Alicia en Sunderland: Deconstruyendo a Lewis Carroll

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Edición original: abr. 2007; Dark Horse Comics/Jonathan Cape.
Edición España: abr. 2010; Random House Mondadori.
Guión: Bryan Talbot.
Dibujo: Bryan Talbot.
Entintado: Bryan Talbot.
Portada: Bryan Talbot.
Color: Bryan Talbot.
Rotulista: Bryan Talbot.
Precio: 24,90 € (Cartoné, 336 págs.)

 

Es un hecho innegable que el documental, esa forma cinematográfica hasta hace poco relegada al ostracismo, está conociendo en nuestros tiempos un auge inusitado. Cierto es que este renacimiento, por así decirlo, se debe más a reportajes basados en el pseudoperiodismo gonzo o al tratamiento de problemas de rabiosa actualidad llevado a cabo por parte de figuras de gran notoriedad pública que a un verdadero amor por Vertov y sus herederos… pero, en cualquier caso, el éxito de este tipo de contenidos está permitiendo la distribución en salas –cuando no la misma producción– de productos mucho más estimulantes como puedan ser la reciente –y excelente– Garbo, el espía; productos que intentan trascender la frialdad plomiza que, de forma prejuiciosa, tendemos a considerar inherente a los mismos.

En este contexto nos acaba de llegar, en plena primavera de 2010 y de la mano de Random House Mondadori, Alicia en Sunderland, una novela gráfica a cargo de Bryan Talbot que, asentándose sobre los fértiles recursos expositivos de la no ficción (o casi), intenta desarrollar –y reivindicar– los vínculos existentes entre Lewis Carroll, la ciudad de Sunderland y las dos Alicias (la ficcional y la que inspiró a aquélla). Y aunque a nadie se le escapa la idoneidad de la que ha hecho gala Mondadori a la hora de comercializar este material el mismo mes en el que se estrena por estas tierras la esperadísima Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton, hay que decir que en realidad hablamos de una obra publicada originalmente en 2007, que además se gestó desde mucho antes, y que sufrió lo suyo hasta alcanzar las estanterías de las librerías.

Tantos escollos tuvo que superar Alicia en Sunderland que el libro sólo puede entenderse a través de la pasión denodada de un hombre por una tierra, un escritor, y un personaje; y ese hombre es, como ya hemos referido, Bryan Talbot. La mayoría de nuestros lectores sabrán de él lo sucinto: autor inglés formado en la Escuela de Arte de Wigan (su ciudad natal) que, con predilección por el arte figurativo frente a la moda abstracta de la época, acabó estudiando diseño gráfico en Preston y dedicando su carrera a la ilustración y los cómics; un campo en el que, incursiones en el mainstream aparte (Leyendas de Batman, The Sandman, Hellblazer, Fábulas), es conocido especialmente por las deliciosas Historia de una mala rata, Las aventuras de Luther Arkwright y El corazón del imperio (todas publicadas en España, aunque descatalogadas).

Pocos sabrán, empero, que Talbot ha sido siempre un enamorado de Alicia en el País de las Maravillas y su secuela (A través del espejo); y casi ninguno sabrá que a finales del siglo XX su mujer, Mary M. Talbot, consiguió un trabajo en el departamento de Investigación de Medios de la Universidad de Sunderland y obligó a su en principio reacio esposo a mudarse con ella. Pese a estas iniciales reticencias, Talbot –nuestro Talbot– pronto quedó sobrecogido por los encantos de su ciudad adoptiva y del nordeste inglés en general (en toda su idiosincrasia mackem), pero después de mezclarse con la cultura local y de hojear el libro A Town Like Alice’s encontró un nuevo aliciente en el lugar: su conexión con la vida y el imaginario ficcional de Lewis Carroll. Para terminar de cuadrar el asunto, A Town Like Alice’s resultó ser obra de Michael Bute, un vecino con su tesis doctoral dedicada a Carroll, con un conocimiento espectacular sobre la historia de Sunderland y que, a la postre, se convirtió en una suerte de asesor que ayudó a Talbot durante los más de tres años en los que estuvo documentándose («entre toneladas de libros en la fantástica biblioteca de Fawcett Street«) para el que, inexorablemente, iba a convertirse en su próximo trabajo. Tras esos tres años, en los que también visitó la Universidad de Oxford y el lugar en el que Carroll pasó su infancia, nuestro autor pasó otros cuatro para escribir y diseñar este complejo y apabullante Alicia en Sunderland que ahora puede disfrutar el lector español.


Cubierta de la edición en inglés del cómic

Pero, como dijimos, no todo fue un camino de rosas… y es que, a lo largo de la gestación del cómic, Talbot atravesó por serios problemas económicos debido al poco interés que una propuesta tan exigente suscitaba entre las editoriales. El propio autor nos lo cuenta así: «Lo normal es que una editorial me pague una tarifa por página entregada mientras trabajo en el cómic. Con Alicia llevé la propuesta a un puñado de editoriales antes de empezar a trabajar, pero inicialmente no suscitó ningún interés. No obstante, se lo mencioné a Rich Johnston en una convención del cómic en Bristol y él le dedicó una pequeña nota en su columna Lying in the Gutters. Esto provocó que seis editoriales distintas se dirigieran a mí, si bien nunca había oído hablar de la mayor parte de ellas. La mejor oferta me vino de James Owen’s Coppervale International, que me ofrecía un tarifa por página y la publicación serializada de la obra en una antología mensual llamada Words and Pictures […] Desafortunadamente la editorial empezó a tener problemas de efectivo, me empezaron a pagar esporádicamente y el trato se fue al traste». Tras todo el desastre, Bryan se encontró con una cuarta parte de su trabajo terminado, unos cuantos números en la calle, ninguna editorial a la que acudir y la indecisión de continuar o no… y también con el Arts Council England negándole una beca para investigar y financiar el libro (algo que se «agredece» en sus créditos). Sea como fuere, gracias a la ayuda de su mujer y de algunos royalties, así como a la contribución providencial de un coleccionista de cómics millonario, Talbot pudo dedicarse a acabar su Alicia y no buscó una nueva editorial hasta estar inmerso en las veinte páginas finales de la obra.

Jonathan Cape (Random House U.K.) se interesó por ella en Gran Bretaña, pero en Estados Unidos volvieron a aparecer los problemas… todo el mundo le decía que «era muy británica», a lo que él, enojado, contestaba que «tan británica como Wallace and Grommit». Finalmente fue Dark Horse, su editorial de cabecera al otro lado del Atlántico, la que se quedó con la novela gráfica. Después de eso, la gloria: varias reediciones y reimpresiones, miles de copias vendidas, traducciones a otros idiomas, dos exposiciones (una en Sunderland y la otra en el Cartoon Art Museum de Londres) y la crítica rendida a sus pies. Circunstancias que, no obstante, no impidieron que la obra fuera rechazada en España por varias editoriales hasta recalar en la fértil orilla de Mondadori.

¿Qué tal la edición patria? I-m-p-r-e-s-i-o-n-a-n-t-e. El único tirón de orejas que podría dársele a la editorial es el cambio de portada con respecto a la edición anglosajona (a cargo de Jordan Smith) sin que ésta se haya incluido en el interior y sin variar los créditos correspondientes; pero, por lo demás, nos encontramos ante uno de los mejores trabajos de realización técnica editorial que haya visto en todo el tiempo que llevo reseñando cómics. Por un lado la traducción, a cargo de Raúl Sastre (a quien le agradezco su colaboración en la realización de este artículo), ha permitido corregir pequeños fallos presentes en el material original e incluso pulir detalles relativos a la documentación (como la consideración del Athletic Club de Bilbao como decano del fútbol español, condición que ostenta el Real Club Recreativo de Huelva). Por el otro, el empeño de la rotulista y maquetadora María Eloy-García (responsable también del Catálogo de Novedades Acme de Chris Ware) por adaptar pese a la dificultad proverbial todas las particularidades del original es digno de todos los premios y parabienes posibles. En definitiva, una gozada de edición que nos llega además en gran formato y con un papel excelente; circunstancias que, junto a su abultado volumen de páginas, justifican de sobra su precio (e incluso lo hacen parecer barato).

Sinopsis: Sobre los hechos que se cuentan

Alicia en Sunderland es, en palabras de Bryan Talbot, un «documental onírico» de más de 320 páginas que trata temas tan universales como la Historia, los mitos, el arte de narrar, los sueños, la brevedad de la vida o el crecimiento de los hombres, y que se aproxima a ellos a través de docenas de historias que se estructuran alrededor de las conexiones entre Lewis Carroll, Alice Liddell y la ciudad de Sunderland (y alrededores). Pero, a diferencia de otros documentos de similares características, no nos llega en forma de ensayo o de ficción histórica, sino a través de una suerte de espectáculo de variedades ficcionalizado y con forma de cómic.


Todo comienza con un tipo que va al teatro…

La obra comienza cuando El Plebeyo, la encarnación de Bryan Talbot que simboliza en el cómic al lector/espectador, se dirige al Teatro Empire de la ciudad de Sunderland para asistir a una representación. Allí se encuentra solo en una sala vacía en cuyo escenario aparece El Actor, la segunda encarnación de Talbot en la pieza. A partir del diálogo entre estos dos personajes, se desentrañarán los mitos, cuentos y leyendas que pueblan el nordeste inglés, mientras que gracias a la figura de El Peregrino y su viaje (la tercera y última de las encarnaciones del autor del tebeo) iremos conociendo paralelamente la historia y la geografía del lugar. La inevitable interacción entre los tres devendrá, finalmente, en el rico cuerpo subtextual de un trabajo que versa, por encima de todo, sobre la vida y las sutiles relaciones que entretejemos a lo largo de ella.

Dramatis persona: Bryan Talbot

Sobre el germen de la obra: «Había querido hacer algo basado en Alicia durante más de veinte años. De hecho, mi segundo cómic publicado, Brainstorm #2 [1976], contenía la historia De aquí al Infinito, que era un homenaje a A través del espejo y que, como la historia de Carroll, estaba basada en el ajedrez. Cuando me mudé a Sunderland, hace unos doce años, descubrí de repente que la ciudad tenía muchísimas conexiones tanto con Carroll y la familia de Alice Liddell como con pasajes de las historias de Alicia, incluyendo el hecho de que Jabberwocky, el poema sin sentido más famoso de la lengua inglesa, fuera escrito aquí. Entonces empecé a leer libros sobre la zona y fue increíble descubrir lo inmensamente rica que era la historia de Sunderland […] De la misma forma, también durante veinte años me estuvo rondando la idea de hacer un cómic en el marco de una representación teatral. Y poco después de mudarme aquí visité el Teatro Empire por primera vez. Es el teatro más grande que hay entre Manchester y Edimburgo, así como un maravilloso teatro de variedades eduardiano».

Sobre la estructura de la obra: «Si hay algo de lo que me siento orgulloso en este libro es de la estructura, del artificio que lo une todo. Pasé un montón de tiempo diseñándola (cerca de dos meses) antes de dibujar y escribir nada. También estoy muy contento con la rotulación, la narración, cada secuencia individual… y de cómo lo he unido todo. PERO, al mismo tiempo, es el primer trabajo que hecho capaz de ponerme totalmente nervioso. Me preocupaba mucho, estuve así desde que empecé y la cosa fue a peor a medida que se acercaba la fecha de publicación. Porque no es como nada que haya visto antes. Es un poco como Entender el cómic [de Scott McCloud] en algunos pasajes en los que he lanzado una mirada al medio usado para contar las historias. El cómic va sobre narrar, sobre mitos y sobre historia».


La función comienza

Sobre Lewis Carroll: «El retrato habitual que se hace de Carroll es el desfasado; el consistente en un clérigo tímido y anodino que sólo es feliz en compañía de jóvenes preadolescentes. Esta imagen se estableció a partir de su primera biografía, escrita por su sobrino de Sunderland y supervisada por las hermanas solteronas de Carroll, quienes cuando los libros de Alicia alcanzaron la fama mundial, intencionada y falsamente pintaron a su hermano como un profesor universitario beatífico que no tenía interés alguno por la mujeres adultas (dando así a entender que no tenía ningún interés por el sexo). Irónicamente, no pudieron prever las ulteriores interpretaciones e implicaciones freudianas de paidofilia. Así que ignorando todo el resto de la información disponible, este libro, The Life and Letters of Lewis Carroll, se convirtió en la principal fuente de información sobre el escritor durante más de sesenta años. Hasta finales de los años sesenta la Biblioteca Británica no obtuvo sus diarios, pero incluso entonces, muchos estudiosos los ignoraron. Pero hace relativamente poco tiempo los académicos revisionistas, y en especial Karoline Leach, han redescubierto la personalidad de Carroll, revelándolo como un individuo mucho más equilibrado y carismático de lo que se suponía, con una intensa vida social y amorosa».

Sobre Sunderland: «Las sorpresas no dejaron de llegar durante la investigación, mientras descubría más y más información no sólo respecto a la relación entre Carroll y la familia Liddell con la ciudad industrial de Sunderland, sino también respecto a la relación entre esta última con las historias de Alicia. Las raíces de esas historias yacen definitivamente aquí, no en el mundo idílico de Oxford, como generalmente se supone. Eso es sólo un mito perpetuado por muchos estudiosos de Carroll y por aficionados a sus obras. Carroll alumbró cuentos para los primos de Alice Liddell que vivían en Sunderland incluso antes de conocer Alice. Jugó al croquet en los jardines de su primo segundo, Sir Hedworth Williamson, cuyo padre introducía conejos blancos en las madrigueras porque era un cazador entusiasta y orgulloso cuya vista estaba fallando. Y conoció por primera vez a Frederika Liddell en las playas de Roker en Sunderland, donde hay un gran túnel en los acantilados que, conforme a las leyendas locales, conduce al monasterio de Beda el Venerable e incluso al castillo de Hylton, a un par de millas. ¿Cómo inspiró esta entrada a un mundo misterioso y subterráneo su fértil imaginación? Pues bien; estos y otros detalles nutrieron directamente el libro».

Tragicomedia en dos actos

Todos conocemos, más o menos, la historia: el 4 de julio de 1862, Charles Lutwidge Dodgson, un académico y profesor de matemáticas de Oxford más conocido por el pseudónimo literario de Lewis Carroll, llevó de excursión –como era costumbre– a las tres hijas de su compañero y amigo Henry Liddell. Para amenizarle a las muchachas el viaje en barca por el Támesis, inventó una historia que fascinaría especialmente a una de ellas, Alice Liddell, quien le pidió a Carroll una versión manuscrita de la misma; un cuento que, escrito e ilustrado por el autor, recibió el nombre de Las aventuras subterráneas de Alicia (en honor a su «promotora») y le fue regalado a la pequeña en las Navidades de 1864. Sin embargo, conoció tanto éxito entre quienes lo leyeron que Dodgson lo llevó, revisado, a un editor, concluyendo estas peripecias con la publicación en 1865 de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas. Y, desde entonces hasta ahora, tanto el libro como su secuela (A través del espejo y lo que Alicia encontró allí) han tenido tiempo de convertirse en uno de los clásicos indiscutibles de la literatura universal; no sólo por su condición de modélicos cuentos infantiles, sino también por los numerosos enigmas matemáticos que han hecho de ellas pequeñas obras de culto y por la enorme inspiración que han supuesto, desde mediados del siglo XIX, para todas las ramas artísticas. Ahora bien, ¿cómo fue el escritor capaz de inspirarse y sacarse de la manga un mundo tan rico como complejo? Tradicionalmente siempre se pensó que para edificar el universo ficcional de las dos Alicias, Carroll se había inspirado en Oxford. Sin embargo, las teorías más modernas y documentadas tratan de demostrar que Carroll se inspiró en un paraje que le era mucho más cercano emocionalmente hablando: la ciudad de Sunderland y la región del nordeste inglés en la que ésta se ubica.


Tras los pasos de El Peregrino

Y así, como si fuera un metaanálisis, Bryan Talbot concibe Alicia en Sunderland como un vehículo no sólo destinado a cohesionar todos esos ensayos académicos, sino a trascender el mismo formato que se autoimpone (tan poco dado a la evocación) para anidar un conjunto de temas universales con los que enriquecer su exigente componente expositivo: la muerte, la vejez, la formación de una cultura y una sociedad, el tiempo, lo fragmentario de un mundo cuya conexión no es fácil adivinar… Y es que, en efecto, Talbot consigue con su Alicia un documental acerca de los motivos que alimentaron la imaginación de Carroll, sí; pero, por encima de todo, compone una oda a los mecanismos que rigen la mismísima inspiración. Incluyendo metatextualmente, como no podía ser de otra manera, los que le llevaron a él a escribir la propia Alicia en Sunderland. De esta forma, y convirtiéndose en una especie de one man show que se encarga de documentar, guionizar, dibujar, diseñar y, por encima de todo, narrar el cómic, Talbot teje un rico tapiz –casi siempre coherente, a ratos inconexo, siempre arriesgado– en el que unifica todo el canon «carrolliano» vigente; un tapiz que no es tapiz, sino obra de teatro. Consciente de las complicaciones de articular toda la información a exponer, el autor de Alicia en Sunderland estructura su novela gráfica como una suerte de falso espectáculo de variedades en el que, como los grandes actores, se arriesga a interpretar todos los papeles de la pieza. Todo ello en el marco de esos teatros que tan buen resultado han dado entre los guionistas de cómics británicos (de Alan Moore a Neil Gaiman, todos han usado los dominios de Talía y Melpómene como potente arma conceptual), con profusión de juegos narrativos (Talbot rompe el proscenio varias veces para dirigirse al lector) y con una hibridación en cuanto a formas propia del mejor postmodernismo.


La hibridación como una necesidad justificada

Más allá del aparente clasicismo –expresado tanto por la puesta en escena como por la línea gruesa y las formas icónicas, características de Talbot, a la hora de dibujarse a sí mismo como eje conductor de la acción– el cómic es un totum revolutum que mezcla el vitalismo de la autobiografía, la didáctica de Entender el cómic y la documentación de From Hell, todo ello aderezado con mucha experimentación (como la regla de hablar siempre en tiempo presente) y con pasajes puntuales que, por necesidades objetivas, requieren estéticas determinadas (de la Revista Mad a los tebeos de terror de los años 50). Consiguientemente, el apartado gráfico es una mezcla de rotulaciones diversas, blanco y negro compuesto a base de entintado y dibujos a lápiz, acuarelas monocromáticas o a todo a color, uso de sepia en los pasajes dedicados a Carroll y Alice Liddell, documentos escaneados (legajos, mapas), collages y fotografías manipuladas digitalmente. Por otra parte, la composición de página oscila entre una diagramación convencional a base de nueve viñetas y splash pages, imágenes exentas (quedando sólo de cómic la narración a base de recuadros de texto), superviñetas o metaviñetas. Y, finalmente, no faltan tampoco artistas invitados tanto en el terreno de la ilustración como en el del guión (donde además se insertan con desparpajo poemas y fragmentos de otras obras literarias).


Cómic como medio, no como género

Tal es la osadía a la hora de tratar fondo y forma que, de hecho, Alicia en Sunderland puede (y debe) leerse también como una novela gráfica destinada a reivindicar la capacidad de un medio –como es el Noveno Arte– para desligarse de los géneros que tradicionalmente se le asocian y para abordar, por tanto, cualquier temática. La máxima de McCloud –quien, por cierto, se da un paseo por la páginas del tebeo– se hace patente hasta el punto de que Talbot se las ingenia para convertir el cómic en el vehículo idóneo, casi diríase que óptimo, para el documental: versátil, susceptible de plasmar sin despeinarse múltiples estilos, resistente a los cambios de ritmo, con recursos que posibilitan la introducción de una innumerable cantidad de efectos narrativos, más ducho que la literatura a la hora de integrar notas a pie de página e imágenes de apoyo, y sin el automatismo de una cinematografía que impide detenerse a asimilar datos o a consumir largos fragmentos discursivos. No obstante, resulta evidente que a veces Talbot se pierde en amplios desarrollos prosísticos, ejecutados a través de unos recuadros de texto que corrompen ligeramente el espíritu de la historieta al convertirse en lo único que, sensu stricto, queda de ella. Pero también es igualmente cierto que los grandes renovadores de los lenguajes artísticos son aquellos que, aún con transgresiones (alguien diría equivocaciones), rompen unos límites que están ahí precisamente con esa función. El único requisito para ser honesto en estos casos es haber manejado antes esos mismos límites y haber trabajado en ellos; y en esto Talbot ha acreditado una experiencia más que meritoria. Sólo el tiempo dirá si con Alicia en Sunderland quebró esas fronteras y escapó manifiestamente de aquello que circundaban o si, por contra, simplemente las redefinió, expandiéndolas. El juicio de la Historia, al fin y al cabo, es una convención inescrutable… por futura.

Epílogo: Donde se ofrece una moraleja

Tras todo lo expuesto, espero que el lector de este artículo tenga muy claro el hecho de que Alicia en Sunderland no es en absoluto una obra con vocación generalista. Muy al contrario: Talbot selecciona exhaustiva y minuciosamente, a través de fondo y forma, quién quiere que se acerque a su novela gráfica. Ni que decir tiene, no es una cuestión de elitismo, sino de vocación pura y dura. Y es que su formato de documental onírico (en ocasiones fallido por disperso y forzadamente emotivo, aunque casi siempre apasionante) sólo la hará digerible para dos tipos de público.

El primero, obviamente, es el que se compone de los fervientes admiradores de los trabajos de Lewis Carroll; de todos los que deseen profundizar (a sabiendas de lo que esa palabra significa) en el mundo del creador de Alicia a través de un volumen que adopta unos códigos narrativos que buscan emular en toda su complejidad –a veces de forma acertada y a veces no– aquéllos que ya estaban presentes en las novelas del escritor. Todo ello, en un marco peculiar (soñado, emotivo, vitalista) pero sin el aderezo de la ficción tal y como estamos acostumbrados a entenderla. Si a alguien no le interesa la figura de Carroll, por tanto, debería dejar pasar este libro (y viceversa).


Ilustración de Sir John Tenniel para
Alicia en el País de las Maravillas

Pero también hay un segundo público al que va dirigido Alicia en Sunderland y que no tiene por qué coincidir con el primero (aunque lo ideal sería que así fuese): el de los estudiosos de los vericuetos formales del Noveno Arte y, particularmente, de su potencialidad como medio expresivo. O en otras palabras: aquéllos que comprenden a la perfección la diferencia entre los géneros que habitualmente pueblan este medio y el medio en sí. Más allá de estas dos dianas comerciales, esta novela gráfica resultará farragosa y carente de interés, pese a que supone un documento esmerado capaz de acercarnos un poco más a la historia que hay detrás de uno de los más famosos cuentos de la literatura (y, por ende, de su inminente adaptación cinematográfica).

Sainetes variados

Última actualización de este artículo: 5 de abril de 2010

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0ciOs0
0ciOs0
6 abril, 2010 12:56

José, una preguntita sobre tu artículo. ¿Destripas mucho la historia o lo puedo leer tranquilamente?
Lo digo porque llevo unas 50 páginas y me imagino que alargaré la lectura a lo largo de un par de semanas. ¿Te leo o le doy al «guardar como» para mas adelante?
Estoy tan impresionado como tú con la edición española. Manda huevos que tenga que ser una editorial no especializada en comics la que esté haciendo las mejores ediciones, a mejor precio, y contando con la desventaja de tener a priori peores expectativas de venta que las que están publicando tebeos pijameros o series europeas, que cuentan con una clientela mas o menos estable.

Mythos
6 abril, 2010 13:08

Estupendo artículo, como de costumbre.
Yo tenía mis dudas sobre esta obra así que estaba esperando a ver la reseña en Zona Negativa porque sabía que era cuestión de tiempo que cayese (y no me he equivocado). Y es que cuando ojeé la obra en su momento no supe que pensar. Me atrae el mundo de Alicia en País de las Maravillas y siempre he querido saber un poco más sobre ella y, por otra lado, la estructura era de lo más curiosa pero no sabía si en este caso Bryan Talbot había abarcado más de lo que podía. Visto el artículo creo que le daré una oportunidad en cuanto pueda pese al precio (que en realidad es lo que me detuvo la primera vez) que aunque estoy de acuerdo que respecto a la edición incluso puede parecer economico siguen siendo 25 € y eso siempre se nota, al menos, en mi bolsillo.

Clavos
Clavos
6 abril, 2010 13:09

Pues la verdad es que no estoy seguro de pillarme este cómic; ya que aunque me encanta la obra de Talbot, no soy muy fan de Lewis Carroll, Alicia y todo el asunto este del nonsense. Y temo que el tomo este se me haga demasiado farragoso…

Toni Boix
Autor
6 abril, 2010 14:21

Me haré con ella. Talbot me parece de los artistas más infravalorados que existen en el mundo del tebeo.

chinchi
chinchi
6 abril, 2010 16:44

Off topic total:
Alguien sabe para cuándo la segunda serie de “Umbrella Academy” (Dallas) en españa?? Gracias!!!

Dicker
Dicker
Lector
6 abril, 2010 17:39

Odio tus artículos José, están tan de puta madre documentados que me los tengo que leer enteros, y si de normal necesito poco para comprar un comic de Talbot (como me gustan Rata Mala, Luther Arkwright…), este que tenía mis dudas por ser un pelín…rarito…ya se me han disipado.

25 euros a tomar por saco.

Te voy a banear de mi navegador.

QuentinQuarantine
QuentinQuarantine
6 abril, 2010 17:43

Una obra absolutamente maravillosa; la estoy leyendo ahora mismo, al tiempo que repaso por enésima vez los (dos) originales de Carroll (más La caza del Snark) enriquecido con las ilustraciones de Tenniel.
 
Diría que el precio de la edición española es ridículo teniendo en cuenta su calidad y cómo está el patio en general en lo que a precios se refiere; mejor no hablar. Lástima, eso sí, que no se haya respetado la portada original, que acabo de conocer por este magnífico artículo. Felicidades, señor Torralba.
 
Efectivamente, como se dice en el artículo, la narración/exposición de Talbot es, aunque coherente en general, dispersa, o mejor caprichosa, salta de un tema a otro sin solución de continuidad, como si fuera escrita en tiempo real y se desarrollara al albur de las ocurrencias del autor (ahora me acuerdo de esto y ahora de esto otro, pero espera, déjame que te cuente aquello otro de…), una característica formal que, lejos de ser un lastre, aunque hace más complicada o exigente la lectura, enriquece y revaloriza lo que se cuenta porque reclama continuamente la atención del lector (aunque yo particularmente me siento más un espectador apabullado ante semejante espectáculo visual, la cima del collage, de la mezcla de técnicas al servicio de una historia/documental), casi demanda una auténtica interacción vía biblioteca, vía web, si se quiere digerir plenamente semejante alud de datos de todo pelo y condición, de lo más trivial a lo más trascendente…
 
En resumen, es difícil jugar en una única obra con referencias tan dispares como la tradición futbolística de Sunderland, Enrique V, Hitchcock, personajes del Imperio británico (desde bufones hasta héroes que no quieren serlo, geografía, Historia remota y no tanto, la monarquía británica, la mítica era victoriana, el cómic y el modo de entenderlo, cierta mención a cierta cabina telefónica (casi lloro aquí al volver la página)… todo lo cual hace del libro un totum absoluto sobre qué es qué y quién es quién en la historia de Inglaterra, una gozada si disfrutas con el desvarío del absurdo, el metalenguaje, la literatura victoriana y el sombrerero loco…
 
En fin, digo, la leche. Sinceramente, creía que esta obra pasaría desapercibida, así que es de agradecer que se reseñe aquí. Gracias de nuevo, señor Torralba.

Héctor
6 abril, 2010 17:50

qué buena es Historia de una rata mala …le he reeleído muchas veces, es impresionante, qué forma de homenajear a Beatrix Potter haciendo algo nuevo y diferente, en vez de adaptar sus cuentos sin más

creo que trataré de pillar éste de Alicia –más por Talbot que por Carroll, eso sí– además, que sabiendo todas las vicisitudes que pasó el hombre mientras trabajaba en el libro, me apetece todavía más apoyar la obra ^_^

QuentinQuarantine
QuentinQuarantine
6 abril, 2010 18:01

He olvidado, por cierto, recomendar encarecidamente esa obra maestra del documental narrativo llamada Chelovek s kino-apparatom o Man with a movie camera (ignoro cuál es el título en castellano, supongo que algo así como El hombre de la cámara), a cuyo autor Dziga Vertov, se menciona por aquí arriba.
 
Como es una obra muda, de 1929, sucesivos acercamientos y reposiciones han propiciado su reestreno en compañía de bandas sonoras compuestas adhoc para la ocasión. Conozco al menos diez distintas de todo tipo, incluso una del grandísimo Michael Nyman; aunque mi preferida, la que realmente dota de una dimensión épica a la película, absolutamente emocionante, es aquella mezcla de música sutilmente electrónica y jazz arrebatador compuesta por The cinematic orchestra, un grupo imprescindible si a uno le gusta el jazz contemporáneo con la mirada puesta en el más clásico, una gozada, de verdad, imprescindible.

QuentinQuarantine
QuentinQuarantine
6 abril, 2010 18:52

Muchas gracias, José, por la apreciación de mi comentario. Es un placer, en la medida de las posibilidades de uno, contribuir a la valoración de una obra tan genial.
 
La BSO de El hombre con la cámara (dudaba de si en castellano se había hecho una traducción tan-tan literal) fue publicada en CD en 2003 y el montaje en DVD de la película con la misma llegó a publicarse en España (ignoro cuándo).
 
Si te gusta el jazz, The cinematic orchestra, con su discografía al completo, será un auténtico descubrimiento (seis discos de estudio como seis soles y varios discos en directo), un viaje desde el jazz más electrónico y, a veces, más radical y más clásico, a otro muy melancólico y desesperadamente triste, más básico e íntimo. En la página de Discogs tienes la discografía bien recogida. Recomiendo, además, encarecidamente, el último disco: la BSO del documental ¡sobre una colonia de flamencos! (los pájaros, quiero decir) titulado The crimson wing, música orquestal de miras realmente elevadas, preciosa, aunque más cercana a lo sinfónico que a lo jazzístico, si bien algo queda. Que disfrutes, estoy seguro de que así será.

Phantomas
Phantomas
Lector
6 abril, 2010 21:17

Pues yo lo vi el otro día y a pesar de que me gusta Talbot y tengo pasión por El corazón del Imperio, la verdad es que no me anime a comprarlo.

Me gusta Alicia en el pais de las Maravillas (tampoco me mata, dejemos las cosas claras), y me gusta cierta experimentación en el medio (pero su existencia o no en un comic tampoco es ni condición ni motivo indispensable para su compra), así que creo que no entro de forma total en ningún target de los mencionados…

¿Recomendación personalizada al respecto, José, por favor?

Cannonball
7 abril, 2010 8:02

Ejem, mira que comento poco… la locución latina es «dramatis personae» :p y se utiliza para designar el elenco de una obra.

Como siempre, buen artículo, José.

Cannonball
7 abril, 2010 8:50

Confusión aclarada, me desconcertó el cuerpo del epígrafe :p

Phantomas
Phantomas
Lector
7 abril, 2010 23:09

Coño Cannonball, que alegria leerte que estás desaparecido ultimamente… 🙂

Phantomas
Phantomas
Lector
7 abril, 2010 23:27

Uy, uy, uy… Cannonball, que aqui hay uno que te quiere montar jajajajajajajajjaaj

un abrazo a los 2