ZN 10 años: La Otra América edición especial

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Aunque parezca capcioso y excesivo comenzar así una reseña, Pobre marinero, de Sammy Harkham es una pequeña obra maestra. “Pequeña” por su tamaño, que establece una relación de intimidad con el lector. “Obra” por su concepción física más allá de su desarrollo y resolución, por su condición de objeto materializado en cada una de sus características para transmitir una idea, para provocar una reacción. “Maestra” porque aglutina suficientes elementos de originalidad, de dominio técnico, de personalidad, como para ser referente dentro del resto del trabajo del autor en particular y dentro del mundo del cómic en general. Pretendo con este infantil desglose alejar la sospecha de que utilizo el término “pequeña obra maestra” con la ligereza y alegría con la que se emplea tan a menudo, sembrando el mundo del cómic de “pequeñas obras maestras” que a la postre no soportan una comparación con otros trabajos que realmente merecen situarse en el podio de lo extraordinario. Y hecha esta aclaración, vamos al lío.

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El nombre de Sammy Harkham (Los Angeles, 1980) puede resultar desconocido en España, pero en Estados Unidos se asocia inmediatamente con la más rabiosa vanguardia y con cierta intelectualidad bien entendida en torno al mundo del cómic. Editor de la antología Kramers Ergot, Harkham ha publicado a Tom Gauld, CF y Gabrielle Bell, nuevas voces capaces de aportar una nueva visión del medio después de más de siglo y medio de historia. Tampoco se ha olvidado de otros autores ya consolidados que siguen haciendo de su fuerte personalidad narrativa una de sus grandes bazas: Gary Panter, Jerry Moriarty, Chris Ware, Daniel Clowes, Jaime Hernandez. E incluso ha recuperado al seminal mangaka Suihô Tagawa. Estas cartas de presentación no sólo hablan del conocimiento de Harkham del lenguaje del cómic, sino que indican una especial sensibilidad, una forma de entender la historieta como vehículo de transmisor de ideas y de sensaciones que lo emparenta con grandes renovadores como Art Spiegelman o Chris Ware. Y de hecho, no es demasiado aventurado establecer una línea recta que una RAW, la revista editada por Spiegelman, con Kramers Ergot, con la experimentación como motor impulsor. Sin embargo, la propia producción de Harkham es escasa. Aparte del Pobre marinero que nos ocupa (publicado originalmente en Kramers Ergot #4) y otras historias cortas aparecidas en distintos números de la antología, tan sólo ha publicado, que yo sepa, dos comic books con Drawn & Quarterly bajo el título Crickets. Dos números, por cierto, que corren el peligro de ser los únicos, ya que la serie fue cancelada cuando Diamond decidió dejar de distribuir cómics cuya tirada fuese menor de cierto número. Por tanto, podemos decir que Pobre marinero es la primera monografía completa de Harkham, y podemos darnos con un canto en los dientes por la valiente decisión de Apa-Apa de publicarlo en España y hacerlo con el cuidado que la obra merece.

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Para analizar la obra parto de un acercamiento secuencial al propio objeto, una artimaña que me sirve para organizar ideas pero que es antagónica al propio concepto de Pobre marinero como artefacto artístico, encontrando en un primer nivel las características físicas del cómic. No es, ni mucho menos, un aspecto que Harkham haya decidido de forma arbitraria o desde un punto de vista meramente estético. Si Kramers Ergot #7 tiene las colosales dimensiones de la edición de Little Nemo editado por Peter Manresca y eso condiciona las soluciones narrativas que cada uno de los autores han empleado (algunos con más tino que otros), este libro, con sus 14×14 centrímetros es apenas un librito de bolsillo, una especie de poemario. De entrada, esto establece ya una relación con el lector muy particular. No sólo es que el libro se pueda transportar en el bolsillo del abrigo, es que abrir sus pequeñas páginas es como inmiscuirse en un diario personal, acceder a la intimidad de sus personajes. De nuevo tenemos que mencionar a Chris Ware y su cada vez más imitada idea de convertir cada libro en un objeto artístico, de resaltar su presencia física como un elemento narrativo más. De hecho, otros autores independientes actuales que pueden considerarse sus pares han asimilado la propuesta de Ware: Daniel Clowes en Ice Haven, David Mazzucchelli en Asterios Polyp, Seth en George Sprott… Tras el comic book, el álbum europeo y la novela gráfica, llega una nueva concepción que trata de impregnar cada obra de una personalidad propia desde su formato, desde su propia condición de objeto material, y Pobre marinero entra de lleno en esa nueva categoría.

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En su primera versión, en Kramers Ergot #4, Pobre marinero se estructuraba a razón de una retícula de cuatro viñetas (me lo han contado, ese número no lo tengo). Para su edición como libro independiente, Harkham ha remontado toda la historia, haciendo que cada página contenga una única viñeta. Una estrategia muy similar a la que utilizó Chester Brown en El Playboy y Nunca me has gustado con la intención de ajustar el ritmo de sus cómics no a las imposiciones de espacio de su primera edición, sino a la cadencia que la historia necesita para llegar más profundamente al lector. Cuando Harkham decide que en cada página haya una única viñeta y que, además, el relato sea prácticamente mudo, hace que sobre toda la narración planee una mirada contemplativa que encuentra su eco en la propia mirada del protagonista perdida en el horizonte. Cada una de las imágenes cobra importancia por sí misma y no sólo en relación con las adyacentes. Cada instante del relato es un medio para la narración, pero también un fin en si mismo.

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Pero, ¿de qué va Pobre marinero? Según se anuncia en el propio libro es una adaptación de En el mar, el cuento de Guy de Maupassant. Sin duda, una declaración más que generosa cuando leemos el cuento y comprobamos que en el cómic apenas si hay un pasaje y algunos datos circunstanciales extraídos del relato del francés. De hecho, la narración de Harkham es mucho más ambiciosa y abarca una serie de cuestiones mucho más amplia que el relato literario que lo inspira. A grandes rasgos, podemos resumir Pobre marinero así: Thomas vive en la montaña, donde construye una casa junto a su amada esposa (o compañera), Rachel. Un día recibe la visita de su hermano Jacob, un marinero que llena la cabeza de Thomas con ideas románticas sobre la aventura de viajar por los mares. La nostalgia de lo desconocido se apodera de Thomas, que pese a la oposición de su esposa acaba embarcando junto a su hermano para recorrer el mundo en un barco pesquero. Tormentas, puertos exóticos, piratas, el horizonte… Por supuesto, oculto elementos importantes de la historia para no chafar la lectura a nadie, especialmente ese tremendo final.

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El tebeo está impreso en un bitono verde que Harkham utiliza bien para separar planos, bien para enfatizar elementos del dibujo, bien, mediante su ausencia, para subrayar momentos concretos. El dibujo de Harkahm es sencillo, en el sentido de simplificado, y subjetivamente bello. Emplea las masas de blanco y negro con mesura y equilibrio, dotándolas de valores que van más allá de lo estético y entran de lleno en el campo de lo narrativo. Si las viñetas mudas de Harkham hablan, en ocasiones lo hacen a través del propio vacío, del espacio negativo. Cuando antes resumía la trama, he mencionado el horizonte. Aunque los temas de fondo de Pobre marinero se encuadran en el existencialismo humano, uno de los protagonistas de Harkham para articular su discurso es el horizonte, como metáfora de aquello que deseamos y que jamás podremos aprehender. Invariablemente, bien se encuentre en tierra, bien en mar, el protagonista hunde sus ojos en ese horizonte de promesas incumplidas y de deseos insatisfechos, ese horizonte que es lo que nos separa de saber apreciar de lo que realmente poseemos.

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En el terreno puramente narrativo, Harkahm juega al juego de las elipsis como el mejor Jaime Hernandez, y al igual que él es capaz de hacer que nuestro cerebro encuentre las conexiones entre dos viñetas consecutivas separadas por un enorme tiempo y espacio con un mínimo de elementos esenciales. A su vez, estas elipsis imponen su propio ritmo, y cada viñeta funciona como una línea en una poesía. Es parte de un todo, un todo con el que debe resonar, pero debe ser leída y entendida también individualmente. En su narración, Harkham se muestra un historietista excepcional, siempre empleando los elementos mínimos necesarios, desnudándose de artificio y espectacularidad. Un camino lógico cuando lo que se busca es capturar mediante el lenguaje del cómic las emociones humanas, exactamente lo mismo que Chris Ware pretende en sus historias, retratar la sensibilidad sin caer en la sensiblería.

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La primera viñeta nos da la localización. Las seis siguientes, todas mudas, son suficientes para que entendamos, a base de unos elípticos momentos escogidos pero cotidianos, el amor de Thomas y Rachel y lo sencillo de sus vidas. En todas las viñetas en las que no están trabajando, sus cuerpos están en contacto, y realmente no parecen necesitar mucho más que las estrellas para ser felices. Tras esta poética introducción, la octava viñeta, con la esposa de Thomas a punto de decapitar una gallina, choca por su crudeza. ¿A qué se debe este repentino cambio de tono? Basta con fijarse en el fondo de la viñeta. En el horizonte distinguimos la aparición de una figura que desencadenará la desgracia, el marinero Jacob. El ritmo se ralentiza, dotando de un peso específico a la escena, e introduciendo la secuencia con más texto del relato. La actitud fría de Rachel frente a Jacob se convierte en otro augurio del desenlace. Si páginas atrás veíamos a Thomas y Rachel caminar bajo el cielo negro sobre una superficie blanca descendente, ahora encontramos el negativo de aquella imagen, Thomas y Jacob caminando sobre una superficie negra ascendente bajo un cielo blanco. Un reflejo que puede deberse a la pura casualidad o que puede ser perfectamente intencionado por parte de Harkham. Este tipo de paralelismos, de ecos, pueden encontrarse en distintos momentos de la obra, y sean o no conscientes, introducen nuevas reflexiones y visiones en una historia que pide a gritos ser releída muchas veces. Toda la secuencia en la que, tras la conversación con su hermano, Thomas acaricia la idea de embarcarse con él, trata de convencer a su esposa, y finalmente marcha en pos de la aventura, es un prodigio de síntesis y para mí uno de los momentos más bellos de un cómic ya de por sí plagado de este tipo de hallazgos. La serenidad con la Harkham sugiere, su elección de instantes, y la mirada, siempre la mirada de Thomas, transmiten tantas sensaciones como el más elaborado de los textos. Uno puede escuchar la lucha interna en el cerebro de Thomas, su ahogo al contemplar el lejano horizonte que su hermano le ofrece, uno puede sentir la ternura de Rachel, y la traición en la voz de Thomas cuando se despide con un “volveré pronto”.

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Así, podría seguir desmenuzando páginas, pero como decía más atrás, Pobre marinero funciona como un todo, como un conjunto capaz de despertar emociones desde los planteamientos muy racionales de planificación, desarrollo y ejecución medidos de Harkham. Se podría hablar de la fuerza expresiva de la silueta de un puerto oriental, de la nimiedad de un barquito entre un cielo y un mar embravecidos, del horror de un delincuente escarmentado en China, del terror de una máscara, de crueldad y egoísmo, de añoranza, del sentimiento de estar siempre fuera de lugar, de que los pastos más verdes siempre están al otro lado de la valla, de un corazón partido por el dolor y de la asunción del propio yo que nos da fuerzas para seguir adelante. Se podría hablar de todo esto, pero para qué, sí Harkham es capaz de hacer que lo sientas.

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Pobre marinero es uno de los tebeos que más me han gustado en los últimos tiempos, y una pequeña obra maestra que el tiempo pondrá en su lugar. Lástima que para ello, ese pobre marinero de agua dulce haya tenido que sufrir tanto.

Enlaces de interés

Alberto García Marcos (el tio berni)
www.entrecomics.com

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José Torralba
1 octubre, 2009 11:48

Gran artículo, Alberto. Siempre ha sido (y es) un honor tenerte por aquí trabajando codo con codo, y más con la pedazo de labor que realizas. Gozada de texto… ¡y van!

cesar
cesar
24 diciembre, 2009 16:35

Muy buena reseña, es uno de mis libros favoritos,  me encontré con este blog buscando CRICKETs del mismo autor, para comprarlo en algún sitio de Madrid pero parece complicado…