.

Solía aparecer de manera tímida, caminando sin prisa, surgiendo de una sombra o doblando una esquina, y se acercaba hacia el lugar del combate, apoyándose en su bastón como si lo que allí ocurriese, ya fuera una batalla entre Titanes, ya fuera una invasión de otro mundo, no supusiera problema alguno para él. Luego, se plantaba casi siempre frente a sus adversarios y les advertía. En tono pausado, amenazando únicamente con el misterio de su voz, les pedía que razonasen, y sólo cuando lo ignoraban, cuando resultaba evidente que no existía posibilidad alguna de diálogo o solución, se dejaba llevar… Con las palabras, una letanía de voces muertas que sólo algunos hombres en el pasado se han atrevido a pronunciar, Tozeur invocaba al poder encerrado en su interior y llegaba el fuego. Llamas de color púrpura lo rodeaban, comenzaba una combustión rapidísima, muy violenta, y el dolor debía ser intensísimo entonces, porque, aunque nunca gritaba, apretaba los puños y le temblaba todo el cuerpo, se ponía rígido y mientras su carne se consumía, era sólo capaz de alzar la mirada al cielo pidiendo una piedad que jamás le fue concedida. En un par de segundos, la materia de su cuerpo entero quedaba reducida a cenizas y, por otro misterio, en vez de disgregarse al viento, permanecía donde antes estuviera la carne viva, dando forma a un gólem gris ceniciento que sólo remotamente recordaba al hombre del que había surgido. En ese estado, Tozeur se convertía en un ser invencible.

Nada podía dañarle, las hojas eran incapaces de cortarle, los proyectiles de cualquier tipo lo atravesaban como si atravesaran el agua del océano, y como ésta, una vez herido, sanaba de inmediato y volvía a su ser anterior, recuperando su forma. Vi a colosos golpearlo hasta descomponerlo, y una vez convertido en un montón de polvo, volvía a levantarse. La energía era incapaz de quemarlo, lógicamente, pues ya había ardido, y casi ningún poder al que se enfrentó logró algo más que detener su avance por unos instantes. Por el contrario, se tornaba enormemente rápido y fuerte. Reptaba y cambiaba de forma, adaptándose siempre a las situaciones. Fluía cuando había que fluir y se volvía durísimo, como mármol, cuando era necesario… Era capaz de volverse liviano, y se dejaba llevar por el viento sin llegar a dispersarse del todo, cuando había que volar. De igual manera era capaz de colarse por la rendija de una puerta, y en una ocasión, lo vi deslizarse al corazón de una roca milenaria aprovechando una pequeña grieta. Una vez dentro, fue expandiéndose, muy lentamente, hasta que el pedrusco cedió y se partió en dos… Y la defensa no era su mayor virtud en batalla. En ese estado los enemigos ardían con el mismo fuego que él con sólo ser señalados. Su voz se volvía horriblemente profunda, dolía escucharla, arañaba el alma, y Tozeur invocaba con ella sortilegios sólo por él conocidos. Era un maestro de las artes ocultas, en cualquier momento podía sorprenderte con un encantamiento, pero convertido en ceniza, parecía otro el invocador porque los resultados de todos sus hechizos en esa forma, eran siempre más potentes, radicalmente intensos…

Y aún así, allí metido, me faltó fe para creer que pudiera salvarme, he de reconocerlo. Sabía que todo el poder combinado de los hombres de la Red Pentáculo sería insuficiente para detenerlo, en un par de asaltos serían carne quemada, pero creí que la batalla, aun siendo corta, duraría demasiado y que las arañas del foso habrían dado buena cuenta de mí mucho antes de que ésta terminara… Me equivoqué. Tozeur es listo como un demonio, y había entrado allí con un plan bastante más meditado que el mío. No me explico cómo, pero de alguna manera lo había sabido todo, y en vez de concentrarse en la lucha, avanzó hasta la orilla del foso esquivando a cuantos se pusieron delante de él, fintando como sólo un hombre sin huesos puede fintar. Una vez allí, concentró su fuego sobre el techo de la estancia, que se consumió como si fuera de cartón, abriéndose un hueco perfecto sobre mi cabeza. Desde el otro lado, el universo entero me saludó, las estrellas aparecieron de repente, y con ellas regresó el poder…. Las arañas dejaron de preocuparme, todas ellas: ¡Khaboooom!

Ascendí a la velocidad del rayo, elevándome más y más hacia el firmamento, atravesando la atmósfera como un cohete, y una vez saturado de energía, regresé todo lo rápido que pude al interior de aquel pozo. Esta vez sabía a lo que me enfrentaba, sería mucho más cauto.

Cuando entré, la batalla casi había terminado. Un pequeño grupo de pretorianos, hacía frente todavía a Tozeur, y de los miembros del círculo interior, sólo Madame Latrodectus, Atrax y Tecnotarántula seguían en pie. Intervine, aún sabiendo que mi ayuda no habría sido necesaria, y lo hice más por evitar muertes inútiles que por deseo de revancha o por miedo a una derrota. De manera premeditada, me interpuse entre el Hombre de Ceniza y nuestros enemigos. La mayoría de ellos habían arrojado al suelo los “filamentadores” al ver su inutilidad contra Tozeur, y se enfrentaban a él con sus pistolas de energía, con barras de metal, cuchillos o con sus propios puños, sin obtener grandes resultados.

Esquivé a los pocos que todavía los esgrimían y, uno a uno, fueron quedando fuera de combate. Pronto los hombres normales con ganas de bronca comenzaron a escasear, y cuando sus jefes comprendieron la superioridad del equipo contrario, y se vieron completamente derrotados, utilizaron a Tecnotarántula como entretenimiento momentáneo, con el fin de obtener el tiempo necesario para escapar… El muy incauto intentó huir por el mismo pasadizo que ellos, pero se dio cuenta demasiado tarde de que sólo dos de sus ocho miembros le obedecían plenamente. Los demás, en vez de correr hacia la salvación, se obstinaron en dirigirse hacia el Hombre de Ceniza, arremetiendo contra mí de camino. Se enteró en ese momento de lo peligroso que puede resultar hacer negocios con el Conde Atrax y entendió por qué todo aquel equipo le había salido tan barato… Descargué con él gran parte de mi frustración. Me contaron que un equipo entero de bomberos tardó varias horas en desliarlo: ocho patas, cuatro nudos…

-Siento todo esto, Orham –dije avergonzado-. Podría haberse evitado si no me hubiera confiado tanto. Ninguno de estos tíos habría salido herido…

El Hombre de Ceniza se detuvo frente a mí y yo sentí verdadero terror. Desistí de mirarlo fijamente y de soslayo pude entrever una presencia escondida en la oscuridad de sus ojos, en aquel momento sólo pozos vacíos, que me dejó helado. Fue apenas un roce fugaz, pero durante un instante me encontré de frente con todo el odio y el dolor y el mal del mundo…


Sin decir nada, Tozeur empezó a sacudirse la ceniza del hombro, y sorprendentemente, bajo una fina costra de la misma, surgió de nuevo la piel rosada, como si sólo un barniz superficial, la más externa capa de la dermis, hubiera sido calcinado. Se limpió el rostro, y por arte de magia, la cara de mi amigo apareció también. Luego se quitó el gris de brazos, cuerpo y piernas de igual manera, y quedó desnudo frente a mí, inmaculado como un niño recién nacido. Yo había visto aquel proceso en un par de ocasiones antes de aquel día, y lo he visto luego muchas veces más, pero nunca termino de entenderlo. Tozeur arde y se consume convirtiéndose en ceniza sin que de su ser humano queden ni los huesos, y luego, quizás cuando se cansa de andar por ahí descompuesto en partículas, se sacude el polvo, y de debajo de una fina capa de escoria surge de nuevo el hombre que era.

-No ha sido culpa tuya, amigo –me respondió exhausto, de nuevo con su voz habitual-. Somos instrumentos del destino…

-Me confié.

-No te advertí del peligro real… y pudiste salir muy malparado. Soy yo quien debe pedir disculpas. Si te hubiera atendido con mayor diligencia, nada de esto habría ocurrido – el Hombre de Ceniza se detuvo un momento para recoger su bastón del suelo-. Anda, coge la máquina de Taylor y devuélvesela a su dueño. Yo buscaré, mientras, algo con lo que tapar mis vergüenzas y me ocuparé de llamar a la policía y al hospital.

Orham –agarrándolo por el brazo le rogué-, por favor, perdóname. Has tenido que volver a pasar por ello… Por mi culpa.

-No te equivoques, amigo. Encerré en mi interior a un demonio hace más de treinta años y lo hice, siendo consciente de lo que me esperaba, por miedo a dejarlo libre por el mundo –calló un momento y se quejó de un dolor profundo llevándose la mano al pecho-. Durante todo este tiempo, no ha habido día que no me haya martirizado con su fuego. Todos los días ardo, Capitán, y él cree que así logrará convencerme de que lo libere. Con los años he llegado a tener cierto control sobre el proceso. Un demonio es un ser fácilmente irritable, y no tengo más que insultarlo en su lengua materna para que descargue su furia… Si, de vez en cuando, ese fuego sirve para algo bueno, doy el dolor por bien empleado… Esta noche, en vez de encerrarme en una mazmorra a esperar el martirio, dormiré tranquilo sobre sábanas limpias…

-Gracias…

-Ve, anda. Si se destruye el universo, que no sea porque tú no has hecho tu trabajo.

-¿Entonces sigues sin creerlo…?

-No sé, pero de cualquier manera, corre y dile a Taylor que aproveche el tiempo que le queda, y de paso, márchate con tu familia, y disfruta de ellos tú también, por si acaso… Recibirás informes de la Guardia del Sol que te tranquilizarán, lo he visto, y Enana Blanca regresará de más allá de nuestra galaxia corroborándolos. Yo he preguntado abajo, a las puertas mismas del infierno, y nadie me ha advertido de ningún peligro… Casi todos los héroes se han movido alarmados por tu aviso, aunque ninguno ha encontrado nada tampoco, pero ambos sabemos que el universo es demasiado grande, demasiado profundo. No quiero pecar de soberbia, quizás algo se nos haya pasado por alto, o me hayan mentido…

-Taylor me pidió que destruyera su máquina. Puede que ese maldito cacharro fuera el único detonador del Apocalipsis que vio. Tal vez eliminándola, eliminemos el peligro…

-Ojalá así sea.

Visite a Taylor en su casa un día después. Le entregué un transistor quemado como señal de que su petición había sido cumplida. Calciné hasta el último componente de su mayor descubrimiento, el motor de sus ilusiones durante años, y me presenté ante él y su esposa para tratar de tranquilizarlo… Quizás el paso más lógico hubiese sido volver a ensamblar la máquina y mirar de nuevo para ver si la oscuridad había desaparecido de nuestro horizonte, pero el hacerlo, aún empleando la ayuda de mis amigos, todos nuestros superpoderes, habría sido un trabajo arduo que nos habría llevado más de un mes… Era imposible.

-Descansa tranquilo, amigo mío. Sabes que no te mentiría.

-¿Miraste? –me preguntó incorporándose de la cama-. ¿Lo hiciste, Jerome?

-No, no me atreví…

-No miento, ni estoy loco, tú lo sabes…

-Desde luego – en realidad creía firmemente que no lo estaba, conocí a pocos hombres tan cuerdos como él-. No tienes que justificarte conmigo, sólo descansar…

-¿Sabes?, trabajé en ese proyecto durante toda mi vida. Cuando tú te matriculaste en la universidad ya tenía yo notas, los primeros bocetos, y cada vez que quedaba con Ivette para tomar una copa, para ir al cine o para dar un paseo, le contaba mis teorías y ella me miraba como si no terminara de creer lo que oía… Ha trabajado en esto tanto como yo, seguramente más. Pobrecilla, ha envejecido aguantándome y luchando por nada. Me duele pensar que nuestra ilusión de tantos años haya podido materializarse en un aparato tan diabólico, tan peligroso –Taylor giró la cabeza y miró por la ventana. Fuera había comenzado a nevar de nuevo, y viendo como caían los copos, con que parsimonia, creí estar viendo lágrimas sobre el mundo. Me pareció que el cielo entero se lamentaba por él-. He sido un idiota. He malgastado mi tiempo construyendo un aparato… ¡Qué absurdo! Teniéndola a ella a mi lado, y yo pasaba las noches haciendo cálculos, sin prestarle atención. A veces me molestaba incluso que me hablara…

-No te lamentes, George. Ella ha sido feliz viéndote feliz a ti. No te habría aguantado tantos años de no ser así… Además, si piensas que has hecho algo mal, todavía estas a tiempo de arreglarlo. Disfruta de ella. Todo ha terminado ya –afirmé fingiendo seguridad-, olvídate de lo que viste. Muerto el perro se acabó la rabia. Tendrás mucho tiempo para estar con Ivette a partir de ahora. Aprovecha cada segundo junto a ella como si fuera el último…

-Sí, ese es un buen consejo. Quitaré de mi despacho la tabla periódica y pondré un enorme cartel con esa frase en su lugar.

Antes de marcharme le ayudé a levantarse, y lo acompañé hasta la biblioteca. Aún me quedé un rato más conversando con los dos y tomando un café, pero quise irme pronto. Conversamos de nuevo frente a la chimenea como habíamos hecho mil veces, y de nuevo volví a sentir ese calor tan especial del afecto sincero. Nos reímos y recordamos viejas anécdotas, y luego me marché. Deseaba dejarlos solos. No quería robarles ni un segundo de su tiempo y además yo también tenía prisa…

Resolví el resto de mis obligaciones de superhéroe lo más rápido que pude. Desintegré el aparato de Góluveb, me encargué de hacer desaparecer todas las notas y apuntes del ruso y de George Taylor. Viajé hasta la Unión Soviética, rebusqué en archivos de la K.G.B. y, de un salto, me dirigí hasta Siberia. Saqué al científico de un gulag en el que desperdiciaba su talento trabajando como jardinero en favor del pueblo y, no sin cierta reticencia por su parte, lo llevé hasta Suecia donde le ayudé a pedir asilo político. Luego hice lo mismo con su familia más cercana y antes de volver a casa me pasé a ver a Conan y a Tozeur. Les dije a ambos lo mucho que los apreciaba, aunque de sobra lo sabían, y les recordé algunas de las cosas buenas que habían hecho por el mundo. De los dos, sólo el Hombre de Ceniza pareció comprender mi inquietud, aunque ambos me agradecieron la visita.

Terminada mi superfaena, decidí dedicar un tiempo a Jerome, que es, en definitiva mi nombre verdadero. Me fiaba de los informes de Tozeur, y seguramente hubiéramos acabado con el problema, pero en el fondo de mi alma seguía quedando un rescoldo de recelo que no terminaba de apagarse. Existía, desde luego, la posibilidad de que el universo acabara al día siguiente. Por muy insignificante que fuera, existía, y no soy hombre que da consejos a los amigos, sin aplicármelos primero a mí mismo…

Así que viajé de regreso a mi casa y le conté toda la historia a Roger. Pasé toda la tarde con él, y por momentos, llegué a olvidarme de la premonición de Taylor. Disfruté de aquella tarde hasta que se hizo de noche y volé hasta la casa de mis padres al amanecer del día siguiente. Comí con mi madre, limpiamos el garaje y corté el césped, visitamos a mi tía Annie y volvimos pronto. Al atardecer me acerqué hasta la casa de Elisa Wells, una mujer de mediana edad que fue mi primera novia siendo yo joven, en el instituto. Seguía en el mismo lugar en el que la dejé la última vez, a tres manzanas, y aunque la pintura de la fachada se había resquebrajado y la verja era otra, poco más había cambiado. Me alegró saber que a Elisa le había ido bien, que trabajaba como maestra, siempre le gustaron los niños, y que su marido había sido un hombre bueno que le había dado tres hijos sanos y listos…

Luego cené con mi madre y no le dejé que se acostara pronto. Nos hicimos chocolate y nos pasamos el resto de la noche jugando a las cartas, recordando a papá y hablando de todo un poco hasta las tantas… Eso fue una noche antes de que llegara el fin del mundo, al menos para Taylor.

Mi amigo murió al día siguiente de un ataque al corazón… Hablé con Ivette durante el entierro. El cielo continuaba lamentándose por él. No había dejado de nevar en varios días.

-Doy gracias por que George terminara la máquina a tiempo –me dijo.

-¿A tiempo?

-Sí, Jerome. Todo el trabajo de una vida, mereció la pena… ¿Sabes por qué? –se detuvo un momento y, sin darme la oportunidad de responder, continuó-. Gracias a esa máquina y a tus palabras, mi querido Jerome, se dio cuenta de que el tiempo no es una variable en una ecuación. Al menos no es sólo eso… Entendió que el tiempo es un regalo precioso, y aprovechó el poco que le quedaba. Sus tres últimos días en la tierra fueron días brillantes. Disfrutamos juntos, paseamos y hablamos. Nos amamos como cuando éramos jóvenes…

-Me alegro de oírte decir eso…

-¿Sabes?, todo el mundo se ha comportado de una manera distinta durante estos últimos días. Lo has notado, ¿no? Aunque en las noticias se desmintió y hasta el Capitán Meteoro apareció tranquilizando a la gente, parece que la visión de George lo ha transformado todo durante un tiempo… Fue como si hubiera llegado la última navidad para casi todos… Exceptuando a cuatro locos que han intentado sacar provecho incluso de una circunstancia así, pobres idiotas, el resto de la gente se ha transformado…

-Sí, parece que sólo cuando se ve lo que se puede perder, se empiezan a apreciar las cosas de verdad. En el fondo todos creyeron a George… nos recordó que llegará un tiempo en el que todo cuanto tenemos se perderá.

-La máquina funcionó… y nuestro trabajo sirvió para algo bueno.

Efectivamente, la máquina había funcionado bien. George Taylor había visto el fin del universo, aunque no se diera perfecta cuenta de lo que eso significaba. No le culpo, ninguno de nosotros se dio cuenta tampoco. Me despedí de Ivette con un beso y caminé rápidamente hasta llegar a una pequeña arboleda cercana. De repente sentí la necesidad imperiosa de volar. No sé muy bien por qué, pero necesité ver el mundo entero, cerciorarme de que seguía allí. Miré a uno y otro lado, y luego, una vez seguro de que nadie podía verme, me transformé y lanzándome hacia el cielo me zambullí en las alturas. Subí, más y más, sin prisa, fijándome bien en todo: el cementerio, el parque de atracciones, la calle Bradbury al Sur y luego el río y el barrio entero. Poco a poco, los paisajes fueron cambiando, transformándose al menguar conformes a las nuevas perspectivas, y un conjunto de casas se convirtió en un grupo de calles entrecruzadas. El entramado de calles pasó a ser un mosaico de manzanas en miniatura, y el mosaico se transformó luego en el plano de una ciudad que se alejaba. La ciudad fue pronto un borrón de color gris claro en medio de una mancha marrón todavía más grande, y al cabo de un momento desapareció también. El mapa entero del país comenzó a definirse entonces…

Seguí ascendiendo hasta que apareció el planeta. Miré la enorme bola azul en la que vivimos y sentí vértigo. Temí que algún día toda aquella belleza pudiera perderse…. No, no me he expresado con la sinceridad que merecéis. En realidad no fue miedo lo que sentí, fueron celos. Me dolió pensar que el mundo, aquel planeta brillante y acogedor, pudiera seguir adelante un día sin mí… La realidad está tanto dentro como fuera de los hombres y se esfuma a cada instante con cada muerte.

Constantemente está llegando el Apocalipsis. ¿De qué sirve que el universo exista si yo no puedo estar en él? Es la gran pregunta que nos hacemos y la respuesta no es sencilla. Los seres humanos tenemos que hacer esfuerzos enormes para responderla. Por las noches, muchas veces, ahora que empiezo a envejecer cada vez con más asiduidad, esa idea me asalta. Trato de apartarla de mi mente, siento que solamente evocándola peco, y tardo en dormirme… Sólo el amor a los que se quedan aquí cuando nos vamos, nos permite, quizás, sobrellevar la idea de nuestra propia caducidad… quizás no haya otra respuesta.

De todas las lecciones que me enseñó George Taylor, el Hombre del Fin del Mundo, esa fue, de lejos, la más importante.

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mag_jonas
mag_jonas
22 octubre, 2008 9:46

Final apoteósico a la saga de «La Máquina del Tiempo»!!!
Ese Hombre de Ceniza es muy, pero que muy bueno…

Ánimo y adelante!!!

Némesis
Némesis
22 octubre, 2008 10:40

El final de esta saga ha estado a la altura de todas las demás entregas. Todos los cabos se han atado de forma magistral y la caracterización de los personajes está muy bien realizada. El estilo mejora con cada entrega. Mucho ánimo y seguid alegrándonos los miércoles!!!

Raúl López
Admin
22 octubre, 2008 10:52

Gracias a los dos por los comentarios y estoy completamente de acuerdo con los dos, la calidad de los textos es tan increible que consegui engancharte desde la primera palabra, o al menos conmigo lo ha conseguido 🙂

Y sabeis que es lo más increible? que lejos de mostrar signos de fatiga el nivel no hace más que crecer… si os ha gustado hasta ahora alucinareis con lo que está por llegar… ah y en breve más sorpresas relacionadas con el Capitan Meteoro.

José Torralba
22 octubre, 2008 12:12

Me he quedado absolutamente alucinado. El clímax con El Hombre de Ceniza ha sido increíble… no pensé que fuera posible, pero El Abejorro ya no es mi personaje preferido. Es como una mezcla entre La Momia y La Sombra, sólo que deja a los referentes a la altura del betún. ¡Qué pedazo de personaje!

Pero justo cuando creí que era lo que más me iba a gustar, voy y leo el final:

«No, no me he expresado con la sinceridad que merecéis. En realidad no fue miedo lo que sentí, fueron celos. Me dolió pensar que el mundo, aquel planeta brillante y acogedor, pudiera seguir adelante un día sin mí… La realidad está tanto dentro como fuera de los hombres y se esfuma a cada instante con cada muerte. Constantemente está llegando el Apocalipsis. ¿De qué sirve que el universo exista si yo no puedo estar en él? Es la gran pregunta que nos hacemos y la respuesta no es sencilla.»

Poético, épico, filosófico… perfecto. Una de las mejores soluciones a problemas temporales que he visto en mucho, muchísimo tiempo. Prácticamente desde El fin de la eternidad. ¡Grande José Antonio, grande!

Rogelia
Rogelia
22 octubre, 2008 13:11

Qué buena historia!!! No te deja indiferente. Me ha gustado un montón. Espero seguir leyendo historias de nuestro Capitán Meteoro muchos miércoles porque si no, no sé qué voy a hacer.

Raúl López
Admin
22 octubre, 2008 13:14

Hola Rogelia yo creo que la longevidad de este proyecto depende directamente de la ilusion que han puesto sus autores en el, y si yo fuese Jose antonio mientras siga recibiendo muestras como en los comentarios anteriores te puedo asegurar que lo llevaria adelante durante muuuuchas semanas 🙂

Gracias a todos por vuestros comentarios y esperamos más!!

Agus
Agus
22 octubre, 2008 15:47

Otro miercoles mas, vuelvo a leer las aventuras del Capitan Meteoro y como siempre me deja sin palabras. Que gusto da poder leer algo tan apasionante y tan bien trabajado.
Saludos!!

Fideu
Fideu
22 octubre, 2008 23:22

Muchas gracias a todos por vuestras palabras, me dan fuerza, son la energía cósmica que carga mis pilas… Desde luego, mientras podamos, el Capitán Meteoro seguirá aquí cada Miércoles…
Hasta la semana que viene…

potajacion
potajacion
25 octubre, 2008 20:37

Realmente fascinante. No ya sólo el relato superheróico en sí, con sus héroes, sus villanos, sus increíbles poderes y habilidades, los pérfidos planes de los malvados, etc, etc que dotan de personalidad este tipo de escritos, las reflexiones finales no tienen desperdicio., Esos momentos de ternura del héroe ante la familia y la vida cotidiana que nos hace sentirnos a todos un poco superhéroes de nuestro pequeño mundo, esas elucubraciones filosóficas acerca de la vida y la muerte, así como de la propia existencia del ser humano y su meta real que no es otra que vivir la vida y aprovechar al máximo cada segundo de la misma, planteadas por un personaje que posee toda la fuerza del Universo, nos acerca mucho más a la piel del personaje protagonista de la saga.

Vaya, este relato me ha impactado bastante. Sigue así, por favor, que esto no termine en mucho tiempo.

Un abrazo y un saludo.

Cortes.
Cortes.
27 octubre, 2008 14:02

pufffffffffffffffffffffff….. nose como expresar pero la misma frase que ha puesto un chico arriba, el parrafo de los celos de la muerte etc… esk eso es…. puffff sin palabras… la verdad me gustaria poder vivir una aventura de esas…. mae miaaaa!!!! y esk todo se desarrolla en un ambiente que ya promete intriga. la redaccion perfecta, de aqui a premio de literatura jejeje…

aunk aki no cesa de llover, pensare que hay algun capitan meteoro vigilando constantemente, desde alguna azotea, las solitarias noches de valencia… aunque creo que todos tenemos un capitan meteoro que nos ayuda en todo momento, por ejemplo tote, que nos ayuda a desentendernos del mundo real para viajar a un mundo donde somos espectadores donde pase lo que pase el mal no te puede tocar a ti…. jajajaja me he rayado.. pero que mas da… jajajaja… en fin… thanksss fideuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…….. PERO YO KIERO QUE ESCRIBAS ALGO MAS DE MI ESTILILLO POR FIII POR FIIII TU YA SABES A LO QUE ME REFIEROOOOOOOOOOOO……. SOLO UNA AVENTURILLAAAAAA DE ESTE CAPITAN PERO CON MAS DOSIS DE INTRIGA, SUSPENSE, POLICIACOOO… POR FIIIIIII POR FIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!!!!!!!!!!.

kosgüorz
kosgüorz
27 octubre, 2008 17:19

Muy bien escrito. Ya quisieran muchos escritores consagrados hablar de un tema así sin pedantería o ñoñería, aprovechando una «simple» historia de superheroes.
Una caña, no hay más que decir.
A seguir

Goku_Junior
Lector
16 diciembre, 2008 15:03

Me ha emocionado de verdad el final de esta saga. Hacia tiempo que no leía algo que me gustara tanto.

Mickel
20 mayo, 2010 21:15

Fideu…

Solo queria contarte que anoche le conte esta historia a mi hija. Hablabamos de que nadie puede ver el futuro y recorde tu historia y le conte «una vez un profesor de la universidad intento ver el futuro. Lo llamaron el Hombre del Fin del Mundo…» y le conte, sin los detalles, sin Tozeur, sin tu prosa, claro esta. Pero recorde de memoria  y le dije»¿De qué sirve que el universo exista si yo no puedo estar en él? Es la gran pregunta que uno se hace y la respuesta no es sencilla. Tu que opinas?» y mientras se dormia mi hijita, contenta y fascinada por la historia, le dije «solo el amor a los que se quedan aqui cuando nos vamos nos permite seguir adelante… y esa fue la ultima leccion que el Hombre del Fin del Mundo enseño a su alumno…»

asi que… solo queria que sepas que tu prosa e imaginacion es capaz de maravillar y fascinar a una niña de 7 años… gracias!