20th Century Boys: contexto histórico y social

Analizamos el contexto histórico real en el que se basa 20th Century Boys y comentamos las posibles influencias que recibió Naoki Urasawa para su desarrollo

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Hablar de 20th Century Boys es hablar de una obra generacional. A través de un contexto argumental inspirado en lo real, el manga de Naoki Urasawa busca responder a la ansiedad frente al cambio. Un fenómeno anclado en la sociedad japonesa, cuyo papel viene a criticar el tono de la obra.

Urasawa publicó 20th Century Boys entre 1999 y 2006, en las páginas de la revista Big Comic Spirits de la editorial Shogakukan. Sus personajes, que habitan un Japón real, viven dos épocas distintas a lo largo de la historia de la obra: finales de los 60 – principios de los 70 y finales de los 90 – principios del siglo XXI.

Estos períodos no solo contemplan saltos entre décadas y siglos, sino profundas transformaciones sociales y económicas que cambiaron a todo un país.

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Nacido en 1960, Naoki Urasawa bien podría haber sido uno de los niños protagonistas que descubrían el mundo con un asombro constante sobre sus espaldas (no en vano eran hijos de la guerra fría y estandartes de la Generación X), para pasar a ser uno de los adultos que mira constantemente hacia el pasado con el fin de encontrar respuestas a los desafíos de un mundo nuevo.

Los protagonistas de la obra se enfrentan a una organización de tintes apocalípticos que deberán combatir a través de la búsqueda del recuerdo y la aceptación del desafío absoluto que nace y muere con el individuo. Aquellos que hayan leído la obra entenderán que la secta que crea Amigo se inspira en las ansiedades de unos niños que contemplan un mundo, el de finales de los sesenta, constantemente amenazado por la guerra y las nuevas problemáticas a las que la sociedad nunca había hecho frente: armas nucleares, terrorismo, alienación del individuo, cambio climático…

Si bien el desarrollo argumental de 20th Century Boys es pura ciencia ficción, se inspira y tiene su espacio en un entorno completamente real: la historia reciente de Japón. Así, la obra funciona como una metáfora llevada al extremo (a través de lo fantástico) de las ansiedades que más afectaron a la sociedad japonesa tras ese espectacular crecimiento económico de final de siglo y su posterior llegada a la ya vieja globalización.

A continuación, mediante un análisis de los principales factores sociales, económicos y políticos del país del sol naciente veremos como lo que cuenta el manga de Naoki Urasawa, si bien desde lo fantástico, no es tan diferente a lo que puede acontecer en la realidad. Movimientos sociales, desarrollos económicos de vértigo, crisis políticas y económicas, sectas, atentados… Urasawa, como los protagonistas de su obra, creció en un mundo en constante y vertiginoso cambio.

Así, la obra funciona como una metáfora llevada al extremo sobre las ansiedades que más afectaron a la sociedad japonesa tras ese espectacular crecimiento económico de final de siglo y su posterior llegada a la ya vieja globalización.

Del Zengakuren al milagro económico japonés (60-70)

Aunque en la obra apenas se menciona, el Zengakuren fue una organización radical de ideología comunista creada en los primeros compases de la posguerra. Sus actividades de izquierdas marcaron el ritmo de una sociedad derrotada que tenía que verse sometida ante el control de la nación que vertió sobre ella dos bombas nucleares. De alguna manera, supieron conectar con la desesperanza y la desilusión de una sociedad que ya no contaba con ningún referente; sobre todo ahora que el emperador había resultado ser un personaje lejano a su idea inicial de tintes casi divinos.

El Zengakuren se postuló como la voz de protesta ante la incursión americana en territorio asiático, con la guerra de Corea, la purga anticomunista o la guerra de Vietnam. Cabe destacar que el origen de estar organización reside en el descontento con la política social de posguerra entre los estudiantes, que decidieron construir un organismo unitario que agrupase a todos los movimientos de izquierda universitarios. En esta línea, el Partido Comunista Japonés encabezó su dirección.

Su primera gran movilización de protesta estuvo formada por más de 70.000 estudiantes y obreros en contra del Tratado de Cooperación y Seguridad Mutua entre los Estados Unidos y Japón. Se enfrentaron a más de 5.000 policías de manera violenta, dando lugar a escenas que conmocionaron a toda la sociedad.

El tiempo pasó y la actividad de esta organización se debatió entre huelgas generales y marchas multitudinarias en contra de guerras como la de Vietnam o la existencia de universidades privadas. Ocupaciones y marchas que rozaban las acciones de guerrilla… Escenas difíciles de imaginar en el Japón de hoy en día.

Lo cierto es que el Zengakuren se fue desvaneciendo con la llegada de los setenta y, si bien muchos de sus miembros dieron origen a otros grupos políticos y radicales, Japón salió de esta incómoda situación social abrazando por completo la maquinaria capitalista y de consumo.

Justo en este momento, en el de mayor influencia de los Estados Unidos sobre Japón, se encuentran nuestros protagonistas en su infancia. El alunizaje del Apolo XI, la incipiente llegada de música extranjera o la aparición de series y películas de influencia americana pero construidas mediante conceptos eminentemente japoneses (la industria del cine fantástico nipón, que en su mayoría siempre ha contado con monstruos y robots apocalípticos, mezcla de ese profundo respeto por la ciencia del átomo, fruto a su vez del impacto social y cultural que dejaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki) fueron algunos de los elementos que los niños japoneses hicieron suyos a finales de los sesenta. No es de extrañar, entonces, que nuestros protagonistas jugaran inocentemente a especular un fin del mundo apocalíptico, cargado de armas biológicas, atentados o robots capaces de arrasar ciudades enteras.

En la trama de 20th Century Boys, con la invención de esas historias fantásticas los niños asientan las bases de un mundo apocalíptico que un megalómano haría suyo como la visión de un mundo ideal a conseguir. Nace así el nudo de la obra planteada por Urasawa.

El año 1970 es el año de la Exposición Universal en Osaka que se celebra del 15 de marzo al 13 de septiembre. Los niños de 20th Century Boys quedan asombrados ante tal evento, como toda la sociedad japonesa del momento. Fue la primera exposición de la Oficina Internacional de Exposiciones (BIE) celebrada en territorio japonés y tuvo la presencia de setenta y siete países que, durante seis meses, llenaron sus salas con todo tipo de artilugios asombrosos. Más de 64 millones de japoneses pudieron disfrutar de aquello.

Al igual que los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, la Expo de Osaka tuvo un gran éxito y sirvió de escaparate internacional para que todo el mundo fuese testigo del gran desarrollo que había experimentado Japón en la última década: un país derrotado y destruido que ahora se alzaba como uno de los más rápidos en la carrera del futuro.

La guinda de esta exposición, lo que realmente asombró tanto a los niños de la ficción como a los de la realidad, fue una gran roca lunar que se exponía en el Pabellón de Estados Unidos. La muestra de que la llegada a la Luna por parte del Apolo XI fue real y era la confirmación de que el satélite, el espacio, estaba al alcance humano.

Por cierto, con motivo de la exposición se construyó una cápsula del tiempo que no podrá ser abierta hasta 6970, cinco mil años después de 1970. Los niños de 20th Century Boys, por supuesto, hicieron lo mismo; aunque el contenido de su cápsula era de vital importancia y convenía abrirlo en cuanto antes para salvar el mundo.

Japón cumplió con lo que quiso mostrar en Osaka y la década de los setenta es recordada por todos como la del milagro económico japonés. En 1971 el país era el tercer mayor exportador del mundo, sólo por detrás de EEUU y Alemana Occidental. El crecimiento económico alcanzó una media del 7% en esa década y un 8% en la siguiente. Durante este periodo se implementó un método de producción sumamente productivo (valga la redundancia) denominado Toyotismo, que producía según lo que el cliente pedía y con las especificaciones que pedía el comprador. Se basaba en tres grandes reglas: el empleo vitalicio (hasta la jubilación a los 70 años), el salario según capacitación, experiencia en la vida (según la edad) y años trabajados en la empresa y, por último, un sindicalismo empresarial muy particular que siempre buscaba la armonía entre jefe y trabajador, atendiendo de manera prácticamente igualitaria a ambos.

En síntesis, podemos decir que de los años sesenta a los años ochenta Japón vivió una edad dorada en lo económico y de relativa tranquilidad social (una vez abandonados los movimientos sociales y las marchas estudiantiles de gran envergadura). Norteamérica era su principal cliente, lo que le permitió saltar con facilidad al resto de mercados. Con ello, Japón pronto superó a todas las naciones de Europa Occidental en PIB y se situó detrás de EEUU como potencia industrial mundial.

Crisis económica y alineación del individuo en un mundo global (90-00)

Pero todo lo que sube baja, y el crecimiento económico japonés redujo su marcha a finales de los ochenta, dando paso a la «década perdida». Los años noventa fueron para Japón un período de estancamiento económico debido en gran parte al fracaso del Banco de Japón al intentar bajar las tasas de interés para contrarrestar los efectos del colapso de la burbuja inmobiliaria de finales de los años ochenta (considerada como una de las mayores inflaciones especulativas de la historia económica moderna). Para algunos especialistas, Japón entró entonces en la denominada «trampa de la liquidez».

Y aquí es donde empieza la historia actual de 20th Century Boys, con la que se nos presenta a unos protagonistas ya maduros pero aún jóvenes que descubren atónitos como un malvado villano está tomándose demasiado al pie de la letra el fin del mundo que imaginaron de pequeños.

Kenji y compañía tienen que enfrentarse entonces a la secta de Amigo, un grupo religioso que pasa de ser una pequeña comunidad fanática a una mega-organización política y militar que amenaza con dominar el mundo. Urasawa pone sobre la mesa conceptos como la religión, el poder las sectas y la acción de los grupos terroristas.

El 20 de marzo de 1995 cinco miembros de la secta Aum Shinrikyo liberaron gas sarín en varias líneas del metro de Tokio de manera coordinada. El atentado se saldó con trece muertos, cincuenta personas gravemente heridas y casi mil afectados de manera de directa en lo físico y/o psicológico. El ataque fue dirigido contra trenes que pasaban entre Kasumigaseki y Nagatacho, sede del gobierno japonés. Resultó ser el ataque más serio ocurrido en Japón desde el fin de la II Guerra Mundial.

Entre las fuentes consultadas para reunir los datos necesarios sobre este espeluznante episodio de la historia reciente de Japón, destacamos dos obras fundamentales. Por un lado, la pieza audiovisual titulada Hora Cero: Terror en Tokio, un documental británico-canadiense que fue emitido en canales como la BBC, The History Channel o Discovery Channel y que ofrece una reconstrucción detallada del atentado con datos sobre la secta y entrevistas a las víctimas. Por otro lado, el libro Underground del escritor japonés Haruki Murakami, que entrevista a más de sesenta personas que resultaron ser víctimas directas o indirectas de esta masacre.

La sociedad japonesa no había vivido hasta ese momento un atentado terrorista de esa dimensión. Para empezar, los atacantes utilizaron un arma química clasificada como arma de destrucción masiva por la ONU (en concreto, se trata de un líquido evaporable incoloro e inodoro en su forma pura que posee una extrema potencia como agente nervioso). Esos cinco terroristas, por cierto, eran personas cultas y bien instruidas (graduados y licenciados en física, inteligencia artificial y medicina).

Hablamos de que Japón no había vivido algo así, pero en realidad estamos hablando de un mundo pre-11S en el que la sociedad, camino a la feliz globalización, aún no había probado el lado amargo de la misma y no estaba acostumbrada a la existencia del terrorismo de capacidad y alcance internacional

En cuanto a la secta que ordenó estos ataques en el metro de Tokio, Aum Shinrikyo es el antiguo nombre de un grupo religioso actualmente conocido como Aleph. Fue creado por Shoko Asahara, quien en 1992 publico un libro en el que se declaraba así mismo como un mesías ilustrado e identificado como «Cristo». Profetizaba además sobre el fin del mundo, que pasaba por una Tercera Guerra Mundial y describía un conflicto final de tintes nucleares. Con esto, defendía que su misión era la de tomar sobre sí los pecados del mundo con el poder de transferir poder espiritual a sus seguidores y finalmente absorberles sus malas obras. Veía conspiraciones por todos lados y tenía en sus ataques la manera de acelerar el apocalipsis que promulgaba, tal y como concluyeron las investigaciones judiciales.

El culto comenzó sus ataques en junio de 1994 en Matsumoto, con la ayuda de un camión mediante el cual miembros del grupo lanzaron una nube de gas sarín que sobrevoló cerca de las casas de los jueces que estaban supervisando una demanda sobre una disputa de bienes terrenales que preveía fallar en contra de Asahara. Debido a este incidente, 144 personas fueron trasladadas al hospital y siete murieron.

En un primer momento la policía no cercó su investigación sobre Aum Shinrikyo, por aquel entonces discreta. No fue hasta el atentado en el metro de Tokio, con la misma arma química, que los investigadores ataron cabos. Es más, en el documental citado con anterioridad, el jefe de la inteligencia japonesa declara que en un primer momento se pensó que este ataque sobre Matsumoto era obra de Corea del Norte, «su enemigo más peligroso».

Intentar comprender qué tipo de pensamientos llevan a personas cultas e instruidas (recordamos de nuevo que los perpetradores del atentado del metro eran licenciados en carreras de ciencias) a cometer un acto tan terrible resulta tremendamente difícil. Introducirse en la mente de un criminal es algo peligroso e incómodo, pues estaríamos ante una psique monstruosa, capaz de matar por ideales fanáticos, propios o impuestos.

En el caso de los seguidores de Asahara, las investigaciones llevadas a cabo para la desarticulación de la banda concluyeron que los miembros de la secta eran personas que habían renunciado a su vida anterior, cediendo parte de su riqueza y posesiones al culto. Cegados por la figura del gurú personificada en Asahara, seguía los dictámenes de un líder que no dudaba en darles drogas sintéticas (LSD) de manera a veces involuntaria para proporcionarles «experiencias místicas». Los informes concluyeron, además, que el equipo científico-técnico de la secta llegó a diseñar unos «cascos psi» que daban descargas eléctricas a sus portadores para «estimular la actividad cerebral»; una forma de terapia electroconvulsiva.

El lector que desconozca el tema seguramente se pregunte cómo puede una secta de fanáticos religiosos que siguen a un gurú de verborrea apocalíptica hacerse con armamento biológico y seguidores tremendamente especializados como para desarrollar aparatos eléctricos o crear sus propias drogas. Pues bien, resulta que Asahara llegó a tener un activo económico muy importante, fruto de donaciones y actividades legales e ilegales. Programas armamentísticos, bienes inmobiliarios y vehículos como un helicóptero militar (con el que se especuló que planeaba rociar sarín sobre la capital) fueron algunos de sus principales gastos.

Llegados a este punto, para entender el calado de su secta y cómo puedo hacerse con tanto poder y dinero, debemos comentar que la secta Aum Shinrikyo (que etimológicamente viene de la sílaba sánscrita Om, que representa el origen del universo, seguido por los kanji de shin (verdad, realidad), ri (razón, justicia) y kyo (enseñanza, doctrina)) perseguía creencias asentadas tanto en la figura de Buda como en la de Jesucristo. Se trataba pues de una mezcla de ideas religiosas orquestadas por Asahara para su propio significado.

Así, esta secta incorpora la visión de Asahara sobre la cristiandad, con interpretaciones idiosincráticas del yoga y las escrituras proféticas de nostradamus. Con todo, se perseguía la iluminación mediante la meditación y asimilación de mantas secretos.

El culto recibió en 1987 el estatus oficial de religión por parte de las administraciones oficiales y tenía especial interés en a la población estudiantil, dúctil y prolífica. Así, como ya hemos mencionado, una parte muy importante de los creyentes tenían titulaciones superiores en universidades y trabajos con cierta responsabilidad. La vida monástica en Aum les obligaba a salir de sus rutinas habituales, dejándolo todo atrás o manteniéndolo con la condición de traerlo a la secta, como fue el caso de sus familias. O se alejaban de sus familias o las arrastraban con ellos. El candidato ideal para la captación era aquel que tuviera dudas sobre su existencia. Asahara se postulaba como el portador de «La verdad absoluta» y podía revelarla a sus miembros. El movimiento llegó a crecer de forma muy rápida entre las clases medias de las principales ciudades japonesas y se calcula que para el año 1995 eran 9.000 los miembros en Japón, y que tenía hasta 40.000 seguidores en el resto del mundo.

Si queremos entender qué motivos llevaban a la gente a formar parte de la secta, deberíamos pensar que los noventa, en la antesala del mundo globalizado e informatizado, los individuos comenzaban a estar cada vez más alienados en un mundo que cada vez estaba más conectado y paradójicamente solitario.

El derrumbamiento del pensamiento individual, la falta de comunicación social y la búsqueda de respuestas a las inquietudes y preguntas surgidas por la ansiedad ante los desafíos propios y ajenos llevaron a que muchas personas buscaran el éxito económico, social y/o espiritual en sectas y organizaciones de este estilo, que prometían la verdad absoluta, y la consiguiente felicidad, «a cambio de nada».

¿Y qué llevo a Asahara a cometer el atentado del 20 de marzo? A parte de su intención de generar un apocalípsis a mayor o menor escala (indudablemente mortal en ambos casos), dos días antes de la fecha fatal recibió un soplo de dos discípulos suyos que servían en el ejército. Le avisaron de una posible redada policial, próxima a resolverse, en la sede principal de la secta. Asahara guardaba allí sus drogas, armas y todo tipo de material ilegal que supondrían el cierre de su grupo por tráfico y actividades delictivas. Tenía que evitar que la redada se llevara a cabo y por ello ideó el ataque con sarín, que ya había sido ensayado un año antes en Matsumoto. En definitiva, el atentado tenía como fin despistar a la policía, quitarse de encima el foco de atención y ganar tiempo.

Nos encontramos ante un ego criminal que no dudaba en cometer el peor de los crímenes con tal de salirse con la suya e imponer su visión del mundo sobre los demás. Una personalidad extrovertida y extraña, atractiva para las mentes débiles ansiosas por hallar respuestas a preguntas propias e impuestas. En el documental referenciado, un ex miembro de la secta declara que Asahara no dudaba en castigar de forma severa a aquellos sobre los que sospechaba, tachaba de espías o simplemente discrepaba. Así, el embelesamiento inicial de los miembros de la secta pasaba a ser auténtico miedo cuando sus ideas comenzaban a discrepar con las del líder. Nadie se atrevía a discrepar o a denunciar a quien contaba con «ministros de la curación» para tratar a los descarriados con pentotal sódico o descargas eléctricas. En concreto, la grabación habla de hasta 46 miembros de la secta asesinados bajo esta disciplina.

El atentado del metro de Tokio se cerró con 12 muertos dejón innumerables secuelas, algunas de ellas extremadamente graves, en los supervivientes. Las investigaciones apuntan a que, de haber sido un sarín más purificado y tener una mayor exactitud en la ejecución del atentado, los muertos se habrían contando por centenares.

Asahara guardó algunas esperanzas de salir impune, como hacía un año, pero la policía conectó cabos y en seguida concluyo que la mano detrás del atentado era la Aum. Dos días después del ataque, un equipo integrado por 2.000 agentes de la policía hizo redadas en 25 locales de la secta por todo el país. Se efectuaron numerosas detenciones y se requisaron sustancias químicas, equipo de laboratorio y grandes cantidades de documentos. Las instalaciones técnicas de Aum salieron a la luz, con el citado helicóptero militar.

En los meses siguientes, la policía efectuó más de 500 redadas tras decretar una persecución masiva de los miembros del culto, pero Aum todavía estaba viva. El 30 de marzo, el jefe de policía a cargo de las investigaciones recibió cuatro disparos cuando salía de casa para ir a trabajar. Sobrevivió de milagro. Finalmente, Asahara fue detenido el 16 de mayo; ese mismo día una carta bomba explotó en las oficinas del gobernador de Tokio. Entre mayo y julio, la secta realizó otras cuatro tentativas frustradas en el metro; en dos de ellas utilizaron Zyklon B.

Tras un prolongado juicio de ocho años, Asahara fue condenado a muerte junto a los cinco perpetradores del atentado del metro en marzo. Por otro lado, el considerado como último fugitivo de la secta fue detenido en 2012.

Si has conseguido llegar hasta aquí, querido lector, y has leído o conoces en parte la obra que hoy tenemos entre manos, habrás dado con muchas similitudes entre este triste episodio de la historia moderna de Japón y 20th Century Boys. Parece claro que Naoki Urasawa quedó profundamente marcado por este evento (de manera consciente o no) y se inspiró en los actos de la secta de Asahara para formar la de Amigo. Repasemos…

Un gurú que se alza como poseedor de la verdad absoluta, absolvedor de pecados y mesías profético «capaz de levitar». Una secta que comienza siendo una pequeña agrupación fanática y llega a ser una organización religiosa de carácter casi militar con presupuesto elevado, armamento y miembros de élites académicas e integrantes de cuerpos de seguridad, así como influencia política. Maletines, tráfico de drogas y armamento, ajustes de cuentas… Atentados con gases nocivos e intenciones de esparcirlos por toda la ciudad ¿Hablamos del culto de Amigo o de Aum? Por suerte, siempre habrá gente como Kenji y sus amigos, dispuestos a luchar por el bien y destinados a salvar la humanidad.

Existe todo un mundo entre el nuestro y el de Naoki Urasawa, por lo que de momento no sabemos si se inspiró de manera directa en las acciones del culto de Asahara para crear el perfil apocalíptico de la secta de Amigo en 20th Century Boys, pero lo cierto es que, de manera inconsciente o no, el 20 de marzo de 1995 quedó grabado en la memoria de toda una sociedad.

Con todo, podemos decir que el manga protagonizado por Kenji y sus amigos es una obra de inmenso valor, con distintos niveles de lectura, que invita a comprender diversos aspectos de la sociedad que dibuja. El texto está ahí, asentado, y es trabajo del lector indagar en las claves que ofrece su autor fuera de él.

Si aún no habéis leído el resto de artículos publicados a lo largo de esta semana temática con motivo de lanzamiento del kanzenban de 20th Century Boys, os invitamos a que os paséis por la reseña del primer tomo, la guía de lectura del autor para aquellos que busquen ir más allá, o el metamanga Mangari Michi, para seguir profundizando en las curiosidades de esta obra maestra del cómic.

Por último, nos gustaría despedirnos diciendo que, siempre que el lector del presente artículo haya disfrutado de su lectura y ésta tenga éxito, desde Zona Negativa nos plantearemos traer una segunda entrega analizando las referencias culturales de la obra conforme vayamos reseñando futuras entregas de la presente edición publicada por Planeta Cómic.

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benurich
benurich
Lector
4 diciembre, 2017 15:07

SÍ, POR FAVOR. Queremos una segunda entrega desgranando las referencias culturales de la obra.
Enhorabuena por este magnífico artículo.

Kanna
Kanna
Lector
5 diciembre, 2017 8:00

Este artículo es genial. Bueno, la verdad es que todos los que estáis sacando sobre 20th Century Boys/Urasawa. Juraría haber leído que él mismo decía que estaba basado en sus vivencias, en su infancia. Ya-sabéis-qué-personaje (por no hacer spoilers) se parece mucho a Naoki Urasawa, tanto físicamente como por la música. ¿Vais a comentar algo sobre su visita a Francia además de la exposición? (Igual lo habéis hecho ya y no me he dado cuenta).

Kanna
Kanna
Lector
En respuesta a  Alejandro García
6 diciembre, 2017 7:49

Genial entonces. Yo estoy intentando ver si puedo ir a Francia para verle.

Fer García
Autor
5 diciembre, 2017 22:35

Estupendo artículo. Enhorabuena.