Empire

Nos lo hemos preguntado más de una vez. ¿Qué pasaría si el héroe no llegara en el último minuto? ¿Si solo quedase una oportunidad para frustrar el diabólico plan del villano de turno… y fracasase? ¿Si las buenas acciones fueran castigadas y las malas, premiadas? Bueno, no hace falta preguntárselo: lo vemos cada día a nuestro alrededor. La ficción se empeña en lo contrario para darnos un respiro de la realidad. Pero síganme el juego. Los universos de ficción se han vuelto tan fascinantes que nos exigen dosis de verosimilitud… ¿y qué hay más verosímil que la derrota? Así que fantaseamos. Y la industria le pone nombre: What If, Elseworlds, etc. Un vistazo al momento en que los héroes cayeron y no se levantaron. Un vistazo al triunfo del mal.

Es bien sabido que la curiosidad no es lo mismo que la aceptación. Una cosa es una rápida ojeada a ese momento en que las cosas se torcieron, que magnifica luego la heroica victoria final (bien sea porque aún guardaban un as en la manga, como en la entretenida Emperador Muerte o las numerosas alteraciones de la realidad de tipos como Kang, Kulan Gath o Per Degaton; bien sea porque ese futuro no es el nuestro, el bueno, el fetén, y queda ahí como advertencia, tipo Días del Futuro Pasado), y otra muy distinta instalarse ahí para quedarse, contemplando impotentes las torturas, vejaciones y eliminación definitiva de nuestros heraldos. Eso sería intolerable. Inadmisible. Eso es Empire.

Mark Waid y Barry Kitson han colaborado en varias ocasiones, incluyendo relanzamientos de la JLA y la Legión de Superhéroes que tal vez merecieran mejor suerte. Ambos son tipos habilidosos, que suelen tejer historias divertidas e intrascendentes. No busquen en su biografía las obras que cambiarán el curso de la narrativa dibujada; en su favor diremos que nunca ofrecen menos que un entretenimiento digno. Aparte de las citadas, Waid, con otros colaboradores, es responsable de etapas estimables en Flash o Capitán América, alguna revisitación de Superman y, claro, Kingdom Come, la historia que siempre nos hace pensar ¿qué hubiera hecho Alan Moore? Pero no nos vayamos por las ramas. Waid y Kitson aceptaron el reto de presentar “un tebeo que hablaba de unos villanos que alcanzaban la victoria” y su primera conclusión fue que no lo podían hacer con personajes de DC o Marvel. Porque esta situación era definitiva. Los malos han ganado. ¿Qué pasa ahora? Así que se fueron a Gorilla, uno de esos sellos de efímera vida en los ’90, y se pusieron manos a la obra.

Una de las agradables sorpresas que nos depara Empire tiene que ver con la caracterización y el diseño de personajes: por una vez, se lo han tomado en serio. Normalmente, para esta clase de historias los autores no se estrujan las meninges y tiran de iconos reconocibles, de pastiches, como Busiek y Anderson en Astro City o Kirkman y Walker en Invencible. La razón nos la explicaba el propio Kirkman: “Sé que, superficialmente, los Guardianes de la Tierra parecen una parodia de la Liga de la Justicia, pero bueno… es que eso era lo que se suponía que debían ser. Quiero decir… tenía 18 páginas para presentarlos a todos y que los lectores les tomasen cariño […] Usar arquetipos es el mejor modo de hacerlo”. El problema es que también es el modo cómodo de hacerlo, el que menos inventiva aporta. Waid y Kitson trabajaron duro y, al revés que los productos Image de la época, sus personajes tienen vocación de originalidad. Bueno, casi todos, porque Endymion es el inevitable Superman/Supreme/Omniman/Mr.Majestic (etc.). No en vano Waid es forofo reconocido del último hijo de Krypton. Pero Gólgota es un gran villano: una especie de Dr. Muerte cuya armadura recuerda a Manga Khan empeñado en la utopía de un mundo unido y en paz (de los cementerios, se entiende). En la primera entrega nos presenta a sus asociados: Tumbril, un vicioso torturador lleno de tatuajes que se excita con el dolor ajeno; Lucullan, estratega que trabuca palabras y sólo vive para la guerra; Kafra, cyborg rijoso que controla la información mundial; Xanna, una asesina pelirroja que se aburre fácilmente; Delfi, la vigilada hija del dictador; etc. Un plantel de villanos trepas que ríete tú de los Amos del Mal del Barón Zemo. Una droga llamada, ¡atención!, Eucaristía, cuya elaboración e ingredientes sólo Gólgota conoce, les da fuerza y reflejos sobrehumanos, a la vez que asegura lealtad y obediencia al líder merced a la adicción. Y aún así…

Waid y Kitson concibieron la serie como un teatro de operaciones donde cualquier cosa puede pasar. Y, en efecto, pasan bastantes cosas y muy rápido, incluyendo un buen número de ignominias y crueldades, proclives a la violencia explícita, pero con el mismo sexo pacato del mainstream (aunque se le quiera dotar de cierto aire de perversidad). Sin llegar a agotarse (ocho episodios no bastan para exprimir un filón como éste), se comprende por qué en los universos tradicionales de Marvel o DC apenas pasa nada relevante durante años. Y es que un tercio de los personajes presentados en el primer número se quedan por el camino. A este ritmo dejan la tierra yerma. La serie confía en sí misma, rehuye la parodia y las referencias frikis (casi siempre: en la historia de la derrota de Endymion hay unas cuantas) y juguetea en la peligrosa frontera abierta por las obras emblemáticas de los ’80, esas que miraron al abismo desde unas atalayas de disfraces de colores pop. Rara avis, Empire elude la gravedad del sello Vertigo y la espectacularidad palomitera que derivaría en The Authority para merodear en tierra de nadie. Parte de esa indecisión se debe al estilo de dibujo. Kitson es el mismo de siempre, con las mismas caras de siempre, lo que provoca una pizca de subversión probablemente involuntaria, como cuando se usan dibujos de trazo Disney para tareas que no les son propias. Y es que, a fin de cuentas, esos tipos tan malvados tienen las mismas caras que Flash o Supergirl. Pero el guion también juega esa baza. Sus iniquidades y traiciones sorprenden en un contexto superheroico, donde la permisividad es escasa, pero resultarían casi pueriles en una ficción histórica, más cara a desmanes.

Es una lástima que Empire concluyera tras sólo ocho números. La historia se cierra más o menos como en un arco argumental al uso, ni siquiera como un fin de temporada televisiva. No cuesta nada imaginar otra tanda igual o superior a esta, con nuevas y viejas intrigas. Pero el esfuerzo para Waid y Kitson debió de ser extraordinario. A pesar de las buenas críticas y unas ventas aceptables, el sello Gorilla quebró, obligando a los autores a parar la serie, que fue rescatada por DC, respetando los derechos de autor. Supongo que luego encontraron menesteres más lucrativos y decidieron aparcar su creación más personal y acaso la más lograda.

En 2004 la historia completa fue publicada en España en ocho cuadernos por Planeta DeAgostini al precio de 1’70€ ejemplar.