Billy Brouillard. El don de la vista confusa.

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Edición nacional/ España: Norma Editorial
Guión: Guillaume Bianco
Dibujo: Guillaume Bianco
Entintado: Guillaume Bianco
Color: Guillaume Bianco
Formato: Cartoné 144 págs.
Precio: 24€

 

Un libro infantil que regala una ouija. Un álbum al estilo europeo que hace las veces de libro de ilustraciones. Uno objeto que relata una historia en viñetas, mientras desgrana conocimientos a modo de enciclopedia de lo particular y lo misterioso. Un trazo que recuerda a Bill Watterson después de caer febril tras una maratón de pelis de Tim Burton. Una revisión de los tópicos del género desde una perspectiva desmitificadora, pero sin caer en torpe parodia. El nieto europeo de Edward Gorey, quien tras una mezcla genética inesperada ha perdido la mordacidad familiar en beneficio de una dulce ironía. Vamos, a priori, ¡una compra completa por poco más de veinte euros! Y es que para disfrutar del todo de este álbum es debido tener las miras abiertas y dejarse llevar por su continente, más que por su contenido. Esta será la manera más ventajosa de sacarle partido a la propuesta de Guillaume Bianco, así que, paciencia estimado lector.

La historia es sencilla, pero tan llena de desvíos, paradas y atajos que si bien es posible que pierdas el norte, de seguro que llegas al final con un conocimiento superior de lo narrado. Pero de todo lo satelital y accesorio, en detrimento de los cimientos de lo que se expone. Y es que este tebeo ansía alejarse del mero relato en viñetas y se deja llevar por su naturaleza anárquica, que mezcla conceptos, formatos y patrones. Así, la sencilla historia de un chaval que, tras el inesperado fallecimiento de su gato Tarzán, adquiere la capacidad de ver muertos por doquier –aunque estos sean o no producto de su imaginación-, se ve beneficiado por añadidos a modo de incursión enciclopédica o artículos periodísticos del mundo que rodea al protagonista Brouillard. Relatos de míticos espiritistas, remedios para enfrentarse al peligro de los no-muertos, consejos para saber tratar a hermanitas pequeñas, todo bien mezclado y entrelazado para amenizar una lectura que caería en anecdótica de no ser por estos añadidos. Funciona, es cierto. Pero más como un divertimento visual que como un estímulo literario. Si no fuera por el maquillaje, esta señorita no hubiera pasado el concurso de belleza.

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Lo que nos lleva a la siguiente reflexión: uno de los males endémicos de la narrativa tebeística actual se ceba en la alegría del engulle de géneros, estilos y temáticas, buscando la complicidad del lector a través de la vuelta de tuerca de lo ya conocido, del guiño constante señalando lo divertido de lo ya probado, pero con nada más que aportar que un estimulante twist. Esto crea clones amables, simpáticos incluso, como este Billy Brouillard. Pero cojos de alma y de personalidad endeble. Esto lleva décadas pasando en el cine –arte muchísimo más conservador de lo que siempre ha pretendido dar a entender- y es similar al devenir de los contenidos camaleónicos de los videojuegos. Una pena. Porque enmascarado bajo un antifaz de evidente belleza se esconde una falta de autenticidad preocupante. Este tebeo es buen ejemplo de ello. ¿Le quita esto puntos para que sea una lectura recomendable? No, desde luego. Pero su intento de epatar a través de toques originales se diluye en la falta de concreción narrativa o la necesidad de contar algo. Algo que afecte al lector. Algo que vaya más allá del mero divertimento visual. Y esa sensación de quiero-y-no-puedo contagia las páginas. Una lástima, como digo, porque de cada ilustración se desprende una encomiable capacidad para el trabajo. A los diseños, aunque poco originales, se les ha dedicado horas; todo está lleno de detalles que amenizan la lectura; la capacidad para una narración de calidad es evidente. Pero Bianco no logra emocionar. Y todo apunta a cierta falta de decisión a la hora de escribir la historia a contar. Algunas planchas parecen excusas para crear bellas imágenes, cosa que jamás me ha parecido algo detestable, más bien al contrario. Pero a tanto esteticismo, en este caso, le hubiera venido mejor algo más de espíritu –del auténtico, no los de las seánces- y algo menos de pompa.

Firma invitada: Raúl Silvestre

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marcus
marcus
Lector
3 octubre, 2012 21:44

Interesante reseña. Por lo que dices, creo que voy a reservar el dinero para otros tebeos, que no está el horno para demasiados bollos.